Robopocalipsis (42 page)

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Authors: Daniel H. Wilson

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Robopocalipsis
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Mierda. Hace años que no veo un robot con un arma. Esos taponadores y amputadores y criadillas. El Gran Rob construyó toda clase de criaturas desagradables diseñadas para mutilarnos. No siempre nos matan; a veces simplemente nos hacen suficiente daño para que nos mantengamos alejados. El Gran Rob ha pasado los últimos años construyendo mejores ratoneras.

Pero hasta los ratones pueden aprender nuevas tretas.

Amartillo la metralleta y le doy una palmada para quitarle la escarcha. Nuestras armas y lanzallamas nos mantienen con vida, pero las verdaderas armas secretas se pasean treinta metros por detrás de
Houdini
.

El pelotón Nacidos Libres está formado por criaturas completamente distintas. El Gran Rob especializó sus armas para matar humanos. Para arrancarnos pedazos. Para agujerear nuestra piel blanda. Para hacer hablar a nuestra carne muerta. Rob encontró nuestros puntos débiles y atacó. Pero estoy pensando que tal vez se especializó demasiado.

Ya no somos todos humanos. Un par de soldados del pelotón no pueden ver su aliento en el viento. Son los que no se inmutan cuando los amputadores se acercan demasiado, los que no se vuelven perezosos después de horas de marcha. Los que no descansan ni parpadean ni hablan.

Horas más tarde llegamos al bosque de Alaska: la taiga. El sol está bajo en el horizonte, extrayendo una enfermiza luz anaranjada de cada rama de cada árbol. Marchamos con paso constante sin hacer ruido, salvo el de nuestros pasos y el de la pequeña llama azotada por el viento de Cherrah. Entorno los ojos mientras la débil luz del sol parpadea a través de las ramas de los árboles.

Todavía no lo sabemos, pero hemos llegado al infierno… y la verdad es que se ha helado.

Se oye un chisporroteo en el aire, como si se estuviera friendo beicon. A continuación, un chasquido recorre el bosque.

—¡Taponadores! —grita Carl, a treinta metros de distancia, atravesando el bosque a grandes zancadas en su caminante alto.

Ra-ta-ta-ta.

La ametralladora de Carl tartamudea, rociando el suelo de balas. Veo las largas y relucientes piernas de su caminante alto mientras brinca entre los árboles para seguir avanzando y evitar que lo alcancen.

Psshtsht. Psshtshtsht.

Cuento cinco estallidos de anclaje cuando los taponadores afianzan sus vainas en el suelo. Más vale que Carl salga cagando leches de allí ahora que los taponadores están buscando objetivos. Todos sabemos que solo hace falta uno.

—Lanza aquí una bien gorda,
Houdini
—murmura Carl por la radio.

Se oye un breve tono electrónico mientras las coordenadas del objetivo se transmiten por el aire y llegan al tanque.

Houdini
responde afirmativamente.

Mi vehículo se para dando bandazos, y los árboles se vuelven más altos a mi alrededor cuando el tanque araña se agazapa para conseguir tracción. Automáticamente, el pelotón ocupa posiciones defensivas a su alrededor, permaneciendo detrás de las patas blindadas. Nadie quiere acabar con un taponador, ni siquiera el bueno de Nueve Cero Dos.

La torreta gira varios grados a la derecha. Me tapo los oídos con los guantes. El cañón arroja una llama, y una porción de bosque estalla en un revoltijo de tierra negra y hielo vaporizado. Los estrechos árboles situados a mi alrededor tiemblan y sueltan una capa de nieve en polvo.

—Despejado —informa Carl por la radio.

Houdini
se levanta de nuevo, con los motores chirriando. El cuadrúpedo vuelve a avanzar pesadamente como si no hubiera pasado nada. Como si un foco de muerte no acabara de ser destruido.

Cherrah y yo nos miramos mientras nuestros cuerpos se balancean con cada paso de la máquina. Los dos estamos pensando lo mismo: los robots nos están poniendo a prueba. La verdadera batalla todavía no ha empezado.

Unos ruidos sordos y lejanos resuenan por el bosque como un trueno distante.

Lo mismo está ocurriendo a lo largo de kilómetros, a un lado y otro de la fila. Otros tanques araña y otros pelotones están lidiando con brotes de amputadores y taponadores. O Rob no ha hallado la forma de concentrar el ataque o no quiere hacerlo.

Me pregunto si estamos siendo arrastrados a una emboscada. En el fondo no importa. Tenemos que hacerlo. Ya hemos comprado entradas para el último baile. Y va a ser una auténtica ceremonia de gala.

A medida que transcurre la tarde, la niebla brota del suelo. La nieve y el polvo son barridos por el viento y arrojados hasta una bruma que avanza a toda velocidad, alta como un hombre. Al poco rato es tan intensa que no deja ver y zarandea a mi pelotón, fatigándolos y agobiándolos.

—Por aquí todo va bien —informa Mathilda por radio.

—¿Dónde es aquí? —pregunto.

—Archos está en una especie de antiguo terreno de perforación —dice—. Deberíais ver una torre de antena dentro de unos treinta kilómetros.

El sol flota a escasa altura en el horizonte, alejando nuestras sombras de nosotros.
Houdini
sigue avanzando mientras cae el crepúsculo. El tanque araña se eleva por encima de la densa bruma de nieve transportada por el viento. Con cada paso que da, su quitapiedras se abre paso a través de la penumbra. Cuando el sol es un punto ardiente en el horizonte, los focos externos de
Houdini
se encienden para iluminar el camino.

A lo lejos, veo que se ponen en funcionamiento los faros de los otros tanques que forman el resto de la fila.

—Mathilda, ¿cuál es nuestra situación? —pregunto.

—Todo despejado —responde ella con suavidad—. Esperad.

Al cabo de un rato, Leo se sube a la red del vientre y sujeta el armazón de su exoesqueleto a una barra metálica. Se queda allí colgado, equilibrando su arma sobre el mar de densa niebla. Estando Cherrah y yo aquí arriba y Carl en el caminante alto, solo queda el pelotón Nacidos Libres en el suelo.

De vez en cuando veo la cabeza del Arbiter, el Hoplite o el Warden mientras patrullan. Estoy seguro de que su sónar atraviesa la imperiosa niebla.

Entonces Carl dispara media ráfaga.

Ra-ta…

Una forma oscura sale de la bruma, se abalanza sobre su caminante alto y lo derriba. Carl se aleja rodando. Por un instante, veo una mantis del tamaño de una camioneta surcando el aire hacia mí, con sus afilados brazos con púas levantados y listos.
Houdini
retrocede dando sacudidas y se encabrita, dando zarpazos al aire con sus patas delanteras.

—Arrivederchi
! —grita Leo, y oigo cómo desengancha su exoesqueleto de
Houdini
.

Entonces Cherrah y yo nos vemos arrojados a la nieve compacta y la niebla. Una pata serrada se clava en la nieve a treinta centímetros de mi cara. Noto como si tuviera el brazo derecho atrapado en un torno. Me vuelvo y veo que una mano gris me ha agarrado y me doy cuenta de que Nueve Cero Dos nos está sacando a rastras a Cherrah y a mí de debajo de
Houdini
.

Los dos enormes caminantes luchan cuerpo a cuerpo por encima de nosotros. El quitapiedras de
Houdini
mantiene a raya las garras de la mantis, pero el tanque araña no es tan ágil como su ancestro. Oigo el «ra-ta-ta» de una ametralladora de gran calibre. Fragmentos de metal salen volando de la mantis, pero sigue arañando y dando zarpazos a
Houdini
como un animal feroz.

Entonces oigo un chisporroteo familiar y el tremendo estallido de tres o cuatro explosiones de anclaje cercanas. Los taponadores están aquí. Sin
Houdini
, estamos en un buen aprieto, clavados en este sitio.

—¡A cubierto! —grito.

Cherrah y Leo se lanzan detrás de un gran pino. Al juntarme con ellos, veo a Carl asomado detrás del tronco de un árbol.

—Carl —digo—. ¡Móntate y ve a pedir ayuda al pelotón Beta!

El pálido soldado vuelve a montarse elegantemente en su caminante alto. Un segundo más tarde, veo sus patas cortando la bruma al correr hacia el pelotón más próximo. Un taponador le dispara mientras avanza y oigo que acierta en una de las patas del caminante alto. Apoyo la espalda en un árbol y busco las vainas del taponador. Cuesta ver algo. Los focos me iluminan la cara desde el claro mientras la mantis y el tanque araña se enfrentan.

Houdini
está perdiendo.

La mantis abre de un tajo la red del vientre de
Houdini
, y nuestras provisiones se esparcen por el suelo como intestinos. Un viejo casco pasa rodando junto a mí y se estrella ruidosamente contra un árbol con tal fuerza que le agujerea la corteza. La luz de intención de
Houdini
emite un brillo rojo sangre a través de la niebla. Está herido, pero el cabronazo es duro.

—Mathilda —digo con voz entrecortada por la radio—. Estado. Informa.

Durante cinco segundos no obtengo respuesta. Entonces Mathilda susurra:

—No hay tiempo. Lo siento, Cormac. Estáis solos.

Cherrah se asoma detrás de la corteza de un árbol y me hace señas. El Warden 333 salta delante de ella en el mismo instante en que un taponador sale disparado hacia su posición. La babosa metálica impacta contra el Warden lo bastante fuerte para lanzar al robot humanoide por los aires. La máquina cae en la nieve con una nueva abolladura, pero por lo demás está bien. El taponador es ahora un pedazo de metal irreconocible. Creado para escarbar en la piel, su probóscide perforador está torcido y romo a causa del impacto con el metal.

Cherrah desaparece para buscar una mejor cobertura, y yo vuelvo a respirar.

Tenemos que montarnos en
Houdini
si queremos avanzar. Pero al tanque araña no le van bien las cosas. Tiene un trozo de la torreta cortado y colgando de lado. El quitapiedras está cubierto de relucientes franjas de metal allí donde las cuchillas de la mantis han atravesado la pátina de óxido y musgo. Y lo peor de todo, arrastra una pata trasera en la que la mantis ha cortado un conducto hidráulico. De la manguera salen disparados chorros abrasadores de aceite a alta presión que derriten la nieve y la convierten en un lodo grasiento.

Nueve Cero Dos sale corriendo de la niebla y salta al lomo de la mantis. Lanzando puñetazos metódicamente, empieza a atacar la pequeña joroba que se encuentra cobijada entre la peligrosa maraña de brazos serrados.

—Replegaos. Reforzad la fila —ordena Lonnie Wayne por la radio militar.

Según parece, los pelotones de tanques araña situados a nuestra derecha e izquierda también están de mierda hasta el cuello. Aquí, en el suelo, casi no puedo ver nada. Suenan más disparos de taponadores, apenas audibles bajo el ruidoso chirrido hidráulico de los motores de
Houdini
mientras combate en el claro.

El sonido me paraliza. Me acuerdo de los ojos inyectados en sangre de Jack y soy incapaz de moverme. Los árboles que me rodean son brazos duros como el acero que sobresalen del suelo nevado. El bosque es un caos de niebla arremolinada, formas oscuras y los focos de
Houdini
moviéndose frenéticamente.

Oigo un gruñido y un grito lejano cuando alguien atrapa un taponador. Estiro el cuello, pero no veo a nadie. Lo único que distingo es la luz de intención redonda y roja de
Houdini
moviéndose como un rayo entre la niebla.

Los gritos suben una octava cuando el taponador empieza a perforar. Vienen de todas partes y de ninguna. Aferro mi M4 contra el pecho, respiro entrecortadamente y escudriño el entorno en busca de mis enemigos invisibles.

Una franja de luz borrosa atraviesa la niebla a treinta metros de distancia cuando Cherrah ataca con su lanzallamas a una maraña de amputadores. Oigo el chisporroteo apagado cuando explotan en la noche.

—Cormac —grita Cherrah.

Mis piernas se desbloquean en el momento en que oigo su voz. Su seguridad significa más para mí que la mía propia. Mucho más.

Me obligo a avanzar hacia Cherrah. Por encima del hombro, veo a Nueve Cero Dos aferrándose al lomo de la mantis como una sombra mientras esta se retuerce y da zarpazos. Entonces la luz de intención de
Houdini
cambia a verde. La mantis cae al suelo, con las patas temblando.

¡Sí!

No es la primera vez que lo veo. La pesada máquina acaba de ser lobotomizada. Sus piernas todavía funcionan, pero sin órdenes concretas, se limitan a agitarse.

—¡Formad junto a
Houdini
! —grito—. ¡A formar!

Houdini
se agazapa en el claro embarrado, rodeado de terrones excavados y árboles convertidos en astillas cual cerillas. La gruesa armadura del tanque araña tiene arañazos y cortes por todas partes. Es como si alguien hubiera metido a
Houdini
en una puta licuadora.

Pero nuestro camarada todavía no está derrotado.

—Houdini
, inicia el modo de comandos. Control humano. Formación defensiva —le digo a la máquina.

Con un chirrido de sus motores sobrecalentados, la máquina se agacha, aplasta el suelo con su quitapiedras y excava un surco. A continuación, junta las patas y eleva el vientre un metro y medio. Con las extremidades encajadas unas con otras sobre un tosco hoyo de protección, el cuerpo del tanque araña forma ahora un búnker portátil.

Leo, Cherrah y yo nos metemos debajo de la maltrecha máquina, y el pelotón Nacidos Libres se aposta en la nieve a nuestro alrededor. Apoyamos los rifles en las placas blindadas de las patas y escudriñamos la oscuridad.

—¡Carl! —grito a la nieve—. ¿Carl?

No hay rastro de Carl.

Lo que queda de mi pelotón se acurruca bajo el tenue fulgor verde de la luz de intención de
Houdini
; cada uno de nosotros es consciente de que solo es el principio de una noche muy larga.

—Qué putada, lo de Carl —dice Leo—. No puedo creer que hayan pillado a Carl.

Entonces una forma oscura sale corriendo de la niebla. Avanza a toda velocidad. Los cañones de los rifles se giran para interceptarla.

—¡No disparéis! —grito.

Reconozco ese ridículo paso encorvado. Es Carl Lewandowski y está aterrado. Más que correr, se desliza. Llega adonde estamos nosotros y se lanza a la nieve debajo de
Houdini
. Sus sensores han desaparecido. Su caminante alto ha desaparecido. Su mochila ha desaparecido.

Prácticamente lo único que le queda es un rifle.

—¿Qué coño está pasando allí, Carl? ¿Dónde están tus cosas, tío? ¿Dónde están los refuerzos?

Entonces caigo en la cuenta de que Carl está llorando.

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