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Authors: Maj Sjöwall,Per Wahlöö

Roseanna (23 page)

BOOK: Roseanna
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En casa, su mujer se quejó porque parecía ausente, pero no le prestó atención y se le escaparon sus palabras.

Al tomar el café a la mañana siguiente, ella le preguntó:

—¿Libras entre Navidad y Nochevieja?

No sucedió nada hasta las cuatro y cuarto, hora en que Kollberg irrumpió ruidosamente exclamando:

—Creo que he encontrado a alguien que puede valer.

—¿Del cuerpo?

—Trabaja en Bergsgatan. Viene mañana a las nueve y media. Si está por la labor, Hammar podrá hacer gestiones para que nos la dejen.

—¿Cómo es?

—Me dio la impresión de que se parecía a Roseanna de alguna manera. Tiene mejor tipo, es un poco más guapa y seguramente más lista.

—¿Sabe algo?

—Lleva un par de años en el cuerpo. Una chica tranquila que vale mucho. Sana y fuerte.

—¿Cómo es que sabes tanto de ella?

—Apenas la conozco.

—¿Y no está casada?

Kollberg sacó un papel escrito a máquina del bolsillo interior de su americana.

—Aquí está todo lo que necesitas saber. Ahora me voy a comprar regalos de Navidad.

Los regalos, recordó Martin Beck mirando el reloj, las cuatro y media.

Preso de un repentino impulso, se acercó el teléfono y llamó a la mujer de Bodal.

—Ah, es usted. Por favor...

—¿Le llamo en mal momento?

—No..., mi marido no llega a casa hasta las seis menos cuarto.

—Sólo una pregunta. ¿Le dio algo al hombre del que hablamos ayer? Quiero decir, algún regalo, un recuerdo o algo así.

—No, regalos no. No nos hicimos nunca regalos. Sabe usted...

—¿Era tacaño?

—Más bien yo diría que era austero. Yo también lo soy. Lo único...

Silencio. Casi pudo percibir cómo se sonrojaba.

—¿Le dio usted algo?

—Un... pequeño amuleto... Sólo una baratija...

—¿Cuándo se lo dio?

—Cuando nos despedimos... Le gustaba... Yo lo llevaba casi siempre puesto.

—¿Él se lo quitó?

—Sí, pero no me importó. Siempre nos gusta guardar recuerdos..., incluso..., de todo, quiero decir...

—Muchas gracias. Adiós.

Telefoneó a Ahlberg.

—He comentado el asunto con Larsson y con el fiscal de la ciudad. El fiscal provincial está enfermo.

—¿Qué te han dicho?

—Que adelante. Se han dado cuenta de que no hay ningún otro camino. Es cierto que no parece muy ortodoxo, pero...

—Se ha hecho otras veces, aquí en Suecia también. Lo que pienso proponerte ahora resulta considerablemente menos ortodoxo aún.

—Suena interesante.

—Redacta un comunicado de prensa donde quede claro que el asesinato está a punto de resolverse.

—¿Ahora?

—Sí, enseguida. Hoy mismo. ¿Entiendes lo que digo?

—Sí, un extranjero.

—Eso es. Más o menos de este estilo: «Según nuestra información, una persona en busca y captura por la Interpol acusada del asesinato de Roseanna McGraw, ha sido detenida por la policía estadounidense».

—¿Y hemos sabido siempre que el culpable no se encontraba en Suecia?

—Por ejemplo. Lo importante es que sea rápido.

—Entiendo.

—Luego vente para acá.

—¿Enseguida?

—Cuanto antes.

Un mensajero entró en el despacho. Martin Beck sujetó el auricular del teléfono con el hombro izquierdo y abrió el telegrama al instante. Era de Kafka.

—¿Qué pone? —preguntó Ahlberg.

—Sólo tres palabras: «Tendedle una trampa».

Capítulo 26

La verdad era que la agente de policía Sonja Hansson tenía cierto parecido con Roseanna McGraw. Kollberg llevaba razón.

Estaba sentada en el sillón de visitas de Martin Beck con las manos cruzadas sobre las rodillas, observándole con una mirada gris y tranquila. De pelo oscuro, peinado liso y flequillo cayéndole suavemente sobre la ceja izquierda. Su rostro era fresco y abierto, y no parecía usar maquillaje. No aparentaba más de veinte años, aunque Martin Beck sabía que tenía veinticinco.

—Ante todo debes saber que esto es voluntario —dijo—. O sea, puedes negarte si quieres. Te hemos elegido para esta misión porque cuentas con las mejores condiciones para llevarla a cabo con éxito. Primero por tu aspecto físico.

La chica del sillón se apartó el flequillo de la frente mirándolo inquisitivamente.

—Segundo —siguió Martin Beck—, vives en el centro y no estás casada ni convives con una pareja, como se suele decir hoy en día, ¿verdad?

Sonja Hansson negó con la cabeza.

—Espero poder ayudarle —dijo—. Pero ¿qué pasa con mi aspecto físico?

—¿Te acuerdas de Roseanna McGraw, la mujer de Estados Unidos que fue asesinada en el Canal de Gota el verano pasado?

—Claro que sí. Trabajo en la sección de mujeres desaparecidas y estuve con ese caso durante un tiempo.

—Sabemos quién lo hizo y se encuentra aquí, en la ciudad. Le he interrogado, admite haber estado en el barco cuando ocurrió y que la conocía, pero asegura que ni siquiera se enteró del asesinato.

—¿No le resulta inverosímil? Quiero decir, se escribió tanto sobre el caso en la prensa...

—Afirma que no lee los periódicos. No conseguimos llegar a nada con él, da la impresión de ser completamente franco y parece contestar con sinceridad a todas las preguntas. Así que no pudimos retenerle y dejamos de seguirlo. Nuestra única oportunidad es que lo vuelva a intentar, y aquí entras tú. Si estás por la labor y crees que puedes... Vas a convertirte en su próxima víctima.

—¡Qué bien! —exclamó Soma Hansson mientras buscaba un cigarrillo en el bolsillo de la chaqueta.

—Te pareces bastante a Roseanna y queremos que sirvas de anzuelo. Lo haremos de la siguiente manera: él trabaja de encargado en las oficinas de una empresa de transporte en Smålandsgatan. Irás allí y contratarás un porte, coquetea con él y asegúrate de que se queda con tu dirección y número de teléfono. Intenta despertar su interés. Luego sólo podremos esperar confiados.

—¿Pero le habéis interrogado? ¿No estará alerta?

—Hemos publicado unos comunicados para tranquilizarlo.

—O sea, ¿debo ligármelo? ¿Como diablos voy a hacer eso? ¿Y si lo consigo?

—Entonces no tienes por qué temer nada. Estaremos cerca en todo momento. Pero primero estudia cada detalle del caso. Examina todo el material que hemos reunido. Es importante. Tienes que ser Roseanna McGraw. Quiero decir, parecerte a ella.

—Es cierto que hacía teatro en el cole, pero sólo papeles de angelito o de seta.

—Bueno, si es así seguro que te saldrá bien.

Martin Beck permaneció callado unos segundos. Después añadió:

—Es nuestra única oportunidad. Él sólo necesita un estímulo y nosotros vamos a dárselo.

—De acuerdo, lo intentaré. Espero conseguirlo. No va a ser fácil.

—Ponte a repasarlo todo, informes, películas, actas de las declaraciones, cartas, fotografías. Luego hablaremos otra vez.

—¿Ahora?

—Sí. Hoy. Hammar se encargará de los trámites de tu traslado de Bergsgatan hasta que todo haya acabado. Y otra cosa. Tenemos que ir a tu casa y ver cómo es. Además nos hace falta una copia de tus llaves. El resto, más adelante.

Diez minutos más tarde, la dejó en un despacho junto a Kollberg y Melander. Se quedó sentada con los codos apoyados en la mesa leyendo el primer informe.

Por la tarde llegó Ahlberg. Apenas le había dado tiempo a sentarse cuando Kollberg irrumpió a toda prisa y le empezó a dar tantas palmadas en la espalda que casi lo tira de la silla.

—Gunnar regresa mañana —recordó Martin Beck—. Antes de irse, sería bueno que echara un vistazo a Bengtsson.

—Pues tendrá que hacerlo con mucha cautela —replicó Kollberg.

—Pero a mí no me conoce —señaló Ahlberg.

—Podríamos pillarle cuando salga del trabajo —sugirió Kollberg.

—Entonces tenemos que salir ya. Todos los habitantes de esta ciudad más la mitad del resto de la población está dando vueltas por ahí comprando regalos de Navidad.

Ahlberg chasqueó los dedos y se golpeó la frente con la palma de la mano.

—Los regalos. Lo había olvidado por completo.

—Yo también —admitió Martin Beck—. Mejor dicho, pienso en ellos de vez en cuando, pero no me he movido mucho que digamos.

El atasco resultó desesperante. A las cinco menos dos minutos dejaron a Ahlberg en Norrmalmstorg y le vieron desaparecer entre la multitud por Smålandsgatan.

Kollberg y Martin Beck pararon delante de Berns y se quedaron dentro del coche esperando. Veinticinco minutos más tarde, Ahlberg subió al asiento de atrás y dijo:

—Sin duda es el de la película. Ha cogido el autobús cincuenta y seis.

—Hasta Sankt Eriksplan. Luego compra leche, mantequilla y pan y se va a casa. Cena, ve la caja tonta y se acuesta en la camita —resumió Kollberg—. ¿Dónde os dejo?

—Aquí. Ahora tenemos la gran oportunidad de buscar los regalos —propuso Martin Beck.

Una hora más tarde, en el departamento de juguetes, Ahlberg se lamentó:

—Kollberg se equivocó. La otra mitad de la población también está aquí.

Tardaron casi tres horas en elegir y una más en llegar a Bagarmossen.

Al día siguiente, Ahlberg conoció a la chica que iba a hacer de anzuelo. Sólo había repasado una mínima parte del material sobre el caso.

Por la noche se fue a Motala a celebrar la Navidad. Acordaron poner en marcha el plan después de Año Nuevo.

Capítulo 27

Fueron unas navidades grises. El hombre llamado Folke Bengtsson pasó las fiestas con su madre en Södertälje. Martin Beck no dejó de pensar en él, incluso durante la misa del gallo o sudando a mares tras la máscara de Papá Noel. Kollberg abusó de la comida y estuvo ingresado tres días en el hospital de Söder.

Ahlberg llamó al segundo día de las vacaciones, estaba ebrio.

Los periódicos habían publicado algunas columnas confusas y desapasionadas donde se insinuaba que el asesinato del canal se estaba resolviendo en Estados Unidos, y que la policía sueca ya no tenía motivos para seguir trabajando en el caso.

El tradicional asesinato de Nochevieja sucedió en Gotemburgo y se esclareció en menos de veinticuatro horas. Kafka envió una postal enorme y repugnante de color morado que representaba a un ciervo ante una puesta del sol. Ahlberg, policía de la ciudad de Motala, pasó a depender temporalmente de la de la Brigada Criminal del Estado.

El día siete de enero tenía el aspecto de todos los sietes de enero. Las calles llenas de gente corriente, congelada y sin un duro en el bolsillo.

Las rebajas habían empezado, pero las tiendas se hallaban prácticamente vacías. Además, el día amaneció nublado y muy frío.

El siete de enero era el día D.

Por la mañana, Hammar inspeccionó sus tropas. Luego preguntó:

—¿Cuánto tiempo durará este simulacro?

—Hasta que tenga éxito —respondió Ahlberg.

—Eso es fácil de decir para ti, que estás en comisión de servicios.

Hammar pensó en todos los imprevistos que podían surgir. Cuando necesitara a Martin Beck y a Kollberg para otras tareas. O a Melander y a Stenström, quienes, por lo menos a ratos, también estarían ocupados en esta misión. Sin duda pronto empezarían también las broncas con la tercera sección para que le devolviéramos a la agente Hansson.

—Buena suerte, niños —concluyó.

Al rato sólo quedó Sonja Hansson. Estaba resfriada y se sonaba la nariz en el sillón de visitas. Martin Beck la miraba. Llevaba botas, un traje sastre y leotardos negros.

—¿Vas a ir así? —refunfuñó.

—No, iré a casa a cambiarme primero. Pero quiero dejar claro una cosa. El tres de julio del año pasado era verano y ahora es invierno. Puede que parezca un poco raro si irrumpo en una empresa de transportes con gafas de sol y bikini pidiendo que me trasladen una cómoda.

—Hazlo lo mejor que sepas. Lo importante es que entiendas bien la idea.

Se quedó en silencio un momento.

—Si es que lo he entendido yo mismo —añadió.

La mujer le observó pensativa.

—Creo que lo comprendo —reconoció al final—. He leído cada palabra que se ha escrito sobre ella una y otra vez. He visto la película por lo menos diez veces. He elegido ropa y llevo horas practicando delante del espejo. Pero parto con poca ventaja, su carácter era totalmente diferente. Sus costumbres también. Ni he llevado su vida ni lo voy a hacer. Pero lo haré lo mejor que pueda.

—Está bien —dijo Martin Beck.

Parecía inaccesible y no resultaba fácil sintonizar con ella. Lo único que sabía de su vida privada era que tenía una hija de cinco años que vivía en el campo con sus abuelos. Por lo visto, nunca había estado casada. Pero a pesar de que no la conocía muy a fondo, le caía bien. Se trataba de una chica lista y con los pies en tierra, y se tomaba su trabajo muy en serio. Eso le bastaba.

A las cuatro de la tarde volvió a saber de ella.

—He estado allí. Me fui directamente a casa, no sé si te parece bien.

—Bueno, no creo que vaya corriendo a por ti enseguida. ¿Qué tal te fue?

—Pienso que bien. No se puede pedir más. La cómoda me la llevan mañana.

—¿Cómo le caíste?

—No lo sé. Por un momento tuve la sensación de que le interesaba. Es difícil de decir cuando no se conoce a la persona.

—¿Te resultó complicado hacerlo?

—Sinceramente no mucho. El tipo me pareció bastante simpático. Además, de alguna manera, guapo. ¿Crees de verdad que es él? Es cierto que no tengo experiencia con asesinos, pero me cuesta imaginar que él matara a Roseanna.

—Pues yo estoy seguro. ¿Qué te dijo? ¿Le diste tu número de teléfono?

—Sí, apuntó la dirección y el teléfono en un papelito suelto. Y le expliqué que tenía portero automático, pero que no acostumbraba a contestar si no esperaba a nadie, por eso era mejor que llamara antes de ir. Y no mucho más.

—¿Estuvisteis solos en la habitación?

—Sí. Había una señora gruesa al otro lado del cristal, pero ella no pudo oírnos. Lo sé porque estaba hablando por teléfono y yo no la oía a ella.

—¿Tuviste la oportunidad de hablar con él de algo que no fuese la cómoda?

—Sí, le comenté que hacía un día triste y gris, él contestó: «Uf, sí, es verdad». Luego le dije que era un alivio que hubiera pasado ya la Navidad, y entonces me contestó que de hecho él pensaba lo mismo. «Cuando se está sola como yo, las navidades son un aburrimiento», añadí.

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