Rito de Cortejo (4 page)

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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Rito de Cortejo
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—Aesoe está impresionado porque ella cuenta con más de doscientos amigos que le son leales.

—¡Imposible! —exclamó Joesai.

—... ¡para alguien tan feo como tú!

Sin mirarlo, Teenae acarició la mano del más alto de sus esposos.

—¿Es verdad eso? —le preguntó a Gaet—. ¿Tan sencillo le resulta convocar lealtades a esta mujer bárbara?

—No tengo motivos para dudar de Aesoe.

—Entonces la orden es lógica —dijo Teenae—. El concejo nos ha concedido el Valle de los Diez Mil Sepulcros, que se extiende hasta el Mar Njarae. Pero allí gobierna otro clan receloso de los Kaiel. Un distrito electoral de doscientos votos en ese sitio nos otorgaría poder. La lógica indica que no podemos rechazar la oferta.

—¿Renuncias a Kathein con tanta facilidad? —la aguijoneó Noé.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Teenae y se deslizaron por las cicatrices de su rostro.

—No es nada fácil.

Teenae amaba a Kathein aunque no la había visto muchas veces. Cuando una familia ya contaba con cinco personas, era difícil encontrar otra esposa que pudiese ser amada por todos y retribuirles de la misma forma. Algunas familias nunca lograban pasar de cinco. Kathein podía hacer reír a Joesai, lograba hacer hablar al taciturno Hoemei y era capaz de dominar a Gaet.

Al principio, Teenae recelaba del poder de Kathein y temía por lo que ésta pudiera hacer con la agradable dinámica de los Cinco. Poseía una de las mentes más brillantes de todo Geta. Y entonces, un día, Kathein impidió la entrada de los tres hermanos apilando muebles contra la puerta, y las tres mujeres pasaron juntas desde un mediodía hasta el siguiente abrazándose, hablando de hombres y compartiendo secretos. En la actualidad Teenae sentía que el corazón se le estrujaba de añoranza cuando pensaba en el matrimonio con la esposa-tres.

—Estás pensando —dijo Joesai mientras le apretaba la mano.

—Pienso que los Kaiel han escogido el camino del poder, y que la lógica del poder exige el autosacrificio.

—¡La vida no siempre sigue los senderos de la lógica! —Replicó Joesai—. Los lazos de la lealtad nos llevan a cruzar montañas, no a rodearlas.

Teenae retrocedió un poco ante este ataque furioso. Era la más joven de todos y aún no estaba segura de pertenecer realmente a ese extraño clan. Había sido criada para complacer a hombres que construían modelos abstractos, y que se sentían molestos si aquellos modelos debían ser modificados para adaptarse a alguna realidad. Ahora ella trataba con personas que creaban realidades.

—Yo también quiero a Kathein, pero respeto a Aesoe por ser un hombre de un raciocinio formidable.

—Su camino no es tan lógico, mi pequeño escarabajo de ojos oscuros —dijo Gaet—. Esta mujer de la costa tiene muchos amigos, es verdad, pero la mayoría poseen poco kalothi y serán comidos en la próxima hambruna. Algunos son criminales a quienes se les ha cortado la nariz, y servirán de alimento
antes
de la próxima hambruna. Ella vive en las tierras que nos han asignado, es cierto, pero ese hecho no la convierte en una ventaja. Se trata de una hereje fanática.

—¿Aesoe lo sabe? —preguntó Teenae.

—Sí, sí.

—¿Cuál es su herejía? —quiso saber Joesai, intrigado.

—Es una atea.

—¿Y qué es el Dios de los Cielos para ella?

—Una luna, como Luna Adusta o las lunas de Nika.

—En mi visor celeste no se ve como una luna. Magnificándolo cuatro veces, todavía parece un botón de bronce con una delicada filigrana. De todos modos, ella no está muy equivocada. ¿Sabrá que una luna puede ser Dios? ¿En qué otras cosas cree? ¿Salimos completamente formados de unas máquinas, allá en las Montañas de los Lamentos? —Joesai parpadeó. Los hermanos habían nacido de máquinas en las Montañas de los Lamentos, y los que habían cobrado vida de este modo solían hablar con ambigüedad de su origen inhumano.

Gaet se echó a reír.

—No. Es peor que eso. Pregona que nuestros antepasados fueron insectos.

—¡Dios mío! —Exclamó Noé—. ¡No es posible! ¡No puede creer eso!

—¿Qué insecto? —preguntó Teenae.

—El maelot.

—Es lógico. El maelot es el único insecto de cuatro patas con partes carnosas en torno a su dermatoesqueleto.

—¡Pero el maelot es demasiado pequeño! —protestó Noé.

—Los insectos más grandes se encuentran en la clase de los maelot. Los que han regresado al mar pueden llegar a ser tan grandes como tu pierna. Aunque sus aminoácidos no son los correctos. Está equivocado el código de repetición. No es lógico. Estamos más cerca de la abeja que del maelot. Incluso tenemos más puntos en común con el trigo que con el maelot.

—¿Y no hay lugar para Dios en su filosofía? —preguntó Joesai.

—No. Cita cierta evidencia de desviaciones genéticas y presiones selectivas, y luego supone que el eslabón entre nosotros y el maelot ha desaparecido porque evolucionamos de una forma caníbal del maelot, el cual se comía a su prole sin dejar ningún fósil.

—¡Qué bioquímica tan absurda! ¡Qué historia tan absurda! ¡Conocemos el día y el momento del día en que el Dios de los Cielos nos trajo aquí! —bramó el más alto de los hermanos.

—No tanto. Los cálculos radioactivos no son tan precisos.

—Yo hablo de los Salmos. Las Fases, versículo 107, línea 4.

—¿Qué versión? —lo regañó Gaet. Se detuvo, dispuesto a someter a voto la pregunta crítica—. ¿Quién está a favor de continuar con el cortejo de Kathein?

—Yo —dijo Joesai.

Las dos mujeres asintieron con la cabeza.

—¿Pero podemos desobedecer a Aesoe? —Preguntó Gaet, poniendo a prueba su resolución—. Sugiero que yo viaje a la aldea llamada Congoja y corteje a Oelita. —Guiñó un ojo a Noé—. Es posible que aprenda nuevas formas de amar.

Joesai sonrió.

—Ya conoces demasiadas, para mi desgracia y la de Hoemei. Sugiero que
yo
me introduzca en la aldea llamada Congoja. He estado pensando que Aesoe no podrá poner ningún reparo si cortejamos a esta bárbara de la costa según el Rito de las Pruebas. Ella debe ganarse su Lugar, y éste nunca es fácil para un Kaiel.

—No pondrá objeciones al Rito Mundano.

—Yo tenía en mente el Rito Mortal.

—Eso no complacerá a Aesoe. La muerte prematura es un sacrilegio si no se lleva consigo genes inferiores.

—Si el rito no la enfrenta a la posibilidad de morir, ¿cómo podrá constituir una verdadera prueba de su kalothi?

—¿Y si vive? Es posible. Aesoe asegura que su kalothi es uno de los más altos.

—¡Vamos! Eso lo ha sabido por los Stgal. ¿Quién puede tomarse en serio la estimación de kalothi que hacen ellos?
Si vive,
Gaet, será una digna esposa-tres para nosotros.

—¿Pero podrá amarnos después de que hayamos tratado de matarla? —Gaet mantuvo el rostro serio, pero la picardía brillaba en sus ojos—. Su desconfianza podría dañar la armonía de nuestro matrimonio.

—No será problema mío. Para sobrevivir tendrá que matarme.

—Tú nunca serás popular con las mujeres —suspiró Gaet.

—Algunas sólo aman a los hombres que pueden derrotar. —Los grandes ojos de Teenae brillaban—. Yo amo a Joesai porque siempre le gano cuando jugamos al juego del Kol.

—¡Pequeña larva! —Joesai besó la franja rasurada que cruzaba su cabeza—. ¡Por ese insulto te llevaré conmigo a la costa para que seas mi escudo!

—¡Bonito escudo sería! ¡Yo protegería a Oelita de tu fervor!

—¿Qué es esto? ¿El kalothi de la hereje ya la está protegiendo? Ambas debéis compartir los mismos genes bárbaros. Bien. ¡Contigo a mi lado lograré comprenderla!

Teenae se volvió hacia Gaet con desesperación.

—No habla en serio, ¿verdad?

—Sí. Debes ir con él. El Concejo nos ha asignado esos dominios, pero debemos ganárnoslos. Ni tú ni Joesai habéis pisado esas tierras aún.

Noé cogió a su esposo más alto por los bíceps y lo empujó contra el muro de piedra. Entonces alzó el rostro para hablarle.

—Incluso con la
orden
impartida por Aesoe, ¿todavía crees que nos casaremos con Kathein? —Estaba perturbada.

—¡Por supuesto que nos casaremos con Kathein! —gruñó Joesai.

Capítulo 4

Si la Muerte se encuentra frente a ti, aparenta estar atrás. Un hombre que escapa de la Muerte, corre hacia sus mismos brazos. Un hombre que se enfrenta a la Muerte, le vuelve la espalda, y mientras se encuentra allí, orgulloso de su valor, es atrapado por detrás.

La nas-Veda que se Sienta sobre Abejas, Juez de Jueces

Joesai parecía más corpulento aún subido a la pequeña banqueta en los archivos del Templo del Destino Humano, mientras copiaba el Libro Kaiel de la Muerte con la caligrafía diminuta y precisa de un hombre que había sido cirujano genético desde el momento en que aprendiera a escribir. Un sol rojizo se reflejaba en los espejos curvos que rodeaban las ventanas talladas en la piedra. Al atardecer continuó trabajando mientras las sombras avanzaban, pero finalmente cerró los libros puesto que no deseaba seguir a la luz de la lámpara. La noche lo encontró deambulando por la ciudad; memorizaba lo que había copiado. Acompañaba los rituales fríamente grabados con imágenes mentales de su plan de acción.

Desde que Aesoe desorganizara sus vidas, el anaranjado Getasol se había ocultado catorce veces al este de Kaiel-hontokae, marcando siete días plenos y siete días bajos, despertándolos de siete descansos. La Constelación de los Amantes había dado paso a la Constelación del Ogro, y la tarea de Joesai estaba casi concluida. Sólo necesitaba un muchacho más para completar el equipo con que atacaría a la hereje; un muchacho maduro, dispuesto a complacer, un Kaiel; joven, valiente y sagaz, alguien que no tuviese prisa, que pudiese jugar partidas con sus oponentes. También había ya elegido a un grupo de jóvenes mujeres.

En la Guardería de los Siete Santos Mártires, cenó sentado a la mesa de los Maestros, que estaba situada justo encima de los niños nacidos de máquinas; estaba mirándolos. Ellos estaban habituados a su presencia. El enseñaba allí y ellos ni siquiera le prestaban atención mientras bromeaban y se servían los alimentos humeantes. No obstante, él los evaluaba según sus necesidades, decidía a cuál premiaría con la vida tal como le ocurriera a él mismo en su infancia. Sólo uno de cada cuatro sobrevivían a la selección de la guardería, y Joesai sabía que al elegir a uno como aprendiz, lo convertiría en uno de los supervivientes.

La preselección se redujo a Eiemeni. Sí. Ese joven era rápido, leal e implacable. Él había oído decir que, una vez, Eiemeni había dado muerte a un amigo sin derramar una lágrima. Joesai se puso de pie.

—¡Eiemeni! —lo llamó, silenciando a los otros muchachos. Eiemeni se levantó—. Ven aquí. —Joesai hizo despejar la mesa y ordenó al joven que subiese a ella. Entonces le colocó un trozo de madera en la boca para que lo mordiese y extrajo sus herramientas para tallar un enigmático diseño sobre esa estoica pierna. Por la mañana, Joesai llevó al cojo Eiemeni hasta el campo de instrucción en las afueras de Kaiel-hontokae y lo entregó al entrenador del grupo, Raimin, para que lo integrase al equipo. Pocos días después se marcharían.

Joesai pasó el resto de la mañana en la ciudad, trabajando con un martillo en miniatura ante la mesa del orfebre y'Faier. Por sugerencia de Noé, su esposo adoptaría el disfraz de un orfebre ambulante, la clase de persona que no pertenecía a una casta definida. Nadie lo identificaría como Kaiel. Era una cabeza más alto que la mayoría de los de su clan, tan alto como el Ivieth que conducía las carretas pero demasiado delgado para pertenecer a los Ivieth. Su rostro era simple, con una nariz recta y larga, y los tatuajes de su cuerpo no tenían ningún diseño reconocible.

Se había decidido que Teenae no ocultaría su identidad. Ella jamás podría disimular que era una o'Tghalie, pero éstos solían vender a sus mujeres y a nadie le extrañaría ver a una siguiendo a un orfebre. Y ciertamente nadie sospecharía que fuera una Kaiel.

Provisionalmente, la familia se había dividido en dos grupos. Gaet y Hoemei cuidaban a Teenae y dormían con ella. Noé pasaba aquellos últimos días bajos con Joesai, aprovechando la ocasión para enseñar modales a su «mata de cactus». Un orfebre debía conocer todos los refinamientos de la costa. Noé le enseñó frase tras frase hasta hacerle entonar los ojos de cansancio. Lo visitó con una túnica color azafrán bordada con cuentas metálicas y piedras, confeccionada por un sastre que pertenecía a su distrito electoral. Le enseñó a atarse la faja y a sujetarse la falda para subir las escaleras.

Conteniendo la risa, ya que nada le agradaba más que hostigar a un hombre torpe, Noé se vistió con una de sus propias túnicas costeras, sujeta con complicados nudos y vueltas, y le indicó cómo desvestirla al mismo tiempo que alababa su belleza.

—Yo soy un guerrero —se lamentó él, rebelándose.

—Pero te diriges a la costa para seducir a una mujer poderosa, no para pelear. —Noé estuvo a punto de perder la compostura.

Más tarde, mientras se encontraba de rodillas con las manos entumecidas de tanto desatar nudos, Joesai alzó la vista y dejó de actuar por unos momentos.

—¿Los orfebres hacen esto?

—Por supuesto. Son muy sensuales. Pero se muestran mucho más suaves y actúan con más convicción. —Se apartó de su marido—. Espera. Volveré a vestirme y empezaremos otra vez.

La imaginación de Joesai comenzó a funcionar. Esposa-uno se situó frente a la ventana mientras el sol del atardecer araba los surcos profundos de su piel, como un campesino feliz, reacio a dejar las productivas tierras montañosas. Joesai vio el hontokae con los brotes de bayas profanas sobre sus senos, el trigo del desierto dibujado en las espirales de su vientre, el maíz sagrado en las estrías aflautadas de sus piernas. La imagen era demasiado poderosa. En un movimiento apasionado, Joesai la cogió por las muñecas con la intención de besarla, pero aunque apretó su cuerpo contra el de ella no logró apoderarse de su boca ni empujarla hacia los cojines.

—No —rió Noé—. ¡No hasta que hayas aprendido tu lección!

—¿Cómo se reproducen esos bárbaros de la costa si deben pasar por todo esto para ser amados?

Gaet, que pasaba por allí, oyó la conmoción, la réplica, el beso ahogado, la risa y la refriega. Con curiosidad, abrió la cortina de la entrada y asomó la cabeza.

—¿Quién necesita ayuda?

Noé aceptó la alianza de inmediato.

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