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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Ritos de Madurez (3 page)

BOOK: Ritos de Madurez
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—Los humanos dicen que no debería de ser gris, pero no se percatan de lo realmente diferente que es.

—No les dejes ni imaginarlo. Pueden ser peligrosos, Akin. No les muestres todo lo que puedes hacer. Pero, ahora que aún puedes…, estáte con ellos. Estudia su comportamiento. Quizá tú puedas recolectar cosas sobre ellos que nosotros no podemos. Sería malo que se perdiese algo de lo que son.

—Se te están quedando dormidas las piernas —observó Akin—. Estás cansada, deberías llevarme con Lilith.

—Dentro de un ratito.

Él se dio cuenta de que aún no quería dejarlo. No le importaba. Los humanos la veían rara: de color gris y cubierta de verrugas…, más diferente que la mayoría de las niñas nacidas de humana. Y podía oír tan bien como cualquier otro construido. Captaba cualquier susurro, le gustase o no. Y, si estaba cerca de humanos, éstos comenzaban pronto a hablar de ella: «Si ahora tiene este aspecto tan horroroso, ¿cuál tendrá después de la metamorfosis?», comentaban. Y entonces especulaban al respecto, o la compadecían, o se reían de ella. Era mejor estar unos minutos más en paz, con Akin.

Su nombre humano completo era Margita lyapo Domonkos Kaalnikanjlo. Margit. Tenía sus cuatro progenitores vivos en común con él. Sin embargo, su padre humano era Vidor Domonkos, no el fallecido Joseph. Vidor (alguna gente lo llamaba Víctor) se había trasladado a un pueblo a varios kilómetros río arriba, cuando Lilith y él se habían cansado el uno del otro. Regresaba dos o tres veces al año, para ver a Margit. No le gustaba el aspecto que tenía ella, pero la amaba. Ella había visto que así era, y Akin estaba seguro de que había leído correctamente la emoción. Él nunca había estado con el tal Vidor: durante la última visita del hombre era demasiado pequeño para tener ya contacto con extraños.

—Cuando vuelva a venir a verte Vidor, ¿le pedirás que me deje tocarle?

—¿A mi padre? ¿Y para qué?

—Quiero hallarte a ti dentro de él.

Ella se echó a reír.

—Él y yo tenemos mucho en común. No le gusta que nadie le explore: dice que no tiene necesidad de que nadie le taladre las carnes. —Dudó—. Y lo dice en serio; a mí sólo me dejó hacerlo en una ocasión. Si te encuentras con él, limítate a hablarle. En cierto modo puede ser tan peligroso como cualquier otro humano, Akin.

—¿Tu padre?

—¡Akin… todos ellos pueden serlo! ¿Es que no has explorado a ninguno? ¿No puedes notarlo? —Le ofreció una compleja imagen. La pudo comprender únicamente porque él mismo había explorado a algunos humanos. Éstos eran irresistibles, seductores, de una contradicción mortífera. Se sentía atraído hacia ellos y, sin embargo, algo le advertía en su contra. Esto lo notaba cuando tocaba en profundidad a un humano…, cuando probaba su sabor.

—Lo sé —admitió—. Pero no lo entiendo.

—Habla con Ooan. Él lo sabe y lo entiende. Y también habla con madre. Ella sabe más de lo que le gusta admitir.

—Es una humana. ¿No crees que ella también pueda ser peligrosa?

—No para nosotros. —Se puso en pie con él en brazos—. Pesas cada vez más; me alegraré cuando aprendas a caminar.

—Yo también. ¿Qué edad tenías tú cuando aprendiste a hacerlo?

—Justo el año cumplido. Ya casi te toca.

—Nueve meses.

—Sí. Es una pena que no puedas aprender a caminar tan deprisa como has aprendido a hablar. —Se lo devolvió a Lilith, quien lo alimentó y le prometió que lo llevaría al bosque con ella.

Lilith ya le daba trocitos de comida sólida, pero aún obtenía una buena parte de su alimento de la leche materna. Además, el mamar le reconfortaba. Le asustó pensar que, algún día, ella ya no le dejaría mamar. No quería hacerse tan viejo.

4

Lilith se lo echó a las espaldas dentro de un saco de tela y lo llevó a uno de los huertos del pueblo. Era uno que se hallaba a una cierta distancia del pueblo, río arriba, y a Akin le encantaba el paseo a través del bosque. Allí siempre habían nuevos sonidos, olores y vistas. A menudo, Lilith se detenía para dejarle tocar o saborear nuevas cosas o para dejarle ver y memorizar cosas mortíferas. Había descubierto que sus dedos eran lo bastante sensibles como para descubrir, al tacto, qué plantas eran peligrosas…, si es que su sentido del olfato no le había advertido por anticipado, antes de que las tocase.

—Ése es un buen talento —le había comentado Lilith cuando se lo había explicado a ella—. Al menos, no es probable que te envenenes. Pero, no obstante, ándate con cuidado con las cosas que tocas: algunas plantas hacen daño al simple contacto.

—Muéstrame cuáles son.

—Lo haré. Cuando las encontramos, limpiamos la zona de ellas, pero siempre hallan el modo de regresar. Te llevaré conmigo la próxima vez que decidamos entresacarlas.

—¿Entresacarlas significa lo mismo que limpiar la zona?

—Entresacarlas significa limpiar de un modo selectivo: sólo eliminamos las plantas con venenos que actúan al contacto.

—Ya veo. —Hizo una pausa, tratando de comprender el nuevo olor que había detectado. Luego susurró repentinamente—: Hay alguien entre nosotros y el río.

—De acuerdo. —Habían llegado al huerto. Ella se inclinó sobre una planta de mandioca e hizo ver que le costaba arrancarla, para así poder moverse de un modo casual y acabar situándose cara al río. Desde donde estaban no se podía ver el agua: había mucho terreno entre ellos y el río…, y muchos lugares en que ponerse a cubierto—. No puedo verlos, ¿puedes tú?

Ella sólo tenía sus ojos para mirar, pero sus sentidos eran más agudos que los de los humanos normales…, algo así como un intermedio entre humano y construido.

—Es un hombre. Está oculto —dijo Akin—. Es humano y extraño.

Akin olió el aroma de adrenalina en el aliento del hombre.

—Está excitado. Quizá tenga miedo.

—No tiene miedo —le dijo ella en voz baja—. No de una mujer arrancando mandioca y llevando a un bebé. Ahora lo oigo, moviéndose por detrás de ese gran nogal de cajú.

—¡Sí, también lo oigo yo! —exclamó, excitado, Akin.

El hombre había dejado de moverse. Repentinamente, dio un paso para quedar a la vista, y Akin vio que llevaba algo en las manos.

—¡Mierda! —dijo Lilith—. Arco y flechas: es un resistente.

—¿Te refieres a esos palos que lleva?

—Sí. Son armas.

—No te gires así, no puedo verle.

—Ni él a ti. ¡Mantén la cabeza baja!

Entonces, él se dio cuenta de que estaba en peligro. Los resistentes eran humanos que habían decidido vivir sin los oankali…, y, por consiguiente, sin hijos. Akin había oído decir que, de vez en cuando, robaban niños construidos, los niños construidos más parecidos a un niño humano que pudiesen hallar. Pero aquello era estúpido, porque no sabían en qué podría convertirse un niño así tras su metamorfosis. De todos modos, los oankali jamás les dejaban quedarse con los niños.

—¿Habla usted inglés? —gritó Lilith, y Akin, forcejeando por mirar por encima del hombro de ella, vio al hombre bajar su arco y flechas. Lilith prosiguió—: El inglés es el único idioma humano hablado por aquí.

A Akin le reconfortó el que ella no sonase ni oliese a asustada. Su propio miedo disminuyó.

—La he oído hablar con alguien —le dijo el hombre, en un inglés con algo de acento.

—Agárrate fuerte —susurró Lilith.

Akin aferró la tela del saco en que ella lo llevaba. Se agarró con manos y pies, deseando ser más fuerte.

—Mi pueblo no está lejos de aquí —le dijo al hombre—. Allí será usted bienvenido: alimentos, un sitio a cubierto…, pronto va a llover.

—¿Con quién estaba hablando? —exigió saber el hombre, acercándose más.

—Con mi hijo. —Ella hizo un gesto, indicando a Akin.

—¿Cómo? ¿Con el bebé?

—Sí.

El hombre se aproximó más, escrutando a Akin. Éste le devolvió la mirada, atisbando por encima del hombro de Lilith, olvidando lo que aún le quedaba de miedo a causa de la curiosidad. El hombre no llevaba camisa, tenía el pelo oscuro, estaba bien afeitado y era robusto. Su cabello era largo y le colgaba sobre las espaldas. Se lo había cortado en línea recta a lo largo de la frente. Algo en él le recordaba a Akin una imagen que había visto de Joseph. Los ojos de este hombre eran estrechos como los de Joseph, pero su piel era casi tan morena como la de Lilith.

—El chaval tiene buen aspecto —dijo—. ¿Qué hay de malo en él?

Ella se le quedó mirando.

—Nada —dijo secamente.

El hombre frunció el ceño.

—No quería ofenderla. Simplemente es que…, ¿realmente es tan saludable como parece?

—Sí.

—No había visto un bebé desde la guerra.

—Me lo había imaginado. ¿Vendrá al pueblo con nosotros? Realmente no está lejos.

—¿Y cómo es que la han permitido tener un chico?

—¿Y cómo es que a su madre le permitieron tenerle a usted?

El hombre dio el paso final hacia Lilith y, de pronto, estuvo demasiado cerca. Se puso muy tenso y trató de intimidarla con una envarada postura de irritación y sus ojos mirándola muy fijos. Akin ya había visto a los humanos hacerse esto los unos a los otros. Nunca les servía con los construidos. Y nunca había visto que sirviese con Lilith. Ésta no se movió.

—Yo soy humano —dijo el hombre—. Eso se ve. Nací antes de la guerra. No hay nada oankali en mí. Tengo padre y madre, ambos humanos, y nadie les dijo a ellos si podían tener o no hijos, cómo y cuándo los iban a tener, y de qué sexo serían esos hijos. Y, ahora, dígame: ¿Cómo es que le han permitido tener un niño?

—Pedí tenerlo. —Lilith tendió la mano, le arrancó al hombre el arco, y lo partió sobre una de sus rodillas antes de que el otro pudiera darse cuenta exactamente de lo que había pasado. Su movimiento casi había sido demasiado rápido para que Akin lo siguiera, a pesar de haberlo estado esperando. Luego, ella dijo—: Será usted bienvenido y le daremos alimento y cobijo durante tanto tiempo como desee, pero allí no permitimos armas.

El hombre se apartó de ella trastabillando.

—La confundí con una humana —murmuró—. ¡Dios mío, vaya si parece humana!

—Nací veintiséis años antes de la guerra —le informó ella—. Soy tan humana como cualquiera. Pero tengo otros hijos en el pueblo, y usted no va a llevar armas entre ellos.

Él miró el machete que colgaba del cinto de ella.

—Esto es una herramienta. No la usamos unos contra otros.

Él agitó la cabeza.

—No me importa lo que usted diga. Ése era un arco muy fuerte. Ninguna hembra humana hubiese sido capaz de arrancármelo y romperlo de ese modo.

Ella se apartó del hombre, desenfundó su machete y cortó una piña. La escogió cuidadosamente, le rebanó la mayor parte de su pinchante parte superior y luego cortó un par de piñas más.

Akin vigiló al hombre mientras Lilith colocaba las mandiocas y las piñas en su cesta. Cortó un racimo de plátanos y, una vez estuvo segura de que estaban libres de serpientes e insectos peligrosos, se la dio al hombre.

—Lleve esto. No hay peligro —le dijo—. Me alegra que llegase usted: entre los dos podremos llevar más.

Cortó varias docenas de tiras de quat, un vegetal oankali que le encantaba a Akin, y las ató en un manojo con unas lianas delgadas. También cortó unos gruesos tallos de scigee, algo que habían logrado los oankali a partir de una planta terrestre mutada en la guerra. Los humanos decían que tenía el sabor y la textura de la carne de un animal extinto, el cerdo.

Lilith ató los tallos de scigee y se colgó el manojo tras ella, justo por encima de las caderas. Movió a Akin a un lado y se colgó la cesta repleta del otro.

—¿Puedes vigilarlo sin usar los ojos? —le susurró a Akin.

—Sí —contestó éste.

—Hazlo. —Y luego le dijo al hombre en voz alta—: Venga. Es por aquí.

Caminó a lo largo del sendero que llevaba al pueblo, sin esperar a ver si el hombre la seguía. Por un momento pareció que éste se iba a quedar atrás. El estrecho sendero rodeaba un grueso árbol, y Akin lo perdió de vista. Luego hubo un reguero de sonidos: pasos apresurados, una respiración jadeante.

—¡Espere! —gritó el hombre.

Lilith se detuvo y esperó a que les alcanzase. Akin se fijó en que aún seguía llevando el manojo de plátanos. Se lo había echado al hombro izquierdo.

—¡Vigílalo! —le susurró Lilith a Akin.

El hombre se acercó, luego se detuvo y se la quedó mirando con el ceño fruncido.

—¿Qué sucede? —preguntó ella.

Él agitó la cabeza.

—No sé qué pensar de usted —confesó.

Akin la notó relajarse un poco.

—Ésta es su primera visita a un pueblo comercial, ¿no? —preguntó Lilith.

—¿Pueblo comercial? ¿Así los llaman?

—Sí, y no quiero saber cómo los llaman ustedes. Pero pase un tiempo con nosotros, y quizá acabe por aceptar nuestra definición de nosotros mismos. Porque ha venido a averiguar cosas sobre nosotros, ¿no es así?

Él suspiró.

—Supongo que si. Yo era un crío cuando empezó la guerra: aún me acuerdo de los coches, la tele, los ordenadores…, los recuerdo, pero esas cosas ya no son reales para mí. En cambio, mis padres…, lo único que quieren es volver a los tiempos de antes de la guerra. Saben, tanto como yo, que eso es imposible, pero es de lo único que hablan, lo único en lo que sueñan. Los dejé para averiguar qué otra cosa se podía hacer.

—¿Sus dos padres sobrevivieron?

—Aja. Y aún están vivos. ¡Demonios, si no parecen más viejos de lo que yo soy ahora! Aún podrían… meterse en uno de los pueblos de ustedes y tener más hijos. Pero no lo harán.

—¿Y usted, lo hará?

—No lo sé —miró a Akin—. Aún no he visto lo bastante como para decidirme.

Ella tendió la mano para tocarle el brazo en un gesto de simpatía.

Él le agarró la mano y primero la mantuvo asida, como si pensase que ella trataría de apartarla. Lilith no lo hizo. La aferró por la muñeca y examinó la mano. Al cabo de un rato la soltó.

—Humana —susurró—. Siempre he oído que uno puede saberlo por las manos; que… los otros, tienen demasiados dedos, o dedos que tienden a doblarse de un modo no humano.

—También podría averiguarlo preguntando —le dijo ella—. La gente se lo dirá sin problemas, no les importa. No es el tipo de cosa por la que nadie se moleste en mentir. Y las manos no son tan de fiar como usted cree.

—¿Puedo mirar al bebé?

—No más de cerca de lo que ya lo hace ahora.

Él inspiró profundamente.

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