Robopocalipsis (43 page)

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Authors: Daniel H. Wilson

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Robopocalipsis
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—He perdido mis cosas. Lo he perdido todo. Oh, tío. Oh, no. Oh, no. Oh, no.

—Carl. Habla conmigo, colega. ¿Cuál es nuestra situación?

—Jodida. Es jodida. El pelotón Beta atravesó un enjambre de taponadores, pero no eran taponadores: eran otra cosa y empezaron a levantarse, tío. Dios mío.

Carl escudriña la nieve detrás de nosotros frenéticamente.

—Allí vienen. ¡Allí vienen, joder!

Comienza a disparar esporádicamente a la niebla. Aparecen unas formas. Son de tamaño humano y caminan. Empezamos a recibir disparos. Bocas de armas lanzan destellos en el crepúsculo.

Desarmado con un cañón hecho pedazos,
Houdini
se las ingenia girando la torreta y dirigiendo un foco a la penumbra.

—Los robots no llevan armas, Carl —dice Leo.

—¿Quién nos está disparando? —grita Cherrah.

Carl sigue sollozando.

—¿Acaso importa? —pregunto—. ¡Iluminadlos!

Todas nuestras ametralladoras disparan. La nieve sucia alrededor de
Houdini
se derrite con los cartuchos sobrecalentados de nuestras armas. Pero de la niebla salen más y más formas oscuras arrastrando los pies, sacudiéndose a causa de los impactos de las balas pero sin dejar de andar ni de disparar sobre nosotros.

Cuando se aproximan, me doy cuenta de lo que es capaz Archos.

El primer parásito que veo está montado en Alondra Nube de Hierro, que tiene el cuerpo acribillado a balazos y solo la mitad de la cara. Distingo el destello de los estrechos cables enterrados en la carne de sus brazos y sus piernas. Entonces un cartucho le revienta la barriga, y la criatura empieza a dar vueltas como una peonza. Parece que llevara una mochila de metal… con forma de escorpión.

Es como el bicho que atrapó a Tiberius, pero infinitamente peor.

Una máquina se ha metido en el cadáver de Alondra y le ha hecho levantarse de nuevo. El cuerpo de Alondra está siendo usado como escudo. La carne humana en descomposición absorbe la energía de las balas y se desmenuza, protegiendo al robot incrustado en su interior.

El Gran Rob ha aprendido a usar nuestras armas, nuestros equipos de protección y nuestra carne contra nosotros. Una vez muertos, nuestros compañeros se han convertido en armas para las máquinas. Nuestra fortaleza transformada en debilidad. Ruego a Dios que Alondra estuviera muerto antes de que esa cosa le alcanzara, pero es probable que no fuera así.

El Viejo Rob puede ser un hijo de la gran puta.

Pero al mirar las caras de mi pelotón entre los destellos de las bocas de las armas, no veo terror. Solo dientes apretados y concentración. Destruir. Matar. Sobrevivir. El Gran Rob se ha pasado de la raya con nosotros y nos ha subestimado. Todos nos hemos hecho amigos del horror. Somos viejos colegas. Y al observar cómo el cadáver de Alondra se dirige a mí arrastrando los pies, no siento nada. Solo veo un blanco enemigo.

Blancos enemigos.

Los disparos hienden el aire, arrancan la corteza de los árboles e impactan en la armadura de
Houdini
como una lluvia de plomo. Varios pelotones humanos han sido reanimados, tal vez más. Mientras tanto, una avalancha de amputadores llega a raudales de la parte de delante. Cherrah concentra el combustible del lanzallamas arrojando chorros moderados a nuestras doce en punto. Nueve Cero Dos y sus amigos hacen todo lo posible por detener a los parásitos que se acercan a nuestros flancos, moviéndose en silencio como flechas entre los árboles.

Pero los parásitos no se quedan tumbados. Los cadáveres absorben nuestras balas y sangran y se les astillan los huesos y se les cae la carne, pero los monstruos que llevan dentro los ponen de pie y los traen de vuelta. A este paso dentro de poco nos quedaremos sin munición.

Zas. Una bala se cuela debajo del tanque. El proyectil alcanza a Cherrah en la parte superior del muslo. Ella grita de dolor. Carl vuelve arrastrándose para curarle la herida. Hago una señal con la cabeza a Leo y lo dejo cubriendo nuestro flanco mientras cojo el lanzallamas de Cherrah para mantener a los amputadores a raya.

Me llevo un dedo al oído para activar la radio.

—Mathilda. Necesitamos refuerzos. ¿Hay alguien ahí?

—Estáis cerca —dice Mathilda—. Pero a partir de aquí la cosa se pone peor.

¿Peor que esto? Me dirijo a ella entre estallidos de disparos.

—No podemos conseguirlo, Mathilda. Nuestro tanque no funciona. Estamos atrapados. Si nos movemos, acabaremos… infectados.

—No todos estáis atrapados.

¿Qué quiere decir? Miro a mi alrededor y me fijo en las crispadas caras de determinación de mis compañeros de pelotón, bañadas en el fulgor rojo de la luz de intención de
Houdini
. Carl está atendiendo a Cherrah, vendándole la pierna. Al mirar hacia el claro, veo las caras lisas del Arbiter, el Warden y el Hoplite. Esas máquinas son lo único que se interpone entre nosotros y una muerte segura.

Y no están aquí atrapadas.

Cherrah gruñe, malherida. Oigo más estallidos de anclaje y me doy cuenta de que los parásitos están formando un perímetro alrededor de nosotros. Dentro de poco seremos otro pelotón de armas putrefactas luchando para Archos.

—¿Dónde está todo el mundo? —pregunta Cherrah, apretando la mandíbula.

Carl se ha puesto de nuevo a disparar a los parásitos con Leo. En mi flanco, los amputadores están cobrando ímpetu.

Miro a Cherrah y niego con la cabeza, y ella lo entiende. Cojo sus rígidos dedos con la mano libre y se los aprieto con fuerza. Estoy a punto de firmar nuestra sentencia de muerte y quiero que ella sepa que lo siento pero que es inevitable.

Hicimos una promesa.

—Nueve Cero Dos —grito a la noche—. Dale por el culo. Nosotros nos ocupamos de esto. Llévate al pelotón Nacidos Libres e id adonde está Archos. Y cuando lleguéis… jodedlo bien por mí.

Cuando por fin me armo de valor para mirar adonde Cherrah está tumbada sangrando, me llevo una sorpresa: me está sonriendo con lágrimas en los ojos.

La marcha del Ejército de Gray Horse había terminado
.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

4. Díada

Con los humanos nunca se sabe.

NUEVE CERO DOS

NUEVA GUERRA + 2 AÑOS Y 8 MESES

Mientras el ejército humano estaba siendo destruido desde dentro, un grupo de tres robots humanoides siguió adelante para enfrentarse a un peligro todavía mayor. En las siguientes páginas, Nueve Cero Dos describe cómo el pelotón Nacidos Libres forjó una insólita alianza ante unos obstáculos insalvables
.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

No digo nada. La petición de Cormac Wallace queda registrada como un suceso de probabilidad baja. Lo que los humanos llamarían una sorpresa.

Pam, pam, pam.

Agachados debajo de su tanque araña, los humanos disparan a los parásitos que agitan las extremidades de sus compañeros muertos y adoptan posiciones de ataque. Sin la protección de los nacidos libres, las probabilidades de supervivencia del pelotón Chico Listo se reducen drásticamente. Accedo al reconocimiento emocional para determinar si es una broma o una amenaza u otro tipo de afectación humana.

Con los humanos nunca se sabe.

El reconocimiento emocional analiza la cara sucia de Cormac y propone múltiples coincidencias: resolución, obstinación, valor.

—Pelotón Nacidos Libres, reuníos conmigo —transmito en robolengua.

Me alejo hacia el crepúsculo, lejos del maltrecho tanque araña y de los maltrechos humanos. Me siguen el Warden y el Hoplite. Cuando llegamos al límite forestal, aumentamos la velocidad. Los sonidos y las vibraciones de la batalla quedan atrás. Al cabo de dos minutos, los árboles disminuyen y desaparecen por completo, y llegamos a una llanura helada.

Entonces echamos a correr.

Aceleramos rápidamente a la velocidad máxima del Warden y nos dispersamos. De la llanura de hielo que tenemos detrás se elevan columnas de vapor. La tenue luz del sol parpadea entre mis piernas mientras se mueven de un lado a otro, casi tan rápido que no se ven. Nuestras sombras se alargan a través del blanco suelo agrietado.

En la lúgubre semioscuridad, cambio a la visión infrarroja. El hielo emite un brillo verde bajo mi mirada iluminada.

Mis piernas suben y bajan sin dificultad, metódicamente; los brazos se mueven de arriba abajo a modo de contrapeso, con las palmas planas. Cortando el aire. Mantengo la cabeza totalmente inmóvil, con la frente baja y la visión binocular apuntando al terreno.

Cuando llegue el peligro, será repentino y feroz.

—Separaos cincuenta metros. Mantened la distancia —digo por la radio local.

Sin reducir la marcha, Warden y Hoplite se separan a mis costados. Atravesamos la llanura en tres líneas paralelas.

Correr tan rápido ya es de por sí peligroso. Concedo control prioritario a la evasión refleja simple. La superficie agrietada del hielo se ve borrosa bajo mis pies. Los procesos de bajo nivel tienen todo el control de la situación: no hay tiempo para pensar. Salto un montón de rocas desprendidas en las que no podría haber reparado ningún hilo de pensamiento.

Mientras mi cuerpo está en el aire, oigo el viento silbando a través del revestimiento de mi pecho y noto el frío que elimina el calor de escape. Es un sonido tranquilizador que no tarda en verse interrumpido por el ruido de mis pies al caer a toda velocidad. Nuestras piernas se mueven de forma intermitente como agujas de máquinas de coser, acortando la distancia.

El hielo está demasiado vacío. Demasiado silencioso. La torre de antena aparece en el horizonte; nuestro objetivo ya es visible.

Nuestro destino está a dos kilómetros y se aproxima rápido.

—Solicitud de estado —pregunto.

—Nominal —responden brevemente Hoplite y Warden.

Están concentrados en la locomoción. Estas son las últimas comunicaciones que tendré con el pelotón Nacidos Libres.

Los misiles llegan a la vez.

Hoplite los ve primero. Orienta su cara hacia el cielo justo antes de morir y transmite a medias una advertencia. Yo viro inmediatamente. Warden es demasiado lento para desviarse. La transmisión de Hoplite se interrumpe. Warden se ve engullido por una columna de llamas y cascotes. Las dos máquinas se desconectan antes de que las ondas sonoras me alcancen.

Detonación.

El hielo estalla a mi alrededor. Los sensores inerciales se desconectan mientras mi cuerpo se retuerce a través del aire. La fuerza centrípeta me lanza volando y agitando las extremidades, pero mi diagnóstico interno de bajo nivel sigue recabando información: cubierta intacta, temperatura interna excesiva pero disminuyendo rápidamente, amortiguador de la pierna derecha partido en la parte superior del muslo. Girando a cincuenta revoluciones por segundo.

Recomienda replegar las extremidades para el impacto.

Mi cuerpo se estrella contra el suelo, abre un agujero en la roca helada y rueda de lado por el suelo. La odometría calcula que me faltan cincuenta metros para parar del todo. El ataque ha terminado con la misma rapidez con que comenzó.

Desenrosco mi cuerpo. El hilo de pensamiento ejecutivo recibe una notificación de diagnóstico prioritaria: el paquete de sensores craneales está dañado. Mi cara ha desaparecido. Hecha pedazos por la explosión y luego maltratada por el hielo afilado. Archos ha aprendido rápido. Sabe que no soy humano y ha modificado su ataque.

Aquí tumbado y expuesto en el hielo, estoy ciego, sordo y solo. Como al principio, todo es oscuridad.

Las probabilidades de supervivencia se reducen a cero.

—Levántate —dice una voz en mi mente.

—Consulta. Identifícate —digo por radio.

—Me llamo Mathilda
—responde
—. Quiero ayudarte. No hay tiempo
.

No lo entiendo. El protocolo de comunicación no se parece a ningún contenido de mi biblioteca, ya sea de máquinas o de humanos. Es un híbrido de robolengua e idioma de los humanos.

—Consulta. ¿Eres humano? —pregunto.

—Escucha. Concéntrate
—insiste la voz.

Y mi oscuridad se enciende con información. Un mapa topográfico tomado por satélite se superpone a mi visión, extendiéndose hasta el horizonte y más allá. Mis sensores internos dibujan una imagen estimada de mi aspecto. Procesos internos como el diagnóstico y la propiocepción siguen conectados. Levanto el brazo y veo su representación virtual en tonos apagados y sin detalles. Al alzar la vista, veo una línea de puntos que atraviesa el cielo azul intenso.

—Consulta. ¿Qué son los puntos…? —pregunto.

—Un misil que se acerca
—dice la voz.

Vuelto a estar de pie y corriendo en 1,3 segundos. No puedo alcanzar la máxima velocidad debido al amortiguador roto de la pierna, pero me puedo mover.

—Arbiter, acelera a treinta kilómetros por hora. Activa el alcance local del sónar. No es gran cosa, pero mejor eso que estar ciego. Sígueme
.

No sé quién es Mathilda, pero los datos que descarga en mi cabeza me están salvando la vida. Mi conciencia se ha expandido más allá de todo lo que jamás he conocido o experimentado. Oigo sus instrucciones.

Y corro.

Mi sónar tiene poco nivel de detalle, pero las ondas acústicas no tardan en detectar una formación rocosa que no forma parte de la imagen por satélite proporcionada por Mathilda. Sin vista, las rocas me resultan casi invisibles. Salto el afloramiento un instante antes de estrellarme contra él.

Al caer, trastabillo y estoy a punto de caerme. Me tambaleo, abro un agujero en el hielo con el pie derecho, pero me equilibro y recupero el ritmo.

—Arregla esa pierna. Mantén el paso a veinte kilómetros por hora
.

Sin dejar de mover las piernas arriba y abajo, alargo la mano derecha y saco del juego de herramientas que llevo en la cadera un soplete de plasma del tamaño de un lápiz de labios. Cada vez que la rodilla derecha se eleva al dar una zancada, rocío el amortiguador con un preciso chorro de calor. El soldador se enciende y se apaga de forma intermitente como el código Morse. Al cabo de sesenta pasos, el amortiguador está reparado y la soldadura reciente se está enfriando.

La línea de puntos del cielo se dirige hacia mi posición. Se curva engañosamente en lo alto, siguiendo un rumbo de colisión con mi trayectoria actual.

—Gira veinte grados a la derecha. Aumenta la velocidad a cuarenta kilómetros por hora y mantenla seis segundos. Luego ejecuta una parada completa y quédate tumbado en el suelo
.

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