»Por otra parte, si bien Thorsten Wiedler también era un industrial exitoso, no estaba en el mismo grupo que Schleyer. Provenía de un contexto socialdemócrata, de clase trabajadora, era demasiado joven para haber hecho el servicio militar durante la guerra y no tenía ninguna inclinación ni significado político en particular. La razón por la que los Resucitados lo escogieron era, al parecer, que sus fábricas generaban mucha contaminación. Por supuesto que había mucha retórica sobre la llamada «solidaridad» con la RAF durante el Otoño Alemán y Wiedler también representaba, de una manera más modesta, el capitalismo de Alemania Occidental. Pero su secuestro fue visto como contraproducente para la «revolución» y sirvió para aislar a los Resucitados todavía más. Creo que ésa es la razón por la que el grupo jamás emitió ningún comunicado claro sobre lo ocurrido con Wiedler. Se convirtió en motivo de vergüenza para ellos. El cuerpo jamás fue hallado y a la familia de Wiedler se le negó el derecho de enterrarlo y llorarlo. A todo esto hay que añadir el toque muy «hippie» de la política de Franz
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y los Resucitados. Había muchas paparruchadas que hoy podríamos llamar
New Age
.
—¿Qué clase de paparruchadas? —preguntó Fabel.
—Bueno, los Resucitados son uno de los grupos más difíciles de investigar, porque se mantenían relativamente aislados, pero uno de sus miembros, Benni Hildesheim, desertó y se pasó a la RAF. Cuando lo arrestaron en los años ochenta, declaró que los Resucitados estaban demasiado chalados para él. Dijo que habían escogido ese nombre porque creían que Gaia, el espíritu de la Tierra, se protegía a sí mismo generando una banda de guerreros, de verdaderos creyentes, para defender al planeta cuando éste estuviera en peligro. Estos guerreros resucitaban una y otra vez, en diferentes épocas, cada vez que se los precisaba. De allí, los Resucitados. Al parecer, a Franz
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Mülhaus también le gustaba afirmar que todos estaban juntos en ese grupo porque todos ellos habían vivido y combatido juntos antes, en otras épocas de la historia, cuando la Tierra los había necesitado para que la protegieran. No eran ideas que encajaran bien con la inflexible racionalidad de la ideología marxista de Baader-Meinhof.
—¿Y cómo encajan Müller-Voigt y Hans-Joachim Hauser con Franz
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Mülhaus?
—¿Hauser? No lo sé. Hauser era uno de esos tipos que se promueven a sí mismos todo el tiempo y se la pasan colgados a los otros. No conozco ninguna otra conexión directa entre él y los Resucitados o Müller-Voigt, salvo que él había manifestado abiertamente su apoyo a las primeras «intervenciones» de Franz
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… Interrupciones de las sesiones del Senado de Hamburgo, sentadas en instalaciones empresariales o industriales, esa clase de cosas. Pero cuando las cosas comenzaron a caldearse, y empezaron a robar bancos, poner bombas y matar gente, Hauser, como muchos otros de la izquierda elegante, de pronto empezó a expresar menos su apoyo. De hecho, ese silencio relativo podría fácilmente interpretarse como que había decidido mantener un perfil bajo. En cuanto a Müller-Voigt, él y Franz
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se juntaron a fines de los años setenta. Después de que Mülhaus apareciera en la lista de criminales buscados Por el asesinato del presidente de una compañía farmacéutica de Hanóver, y luego, por supuesto, por el asunto de Thorsten Wiedler, yo sospecho que Müller-Voigt operaba como «legal» para los Resucitados.
—¿Pero cree que esa participación se profundizó?
—Le contaré algo muy personal, Herr Fabel. Mi padre grabó una cinta. Pidió una grabadora cuando todavía estaba en el hospital. Había sido un hombre muy vigoroso y en buena forma y enfrentarse a un futuro en silla de ruedas lo volvió profundamente depresivo. Pero también muy furioso. Estaba decidido a hacer lo que fuera para ayudar a encontrar a Herr Wiedler y atrapar a sus secuestradores. Mucho después de la muerte de mi padre, cuando yo estaba en edad de decidir qué iba a estudiar en la universidad, escuché la cinta. Mi padre describía los acontecimientos de aquel día con mucho detalle. Era como si quisiera que se supiera la verdad. Fue cuando escuché aquella cinta que decidí convertirme en periodista. Para contar la verdad.
—¿Y qué decía?
Ingrid Fischmann pareció vacilar un momento. Luego dijo: —Mire, voy a mandarle una copia. Y también conseguiré algunas fotografías e información general y le enviaré todo por correo. Pero, en resumen, mi padre decía que calculaba que habían participado seis terroristas. Sólo logró ver bien a uno de ellos. Los otros llevaban pasamontañas. Logró darle una descripción muy detallada a la policía y estos hicieron un retrato-robot de esa persona. Pero no sirvió de nada. Como usted sabe, jamás atraparon a nadie por el secuestro de Wiedler. Salvo si considera que el deceso de Franz
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Mülhaus fue un acto de justicia.
—¿Y cómo puede estar segura de que Bertholdt Müller-Voigt estuvo implicado? —preguntó Fabel.
—¿Recuerda a Benni Hildesheim, del que le hablé hace un momento? ¿El desertor de los Resucitados que se pasó a la banda Baader-Meinhof? Bueno, yo lo entrevisté después de que saliera de la cárcel y él afirmó que había unos cuantos individuos que hoy eran bastante influyentes que o bien habían participado directamente en las acciones de los Resucitados o habían proporcionado apoyo logístico y estratégico. Casas seguras, armas y explosivos, esa clase de cosas. Hildesheim me dijo que había seis personas implicadas en el secuestro de Wiedler, lo que coincide con el relato de mi padre. Afirmó conocer las identidades de los seis, así como las de todos los que estaban en la red de apoyo.
—¿No se las dijo a usted?
Ingrid Fischmann lanzó una risita cargada de cinismo.
—Hildesheim exhibió una veta capitalista notable para un ex terrorista marxista. Quería dinero a cambio de la información. Por supuesto que no sabía que yo era la hija de una de las víctimas del grupo, pero sí le dije que se fuera al infierno. Yo quería saber la verdad sobre quién mató a mi padre, pero no a cualquier precio. Hildesheim parecía convencido de que algún diario amarillo aceptaría su precio. Insistía en que algunos de los nombres sacudirían a la clase dominante hasta los cimientos, esa clase de idioteces. Tiene que recordar que esto fue en la misma época en que Bettina Róhl, la hija de Ulrike Meinhof, mandó una carta de sesenta páginas al fiscal del Estado exigiendo que se acusara y se juzgara al ministro de relaciones exteriores, Joschka Fischer, por el intento de asesinato de un policía en los años ochenta. No es inconcebible que hubiera otros en altos cargos del gobierno que tuvieran unos cuantos trapos sucios que ocultar.
—¿Pero Hildesheim no obtuvo la suma que quería? —preguntó Fabel.
—No. Murió antes de cerrar ningún trato.
—¿Cómo murió? ¿Hubo algo sospechoso en ello?
—No. Ninguna conspiración. Simplemente un hombre de mediana edad que fumaba demasiado y hacía muy poco ejercicio. Infarto. Pero sí me dio algo a cuenta. Me dijo que sabía con toda seguridad quién había sido el chófer aquel día… y que había pasado a ser una importante figura política. Sólo que su nombre y las pruebas para respaldar la acusación eran parte del trato que él quería cerrar. Por desgracia, no sobrevivió para compartirlo conmigo.
—¿Hildesheim mencionó a Hauser alguna vez?
Ella meneó la cabeza.
—¿Y a Gunter Griebel?
—Me temo que no… Creo que ni siquiera me crucé con ese nombre en mi investigación.
Hablaron durante otros quince minutos. Ingrid Fischmann le resumió la historia del movimiento militante alemán y su transición de la protesta y la acción directa al terrorismo. Conversaron sobre los objetivos de los distintos grupos, el apoyo que obtuvieron de la ex comunista Alemania Oriental, la red de seguidores y simpatizantes que hizo posible que muchos de ellos evitaran ser capturados durante tanto tiempo. También hablaron del hecho de que había varias personas sueltas que ocultaban un pasado violento detrás de la fachada de una vida normal sin que otros lo supieran, tal vez ni siquiera sus familiares y amigos cercanos. Por fin, se dijeron todo lo que tenían para decirse y Fabel se levantó.
—Gracias por haberme dedicado tanto tiempo —dijo. Le estrechó la mano a Fischmann—. Realmente me ha sido muy útil.
—Me alegro. Le mandaré esa información cuando pueda encontrarla. Tal vez tarde uno „ dos días —dijo, sonriendo—. Espere un momento y bajaré con usted. Tengo que ir al centro.
—¿Quiere que la lleve?
—No, gracias —dijo—. Tengo que hacer algunas paradas en el camino. —Se colocó un par de gafas en la punta de la nariz y revisó su gran bolso, hasta que encontró una pequeña libreta negra—. Lo lamento… he instalado una nueva alarma de seguridad. Tengo que marcar el código cada vez que salgo pero nunca consigo recordarlo.
Hicieron una pausa en la puerta mientras ella tecleaba lentamente el código en el panel de control de la alarma, verificando cada número en la libreta negra.
Una vez en la calle, Fabel se despidió de Ingrid Fischmann y la observó mientras ella bajaba por la acera. Una joven mujer alemana que se había pasado la vida investigando a la generación anterior a la suya; una persona que buscaba la Verdad. Fabel recordó la razón que le había dado el joven Frank Grueber para convertirse en un especialista forense: «la verdad es la deuda que tenemos con los muertos».
Pensó que casi podría ser el lema nacional de Alemania.
19.30 h, Speicherstadt, Hamburgo
Fabel regresó al Polizeipräsidium antes de las cinco. De inmediato, convocó a una reunión en la brigada de Homicidios e informó a su equipo de lo que había averiguado en el transcurso del día. Empezaba a parecer que los homicidios no habían sido efectuados al azar por un asesino en serie, sino que el motivo tenía que ver con la historia política de las víctimas.
Anna y Henk relataron lo que habían averiguado, o lo que no habían podido averiguar, en The Firestation. Parecía cada vez menos probable que los homicidios estuvieran relacionados con la sexualidad de Hauser y Anna tenía la sensación de que aquel tipo mayor con quien Hauser se encontraba en The Firestation tal vez tuviera más que ver con su pasado político que con sus preferencias sexuales.
—Tal vez era Paul Scheibe —sugirió Werner.
—Eso lo averiguaremos esta noche —dijo Fabel—. Quiero que vosotros, Anna, Henk, Werner y Maria, me acompañéis a la presentación. Tenemos que examinar bien a los invitados, y yo necesito tener una larga charla con Scheibe.
Fabel regresó a casa, comió, se duchó y se cambió antes de volver a reunirse con su equipo en Speicherstadt. Anna y Henk habían llegado antes y habían hablado con los colaboradores de Scheibe.
—La mierda ha empezado a salpicar hacia todos lados —le dijo Anna a Fabel—. Parece que tenemos un faltón. Nadie ha visto a Scheibe, y ésta es su gran noche. Su personal está muy nervioso porque Scheibe había insistido en que él tenía que ser el único que revelara el modelo. Al parecer lo terminó a solas y aunque el Senado sí llegó a ver el proyecto, hoy se revelaría para el resto del mundo… Se supone que ha añadido algunos toques que nadie conocería hasta esta noche.
—¿Y qué va a hacer el equipo de Scheibe?
—Por ahora están subiendo por las paredes. Tienen a todas las figuras importantes de Hamburgo aquí reunidas y la estrella que iba a lanzar el espectáculo no se ha presentado.
—¿Alguna vez había hecho algo así?
—No con algo tan importante como esto… Pero en los últimos tiempos Paulsen estaba muy preocupado por él. Al parecer Scheibe se había mostrado muy estresado respecto de algo, lo que supuestamente es muy poco habitual en él. Scheibe es un tipo dado a la bebida, a la arrogancia y a considerarse el centro de todo… pero para nada alguien con tendencia a estresarse.
—Lo que sugeriría que ha aparecido algo nuevo en el horizonte —dijo Werner.
—O algo viejo… —Dijo Fabel—. De acuerdo… mezclémonos.
Fabel hizo pasar a su equipo al salón, exhibiendo sus placas ovales de la Kriminalpolizei a los irritados porteros. El lugar estaba lleno de personas de zapatos caros y peinados elegantes que se reunían en pequeños grupos, charlando y riendo, mientras unos camareros de uniforme no dejaban de rellenarles las copas de Pinot Grigio.
Fabel, Maria y Werner se dirigieron al otro extremo de la sala; Fabel les indicó a Anna y Henk que permanecieran junto a la puerta y se mantuvieran alerta a cualquier indicio de la llegada de Scheibe. Mientras se abría paso entre la multitud, Fabel vio a Müller-Voigt rodeado de un grupo particularmente grande de admiradores. Se dio cuenta de que el senador de medio ambiente lo había visto y lo saludó con un movimiento de la cabeza, pero Müller-Voigt se limitó a fruncir el ceño, como si la presencia de Fabel lo desconcertara.
Las luces se atenuaron y Fabel observó un trajín de actividad sobre la plataforma iluminada, donde una lona blanca ocultaba la visión del futuro de Paul Scheibe a los ojos de una audiencia expectante y cada vez más nerviosa. Paulsen, el asistente de Scheibe, mantenía una agitada discusión con los otros dos miembros del equipo del arquitecto.
Después de una pausa, Paulsen se dirigió al centro del podio que estaba delante del modelo con un gesto de incomodidad. Durante un momento, miró el micrófono aprensivamente.
—Damas y caballeros, muchas gracias por su paciencia. Por desgracia, Herr Scheibe se ha visto obligado a ocuparse de una emergencia familiar inesperada e ineludible. Como es obvio, está haciendo grandes esfuerzos para llegar aquí a tiempo. Sin embargo, la fuerza y la innovación de su obra hablan por sí solas. La visión de Herr Scheibe para el futuro de HafenCity y para el estado de Hamburgo es un concepto audaz y sorprendente que refleja la ambición de nuestra gran ciudad.
Paulsen hizo una pausa. Miró al otro lado del salón, donde acababa de entrar una mujer que Fabel supuso que también sería parte del equipo de Scheibe. La mujer hizo un movimiento casi imperceptible de negación con la cabeza y Paulsen se volvió hacia el público con una sonrisa débil y resignada.
—De acuerdo… Creo que… eh… será mejor si nos limitamos a seguir adelante con la presentación… Damas y caballeros, es un gran placer, en nombre del Architecturbüro Scheibe, desvelar la creativa, única, audaz y novedosa estética de Herr Scheibe para el Überseequartier de HafenCity. Con ustedes, el
KulturZentrumEins
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