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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

Rito de Cortejo (5 page)

BOOK: Rito de Cortejo
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—Llévate de aquí a este rufián. —Pero logró escapar por su cuenta—. ¿Crees que alguna vez lograremos convertirlo en un orfebre? No aprende nunca.

—Aprenderá cuando su vida esté en juego. Su única aptitud es mantenerse fuera de la marmita.

—Hoy hice unas filigranas bastante aceptables con y'Faier —rezongó Joesai. Y'Faier era un orfebre del distrito electoral de Hoemei. Según Joesai, era un hombre sospechosamente falto de los legendarios talentos amorosos, excepto, como bromeaba Noé, cuando se hallaba a solas con las damas.

—¿Dónde está Teenae? —preguntó Noé con el cabello despeinado.

—Con Hoemei.

—Entonces puedes quedarte con nosotros esta noche. Eres tan capaz como yo de enseñarle modales, y necesito tu ternura porque me siento exhausta. —Abrazó a Gaet con el beso que le había negado a Joesai.

—¡Por el Silencio de Dios! —Rugió Joesai—. Este asunto de los modales es una locura. ¡En este momento debería estar con Raimin, entrenando a mis hombres en el ataque de distracción!

Noé se volvió hacia él lentamente.

—De rodillas.

Gaet comenzó a reír.

—¡De rodillas, muchacho! —Su brazo rodeaba suavemente los hombros desnudos de Noé.

Esa noche ella durmió entre ambos, feliz por su matrimonio, triste por saber que Joesai se marcharía por una larga temporada. Le cogió de la mano mientras él dormía. Algún día no regresaría a ella. Estaría muerto... no como Gaet que jamás desafiaba al peligro, ni siquiera en los juegos del templo.

Al amanecer del tercer día pleno en la Constelación del Ogro, Joesai despertó de un sueño que le reveló la solución para sus principales problemas. Bien. Besó a la dormida Noé con una ternura algo torpe y luego a su antiguo camarada de esa guardería mortal pero sin tanta ternura. Gaet, el Embaucador del Destino, lo había llamado Sanan. Sanan, su hermano que no había sido capaz de embaucar al destino y había terminado en la mesa de la cena y en el curtidor. Joesai se sirvió pan de maíz con miel mientras consolidaba sus planes mentalmente. Entonces entró en la habitación de Hoemei sin hacer ruido y se acercó a la adormecida Teenae para susurrarle la lista de provisiones que debería reunir mientras él daba las últimas instrucciones a sus hombres.

—¿Has comprendido?

—Hmmm —Teenae se volvió hacia él y sonrió, apretando las mantas contra su cuerpo.

—No me has escuchado. Te lo anotaré.

—Está bien —dijo Hoemei, que parecía dormir pero estaba despierto—. Yo lo recordaré por ella.

Capítulo 5

¿Debemos dudar porque Dios guarda silencio? Percibe el suelo bajo tus pies. Allí está el toque de Dios. Él nos trajo aquí. Escucha la voz de un bebé cuando aprende su primera palabra. Allí está Dios hablando otra vez el idioma que El nos brindó. Cuando hayamos callado los ruidos cacofónicos de las dudas y las disputas, entonces Lo escucharemos hablar.

Primera Profetisa Njai ben-Kaiel, de su
Octavo Discurso

La Constelación del Ogro cruzó el cenit de la medianoche y fue reemplazada por el Vencedor. En el último día antes de su viaje a la costa, Joesai se escabulló por Kaiel-hontokae y, sin previo aviso, apareció en la tienda de instrumentos de Kathein. Era un viejo edificio de piedra que, para algún propósito original que no recordaba, había requerido disponer de su propio acueducto. Él nunca antes había estado allí. La tediosa artesanía experimental exigía más paciencia de la que él estaba dispuesto a brindar. El principal objetivo de la tienda era equipar a los sacerdotes con herramientas biológicas cada vez más precisas.

Si uno necesitaba un aparato para provocar el cruzamiento cromosómico, éste era fabricado por encargo. Si alguien quería un artefacto para sintetizar las cadenas genéticas, alguien se lo haría. Si uno deseaba un implemento para realizar un registro neuronal, había artífices que conocían el ritual de su fabricación.

Pero si alguien como Joesai buscaba un visor celeste de gran magnitud para realizar una investigación teológica, lo mejor que podía hacer era olvidarlo. Kathein había tratado de costearle la construcción de una lente de tamaño apropiado, pero le negaron el pedido. Según le explicó a su futuro esposo, creía que la Raza tenía miedo de explorar demasiado en los terrores del Mundo Celeste, de donde Dios había rescatado a la Raza. Joesai consideraba que la obsesión por la biología era natural en un ambiente cuyas formas de vida podrían matarte si no las comprendías bien.

—No debiste haber venido —dijo Kathein cuando lo vio en la entrada.

—¡Baba de insectos! Yo te quiero. ¡En todo caso, ya estoy aquí! ¡Espero que en su Banquete del Suicidio Ritual, Aesoe provoque diarrea a todos los invitados!

Ella lo hizo entrar, feliz de verlo.

—La llama de Getasol se habrá apagado para cuando él llegue al final de la lista de kalothi. —Allí era donde ella deseaba verlo porque sólo entonces podría ser elegido para celebrar su propio Suicidio Ritual.

Joesai rió ante su rencor.

—No estés tan segura. Es posible que alguien le arranque el pellejo mucho antes y que se ase lentamente en el horno hasta que esté demasiado seco para comerlo.

—¡Alguien puede vernos aquí!

—Busca un lugar donde podamos estar a solas.

Ella lo introdujo en una habitación contigua y cerró la puerta. Joesai se encontró junto a unas ristras de bombillas bioluminosas que proyectaban un reflejo pálido sobre unos grandes aparatos.

—Es para leer el cristal —dijo ella tocando el estuche plástico del instrumento más avanzado de los Kaiel.

—¿Lo construiste tú misma?

—¡Joesai! Lo construí con la ayuda de treinta artesanos y con todo el oro de la Mina de Huesos Secos. ¡Ni siquiera estoy segura de saber cómo funciona!

—¿Estabas en lo cieno con tu corazonada sobre el cristal?

—No —dijo ella tristemente.

—¿No guarda la Voz Congelada del Dios de los Cielos?

—Sí y no —respondió ella en forma ambigua—. ¿Has visto los argentógrafos de Su escritura?

—¡Daría mi nariz por verlos!

Ella le enseñó el único cristal intacto, cortado como un pequeño azulejo pero transparente. Cuando Joesai se dispuso a tocarlo Kathein lo retiró. Se parecía a un vidrio pero no tenía el mismo poder de refracción. La máquina oxidada que en otras épocas leía los cristales se hallaba cerca de allí, en su propio estuche protector. Unos exploradores Kaiel la habían hallado enterrada en las catacumbas de las Tumbas de los Infortunados, y en su interior se hallaba este único cristal. Durante generaciones, los Kaiel mantuvieron oculto el descubrimiento. Kathein era discípula del sacerdote que había desentrañado el funcionamiento de la máquina.

Para hacerla funcionar, el equipo de Kathein había inventado generadores de haces lumínicos y extraños dispositivos ópticos de precisión. En las últimas 300 semanas, ella había logrado más avances en la manipulación electrónica de los que se hicieran desde el descubrimiento del electrón. El aparato resultante ocupaba media habitación y en ocasiones hasta funcionaba.

—No imaginas lo difícil que resulta leer ese cristal. Existen unos 4.000 estratos, conductores y no conductores, en forma alternativa. Los estratos conductores contienen elementos que se tornan opacos en presencia del flujo de electrones. Si el ritual no es del agrado de Dios, Él responde con la oscuridad. Pero si nuestros ruegos son lo bastante serviles, sólo se sensibiliza un estrato. Hay 1.600 páginas en cada estrato. Las distintas páginas también aparecen y desaparecen, y en ocasiones todo un estrato de páginas cubre un área completa, oscureciendo nuestra visión. Podemos pasar días enteros sin llegar a Dios, y entonces, de pronto, un fragmento de cuarenta páginas aparece el tiempo suficiente para permitir leer sus argentógrafos.

—¿Y qué dicen?

Kathein le enseñó uno de una sola página, uno de los más claros. Encendió una lámpara de aceite para intensificar la luz de la habitación.

—El Dios de los Cielos murmura —dijo él mientras echaba un vistazo a la página.

—Puedes leerla.

—Es un idioma de escarabajos. Parece que uno de ellos estuvo bailando sobre la hoja con tinta en las patas.

—No. Tú
puedes
leerla. —Le señaló las marcas con entusiasmo—. Ése es el símbolo del carbono, y éste es el del hidrógeno.

—¡Que me condenen a descender en la lista! Es un mapa genético. ¡Dios mío!

—Son plantas. Hay cientos de ellas.
Plantas sagradas,
Joesai. Allí no hay nada que pertenezca a la codificación de la biología profana.

—¡Dios mío! Eso significa que existen más de Ocho Plantas Sagradas. Qué cosa tan extraña ha decidido decirnos Él.

—Eso fue lo que pensé —corroboró ella con profundo desconcierto.

—¿Nos estará indicando cómo crear nuevas Plantas Sagradas?

—¡Joesai! ¡Ni siquiera hemos sido capaces de crear una semilla de trigo!

—Es posible. Creamos a mi madre.

—Tu madre es mitad humana, y la otra mitad no existe.

—No insultes a mi madre. Ella tiene setenta y cuatro genes artificiales. ¿Cuán complicada puede ser una semilla de trigo?

—¡Dios no nos pediría que hiciésemos algo imposible!

—Dios puede pedirnos cualquier cosa. Puede reírse de nosotros o enfurecerse durante cien generaciones, si Le place.

—¡No digas eso! Si Él te escucha, jamás lograré extraer otra imagen de ese cristal.

—Déjame tratar de hablar con Él.

—No conseguirás nada. Tengo que emplear toda clase de súplicas para obtener la sutileza que requiere la lectura.

Kathein encendió una pequeña máquina a vapor unida a una rueda con alambre de cobre a la que ella llamaba bomba electrónica. Aguardó unos momentos hasta que se elevó la presión del vapor, y luego volvió a esperar hasta que la presión electrónica se estabilizó. Entonces movió unas perillas y comenzó a electrificar una de las misteriosas máquinas, más altas que Joesai. Unos diminutos filamentos internos comenzaron a tornarse rojos.

—Debemos esperar a que absorban el calor. —Al fin introdujo el cristal en la boca de la máquina y ajustó unas perillas.

El tiempo pasó. El ritual hizo que Joesai recordase un juguete de su infancia llamado «volcán», el cual consistía en hacer rodar cinco bolillas por la ladera de un volcán en miniatura, una cada vez, reteniendo cada una de ellas en la cima mientras subía la otra. Resultaba imposible pero era cautivador.

Finalmente obtuvieron una imagen clara, otra cadena de genes.

—¿Son todas así?

—Sí.

—Me gusta tu devoción por Dios, Kathein. Es una inspiración.

Ella apagó la máquina, detuvo la rueda de la bomba electrónica y apagó el fuego de la máquina a vapor. Cuando la habitación volvió a quedar en silencio, Kathein lo sujetó.

—¿Qué haremos? Tú también
me
inspiras, Joesai. Cuando Gaet piensa en grande sueña con el Valle de los Diez Mil Sepulcros. Cuando Hoemei piensa en grande sueña con administrar una Geta unificada. Cuando tú piensas en grande deseas ver cara a cara al Dios de los Cielos.

—¿De dónde piensas que ha venido?

—De un lugar muy peligroso, si Geta es realmente un refugio tal como dicen los Salmos.

Él la estrechó. Entonces, con afecto pero con cierta torpeza, deslizó un dedo por las líneas de sus cicatrices faciales.

—Eres la única persona con quien puedo hablar de estas cosas. Te adoro.

—Oh, puedes hablar con Teenae —dijo ella mientras lo apartaba—. ¡Ya lo sabes!

—Sólo si formulo mis fantasías como problemas matemáticos.

—¡Un excelente ejercicio para tu cerebro!

—Otra razón por la que adoro estar contigo es que me haces reír.

—¿Te he dicho que según hemos sabido, un grupo de o'Tghalie ha completado una medición del paralaje de la estrella Stgi, y descubrieron que su distancia es de al menos
un millón
de veces la distancia entre Geta y Getasol? —Le preguntó ella con entusiasmo—. ¡Eso es lo que deberías estar haciendo si te dejaran! ¿Comprendes lo que significa? El universo podría ser tan grande que un hombre debería viajar toda su vida a la velocidad de la luz para recorrerlo de un extremo al otro. ¡El Dios de los Cielos puede haber venido de cualquier parte!

—¡Debemos llegar a Él y hablarle!

—¿Puedes expresarte en términos de ácidos polinucleicos? —Kathein se echó a reír.

—Tú sabes de esas cosas. ¿Cómo podemos llegar a Él?

—Energía, Joesai. Hace falta más energía de la que puedas imaginar.

—Lo comentaremos cuando regrese. Te amo, Kathein. Sería capaz de matar para conservarte.

—¡No digas eso, Joesai! ¡Cállate! ¡Si violas el Código aunque sólo sea
una vez,
serás destruido por la tempestad que habrás creado en ti mismo!

—El Código fue creado por el hombre. Los sacerdotes de los distintos clanes tienen diferentes principios morales. Dios ha dejado de hablarnos para permitirnos aprender por nuestros propios medios.

—¡Escúchame Joesai! Yo creo en la tradición. Se encuentra allí por algún motivo. Es la acumulación de más sabiduría de la que el hombre puede esperar atesorar en el transcurso de su vida. No logro comprender su propósito y tú tampoco puedes hacerlo. Pero yo tengo fe. No la pongas a prueba, Joesai. ¡Te lo suplico!

—Si esta hereje posee kalothi, entonces vivirá. Eso es lo que significa el kalothi.

—¡Porquerías! ¡Ésa es la justificación por cada pecado que se ha cometido alguna vez en Geta! ¡Tú
sabes
que el kalothi puede ser revertido!

Él suspiró.

—Te prometo que seré implacable... pero no violaré ninguna regla.

—Gracias. —Kathein lo abrazó y lloró—. Estás violando una ahora mismo, al estar aquí conmigo.

—Me iré. —Su rostro estaba húmedo.

—Ten cuidado. Cuida a Teenae. ¡Y cuídate de esa hechicera de la costa!

Capítulo 6

El hombre es la semilla de donde crecerá una nueva cosecha. No importa que la tierra sea yerma. No importa que no lleguen las lluvias o que las acequias estén cubiertas de polvo. No importa que la hambruna nos deje con la piel pegada a los huesos. Los hombres, al igual que las semillas, son demasiado preciosos como para servir de alimento.

Oelita, la Dulce Hereje en
Máximas de una Transgresora

El día era hermoso para ir en busca de hierbas. Como de costumbre, Getasol se elevó rápidamente por el cielo. Su enorme horno naranja llegó hasta el mar, donde se pondría junto a la inmóvil Luna Adusta antes de que Oelita llegara de vuelta a casa. Ella no se separaba de los arrecifes que bordeaban la costa, y cada vez que escalaba una duna se detenía y dejaba caer su morral para observar el mar que tanto amaba. Vio las velas de un barco mercante Mnankrei, y una pequeña flota de embarcaciones locales que dragaban el fondo del mar en busca de fibras y juncos. Luna Adusta se cernía a dos diámetros sobre las olas, medio llena, indicándole que era mediodía.

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