Robots e imperio (39 page)

Read Robots e imperio Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
6.68Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y no le hizo el menor daño. Lo vi inmediatamente. Me respondió con perfecta claridad y, por lo menos me lo pareció, fue mucho más rápido y más inteligente que antes. Lo encontré más atractivo y más entrañable que nunca.

Me sentía encantada y nerviosa a la vez. Lo que había hecho, modificando a Giskard sin el permiso de Fastolfe, era estrictamente contrario a las órdenes que había establecido para mí, y lo sabía de sobra. Cuando modifiqué el cerebro de Giskard, me justifiqué diciéndome que sería sólo por poco tiempo y que luego neutralizaría la modificación. Pero una vez hecha ésta, comprendí claramente que no la neutralizaría. No, no lo haría. En realidad, no volví a modificar a Giskard por temor a desbaratar lo que acababa de hacer. , . Ni tampoco dije nunca a Fastolfe lo que había inventado y Fastolfe jamás descubrió que Giskard había sido modificado sin su consentimiento. ¡Jamás!

Después, Fastolfe y yo nos separamos, y no quiso desprenderse de Giskard. Grité que era mío y que le quería, pero la gran bondad de Fastolfe, de la que presumió toda su vida... eso de amar todas las cosas, grandes y pequeñas, nunca se cruzó en el camino de dr satisfacción a mis deseos. Recibí otros robots que no me importaban, pero él se quedó con Giskard. Y cuando murió, dejó Giskard a la mujer solariana, ¡un último y amargo bofetón para mí!

Amadiro consiguió solamente comer la mitad de la 
mousse
 de salmón.

–Si todo lo que me has contado es para defender tu caso de conseguir la transferencia de la propiedad de Giskard, de la mujer Solaria a ti, no va a servirte para nada. Ya te he explicado por qué no puedo ignorar el testamento de Fastolfe.

–Hay más que eso, Kelden, mucho más. Infinitamente más. ¿Desea que deje de hablar?

Amadiro estiró los labios en una sonrisa forzada, y accedió:

–Habiendo escuchado hasta aquí, voy a hacerme el loco y escuchar algo más.

–Sería loco de verdad si no lo hiciera, porque ahora he llegado al grano... Jamás he dejado de pensar en Giskard, en la crueldad y en la injusticia que se hizo privándome de él, pero no volví a pensar en el esquema que me había servido para modificarle sin que nadie se enterara. Estoy completamente segura de que no hubiera podido reproducirlo, de haberlo intentado, y, por lo que recuerdo, no se parecía a nada de lo que he ido viendo en robótica, hasta que..., hasta que, fugazmente, vi algo parecido durante mi estancia en Solaria.

El esquema solario me pareció familiar, pero sin saber por qué. Me llevó unas semanas de pensar intensamente hasta que saqué de algún lugar escondido en mi subconsciente la vaga idea del esquema que había soñado y sacado de la nada veinticinco décadas atrás. Y aunque no puedo recordarlo xon exactitud, sé que el esquema solario era como un reflejo del mío y nada más. Era sólo la más escueta sugerencia de algo que yo había captado de su milagrosa y compleja simetría. Pero estudié el esquema solario con la experiencia ganada en veinticinco décadas de inmersión en teoría robótica y me sugirió telepatía. Si aquel esquema sencillo, poco interesante, me lo sugería, ¿qué debió ser mi original, lo que inventé de niña y que nunca más recobré?

Amadiro le recordó:

–No dejas de decirme que estamos llegando al grano, Vasilia. Pero ¿Me tendrías por poco razonable si te pidiera que dejaras de lamentarte y de recordar, y me dijeras por fin en pocas y claras palabras de qué se trata?

–Con sumo gusto. Lo que le estoy diciendo, Kelden, es que sin yo saberlo, convertí a Giskard en un robot telepático y que lo ha sido desde entonces.

54

Amadiro miró largamente a Vasilia y, como la historia parecía haber terminado, volvió a su 
mousse
 de salmón y comió pensativo. De pronto exclamó:

–¡Imposible! ¿Me tomas por idiota?

–Le tomo por un fracasado. Ni digo que Giskard pueda leer las conversaciones en las mentes, ni que pueda transmitir y recibir palabras o ideas. Quizás eso sea imposible, incluso en teoría. Pero estoy completamente segura de que puede detectar emociones y el fluir de la actividad mental y tal vez incluso modificarla.

Amadiro sacudió violentamente la cabeza.

–¡Imposible!

–¿Imposible? Piense un poco. Veinte décadas atrás, cuando usted casi había logrado su propósito, Fastolfe estaba en sus manos y el Presidente Horder era su aliado. ¿Y qué ocurrió? ¿Por qué salió todo mal?

–El enviado de la Tierra... –empezó a decir Amadiro, atragantándose.

–¡El hombre de la Tierra! –repitió Vasilia, burlona–. El hombre de la Tierra. ¿O fue la mujer solariana? ¡Ni uno ni otro. Ninguno de los dos! ¡Fue Giskard, que estuvo allí todo el tiempo percibiendo, ajustando!

–¿Por qué iba a interesarse? No es más que un robot.

–Un robot leal a su dueño, a Fastolfe. Por la primera ley tenía que procurar que a Fastolfe no le ocurriera nada y, siendo telepático, no podía interpretar eso simplemente como daño físico. Sabía que si Fastolfe no se salía con la suya, no podía fomentar la colonización de los mundos habitables de la Galaxia, sufriría una profunda decepción... y eso, en el mundo telepático de Giskard, sólo podía significar "daño". No podía permitir que ocurriera, e intervino para evitarlo.

–No, no, no –protestó Amadiro disgustado–. Quieres que sea así por un deseo loco y romántico, pero no fue así. Recuerdo perfectamente lo que ocurrió. Fue el terrícola. No hace falta ningún robot telepático para explicar los acontecimientos.

–Y, desde entonces, ¿qué ha ocurrido, Kelden? –preguntó Vasilia–. ¿En veinte décadas ha conseguido alguna vez ganar a Fastolfe? Con todo a su favor, con el claro fracaso de la política de Fastolfe, ¿ha podido alguna vez disponer de la mayoría en el Consejo? ¿Ha podido alguna vez modificar la opinión del Presidente y conseguir poseer verdadero poder? ¿Cómo explica eso, Kelden? En esas veinte décadas el hombre de la Tierra no ha estado en Aurora. Lleva muerto más de dieciséis décadas, porque su breve vida sólo duró cerca de ocho décadas. Sin embargo, usted sigue fracasando... El suyo es un ininterrumpido récord de fracasos. Incluso ahora que Fastolfe está muerto, no ha conseguido aprovecharse satisfactoriamente de los restos de su coalición, ¿o encuentra que el éxito sigue eludiéndole?

¿Qué le queda? El hombre de la Tierra ha desaparecido. Fastolfe ha muerto. Giskard es el que ha trabajado en contra de usted todo este tiempo... y Giskard permanece. Ahora es leal a la mujer solariana, como lo fue a Fastolfe. La mujer solaria no siente el menor afecto por usted, creo.

El rostro de Amadiro se contrajo, presa de rabia y frustración.

–No es verdad. Nada de eso es así. Estás imaginando las cosas.

Vasilia permaneció imperturbable.

–No imagino nada. Explico las cosas. Le he explicado cosas que usted no ha podido explicarse. ¿O tiene una explicación alternativa? Yo puedo proporcionarle el remedio. Transfiera la propiedad de Giskard, de la mujer solariana a mí y, de pronto, los acontecimientos empezarán a virar en beneficio suyo.

–No –dijo Amadiro–, ya están virando a mi favor.

–Puede creerlo, pero no es así, mientras Giskard trabaje en contra de usted. Por mucho que se acerque al final ganador, por muy seguro que esté de la victoria, todo se desvanecerá mientras no tenga a Giskard de su parte. Esto ocurrió hace veinte décadas y ocurrirá ahora.

El rostro de Amadiro se aclaró de pronto:

–Pensándolo bien, aunque no tenga a Giskard ni tú tampoco, no importa, puedo demostrarte que Giskard no es telepático. Si lo fuera, si poseyera la habilidad de arreglar las cosas a su gusto, o a gusto del ser humano que lo posee, ¿por qué permitió que se llevara la mujer solariana a lo que probablemente será su muerte?

–¿Su muerte? ¿De qué está hablando, Kelden?

–¿Sabes, Vasilia, que dos naves colonizadoras fueron destruidas en Solaria? ¿O no has hecho otra cosa, últimamente, que soñar en esquemas y en los brillantes días de tu infancia en que modificabas tu robot preferido?

–El sarcasmo no le sienta bien, Kelden. Me he enterado de lo de las naves por las noticias. ¿Que hay de ellas?

–Ha salido una tercera nave colonizadora para investigar. Puede ser igualmente destruida.

–Posiblemente, Pero también puede tomar precauciones.

–Las tomó. Reclamó y recibió a la mujer solariana, con la idea de que, conociendo bien el planeta, podría ayudarles a evitar la destrucción.

–No es fácil, dado que lleva veinte décadas fuera.

–Efectivamente. Lo previsible, pues,es que muera con ellos. Para mí, personalmente, no significaría nada. Me encantaría saber que ha muerto ya, y creo que a tí también. Pero dejando de lado nuestras preferencias, nos proporcionaría un buen motivo para quejamos a los mundos colonizados y para ellos sería difícil explicar que la destrucción de las naves fuera un acto deliberado por parte de Aurora. ¿Íbamos a destruir a uno de los nuestros...? La cuestión es, Vasilia, ¿por qué Giskard, si dispone de los poderes que tú pretendes que posee..., y la lealtad..., permitiría que la mujer solariana se ofreciera voluntariamente a ser llevada a lo que probablemente será su muerte?

Vasilia mostró su estupefacción:

–¿Y fue por propia voluntad?

–Absolutamente. Fue por su propia voluntad. Habría sido políticamente imposible forzarla a hacerlo contra su voluntad.

–Pero no comprendo...

–No hay nada que comprender, excepto que Giskard es un simple robot.

Por unos instantes Vasilia permaneció quieta en su sitio, con una mano apoyada en la barbilla. Luego dijo, pensativa:

–No se permiten robots en los mundos colonizados, ni en sus naves. Eso quiere decir que marchó sola. Sin robots.

–Pues, no. Tuvieron que aceptar sus robots personales si querían que fuera voluntariamente. Se llevaron a aquella imitación de hombre, el robot Daneel, y el otro fue –hizo una pausa y pronunció el nombre entre dientes– ...Giskard. ¿Quién si no? Así que ese milagroso robot de tu fantasía va también camino de su destrucción. Ya no podría...

Calló.

Vasilia se puso en pie, con los ojos echando chispas y el rostro enrojecido:

–¿Quiere decir que Giskard fue con ella? ¿Ha salido de este mundo y va en una nave colonizadora? Kelden, puede que nos haya arruinado a todos.

55

Ni uno ni otro terminaron la cena.

Vasilia salió rápidamente del comedor y desapareció en el reservado. Amadiro, esforzándose por permanecer fríamente lógico, le gritó a través de la puerta cerrada, sabiendo que dañaba su propia dignidad personal haciéndolo. Insistió:

–Es una prueba tanto más definitiva de que Giskard no es más que un simple robot. ¿Por qué iba a estar dispuesto a ir a Solaria a enfrentarse con la destrucción, como su dueña?

De repente cesó el ruido del agua y el chapoteo. Vasilia salió con el rostro recién lavado y casi petrificado en su esfuerzo por parecer tranquila. Dijo:

–No comprende nada, ¿verdad? Me asombra, Kelden. Piense bien, Giskard no puede correr peligro nunca mientras pueda influir en las mentes humanas. Ni tampoco la mujer solariana mientras Giskard cuide de ella El colono que la llevó debe de haber descubierto, al interrogarla, que llevaba veinte décadas fuera de Solaria, así que realmente no puede continuar creyendo que va a servirle de mucho. Con ella se llevó a Giskard, pero tampoco sabía que éste podía servirle... ¿O pudo saberlo?

Reflexionó y luego musitó:

–No, no hay forma de que lo supiera. Si en más de veinte décadas nadie ha descubierto que Giskard posee habilidades mentales, es que Giskard está claramente interesado en que nadie lo descubra... y, si es así, nadie ha podido hacerlo.

–Tú pretendes haberlo descubierto –observó Amadiro, rabioso.

–Yo poseía un conocimiento especial, Kelden, e incluso hasta ahora no me he dado cuenta de lo que es obvio... y solamente por la sugerencia de Solaria. Giskard debe de haber oscurecido también mi mente a este respecto, o lo hubiera visto antes. Me pregunto si Fastolfe sabía...

–Es más fácil aceptar que Giskard es simplemente un robot.

–Va usted directamente a la ruina, Kelden, pero no creo que yo se lo vaya a permitir, por mucho que lo desee... En resumen, el colono vino en busca de la mujer solariana y se la llevó, incluso después de saber que le serviría de poco... o de nada. Y la mujer solariana se fue voluntariamente, aun temiendo viajar en una nave colonizadora con unos bárbaros contagiosos..., y pese a que su destrucción en Solaria debió de parecerle una posible consecuencia.

Se me ocurre que todo esto es obra de Giskard, que obligó al colono a reclamar a la mujer solariana, en contra de toda razón, y obligó a la mujer a acceder a la petición también contra toda razón.

–Pero, ¿por qué? – preguntó Amadiro–, ¿Puedo formular esta sencilla pregunta? ¿Por qué?

–Supongo, Kelden, que Giskard sintió que era importante alejarse de Aurora. ¿Adivinó que estaba a punto de descubrir su secreto? De ser así, puede no haber estado seguro de su actual habilidad para manejarme. Después de todo, soy una robotista muy experta. Además, recordaría que en un tiempo fue mío, y un robot no ignora fácilmente a lo que le obliga su lealtad. Quizás el único modo que le pareció adecuado para mantener a salvo a la mujer solariana, fue alejarse de mi influencia.

Miró a Amadiro y añadió con firmeza:

–Kelden, debemos hacerle regresar. No permitamos promocionar la causa colonizadora desde el puerto seguro de un mundo colonizador. Ya ha hecho bastante daño entre nosotros. Hagámosle volver, y usted debe hacerme su propietaria legal. Le aseguro que soy capaz de manejarlo, y de hacerlo trabajar para nosotros. Recuerde: ¡Soy la única que puede manejarlo!

–No veo ninguna razón de preocupamos. En ei caso probable de que sea un mero robot, será destruido en Solaria y nos desharemos tanto de él como de la mujer. En el caso improbable de que sea lo que tú dices que es, no será destruido en Solaria y tendrá que regresar a Aurora. Después de todo, la mujer solariana, aunque no es aurorana de nacimiento, ha vivido demasiado tiempo en Aurora para ser capaz de afrontar la vida entre los bárbaros... Cuando insista en regresar a la civilización, Giskard no tendrá otra alternativa que regresar con ella.

–Después de todo, Kelden, ¿no comprende aún las habilidades de Giskard? Si cree que es importante permanecer alejado de Aurora, fácilmente adaptará las emociones de la mujer solariana de modo que soporte la vida en un mundo colonizado, lo mismo que la hizo ofrecerse voluntaria para subir a una nave colonizadora.

Other books

Recoil by Andy McNab
Ante Mortem by Jodi Lee, ed.
Skeen's Return by Clayton, Jo;
Lost World by Kate L. Mary
Once Upon A Highland Legend by Tanya Anne Crosby
Wild Flame by Donna Grant
El caldero mágico by Lloyd Alexander
Backyard by Norman Draper