—Bueno, como ya le he dicho, mi único interés reside en la conexión entre las dos víctimas —dijo Fabel—. Sólo quería saber si Mülhaus había pertenecido al Colectivo Gaia.
—No, por todos los cielos. Creo que eso sí lo recordaría. —Müller-Voigt adoptó una expresión reflexiva—. Aunque sí entiendo por qué lo pregunta. Mülhaus tenía una perspectiva bastante extraña sobre el movimiento y había algunas similitudes entre sus ideas y las del Colectivo. Pero no… Franz
el Rojo
Mülhaus no tuvo ninguna participación en ese grupo.
—¿Quién era el líder del Colectivo?
Durante un momento, dio la impresión de que la pregunta de Fabel había confundido a Müller-Voigt.
—No había ningún líder. Era un colectivo. Por lo tanto, tenía un liderazgo colectivo.
Hablaron unos quince minutos más hasta que Fabel se levantó y le agradeció a Müller-Voigt su tiempo y su actitud cooperativa. A su vez, Müller-Voigt le deseó a Fabel la mejor de las suertes en su búsqueda del asesino.
Mientras Fabel salía a la calle desde la amplia entrada para coches y cogía la carretera que lo llevaría de regreso a la ciudad, reflexionó sobre el hecho de que había encontrado un punto de contacto directo entre Hans-Joachim Hauser y Gunter Griebel, y volvió a pensar en lo sincero y franco que parecía Müller-Voigt. «¿Entonces por qué —se preguntó— tenía la sensación de que Müller-Voigt no le había dicho nada de nada?».
En el camino de regreso a Hamburgo por la B73, Fabel telefoneó a Werner. Le contó sobre la conexión entre las víctimas y le hizo un resumen de los puntos destacados de todo lo demás que Müller-Voigt le había contado.
—Necesito hablar con ese arquitecto, Paul Scheibe —dijo—. ¿Podrías conseguir su número y organizar una cita? Si lo intentas con el número de su estudio, tal vez sea mejor.
—Desde luego, Jan. Ahora te llamo.
Fabel acababa de coger la A7 y estaba dirigiéndose al Elbtunnel cuando sonó el teléfono de su coche.
—Hola, Jan —dijo Werner—. Acabo de tener una conversación de lo más extraña con la gente que trabaja en el estudio de arquitectura de Scheibe. Hablé con su ayudante, un tipo que se llama Paulsen. Se puso realmente muy nervioso cuando le dije que lo llamaba de la Mordkommission… Pensó que era porque habíamos encontrado el cuerpo de Scheibe o algo parecido. Según Paulsen, el lunes Scheibe asistió a una recepción en el Rathaus y no se le ha vuelto a ver desde entonces. Al parecer el lanzamiento formal de este gran proyecto para la HafenCity se hará esta noche y les preocupa que él no aparezca. Parece que tenemos una persona desaparecida entre manos.
—O un sospechoso de homicidio dado a la fuga —dijo Fabel—. Manda a alguien allí para que averigüe todos los detalles. Creo que nosotros tendríamos que asistir a la fiesta de lanzamiento del proyecto. Estaré en el Polizeipräsidium antes de las cinco. Ahora me dirijo a la Universidad y luego me encontraré con Fischmann, la periodista, a las tres. ¿Alguna otra cosa?
—Sólo que Anna ha descubierto una pista sobre la momia de la segunda guerra mundial. La familia ya no vive en esa calle. Tuvieron que irse por los bombardeos durante la guerra, pero Anna encontró a un tipo que era amigo del muerto. ¿Quieres que siga con ello?
—No, no hace falta. Prefiero hacerlo yo. Yo lo empecé. Dile a Anna que deje los datos sobre mi escritorio.
Fabel acababa de colgar cuando el teléfono de su coche volvió a sonar.
—Fabel… —dijo con impaciencia.
Se oyó un zumbido electrónico. Luego una voz que no era humana.
—Va a recibir una advertencia… —La voz estaba distorsionada con alguna clase de dispositivo electrónico. Fabel comprobó el identificador de llamadas, pero no se había registrado ningún número.
—¿Quién demonios habla? —preguntó.
—Recibirá una advertencia. Sólo una. —La línea quedó muda.
Fabel contempló el tráfico que avanzaba hacia el Elbtunnel. La llamada de algún chiflado. Tal vez incluso alguien que no sabía que estaba hablando con un número de la policía. Pero en alguna parte, en el fondo de su cabeza, empezó a sonar una alarma.
10.00 h, Departamento de Arqueología, UniversitAt de Hamburgo
—¿Ya ha encontrado a los familiares del residente de HafenCity? —El doctor Severts sonrió y le ofreció una silla a Fabel.
—No. Todavía no, por desgracia. Me temo que tengo algunos asuntos más urgentes en mente.
—¿Ése al que llaman el Peluquero de Hamburgo?
—Sí. Está resultando… —Fabel buscó la palabra correcta— todo un desafío para nosotros. Y, para ser honesto, estoy aferrándome desesperadamente a las pocas pistas que puedo encontrar.
—¿Por qué tengo la sensación de que yo soy una de esas pistas?
—Lo siento, pero estoy tratando de encarar esto desde todos los ángulos. Necesito establecer el significado de que este maníaco arranque el cuero cabelludo a sus víctimas. No lo sé… Se me ocurrió que usted podría proporcionarme alguna perspectiva histórica sobre eso.
—Debo decirle que el significado no es difícil de descifrar, por lo que me parece —dijo Severts—. Arrancarle la cabeza o el cuero cabelludo a un enemigo derrotado es una de las formas más antiguas y más extendidas de la recolección de trofeos. Cuando matas a tu enemigo, le quitas el cuero cabelludo. Al hacerlo no sólo has matado a tu enemigo: también lo has denigrado o humillado, y tienes un trofeo que prueba tu éxito como guerrero. En todos los continentes hubo al menos una cultura en la que arrancar la cabeza o el cuero cabelludo de los enemigos era un rasgo importante.
—No lo sé… —Fabel frunció el ceño mientras conjuraba la imagen del estudio de Griebel, su ralo cuero cabelludo teñido de un rojo antinatural y clavado a sus estantes de libros—. Este asesino no se lleva el cuero cabelludo de la escena del crimen. Lo exhibe, lo ubica de manera prominente en el hogar de su víctima.
—Tal vez ésa sea su manera de exhibir su destreza. Los guerreros escitas acostumbraban a poner el cuero cabelludo de sus enemigos en las bridas de sus caballos, para que todos pudieran verlos. Tal vez este Peluquero crea que exhibirlos en el mismo sitio en que ha matado a sus víctimas es la manera más eficaz de enseñarlos.
—Ha dicho que arrancar el cuero cabelludo era una actividad habitual. ¿Aquí también? ¿En esta parte de Europa? —preguntó Fabel.
—Por supuesto. Se han descubierto numerosos ejemplos en Alemania. En particular en la región de donde usted proviene… En Ostfriesland, quiero decir. Eso no significa necesariamente que sus antepasados frisones cogieran más cueros cabelludos que otras culturas, sino sólo que las condiciones ambientales de Ostfriesland han permitido la conservación de muchos cuerpos y artefactos en los pantanos y ciénagas. La última vez que nos vimos hablamos de Franz
el Rojo
. Bueno, en Bentheim, cerca de la frontera holandesa y nada lejos de donde encontraron a Franz
el Rojo
, descubrieron calaveras a las que les habían arrancado el cuero cabelludo, y también algunos de esos cueros, en un yacimiento de la Edad del Bronce. —Severts se acercó a su biblioteca y escogió un par de manuales, que llevó hasta el escritorio. Hojeó uno de ellos durante un momento—. Sí… aquí hay un ejemplo que está realmente cerca de su ciudad natal. En la década de 1860 se recuperaron cinco cuerpos de los pantanos de Tannenhausener Moor.
Fabel sabía exactamente de qué hablaba Severts. Tannenhausen era una aldea que se encontraba en los suburbios del norte de Aurich, la ciudad más grande de Ostfriesland. Era una zona de llanuras anegadizas y cubiertas de vegetación, oscuras ciénagas, lagunas y lagos. Tannenhausen estaba ubicada entre tres brezales: Tannenhausener Moor, Kreitüttenmoor y Meerhusener Moor. De niño, Fabel recorría esa zona en bicicleta muy a menudo. Era un lugar místico. Y en el centro del brezal había un lago amplio y antiguo, el Ewiges Meer, o Mar Eterno. El nombre mismo hablaba de tiempos inmemoriales, a lo que se añadía el hecho de que se había descubierto que el brezal que lo rodeaba estaba entrelazado con pasarelas de maderas construidas entre cuatro y cinco mil años antes.
—A los cinco cuerpos de Tannenhausen les habían arrancado el cuero cabelludo —continuó Severts—, y se han producido hallazgos similares en toda Europa, incluso en Siberia. Al parecer era una costumbre muy extendida en la Europa de la Edad del Bronce, desde los Urales hasta el Atlántico. De hecho, los escitas lo hacían con tanta frecuencia que la palabra griega para el acto de arrancar el cuero cabelludo era
aposkythizein
.
Fabel reflexionó un momento sobre la rama escocesa de sus antepasados. Los escoceses sostenían que su tierra original era Escitia, en las Estepas, y que habían pasado a través de África del Norte, deteniéndose en España e Irlanda durante varias generaciones, antes de conquistar Escocia. Se imaginó a alguien tal vez no muy distinto a sí mismo que, no demasiadas generaciones antes, podría haber cometido de manera rutinaria el mismo acto que el asesino al que estaba persiguiendo.
—¿Y el significado de arrancar el cuero cabelludo siempre estaba relacionado con la victoria? —preguntó—. ¿Sólo para probar cuántos enemigos había matado ese guerrero?
—Principalmente sí, pero no exclusivamente. Hay pruebas de cueros cabelludos arrancados a personas, incluso niños, que habían fallecido de muerte natural, no violenta. Ello podría indicar que llevarse el cuero cabelludo tal vez fuera una forma de conmemorar o recordar a los muertos. De honrar a los antepasados.
—No creo que sea ése el motivo del tipo al que busco —dijo Fabel.
Severts se echó hacia atrás en la silla, con el inmenso poster de la Belleza de Loulan como fondo.
—Si quiere mi opinión… personal, no profesional… le diría que esto de arrancar el cuero cabelludo es algo tan común en casi todas las culturas que prácticamente es un instinto. Yo no sé mucho de psicología ni de las características propias de su trabajo, Fabel, pero sí sé que a los asesinos en serie y a los psicópatas les gusta llevarse trofeos de sus víctimas. Creo que el cuero cabelludo es el ejemplo más arquetípico de ese afán por llevarse trofeos. Tal vez su asesino lo haga porque siente que es lo que debe hacer, y no porque quiera hacer alguna astuta referencia cultural o histórica.
Fabel se puso de pie y sonrió.
—Quizá tenga razón. —Le estrechó la mano a Severts—. Muchas gracias por su tiempo, Herr doctor.
—De nada —dijo Severts—. ¿Puedo pedirle un favor a cambio?
—Por supuesto…
—Por favor infórmeme si consigue encontrar a la familia del cuerpo momificado en HafenCity. Casi nunca consigo averiguar el nombre verdadero y asignar una vida real a los restos humanos que encuentro en mi trabajo.
—Me temo que en mi trabajo se da exactamente el caso opuesto —dijo Fabel—. Pero claro que lo haré.
Mediodía, Hasvestehude, Hamburgo
Fabel había telefoneado al Polizeipräsidium y le había pedido a Werner que le dijera al ayudante de Paul Scheibe que lo esperara. El estudio de arquitectura se encontraba en un edificio de aspecto muy moderno, entre los estudios de la radio NDR y el Innocentia-Park, en Hasvestehude. Las líneas limpias y los ángulos amplios de las oficinas de Scheibe le recordaron a Fabel la casa de Bertholdt Müller-Voigt en Altes Land. Se preguntó si Scheibe había sido el arquitecto de Müller-Voigt y le irritó no haberle formulado al político una pregunta tan obvia.
El sol del mediodía estaba cubierto con una delgada capa de nubes. Fabel se quitó las gafas de sol y se quedó sentado en silencio en el coche durante un momento. Cuando llamó a Werner, también le pidió que averiguara si la Sección Técnica podía hacer algo para averiguar quién había hecho aquella extraña llamada al teléfono de su coche. Sabía que era muy poco probable, pero la llamada lo había inquietado. El dispositivo para distorsionar la voz parecía demasiado elaborado para un bromista y Fabel tenía la incómoda sensación de que tal vez hubiera hablado con el denominado Peluquero de Hamburgo. Vio a una muchacha bonita que pasaba andando cerca del coche, riéndose mientras conversaba con alguien por su teléfono móvil: una persona que tenía una vida normal y conversaciones normales.
Cuando Fabel entró por las amplias puertas acristaladas del Architecturbüro Scheibe, lo recibió un hombre alto y delgado de unos treinta y cinco años con la cabeza afeitada. Se presentó como Thomas Paulsen, director asistente del estudio. Había un gesto de disculpa escondido tras su sonrisa.
—Gracias por venir, Herr Kriminalhauptkommissar, pero me alegro de informarle de que nuestras preocupaciones sobre Herr Scheibe se han disipado. Tuvimos noticias de él hace diez minutos.
—No he venido a averiguar cosas sobre una persona desaparecida —respondió Fabel—. Necesito hablar con Herr Scheibe sobre un caso que estoy investigando. ¿Dónde está?
—Oh… no nos lo ha dicho. Pidió disculpas por haber desaparecido, pero al parecer le surgió una emergencia familiar de la que tuvo que ocuparse con muy poco tiempo de preaviso. Salió de la ciudad el lunes, inmediatamente después del almuerzo en el Rathaus, y por eso no hemos podido contactarlo desde entonces —explicó—. Déjeme decirle que estamos todos muy aliviados. El principal lanzamiento para el público y para la prensa tendrá lugar esta noche en el Speicherstadt. Herr Scheibe nos ha asegurado que estará allí para hacer la presentación.
—¿Ha hablado con él usted mismo?
—Bueno, no… no he hablado. Ha enviado un correo electrónico. Pero nos ha garantizado que estará allí.
—Entonces yo también —dijo Fabel—. Si vuelve a tener noticias de Herr Scheibe, por favor dígale que tendrá que hacer un hueco para hablar conmigo.
—Muy bien… pero sé que estará extremadamente ocupado. Habrá…
—Créame, Herr Paulsen, lo que yo tengo que hablar con Herr Scheibe es mucho, mucho más importante. Lo veré a usted, y a él, esta noche.
Fabel decidió almorzar en el puesto de Dirk Stellamanns junto al puerto. El velo de nubes que cubría el sol ya se había movido y la luz se hizo más nítida y de bordes más afilados, destacando las mesas y las sombrillas brillantes esparcidas en torno al tenderete de Dirk. Había bastante gente cuando Fabel llegó pero Dirk le sonrió por encima de las cabezas de sus clientes al verlo llegar.
Fabel se sentía acalorado y pegajoso y pidió una cerveza Jever y agua, junto con un bocadillo de salchicha y queso, y llevó todo a una de aquellas mesas altas hasta el pecho que estaba libre. Una vez que amainó la clientela, Dirk se le acercó.