Fabel asintió.
—Fue justo antes de la medianoche. Por alguna razón, las sirenas no sonaron con bastante anticipación, como sí lo habían hecho otras veces. Nosotros no teníamos un sótano en nuestro edificio, de modo que nos volcamos a la calle. Era una noche hermosa, clara y cálida, y de pronto el cielo se llenó de «árboles de Navidad», como todos los llamábamos por entonces. Eran hermosos, realmente hermosos. Inmensos racimos de centelleantes luces rojas y verdes, grandes nubes de luces, descendiendo con elegancia sobre la ciudad. Incluso me detuve a mirarlos. Desde luego, eran bengalas indicadoras para la siguiente oleada de bombas. Yo lo oí acercarse. No puede imaginarse cómo sonaba: los motores de casi ochocientos aviones de guerra combinados en un único zumbido reverberante y ensordecedor. Es asombroso el terror que puede evocar un sonido. Fue entonces cuando oímos otro estruendo. Un sonido todavía más terrible. Como el trueno, pero mil veces más fuerte, rugiendo en el cielo. La gente empezó a entrar en pánico. A correr. A gritar. Todos se volvieron locos y yo perdí de vista a mi familia en medio de la multitud. Y a Karl. A él tampoco pude verlo. Entonces apareció de la nada y me agarró del brazo. Estaba enloquecido de preocupación… él también había perdido a su familia. Decidimos dirigirnos al refugio principal, suponiendo que nuestras familias harían lo mismo.
«Llegamos al refugio público pero las puertas estaban cerradas y tuve que golpear con fuerza antes de que un viejo con un casco de guardián, de Luftschutz, nos dejara entrar. Buscamos pero no pudimos encontrar a nuestras familias, y exigimos que nos dejaran salir nuevamente, pero ellos se negaron a abrir las puertas. Recuerdo haber pensado que no importaba, a que en cualquier caso todos moriríamos. Nunca había oído que nos atacaran con tantas bombas. La oleada siguiente no fue tan intensa. Explosiones más silenciosas, como si estuvieran usando bombas más ligeras. Pero, por supuesto, no era eso. Los cabrones nos estaban tirando fósforo. Lo tenían todo planeado: primero explosivos de alto impacto para destruir los edificios y luego el fósforo para iniciar los incendios. Yo me vi obligado a quedarme ahí sentado y pensar en mi madre y mis dos hermanas que estarían fuera. Sólo podía albergar la esperanza de que hubieran encontrado un refugio. A Karl le ocurría lo mismo, pero estaba histérico. Quería salir para buscar a su hermana y a su madre. Al principio, en el refugio todos estábamos calmados, pero nuestros nervios estaban tan destrozados como los edificios de fuera. Entonces empezó a hacer más calor. Un calor que no podría describir. Aquel refugio público se convirtió en un horno. Como todos los otros, era hermético, salvo por las bombas que dejaban pasar el aire de fuera. Estábamos usando una bomba manual, de fuelles, pero tuvimos que dejarlo porque estábamos llenando el refugio de humo y un aire tan caliente que quemaba. Finalmente, comenzamos a asfixiarnos. Lo que no sabíamos era que lo mismo ocurría en sótanos y refugios de todo Hamburgo. La tormenta de fuego, ¿sabe? Era como una bestia hambrienta que se alimentaba de oxígeno. Chupaba todo el aire. En toda la ciudad, primero los niños y los ancianos, luego los demás, se asfixiaron o murieron cocinados en refugios sin aire. Algunos de nosotros insistimos en que abrieran las puertas para ver lo que ocurría fuera, pero los otros dijeron que no. Finalmente, cuando cesó el sonido de los bombardeos, todos estaban tan desesperados por la falta de aire que se decidió correr el riesgo.
»No puedo describirle lo que vi, Herr Fabel. Cuando abrimos aquellas puertas, fue como abrir los portales del mismo infierno. Lo primero que notamos fue la forma en que el aire salía del refugio como un sifón, arrastrando a la gente. Todo ardía. Pero no como uno se imagina un edificio en llamas, era como un alto horno inmenso. Los británicos habían calculado que si derrumbaban los edificios y luego soltaban el fósforo, podían crear corrientes ascendentes que aumentarían la temperatura a un punto tal de causar la combustión espontánea de edificios, de gente, que no habían sido atacados directamente. En algunos puntos de la ciudad, la temperatura llegó a los mil grados. Yo salí tambaleándome del refugio y comencé a jadear y a boquear como si hubiera corrido una maratón. Simplemente, no podía hacer llegar aire suficiente a los pulmones. No podía creer lo que veía. La gente ardiendo, como antorchas. Había un niño… No sé si era un niño o una niña, pero por su tamaño supuse que tendría unos ocho o nueve años, tumbado boca abajo, semihundido en la calle. El alquitrán se había derretido ¿sabe? Fue entonces cuando vi a una figura caminando por la calle. Era la cosa más horrible y al mismo tiempo más fascinante que he visto jamás. Era una mujer, aferrando algo contra su pecho, creo que se trataba de un bebé. Estaba caminando en línea recta por la calle. No se tambaleaba. No corría. Pero ella y el bebé en sus brazos estaban… sólo puedo describirlo como incandescentes. Era como si los hubieran moldeado a partir de una única y brillante llama. Era como mirar un ángel de fuego. Recuerdo que en ese momento pensé que no importaba si yo vivía o moría. Que ver aquello era más de lo que cualquiera debería soportar en toda una vida. Y entonces ella desapareció. Como usted sabrá, la tormenta de fuego creaba corrientes a la altura del suelo que tenían la fuerza de huracanes; vientos de doscientos cincuenta kilómetros por hora que arrastraban a la gente y los chupaban hacia las llamas. Ella y el bebé salieron despedidos hacia un edificio en llamas, como si el fuego hubiera extendido la mano para coger un bocado.
Fabel observó al anciano. Su voz seguía normal, calmada; pero tenía los ojos brillantes, con lágrimas contenidas.
—Recuerdo que maldije a Dios por haberme dado la vida, por permitir que yo naciera justo en esa época, justo en aquel lugar. Y pensé que tal vez había llegado el fin de los tiempos. Era fácil imaginar que el mundo entero desaparecería con esa guerra. Fue entonces cuando me di cuenta de que Karl ya no estaba a mi lado. Miré a mi alrededor, pero era como buscar una sola alma en el caos y horror del infierno.
«Recuerdo que mi instinto me decía que tenía que buscar agua. Imaginaba que si llegaba al Alster o al Elba… el Alster estaba más cerca… entonces tendría una probabilidad mayor de sobrevivir.
Por un momento, Dorfmann pareció sumido en sus pensamientos.
—Me pregunto si eso era lo que trataba de hacer Karl. Usted me dijo por teléfono que lo encontraron junto al puerto. Tal vez se le había ocurrido la idea de llegar al Elba. Cuando llegué al Alster, ya estaba lleno de gente. Muertos o agonizando. Más velas humanas. Se habían arrojado tratando de apagar las llamas, pero como los habían rociado con fósforo, seguían ardiendo mientras flotaban en el agua.
Fabel depositó la tarjeta de identidad nazi y la fotografía del cuerpo momificado sobre la mesa. Heinz Dorfmann volvió a ponerse las gafas de lectura.
—Ése es Karl… —Frunció el ceño al examinar la foto del cuerpo—. ¿Éste es su aspecto actual? —Meneó la cabeza, maravillado—. Es asombroso. Evidentemente está muy delgado… desecado. Pero lo habría reconocido de inmediato.
—¿Sabe qué le ocurrió a su hermana, Margot? ¿Tiene alguna idea de dónde vive… si, por cierto, todavía está viva? Estoy tratando de ubicar al pariente más cercano.
—Me temo que no sé mucho. Se casó con un hombre mayor que ella cuando la guerra terminó. Él se llamaba Pohle. Gerhard Pohle.
20.30 h, Hammerbrook, Hamburgo
Fabel caminó hasta su coche. Había llovido mientras él estaba en el apartamento de Herr Dorfmann y, después de un día tan caluroso, la lluvia le había dado al aire del anochecer un fresco aroma a limpio. Fabel bajó la mirada hacia el pavimento mientras caminaba, al asfalto oscurecido por la humedad, y volvió a pensar en la descripción que le había hecho Herr Dorfmann de aquella noche caliente y seca en que Hamburgo se había convertido en un infierno ardiente en la tierra. No podía imaginárselo. Su Hamburgo.
Llegó al coche, destrabó las puertas con su mando a distancia, subió y cerró la puerta. Apoyó las manos sobre el volante un momento. La historia. Él había estudiado historia, había querido enseñarla. La ironía era que, al investigar estos casos, la historia lo estaba asfixiando.
Puso la llave en el contacto y la giró. Nada.
—
Shit
! —dijo Fabel. Era un hombre que sabía muchas cosas; sus conocimientos se extendían por una variedad de temas y siempre le gustaba aprender algo nuevo, estirar los límites de su comprensión del mundo. Pero esos conocimientos jamás habían incluido la mecánica automovilística. Con irritación, buscó en su bolsillo el teléfono móvil. Justo cuando logró sacarlo de allí, el teléfono le ganó la mano y empezó a sonar. Lo abrió con furia.
—Hola… —No logró ocultar la irritación de su voz.
—Hola, Herr Fabel…
Fabel supo que era el asesino. Una vez más, su interlocutor utilizaba alguna clase de filtro electrónico que alteraba su voz y le daba una profundidad y una lentitud antinaturales; una voz distorsionada, artificial. Inhumana.
—Me alegro de que no sacara la llave del contacto; en caso contrario, no estaríamos conversando ahora.
—¿A qué se refiere? —La boca de Fabel se secó de pronto. Sabía a qué se refería su interlocutor. Una bomba. Se inclinó hacia delante, revisó el suelo del coche cerca de sus pies y buscó cables bajo el volante—. ¿Quién habla?
—Ya responderé a esas preguntas en su momento, Herr Fabel. Pero, por ahora, necesito que sea consciente de que he puesto un dispositivo explosivo innecesariamente grande en su coche. Si usted abre la puerta por segunda vez, el dispositivo se detonará; si saca la llave del encendido, el dispositivo se detonará; o si levanta su peso del asiento del chófer… bueno, creo que ya se hará una idea. Me temo que la consecuencia de cualquiera de esos actos sería una explosión desproporcionada. El resultado no sería sólo su desaparición, Herr Fabel, sino la muerte de varios residentes de Hammerbrook, así como extensos daños a las propiedades de toda la zona. Oh, también debería decirle que puedo, en el momento que lo decida, detonar el dispositivo a distancia.
—De acuerdo —dijo Fabel—. Ha logrado que le preste atención. —El corazón le golpeaba en el pecho. Miró por el parabrisas y vio un agradable atardecer de verano, las calles lavadas por la lluvia y el tono rojo que el sol poniente salpicaba sobre las paredes de los edificios que daban al oeste. Gente haciendo sus cosas. Se sintió terriblemente solo en el centro de su propio universo, el único consciente de que la muerte y la destrucción estaban a un latido de distancia. De pronto, las imágenes que Herr Dorfmann había conjurado momentos antes en la mente de Fabel regresaron con una claridad renovada. Una joven pareja con un bebé en su cochecito pasó junto al BMW de Fabel, caminando sin ninguna otra intención aparente que disfrutar de aquel anochecer de verano. Fabel sintió deseos de bajar la ventanilla y gritarles que corrieran a cubrirse pero, por lo que sabía, también era posible que hubiese trampas en las ventanillas. Vio cómo tardaban lo que parecía una eternidad en pasar de largo el coche.
—Estoy seguro de que me está prestando atención, Herr Fabel. —La voz electrónicamente distorsionada carecía de cualquier sutileza de entonación—. Y creo que en las próximas horas también me prestarán atención una buena cantidad de agentes de la Polizei de Hamburgo, incluyendo la brigada de artificieros. Verá, me conviene dejarlo vivo, porque su gente tardará siglos en sacarlo de esta situación. A ello debemos añadir el tiempo que los forenses deberán dedicarle al sitio. Pero no le quepa duda de que si intenta algo desaconsejable, detonaré el dispositivo. El efecto seguirá siendo el mismo.
La mente de Fabel corría a toda velocidad. Por lo que sabía, la persona al otro lado de la línea podía estar vigilándolo desde una distancia segura. Recorrió con la mirada ambos lados de la calle y miró por el espejito retrovisor, haciendo todo lo posible por mantener el trasero firmemente plantado en el asiento.
—¿De modo que de pronto usted es todo un experto en explosivos? —Fabel cargó su voz de desprecio—. ¿Espera que crea que tiene la capacidad de meter una bomba en mi coche, en una calle pública, en los cuarenta y cinco minutos que estuve fuera? Pensé que lo suyo era arrancar cueros cabelludos, Winnetou.
—Muy gracioso —la voz grave y distorsionada lanzó una carcajada que sonó como algo salido de una pesadilla—. Winnetou…. Pero no finja que no entiende mis referencias culturales, Herr Fabel. Yo no soy ningún indio americano, ningún personaje salido de un relato de Karl May. Usted sabe que la tradición que estoy reviviendo es muy antigua y muy europea en sus orígenes. Y, en cualquier caso, si quiere poner a prueba mis habilidades como diseñador de bombas… o como bro-mista, adelante. Lo único que tiene que hacer es salir del coche. Si miento, no ocurrirá nada. Pero si no… En cuanto al dispositivo.… lleva bastante tiempo en su coche. Lo único que he hecho ha sido activarlo desde lejos. Ah, por cierto, ¿le gustó el re-galito que le dejé en su apartamento?
—Condenado cabrón… —siseó Fabel por teléfono—. Voy a cogerte. Te juro que te encontraré, no importa cuánto tiempo me lleve.
—¿Sabe, Herr Fabel? Usted es notablemente agresivo para alguien que se encuentra sentado sobre una gran cantidad de fuertes explosivos. Si yo presionara el botón adecuado, usted no podría encontrar a nadie. Nunca. De modo que ¿por qué no se calla y escucha lo que tengo que decirle?
Fabel no dijo nada. Sintió una película de sudor entre su oreja y el teléfono móvil. El corazón seguía latiéndole con fuerza y tenía náuseas. Creía a la voz inhumana de su oreja. Creía en la bomba debajo de él.
—Bien —dijo la voz—. Ahora podemos hablar. En primer lugar, usted se preguntará por qué he hecho tantos esfuerzos para ponerlo en peligro. Y, para el caso, por qué no he detonado la bomba antes. Bueno, es simple. Como ya he dicho, liberarlo a usted de esta particular situación llevará tiempo. Y, mientras tanto, yo cogeré otro cuero cabelludo. Lo he puesto en un aprieto interesante, Herr Fabel. Tendrá que decidir cuántos recursos se dedicarán a rescatarlo a usted y cuántos a impedir que yo ponga fin a otra vida.
—Tenemos más recursos de los que tú puedes ocupar —dijo Fabel con una voz muerta e inexpresiva.
—Es posible, pero tengo que decirle que usted está sentado sobre una de dos bombas. La otra se encuentra en un sitio que no revelaré por ahora. Pero he dejado una nota con la dirección y todos los detalles.