Al lado de las máquinas de guerra avanzaban hileras de memnís: gráciles criaturas, aparentemente todo piernas y brazos y quitina amarronada, con pequeñas cabezas triangulares que se alzaban seis metros por encima del suelo; se decía que el mago Pikarkas, del que se rumoreaba que también era medio insecto, había creado los memnís de versiones aún más prodigiosas del escarabajo ejecutor.
Tam Tol, rey del Último Reino, había permanecido todo el día en los parapetos de Vasques Tohor, observando la llanura fineiana. Había contemplado a sus caballeros de elite lanzarse con sus voladores sobre las maquinas de guerra; los había visto consumirse ante la Ruina Roja. Sus Veinte Legiones, conducidas por los Indomables, se habían desplegado bajo sus antiguos estandartes. Eran protegidas desde arriba por escuadrones de negros leones aéreos, de seis metros de largo cada uno, armados con fuego, chorros de gases y horribles sonidos.
Tam Tol permaneció inmóvil mientras los mercenarios de Bohul, maldiciendo y sudando, diezmaban a sus bravos nobles, y siguió inmóvil mucho tiempo después de que se perdiera toda esperanza, sin oír ninguna de las urgentes llamadas. Sus cortesanos se habían retirado uno a uno, dejando finalmente a Tam Tol allí de pie, solo, demasiado entumecido o demasiado orgulloso para huir.
Tras los parapetos, los habitantes abandonaban la ciudad, recogiendo cualquier articulo de valor que pudieran llevar consigo y encaminándose luego hacia las Puertas del Ocaso, en dirección a la ciudad sagrada de Luid Shug, a ochenta kilómetros hacia el este, al otro lado del valle Joheim.
Rhialto, cruzando el cielo, se detuvo e hizo una rápida inspección a través del pleurmalión. El punto azul oscuro colgaba sobre el sector occidental de la ciudad; Rhialto se dirigió lentamente en aquella dirección, sin ningún medio de localizar el Perciplex de una forma rápida y segura en medio de tanta confusión. Se dio cuenta de la presencia de Tam Tol de pie, solo, en los parapetos: mientras lo observaba, un arpón de la torreta de una máquina de guerra salió disparado a través de la luz del atardecer y Tam Tol, golpeado en la frente, cayó con lentitud y en silencio hacia atrás, desapareciendo del parapeto y golpeando contra el suelo allá abajo.
El ruido procedente de la llanura fineiana disminuyó hasta convertirse en un murmullo de fondo. Todos los voladores habían desaparecido del aire, y Rhialto siguió avanzando con elásticos pasos aéreos hasta situarse a un kilómetro de distancia de la agonizante ciudad. Se detuvo de nuevo, utilizó el pleurmalión una vez más, y descubrió con alivio que el punto azul en el cielo ya no flotaba sobre la ciudad, sino sobre el valle Joheim, donde el Perciplex había sido incluido a todas luces entre las posesiones de alguien de la columna de refugiados.
Rhialto corrió por el aire hasta situarse directamente debajo del punto azul, sólo para descubrir una nueva frustración: el individuo con el Perciplex no podía ser identificado entre la multitud de apresurados cuerpos y pálidos rostros que huían.
El sol se ocultó en medio de un flujo de color, y el punto azul dejó de verse en el cielo nocturno. Rhialto se alejó, decepcionado. Corrió hacia el sur en el ocaso, más allá del valle Joheim y cruzando un amplio y sinuoso río. Descendió en los alrededores de una ciudad: Vils de los Diez Capiteles, y buscó alojamiento para pasar la noche en una pequeña posada en la parte de atrás de un jardín de grandes rosales.
En la sala común, la conversación se centraba en la guerra y en el poder de los mercenarios de Bobul. Las especulaciones y los rumores eran múltiples, y todos se maravillaban, agitando melancólicamente la cabeza, de la terrible muerte del Último Reino.
Rhialto permaneció sentado al fondo de la sala, escuchando pero sin participar en la conversación, y al fin se dirigió discretamente a su cuarto.
Rhialto desayunó melón y albóndigas de almejas fritas en salsa de rosa. Pagó su cuenta, salió de la ciudad y volvió hacia el norte.
Un río humano seguía fluyendo a través del valle Joheim. Una multitud había llegado ya ante la ciudad santa, sólo para serle negada la entrada, y su campamento se esparcía como una crosta en torno a las murallas de la ciudad. Sobre él flotaba el punto azul.
Luid Shug había sido decretada como lugar santo durante una era anterior de aquel mismo eón por el legendario Goulkoud el Buen Amigo. En la cima de un pequeño volcán inactivo, Goulkoud había sido presa de veinte paroxismos de iluminación, durante los cuales estipuló la forma y emplazamiento de veinte templos situados simétricamente en torno al eje volcánico central. Estructuras prebendadas, baños, fuentes y hosterías para peregrinos ocupaban el suelo del cráter; un estrecho bulevar rodeaba el borde. En torno a la periferia se erguían veinte enormes efigies de dioses en veinte nichos tallados en la pared del cráter, cada uno de los cuales correspondía a uno de los templos en el recinto de la ciudad.
Rhialto descendió al suelo. En algún lugar entre la multitud arracimada ante la ciudad se hallaba el Perciplex, pero el punto en el cielo parecía moverse de un lado para otro, pese a todos los esfuerzos de Rhialto por situarlo directamente sobre su cabeza, en cuyo esfuerzo se veía constantemente impedido por la propia multitud.
En el centro de la ciudad, sobre el viejo cráter volcánico, se alzaba una gran estructura de cuarzo rosa y plata. El sumo sacerdote emergió en su plataforma más alta y, alzando mucho los brazos, se dirigió a los refugiados con voz ampliada por seis grandes cuernos espiralados.
—¡A las víctimas e infortunados extendemos los veinte profundos consuelos! De todos modos, si vuestras esperanzas incluyen entrar en este lugar sagrado, debéis abandonarlas. ¡No tenemos ni comida para alimentar a los hambrientos ni bebida para apagar su sed!
»¡Además, no puedo presagiaros grandes portentos! La gloria del mundo ha desaparecido; ¡no regresará hasta que hayan transcurrido un centenar de siglos de desolación! ¡Entonces la esperanza y el esplendor volverán a revivificar la tierra, en una culminación de todo lo que es bueno! Y esa era persistirá hasta que la Tierra ruede finalmente más allá de Gwennard el Suave Telón.
»A fin de prepararnos para esa última etapa seleccionaremos ahora un cierto número de entre los mejores, hasta cinco mil seiscientos cuarenta y dos de ellos, que es un Número Santo y Misterioso cargado de secretos
»La mitad de este grupo estará formado por los nobles Mejores de los Mejores, héroes de antiguo linaje. La otra mitad será elegida entre la Espuma de Nefrine: doncellas de belleza y virtud no menos valerosa y galante que su contrapartida masculina. Juntos formarán los Dechados: ¡la más alta excelencia del reino, la flor de la raza!
»Los someteremos al conjuro de los Cien Siglos y dormirán durante toda la Edad Oscura que se abre ante nosotros. ¡Luego, cuando el conjuro haya cumplido su efecto y la Edad de la Gloria haya llegado, los Dechados despertarán de nuevo para crear el Reino de la Luz!
»A todos los demás les daré estas instrucciones: seguid vuestro camino. Id al sur, a las tierras de Cabanola y Eio, o, si ahí no halláis refugio, seguid adelante hacia la región de Farwan, o, si así lo decidís, cruzad el océano Lútico hasta las islas Scanduc.
»¡El tiempo se agota! Debemos elegir nuestros Dechados. Dejad que los Compañeros del Rey y sus familias avancen, junto con los Caballeros supervivientes, y las doncellas del Instituto de Gleyen y las Canciones Florales, así como la Espuma de Nefrine, ¡y todos los demás que con orgullo y dignidad puedan ser considerados como Dechados!
»Para acelerar las cosas, todos aquellos de castas inferiores: los juglares, bufones y actores; los estúpidos y los de escasa educación; los criminales y merodeadores; aquellos de orejas cortas y uñas largas: proseguid vuestro camino.
»El mismo consejo se aplica a las castas algo más elevadas que, pese a su rectitud, no pueden ser incluidas entre los Dechados.
»Todos aquellos que aspiren a la Edad de Oro: ¡que den un paso adelante! Elegiremos con todo el cuidado posible.
Rhialto intentó situarse de nuevo directamente debajo del punto en el cielo, con la esperanza de poder identificar por algún medio a la persona que tenía el Perciplex, pero sin éxito.
Ya fuera por vanidad o movidos por una desesperada esperanza, poco siguieron las instrucciones del sumo sacerdote, de modo que aquellos que se apretujaron hacia delante declarándose Dechados incluían no sólo a los nobles y bien formados, sino también a los desdentados y corpulentos; a los hidrocéfalos, a las víctimas del hipo crónico, a los más notables criminales, a muchos juglares y a varias personas casi en su lecho de muerte.
La confusión tendía a impedir el proceso de selección, y así transcurrió el día. A finales de la tarde, algunos de los individuos más realistas perdieron toda esperanza de hallar refugio en Luid Shug y empezaron a dispersarse por la llanura. Rhialto observó atentamente el punto en el cielo, pero seguía colgando en el aire como antes, hasta que finalmente se desvaneció en la oscuridad del anochecer. Rhialto volvió sombríamente a la posada en Vils de los Diez Capiteles y pasó otra noche sin sueño.
Por la mañana regresó al norte hasta Luid Shug, para descubrir que los seleccionadores habían estado trabajando durante toda la noche, de tal modo que los Dechados habían sido ya seleccionados e introducidos en la ciudad. Las puertas estaban ahora cerradas.
Un par de ejércitos de Bohul avanzaban lentamente por el valle Joheim en dirección a Luid Shug, y los refugiados que aún seguían acampados en las inmediaciones del cráter se apresuraron a marcharse.
El punto azul en el cielo colgaba ahora sobre Luid Shug. Rhialto descendió al suelo y se acercó a un puesto de guardia junto a la puerta occidental. Le fue negado el acceso. Una voz dijo desde la oscuridad:
—Sigue tu camino, extranjero; pasarán un centenar de siglos antes de que las puertas de Luid Shug vuelvan a abrirse. El conjuro del Tiempo Distendido está va sobre nosotros; vete pues, y no te molestes en mirar hacia atrás, pues sólo verás dioses dormidos.
Los ejércitos de Bohul estaban ya cerca. Rhialto ascendió en el aire y se instaló en un cúmulo bajo de blancas nubes.
Un extraño silencio se había apoderado del valle. La ciudad no mostraba ningún movimiento. Con una deliberación más amenazadora que cualquier apresuramiento, las máquinas de guerra avanzaron hacia las puertas orientales de Luid Shug. Los veteranos de Bohul, gruñendo y caminando como si les dolieran los pies, iban detrás.
De los cuernos amplificadores espiralados que remataban la ciudad brotaron las retumbantes palabras:
—¡Guerreros, volved por donde habéis venido! No nos molestéis. Luid Shug ha escapado de vuestro control.
Sin prestar atención, los comandantes se prepararon a golpear las puertas con sus rayos. Cinco de las efigies de piedra se movieron en sus nichos y alzaron los brazos. El aire se estremeció; las máquinas de guerra parecieron encogerse y se convirtieron en pequeños montones de restos calcinados. Los obstinados veteranos se volvieron huecos cascarones de insectos muertos. El valle Joheim recobró de nuevo la quietud.
Rhialto se alejó hacia el sur, trasladándose pensativo de nube en nube. Allá donde empezaban a alzarse las colinas, a unos cuarenta o cincuenta kilómetros al oeste del Hálito del Fader, descendió a un montículo cubierto de hierba reseca y, tras buscar la sombra de un solitario árbol, se sentó reclinado contra su tronco.
Era cerca del mediodía. La fragancia de la hierba seca le llegaba agradablemente en oleadas al compás de los soplos del cálido viento. A lo lejos, al norte, se alzaban perezosas volutas de humo sobre los restos de Vasques Tohor.
Mordisqueando una brizna de hierba, Rhialto reflexionó sobre su situación. Las circunstancias no eran óptimas, pese a que el Perciplex había sido localizado con mayor o menor exactitud. Osherl podía ser considerado como un pobre aliado, hosco e indiferente. ¿Ildefonse? Sus intereses se acercaban más a los de Rhialto que a los del traidor Hache-Moncour. Sin embargo, Ildefonse era conocido por sus tendencias hacia la flexibilidad y el oportunismo. Como Preceptor, Ildefonse, aún sin ayuda del chug, podía forzar a Sarsem a corregir su conducta; en líneas generales, sin embargo, y tomándolo todo en consideración, Sarsem era de menos confianza aún que Osherl.
Rhialto se llevó el pleurmalión a los ojos, y como antes tomó nota del punto azul oscuro que flotaba sobre Luid Shug. Rhialto dejó a un lado el pleurmalión y llamó a Osherl fuera de su cáscara de nuez.
Osherl se dejó ver como un enano de poco más de un metro de altura, de piel azul y pelo verde. Su voz era meticulosamente educada cuando habló.
—¡Mis saludos, Rhialto! ¡Si miro a mi alrededor, descubro un excelente y agradable día en este decimosexto eón! El aire hormiguea en la piel con un vigor característico. Mordisqueas una brizna de hierba como un granjero ocioso; me complace descubrir que estás gozando de la época y el lugar.
Rhialto ignoró sus bromas.
—Sigo sin tener el Perciplex, y tú y Sarsem compartís la culpabilidad por este hecho.
El enano rió en silencio y se peinó el sedoso pelo verde con unos dedos azulados.
—¡Mi querido amigo! ¡Esta forma de expresarse no es propia de ti!
—No importa —dijo Rhialto—. Ve a la ciudad de allá y tráeme de vuelta el Perciplex.
El enano lanzó una alegre carcajada.
—¡Mi querido Rhialto, tus ocurrencias son soberbias! ¡La idea del pobre Osherl atrapado, arrastrado, golpeado, pisoteado, maltratado y disecado por veinte malignos dioses es un obra maestra de imaginería del absurdo!
—No estoy bromeando —dijo Rhialto—. Allá está el Perciplex; lo necesito.
Osherl tomó una hoja de hierba y la agitó en el aire para reforzar sus observaciones.
—Quizá debas replantearte tus objetivos. En muchos aspectos. el decimosexto eón es mucho más agradable que el vigesimoprimero. Masticas las briznas de hierba como si realmente hubieras nacido aquí. ¡Esta época es tuya, Rhialto! ¡Así ha sido ordenado por voces más fuertes que la tuya o la mía!
—Mi voz es lo suficientemente fuerte —dijo Rhialto —También soy amigo del chug, y distribuyo los puntos del compromiso con gran prodigalidad.
—Ese humor es mordiente —gruñó Osherl.
—¿Te niegas a entrar en Luid Shug en busca del Perciplex?
—Imposible mientras los dioses monten guardia.