Rhialto el prodigioso (17 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Rhialto el prodigioso
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—Entiendo. ¿Y por qué no me dijiste esto antes? No importa; llegará un día en que sabrás quién controla los puntos de tu compromiso: yo o Hache-Moncour… ¡Ese griterío es incesante! Doulka debe estar cortándose la nariz milímetro a milímetro. Osherl, ordénales que se callen.

—Parece una diversión inofensiva; simplemente están preparando un festín.

Rhialto se envaró, alerta.

—¿Un festín? ¿De qué tipo?

—El último de los Dechados: una doncella que recién acaba de salir del huevo de alabastro. Una vez empiece la ingestión cesará el tumulto.

Rhialto saltó en pie.

—Osherl, me faltan las palabras. Ven conmigo, aprisa.

Rhialto se dirigió a largas zancadas al poblado, donde encontró a Doulka sentado ante su choza sobre un par de enormes y blandos almohadones, con una cataplasma en la nariz. Los preparativos para el festín estaban ya muy avanzados, con las mujeres del poblado pelando y cortando las verduras y disponiendo las especias según las especificaciones de su receta. En una jaula, a un lado, estaba el último de los Dechados: una doncella que un carnicero clasificaría de «tamaño algo inferior a la media», «primera calidad», «tierna y sin excesiva grasa». Sus ropas se habían desintegrado en el largo sueño; ahora no llevaba más que una gargantilla de cobre y turquesa. Con los ojos desorbitados por el miedo, miraba por entre los barrotes de su jaula mientras un par de robustos aprendices de carnicero preparaban una tabla de trabajo y empezaban a afilar sus instrumentos.

Doulka observó con el ceño fruncido a Rhialto y Osherl mientras se aproximaban.

—¿Qué ocurre esta vez? Estamos preparándonos para nuestro último festín de calidad. Vuestros asuntos pueden esperar, a menos que hayas venido a aliviarme de mis dolores.

—No habrá ningún festín —dijo Rhialto—, a menos que quieras ser tú quien vaya a parar dentro de la olla. Osherl, libera a la dama de la jaula y proporciónale ropas adecuadas.

Osherl desintegró la jaula en un millón de motas y envolvió el cuerpo de la muchacha con una túnica azul pálido. Doulka lanzó una exclamación de pesar, y los demás habitantes del poblado fueron a buscar precipitadamente sus armas. Para distraerse un poco, Osherl evocó a cuatro trasgos azules de dos metros y medio de altura. Saltando de un lado a otro y haciendo chasquear sus colmilludas mandíbulas, enviaron a los habitantes del poblado huyendo hacia el bosque en todas direcciones.

Rhialto, Osherl y la alucinada muchacha regresaron al pabellón, donde Rhialto le sirvió un cordial y le explicó con voz suave las circunstancias de su situación. Ella escuchó con la mirada vacía, y quizá comprendió algo de lo que Rhialto le dijo, porque al final estalló en lágrimas de pesar. Rhialto había mezclado un calmante con el cordial, y su dolor se convirtió pronto en un lánguido estado de somnolencia en el que los desastres de su vida se vieron despojados de fuerza emotiva, y se sintió satisfecha con permanecer sentada cerca de Rhialto y extraer consuelo de su presencia.

Osherl le miró con cinismo.

—Rhialto, eres una criatura curiosa, perteneciente a una raza obstinada y enigmática.

—¿Por qué lo dices?

—El pobre Doulka está desolado; su gente está dispersa por el bosque, temerosa de volver a sus casas por miedo a los trasgos; mientras tanto, tú te limitas a consolar y halagar a esa hembra sin mente.

—Me siento motivado por la galantería —respondió Rhialto con tranquila dignidad—, que es un sentimiento que se halla más allá de tu comprensión.

—¡Bah! —dijo Osherl—. Eres tan vano como un pavo real, y ya estás planeando nuevas posturas para impresionar a esa pequeña criatura púber, con la que intentarás llevar a cabo toda una serie de pasatiempos amorosos. Mientras tanto, Doulka está empezando a tener realmente hambre, y mi compromiso sigue como siempre. Rhialto reflexionó un momento.

—Osherl, eres listo, pero no lo bastante listo. No se me puede distraer tan fácilmente como esperas. En consecuencia, reanudemos nuestra conversación. ¿Qué otras cosas me has ocultado en relación con Sarsem y Hache-Moncour?

—He prestado poca atención a sus estrategias. Tendrías que especificar los aspectos en los que estás interesado.

—¿Antes del hecho? No puedo saber si estoy interesado o no antes de saber de qué se trata.

—A decir verdad, sé muy poco más que tú. Hache-Moncour espera progresar en su propia causa, con la ayuda de Sarsem, pero esto no es una sorpresa.

—Sarsem está jugando a un juego peligroso. ¡Finalmente va a sufrir las penalizaciones propias de la doblez! ¡Dejemos que los demás aprendan del despreciable ejemplo de Sarsem!

—Oh, bueno, ¿quién sabe cómo va a terminar el juego? —dijo alegremente Osherl.

—¿Qué quieres dar a entender con esto?

Osherl no dijo nada más, y Rhialto, con evidente desagrado, lo envió fuera a vigilar el pabellón. Osherl alivió su tarea disponiendo cuatro enormes cabezas de trasgo que relucían con una fantasmal luminosidad azul y que sobresaltaron al propio Rhialto cuando salió para ver cómo avanzaba la noche.

Rhialto regresó dentro y dispuso una cama para la muchacha, donde ésta durmió con el sueno del agotamiento emocional. Poco después Rhialto se fue también a descansar.

Por la mañana la doncella despertó tranquila pero apática. Rhialto dispuso un baño de agua perfumada, mientras Osherl, revestido con el aspecto de una sirvienta, le proporcionaba unos pantalones blancos de algodón, una chaquetilla escarlata adornada con botones dorados y ojales negros, y botas negras hasta los tobillos ribeteadas con flecos rojos. La muchacha se bañó, se vistió, peinó su negro cabello que le llegaba hasta las rodillas, y salió tentativamente a la cámara principal de la tienda, donde Rhialto se reunió con ella para el desayuno.

Utilizando el poder del glosolario, se dirigió a ella en su propia lengua:

—Has sufrido una terrible tragedia, y te ofrezco mi simpatía. Me llamo Rhialto; como tú, no soy nativo de esta terrible época. ¿Puedo preguntarte tu nombre?

Al principio la doncella pareció poco dispuesta a responder, luego dijo con voz resignada:

—Mis secretos ya no tienen importancia. En mi idioma personal de pensamientos me llamo a mí misma «Furud Trama del Alba» o «Exquisito Elemento del Amanecer». En mi escuela llevo una credencial como «Shalukhe» o «Experta Nadadora», y éste es el nombre de amiga que utilizo.

—Parece un buen nombre, y ése es el nombre que utilizaré, a menos que prefieras otra cosa.

La doncella le dirigió una incierta sonrisa.

—Ya no poseo el status de ordenar el lujo de la preferencia.

Rhialto encontró el concepto complejo pero comprensible.

—Cierto es que la «calidad innata» y el «mérito derivado de la firme aserción» deben ser la fuente de la autoestima. Te llamarás Shalukhe la Superviviente; ¿no es una condición de orgullo?

—No particularmente, puesto que sólo tu ayuda salvó mi vida.

Osherl, que escuchaba la observación, aventuró un comentario:

—De todos modos, tus tácticas son instintivamente correctas. Para tratar con Rhialto el Prodigioso, y con este nombre aludo a tu anfitrión y conservador de mi compromiso, debes alimentar los fuegos de su hinchada vanidad. Emite exclamaciones sobre su apuesto porte; unge maravilla ante su sabiduría; así lo tendrás en tus manos.

—El talante de Osherl es a menudo acerbo —dijo Rhialto con voz comedida—; pese a sus sarcasmos, sin embargo, me gustaría conocer tu buena opinión.

Shalukhe la Nadadora no pudo evitar un cierto regocijo.

—¡Ya la has ganado, señor Rhialto! Y me siento agradecida también a Osherl por su ayuda.

—¡Bah! —dijo Rhialto—. Se siente más preocupado por el hambre del pobre Doulka.

—¡No es cierto! —exclamó Osherl—. ¡Eso fue una simple broma!

—En cualquier caso —dijo la muchacha—, y si me disculpas la presunción de preguntarlo: ¿qué va a ser de mí ahora?

—Cuando nuestros asuntos aquí hayan terminado, regresaremos a Almery, y hablaremos más detenidamente del asunto. Por ahora, puedes considerarte como mi ayudante subalterno, y se te asigna la supervisión de Osherl. Cuida que se comporte siempre como debe, esté alerta y sea cortés!

Aún medio sonriendo, Shalukhe estudió a Osherl.

—¿Cómo puedo supervisar a alguien tan listo?

—¡Es la simplicidad misma! Si se comporta mal en algún aspecto, simplemente pronuncia estas palabras: «Los puntos de tu compromiso».

Osherl lanzó una risa hueca.

—Rhialto el Prodigioso ya empieza con sus sutiles halagos.

Rhialto no le prestó atención. Se inclinó, tomó las manos de la muchacha e hizo que se pusiera en pie.

—Y ahora, ¡al trabajo! ¿Estás menos perturbada que antes?

—¡Mucho menos! Rhialto, te doy las gracias por tu amabilidad.

—Shalukhe la Nadadora, o Elemento del Amanecer, o como quiera que desees ser llamada: una sombra sigue flotando sobre ti, pero es un placer verte sonreír.

Osherl dijo en el lenguaje del vigesimoprimer eón:

—Se ha establecido el contacto físico, y el programa entra ahora en su segunda fase… Pobre pequeña infortunada, ¿cómo puedes resistirte a Rhialto?

—Tu experiencia es limitada —dijo Rhialto—. Más bien es el caso de: «¿Cómo puede Rhialto resistirse a esa pobre pequeña infortunada?»

La muchacha miró del uno al otro, esperando adivinar el sentido de aquel intercambio. Rhialto dijo:

—¡Ahora, a nuestro trabajo! Osherl, toma el pleurmalión —le tendió el objeto—, luego trepa hasta encima de las nubes para localizar el punto en el cielo. Desde un lugar directamente debajo, haz descender una linterna destellante roja que emita una potente luz, atada al extremo de una larga cuerda, hasta que cuelgue muy cerca encima del Perciplex. Es un día sin viento, de modo que la exactitud tiene que ser excelente.

Osherl, por puro capricho, adoptó entonces el aspecto de un tendero walvoon de mediana edad vestido con unos anchos pantalones negros, una chaqueta color mostaza y un sombrero negro de ancha ala. Tomó el pleurmalión con una gordezuela mano y ascendió hacia el cielo con tres largos saltos.

—Con un poco de suerte —dijo Rhialto a Shalukhe—, mi tediosa tarea está a punto de terminar, con lo que regresaremos a la relativa calma del vigesimoprimer eón… ¿Qué es esto? ¿Osherl de vuelta tan pronto?

Osherl saltó bajando del cielo y se posó en la alfombra delante del pabellón. Hizo una seña negativa, y Rhialto lanzó una irritada exclamación.

—¿Por qué no has localizado el Perciplex?

Osherl agitó tristemente su gordo rostro de tendero.

—El punto en el cielo ha sido absorbido por las brumas y no puede verse. El pleurmalión es inútil.

Rhialto arrancó el dispositivo de sus manos y saltó a las alturas, atravesando las nubes y saliendo por encima de ellas, para detenerse en la dura luminosidad bermellón. Se llevó el pleurmalión a los ojos, pero, como había afirmado Osherl, el punto en el cielo no era visible.

Permaneció durante un tiempo encima de la blanca extensión de nubes, arrojando una larga sombra azul pálido. Examinó con fruncida atención el pleurmalión luego volvió a escrutar el cielo, sin ningún resultado.

Algo fallaba. Observando pensativamente la blanca extensión nubosa, Rhialto meditó las posibles causas. ¿Había sido movido el Perciplex? ¿Quizá el pleurmalión había perdido su fuerza? Regresó al pabellón.

Osherl estaba de pie a un lado, mirando con ojos vacuos hacia las desmoronadas ruinas. Rhialto llamó:

—¡Osherl! Dedícame un momento de tu tiempo, por favor.

Osherl se acercó sin apresurarse y se detuvo con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones a rayas. Rhialto aguardó de pie, pasando el pleurmalión de una mano a otra y observando a Osherl con una mirada pensativa.

—Bien, Rhialto, ¿qué ocurre ahora? —preguntó Osherl, en un intento de dar a sus palabras una entonación intrascendente.

—Osherl, ¿quién te sugirió que la proyección del Perciplex podía haber sido capturada por el banco de nubes?

Osherl agitó una mano en un gesto que no comprometía a nada.

—Eso es evidente para cualquier intelecto astuto.

—Pero tú careces de un intelecto astuto. ¿Quién te proporcionó ese discernimiento?

—Aprendo de una multitud de fuentes —murmuro Osherl—. No puedo anotar o codificar cada elemento de información que llega hasta mí.

—Déjame imaginar una secuencia de acontecimientos —dijo Rhialto—. Osherl, ¿prestas la debida atención?

Osherl, de pie desconsolado, con la mandíbula caída y la mirada perdida, murmuró:

—¿Qué otra elección tengo?

—Entonces considera esos acontecimientos imaginarios. Tú subes por encima de las nubes, donde Sarsem te da la bienvenida. Entonces se produce una conversación como la que sigue:

»Sarsem:
¿Qué ocurre ahora, Osherl? ¿Cuál es tu tarea?

»Osherl:
Ese corazón de piedra de Rhialto quiere que busque en el cielo señales del Perciplex, utilizando este pleurmalión.

»Sarsem:
¿De veras? Déjame mirar… No veo nada.

»Osherl:
¿No? ¡De lo más singular! ¿Qué le diré a Rhialto?

»Sarsem:
Es fácil confundirle. Dile que la imagen ha quedado atrapada por las nubes. Este pleurmalión no sirve de nada ahora. Devuélveselo.

»Osherl:
¡Pero éste es un pleurmalión distinto del que te di! ¡No es más que un trozo de vulgar cristal!

»Sarsem:
¿Y qué? Ambos son igualmente inútiles ahora. Regresa abajo y devuélveselo a ese zopenco de Rhialto; nunca se dará cuenta de la diferencia.

»Osherl:
Hum. Rhialto es un zopenco, pero un zopenco astuto.

»Sarsem:
Está causándole muchos problemas a nuestro amigo Hache-Moncour, que nos ha prometido muchas indulgencias… Mi consejo es este: utilizando algún subterfugio, indúcele a cancelar tu compromiso; luego déjale que se quede un tiempo aquí, gozando de esta húmeda y aburrida época.

»Osherl:
La idea es recomendable.

»Tras lo cual, los dos os echáis a reír a coro, luego tú abandonas a tu compinche y desciendes con el falso pleurmalión y la noticia de que el cielo no muestra ninguna proyección, debido a las nubes.

Osherl lanzó una exclamación; su mandíbula temblaba.

—¿Acaso no es eso plausible? ¡No tienes ninguna razón para creer ni que el nuevo pleurmalión sea falso ni que el punto de vista de Sarsem sea incorrecto!

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