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Authors: James Ellroy

Réquiem por Brown (36 page)

BOOK: Réquiem por Brown
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Al salir del ascensor me encontré con un joven médico. Estaba asustado, pero quería saber qué pasaba. Yo le enseñé la licencia de detective privado y le dije que estaba trabajando en un caso y tenía permiso para llevar armas. La explicación pareció satisfacerle. Entonces le pregunté: —¿Ha muerto Sol Kupferman? —No —contestó—. Saldrá de ésta. No recuerdo qué sentí al salir del hospital, aparte de que no tenía nada más que hacer en Los Ángeles. Aunque Sol sobreviviera, el odio que Jane tenía por mí era insalvable. Nuestros últimos momentos juntos habían sido tan horribles que jamás sería capaz de olvidarlos. Me metí en el coche y no paré hasta San Francisco.

Pasé una semana en San Francisco esperando a que me dieran el pasaporte, poniéndome vacunas y comprando ropa y otras provisiones para mi viaje a Europa. Salí la noche del 10 de agosto hacia Nueva York, con dos maletas y veinticinco mil dólares en efectivo y
traveller's
cheques. Antes de irme, le mandé cinco mil dólares a Mark Swirkal y le pedí que destruyera las cintas.

Me emborraché un poco en el avión y completamente en la habitación del hotel, cerca del Aeropuerto Internacional Kennedy.

Al día siguiente, cogí un vuelo de Lufthansa a Munich. Estuve dos meses en Alemania, borracho o sobrio, según el día. Remonté el Rhin en barco y escuché a la Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Karajan. Estuvo muy bien, pero sólo una parte de mí estaba atenta al concierto. Visité la casa de Beethoven en Bonn y también su tumba. No sentí la emoción que pensé que iba a sentir. Me acosté con varias prostitutas caras. En el Festival de Wagner en Bayreuth, me emborraché y me peleé con dos estudiantes ingleses que estaban molestando a una joven
fraülein
. En Stuttgart me puse a llorar en una cervecería y tuve que ser hospitalizado para desintoxicarme.

A finales de octubre, volví a Estados Unidos y me instalé en San Francisco. Alquilé un apartamento en Pacific Heights y me puse a buscar cómo invertir el dinero en algo creativo. No encontré nada y además Frisco empezaba a cansarme.

Era demasiado bonito, demasiado inconformista. La gente que pasaba por la calle parecía orgullosa de su buen gusto al haber elegido un lugar como ése para vivir.

En mayo del año siguiente volví a Los Ángeles. Repatriado en mi contaminada ciudad. Me enzarcé en el negocio de mi vida. Compré una casa en los Hollywood Hills, cerca de Yamashiro Skyroom. Hice una mala inversión. Primero monté un pequeño restaurante cerca del Music Center. Era un lugar para comer y tomar algo a la salida del concierto, donde dábamos grandes sándwiches con los nombres de diferentes compositores. Yo esperaba que el sitio se convirtiera en un lugar de encuentro de los músicos de la Filarmónica, pero no fue así. Al final, después de once meses y una inversión de ocho mil dólares, tuve que cerrar el local. Mi segunda inversión era más segura y tuvo mucho éxito. Compré una antigua tienda de licores en la esquina de la Tercera y Western, en el corazón del barrio viejo. Lo lleva un chico negro muy listo al que le pago mil al mes más un 10 % de los beneficios y un abogado también muy listo que me ayuda a conservar mi dinero. Yo no tengo más que esperar a ver los beneficios. En el momento en que escribo esto, valgo setecientos cincuenta y seis mil dólares.

Al poco tiempo de regresar a Los Ángeles, recibí una carta de Jane Baker desde Nueva York:

Querido Fritz:

Me ha costado mucho decidirme a escribir esta carta, porque he tardado mucho en clarificar mis sentimientos hacia ti. Te pido perdón por lo que hice el 2 de agosto. Era absurdo que te llamase asesino. En ese momento te culpé a ti del ataque al corazón que tuvo Sol, lo cual era ridículo, aunque comprensible. Tú para mí eras como el catalizador de todas las horribles cosas que ocurrieron ese verano. Más tarde me di cuenta de que habían comenzado muchos años antes y que tú lo único que hiciste al tropezar con ello fue tratar de ayudar a las víctimas de la mejor manera posible. Te lo agradezco sinceramente. Sol me ha dicho que actuaste con gran valentía y que conseguiste quitarle un gran peso de encima.

Por cierto, a Sol le va muy bien y a mí también. Estoy yendo a Juilliard y hago ¡grandes progresos! Algún día seré una buena violoncelista para poder estar a la altura del stradivarius que toco y del amor que Sol me ha dado. Sol está aquí en Nueva York también, disfrutando de su jubilación y muy interesado en el arte moderno.

Tengo una sensación rara respecto a ti, Fritz. En cierto modo me siento culpable de no haber podido amarte. Ya sé que tú tenías grandes esperanzas puestas en que viviéramos juntos. Vi en ti una terrible soledad y un gran amor por la belleza que parecían contradecir lo violento de tu carácter. Trata de seguir esa búsqueda de la belleza, Fritz, en serio.

A lo mejor te vendría bien escuchar una música menos violenta. Beethoven y los románticos tienden a veces a crear sentimientos de violencia en la gente que ya de por sí es propensa a ella. Escucha algo más de barroco. Disfruta de su delicadeza. Escucha a los impresionistas, ellos tienen algo que decir que a ti te gustaría.

Tengo que dejarte. Gracias por toda la ayuda que nos has prestado a Sol y a mí. Sol no me lo quiere contar todo, pero yo sé que actuaste valientemente para defendernos. Trata de amar. Yo nunca te olvidaré.

Atentamente,

Jane Baker

Yo sí que trato de amar. A veces es fácil y a veces difícil. A veces estoy borracho y a veces estoy sobrio. A veces me acuerdo de Fat Dog y del «plan» que tenía preparado para mí y me despierto temblando. A veces me olvido completamente de su malévolo genio. ¿Por qué yo? Desde ese verano, he entrevistado a más de cien personas que conocieron a Fat Dog y aún no he conseguido averiguar el motivo.

Walter murió el año pasado de cirrosis en el hígado. Tenía treinta y cuatro años. Su madre hizo que lo enterraran con un funeral de la Iglesia de la Cienciología. Yo me emborraché y lo estropeé. Vino la policía y me detuvo, pero sólo tuve que pagar una multa de cien dólares. Lo echo mucho de menos. Una noche voy a robar el féretro y lo voy a llevar a la playa, donde nos estará esperando una gran balsa. Pondré a Walter en la balsa, le prenderé fuego y lo mandaré a alta mar. Pondré unos altavoces conectados a lo largo de la playa para poner a Wagner a todo volumen mientras mi amigo querido entra ardiendo en el Valhala.

A veces, por la noche, no me puedo dormir y me voy a dar paseos por los campos de golf. En esos momentos me siento unido a una especie de mundo espiritual, un mundo en constante retorno.

Cuando pienso en lo que ocurrió ese verano, no pienso en mí mismo, sino en el resto de la gente involucrada. Nada de lo que ocurra antes o después podrá cambiar lo que ocurrió ese verano, cuando formé parte de la música enferma y trágica de tantas vidas. Ese verano fue mi concierto para orquesta particular (cada instrumento de la orquesta tenía un sonido igual y diferente a la vez del resto de los instrumentos).

Así que aquí estoy, siguiendo los consejos de Jane. No he vuelto a ejercer la violencia desde el día en que me pegué con esos dos estudiantes en Bayreuth. Trato de disfrutar de la belleza. Casi siempre funciona, pero a veces mi mente emprende salvajes vuelos de fantasía y comienzo a ver calmas eléctricas y valores morales que me quieren llevar a la salvación eterna. Cuando pienso en eso, mi capacidad de razonamiento y de amor a la belleza me abandonan y me veo como suspendido sobre el cielo de Los Ángeles. Pero por ahora aguanto.

Escucho mucha música.

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