—Le agradezco realmente que haya hecho esto por mí —dijo Fabel cuando llegó el almuerzo.
—De nada. Lo único que le pediría es que si el contexto político de estos homicidios ofrece alguna pista real, hágamelo saber. Tal vez este caso tenga alguna dimensión que nos interese. Y, Herr Fabel… —Ullrich parecía inseguro, como si estuviera decidiendo si iba a decir o no las siguientes palabras.
—¿Sí?
—Tenga cuidado. Como verá en los expedientes, algunas de las personas sometidas a nuestro escrutinio en el pasado hoy son figuras importantes. Lo único que tiene que hacer es mirar un poco el gabinete del gobierno de Gerhard Schroder: un ministro de relaciones exteriores que ha admitido su participación en la violencia callejera y un ministro de interior que fue abogado de la defensa de la banda Baader-Meinhof. —Ullrich se refería a Joschka Fischer, a quien habían «expulsado» cuando Bettina Röhl, la hija de Ulrike Meinhof, había entregado a la prensa fotografías de Fischer atacando a un agente de policía, y también a Otto Schily, que había representado a los terroristas en los comienzos de su carrera legal—. Y hay otros con grandes ambiciones más cerca de nosotros…
—¿Como Müller-Voigt?
—Exacto… si resulta que tiene que investigar por allí, cuídese las espaldas.
Fabel lanzó una risa triste.
—No me preocupan los ataques políticos —dijo—. Ya estoy bastante acostumbrado a estas alturas.
—No es de los ataques políticos de lo que tiene que preocuparse —dijo Ullrich—. No puedo creer que los denominados “latentes» que ocupaban ese sitio en aquel entonces sigan creyendo en toda esa basura, pero llevan una vida normal desde hace dos décadas. Estoy seguro de que algunos ellos están dispuestos a lo que sea para protegerse. Como he dicho… tenga cuidado.
19.30 H, PÓSELDORF, HAMBURGO
Fabel se pasó la tarde leyendo los expedientes de la BKA. Todo era tal cual lo había descrito Ullrich: Hauser y Griebel habían habitado el mismo paisaje, habían seguido caminos similares, habían conocido a las mismas personas, pero no había ninguna evidencia que diera entender que esos caminos se habían cruzado alguna vez. De todas maneras, la lógica sugería que no era imposible que al menos hubieran oído hablar el uno del otro. Y el mero hecho de que los servicios de seguridad no hubieran podido confirmar la existencia de ningún contacto entre ellos no significaba que en realidad nunca se hubieran visto.
Susanne tenía que trabajar hasta tarde en el Instituto de Medicina Legal, de modo que Fabel regresó a casa solo. El almuerzo con Ullrich le había dejado prácticamente sin apetito, de modo que cogió un bocadillo y una botella de Jever, los llevó a la sala y los puso sobre la mesita que estaba junto a su ordenador portátil y los expedientes. Se quedó sentado un momento, dando sorbos a la cerveza y contemplando, a través de los ventanales, el Alsterpark y la amplia extensión del Alster, cuya agua resplandecía suavemente bajo la luz de las últimas horas de la tarde. Era una escena que debería haberlo relajado, pero algo que no podía identificar seguía perturbándolo. Fabel era un hombre ordenado, una obsesión que surgía del miedo al caos que con frecuencia ardía en su interior. Le había asustado ver esa misma paranoia en su punto más extremo en Kristina Dreyer. Y esa necesidad de orden se veía afectada por las tenues conexiones y las amplias coincidencias que rodeaban a las dos víctimas. Cuando las miraba desde lejos, alcanzaba a percibir una red de hilos interrelacionados, pero cuando se acercaba todo se deshacía como una telaraña en el viento.
Oyó el sonido de la puerta de su apartamento que se abría y la voz de Susanne anunciando su llegada. Ella entró y en un gesto de agotamiento exagerado se desplomó sobre el sofá junto a Fabel. Luego arrojó las llaves, el bolso y el teléfono móvil a su lado. Le besó.
—¿Has tenido un día difícil? —preguntó él.
Susanne asintió con gesto de fatiga.
—¿Tú también?
—Ha sido más confuso que otra cosa. Déjame que te traiga una copa de vino… —Cuando volvió de la cocina, pasó a relatarle su reunión con Ullrich y la información de los expedientes—. ¿Crees que estoy errando el tiro? Me refiero a eso de investigar las historias personales de las víctimas.
—Francamente… sí. —La voz de Susanne estaba teñida de cansancio e irritación. Fabel estaba violando la regla tácita de no hablar sobre el trabajo durante el tiempo libre que pasaban juntos—. Estás complicándolo demasiado. Piénsalo. Fíjate en los cuerpos desfigurados. Los pequeños rituales del asesino, incluyendo dejar los cueros cabelludos como una exhibición. Es obra de un psicópata. Tú ves un significado en la historia de las víctimas, pero tienen un contexto similar porque son más o menos de la misma edad. Tal vez simplemente el asesino posee una hostilidad psicótica contra los hombres de mediana edad. Y la mutilación de los cuerpos da una clara impresión de psicosis. Piensa en los homicidios con motivos políticos… nueve de cada diez veces son atentados o asesinatos claros… una bomba en la calle, una bala en la cabeza.
Fabel dio un sorbo a la cerveza.
—Creo que tienes razón —dijo, y se levantó de la silla—. Bueno, iré a prepararte algo de comer.
19-40 H, SCHANZENVIERTEL, HAMBURGO
A Stefan Schreiner le encantaba el Schanzenviertel. Para él era la parte más vital, más variada y más vibrante de Hamburgo. Su apartamento se encontraba en esa zona. Y también su ronda.
Schreiner llevaba siete años como comisario de la rama uniformada de la Polizei y los últimos cuatro años había patrullado el Schanzenviertel. Se enorgullecía de estar sintonizado con el barrio: los tenderos, los residentes, incluso aquellos que vendían cada tanto un poco de marihuana, lo tenían por un policía relajado y amable. Pero también se sabía que, si bien estaba dispuesto a mirar para otro lado cuando no se producía ningún daño real, Stefan Schreiner era un agente de policía honesto, dedicado y eficaz. No podía decirse lo mismo del agente que le habían puesto como compañero para el turno de noche: Peter Reinhard tenía los galones azules de Polizeimeister, y por lo tanto era subordinado de Schreiner. A éste le parecía que Reinhard jamás pasaría de Polizeimeister. Observó cómo regresaba al coche desde el puesto de comidas rápidas con una taza desechable de café, con tapa plástica, en cada mano. Reinhard era un hombre de gran tamaño que pasaba un tiempo desproporcionado en el gimnasio levantando pesas y se movía de una manera bastante jactanciosa. «No es una buena idea moverte así en el Schanzenviertel si eres policía», pensó Schreiner. Él había dedicado mucho tiempo a construir puentes en esa zona, y Reinhard no era la clase de compañero con el que le gustaba que lo vieran.
Reinhard se metió en el asiento del pasajero del coche patrulla Mercedes azul y plateado y le pasó a Schreiner una de las tazas. Después de hacerlo, se alisó la corbata azul y la pechera de la camisa, asegurándose de que no se hubiera derramado nada encima.
—Estos nuevos uniformes están bien, ¿verdad? —dijo.
—Supongo que sí. —No era una cuestión que ocupara mucho la mente de Schreiner. Los uniformes de la Polizei de Hamburgo habían cambiado el año pasado; en lugar de los tradicionales verde y mostaza, ahora eran azul oscuro.
—Me recuerdan a los uniformes americanos. —Reinhard hizo una pausa—. N…Y…P…D… —Pronunció las iniciales en inglés—. Los antiguos eran una mierda… Te hacían parecer un guardia forestal.
—Mmm… —Schreiner lo escuchaba sólo a medias. Dio sorbos a su café y observó a un ciclista que se acercaba por la estrecha calle. De pronto se le ocurrió que sería mucho mejor patrullar ese barrio en bicicleta. Ya se hacía en otras partes de la ciudad. Pediría autorización. El ciclista se acercó. La otra ventaja sería que no habría espacio para Reinhard en una bicicleta.
—Pienso que éstos se parecen más a verdaderos uniformes de policía… —Reinhard parecía satisfecho con mantener la conversación por sí solo—. Quiero decir, el azul es el color internacional de la policía…
La bicicleta pasó junto al coche patrulla y Schreiner saludó con un movimiento de cabeza al ciclista, quien no le prestó atención. No era inusual que los locales del Schanzenviertel se mostraran recelosos de la policía, incluso hostiles. Todavía quedaban resabios de una época más radical en que los residentes habituales del barrio veían a los policías como fascistas.
—¡Mierda! —Schreiner pasó a la acción intempestivamente. Le pasó la taza de café a Reinhard para que la cogiera, derramando un poco en su preciosa camisa azul. Luego abrió la puerta del coche y salió—. ¡Un momento, alto! —le gritó al ciclista, quien miró al policía por encima del hombro y reaccionó alejándose de él a toda velocidad. Schreiner volvió al coche, cerró la puerta de un golpe y apretó el acelerador. El coche arrancó con tanta violencia que se derramó más café sobre la camisa de Reinhard.
19.40 H, POSELDORF, HAMBURGO
—Lo que no entiendo —dijo Fabel al tiempo que depositaba un plato de pasta delante de Susanne— es por qué la BKA volvió a investigar a Griebel recientemente. No parece que hubiera ningún interés significativo que proteger en eso.
—¿Dices que era epigenetista? —Susanne cogió un bocado de pasta demasiado caliente y movió la mano como un ventilador delante de la boca antes de continuar—. ¿Qué clase de trabajo hacía?
Fabel le hizo un resumen de lo que sabía y lo poco que había entendido del trabajo de Griebel.
—Las otras cosas en las que estaba implicado… ya sabes, todo este asunto de la memoria heredada, a mí me sonaron bastante poco científicas…
—Pero en realidad no lo son —dijo Susanne—. Hay una cantidad asombrosa de ADN que se transmite de una generación a la otra pero que no se sabe para qué sirve… cuando se trazó el mapa del genoma humano, descubrieron que más del noventa y ocho por ciento del ADN es el que se llama «ADN basura»… o, para darle un nombre más adecuado, «no codificado».
—¿Tú para que crees que está ese ADN?
—Sólo Dios lo sabe. Algunos científicos suponen que son las defensas acumuladas contra los retrovirus. Ya sabes, todos los bichos que hemos combatido a lo largo de nuestra historia como especie. Otros creen que parte de él tiene funciones específicas que sencillamente no entendemos. Una teoría es que a través de él heredamos nuestros comportamientos instintivos, incluso que contiene recuerdos genéticos; que experiencias reales de un antepasado pueden transmitirse a sus descendientes.
—A mí todo eso me suena bastante improbable.
—En realidad no es mi área, desde luego. —Susanne se encogió de hombro—. Pero me lo he cruzado cada tanto. Hay una teoría según la cual algunos de nuestros temores o fobias irracionales deben su origen a recuerdos genéticos acumulados en el denominado ADN basura. Por ejemplo, el miedo a las alturas puede haber quedado codificado porque algún antepasado se traumatizó ya sea por haber caído o por haber sido testigo de la muerte de otro que se cayó. Así como podemos desarrollar miedo al fuego, claustrofobia, etcétera, debido a algún trauma de nuestra propia experiencia, también podría ser que aquellas fobias que parecen no tener ninguna fuente directa sean heredadas.
Fabel pensó en Maria y en su miedo de que la tocaran por el trauma que había experimentado. Se sobresaltó al pensar que semejantes temores pudieran transmitirse de una generación a la siguiente.
—Pero todo esto son especulaciones, ¿no? —pregunto.
—Hay muchas cosas que no pueden explicarse a través la herencia cromosómica normal. La tolerancia a la lactosa, por ejemplo. En teoría no deberíamos ser capaces de beber la leche de otras especies. Sin embargo, en todas las culturas en las que la cría de ganado, cabras, yaks y animales semejantes era habitual, desarrollamos tolerancia a la leche de esos animales. Y no fue necesario que cada generación volviera a desarrollar esa tolerancia… simplemente se transmitió. Y eso no puede explicarse mediante la selección natural o la transmisión de ADN congénito. Tiene que haber otro mecanismo para la transferencia genética.
Fabel puso la cara de alguien que está reflexionando sobre algo que no entiende del todo.
—¿Y los recuerdos? ¿Crees que es posible transmitirlos de una generación a la siguiente?
—Para ser honesta… no lo sé. Para mí, el problema principal es que los procesos implicados son totalmente diferentes e independientes. Los recuerdos son fenómenos neurológicos. Están relacionados con las sinapsis, las neuronas, el sistema nervioso. La herencia de ADN es un proceso genético. No entiendo cuál sería el mecanismo biomolecular que podría grabar un proceso en el otro.
—¿Pero…?
—Pero los comportamientos instintivos son difíciles de explicar, en especial las formas más abstractas del instinto, que no tienen nada que ver con nuestro origen como especie. Por supuesto que la psicología jungiana ya ha analizado todo ello, aunque llevó demasiado lejos todas estas teorías. Pero lo que a mi me intriga son las experiencias comunes y sencillas.
—¿Por ejemplo?
—Cuando estuvimos en Sylt me contaste que la primera vez que visitaste la isla sentiste que la conocías de toda la vida. Es una experiencia relativamente habitual… una experiencia psicológica, supongo que podrías llamarla así. Por ejemplo, un granjero que jamás ha salido de Baviera, mucho menos de Alemania, un buen día se va de vacaciones al extranjero…, a España, digamos. Pero a pesar de que este renuente turista virgen jamás había expresado ningún interés en España, de pronto llega a algún lejano pueblo de montaña y experimenta una inexplicable sensación de familiaridad. Sabe instintivamente cómo encontrar el castillo, la parte vieja de la ciudad, el río, etcétera. Y cuando ya está de vuelta en Oberbayern, sufre una extraña forma de nostalgia.
—¿Esto es habitual?
—Bastante. En este momento se están realizando varios estudios sobre este fenómeno. No estamos hablando de alguna especie de
déjá-vu
extendido, te advierto. Estas personas tienen conocimientos específicos de un lugar que jamás habían visitado en su vida.
—¿Entonces qué significa? ¿Es una prueba de la reencarnación?
—Muchas personas lo han tomado de esa manera. Lo que, desde luego, es una tontería, pero puedes entender la lógica… o la falta de lógica, ya sabes a lo que me refiero. Pero algunos psicólogos serios y algunos genetistas creen que puede ser evidencia de alguna clase de memoria heredada o genética. De todas maneras, como ya he dicho, no entiendo cómo el fenómeno neurológico o psicológico de la memoria puede transferirse y grabarse en la estructura física biomolecular del ADN. Por lo general creo que esas experiencias se deben a una información que tal vez se haya cogido fragmentada durante toda una vida de leer, mirar documentales en la televisión, etcétera; todo esparcido por el subconsciente pero unido a partir de un solo punto de reconocimiento. Por ejemplo, nuestro granjero bávaro ve la aguja de la iglesia al bajarse del autobús. Tiene una extraña sensación de
déjá-vu
, de familiaridad, porque su subconsciente está uniendo esa imagen como las piezas esparcidas de un rompecabezas, formado por pedacitos de información.