Read Saga Vanir - El libro de Jade Online
Authors: Lena Valenti
tan placenteramente tenso como una lanza enterrado en ella. De visualizar esa imagen, creció un
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poquito más en su interior.
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Eileen siseó del dolor. Esa mujer lo percibía todo. Iba a ser una amante excelente. Amante no,
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concubina, tuvo que obligarse a recordar.
Va
Ella ya no lloraba abiertamente, lo hacía en silencio.
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Abrió la palma sobre el triángulo azabache, marcándolo como suyo y cambió de dedo. El pulgar
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se deslizó en círculos sobre su clítoris, mientras que el corazón le separaba un poco los labios
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vaginales y los frotaba. Caleb tocaba y palpaba con el pulgar la protuberancia que sabía que
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dispararía su placer.
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Eileen sintió que se relajaba, pero ella no quería relajarse. Caleb estaba concentrado en ella. Todavía no se había movido desde que se había sumergido en su interior hasta el final. La miraba a la cara con una intensidad propia de un felino a punto de comerse a su presa. Eileen sentía toda la envergadura de Caleb dentro de ella. Todo su peso y su altura sobre ella. Lo sentía caliente e intimidante. Cernió la mirada en los ojos de Caleb, que la miraba de igual modo y, por un momento, por un segundo intensamente turbador, el mundo se paralizó y ambos fueron plenamente conscientes el uno del otro. Como si realmente encajaran a la perfección como pareja, como hombre y mujer. La sensación fue tan inquietante y contradictoria que Eileen tuvo que apartar la mirada de él.
Ese hombre cruel y vanidoso se había metido en su interior como si realmente fuera su amo y ahora la miraba como un tesoro digno de proteger. No la iba a engañar. Ella se violentó e intentó
apartarse cuando él empezó a acariciarla con más intensidad.
Su cuerpo se tensaba. Podía sentir una humedad latente recorriendo su útero para dar encuentro al miembro de Caleb. Ya estaba lubricando. Su clítoris, hinchado, duro y resbaladizo. Era inevitable si él seguía acariciándola de ese modo. ¿Por qué su cuerpo le traicionaba así con el vampiro?
Él respiraba entrecortadamente y apretaba la mandíbula. Ya podía empezar a deslizarse. Ya podía obtener lo que quería de ella.
Caleb colocó la mano libre para apresar la cintura de Eileen. Se deslizó hacia fuera casi por completo para luego volver a introducirse en una larga e interminable embestida. Eileen gimió echando la cabeza hacia atrás. Los músculos de ella se distendían poco a poco dejando que él llegara donde deseara. Eileen apretó los dientes y tiró de la correa del cinturón. Aquel dedo hiperactivo le estaba haciendo estragos. No paraba de moverse y ella cada vez estaba más resbaladiza. Y más avergonzada por la respuesta de su cuerpo.
—Buena chica —le dijo él embistiéndola más intensamente. —Haré que te guste, ya lo verás.
¿Por qué no se callaba y la dejaba tranquila?
El placer de estar dentro de ella era algo nuevo para Caleb. En sus largos años de vida había tenido miles de relaciones con mujeres, pero nada se asemejaba a lo que era estar con Eileen. Ella intentaba aceptarlo aunque él fuera su enemigo. Quería dejarle pasar y eso a él lo tenía loco.
¿Todavía confiaba en él? Si levantaba la mirada y la veía a ella todavía con esperanzas de encontrar algo bueno en él, no la compartiría con los demás. Si veía en esos desgarradores ojos azules que lo miraban un poco de fe en él, no la entregaría al clan. Se la quedaría él y punto.
¿Pero de verdad habría hecho algo así? ¿De verdad hubiera sido capaz de dejar a una mujer en manos de grupos de vanirios sexualmente descontrolados? El todavía tenía autocontrol, aunque
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entendería que Eileen no lo creyera en ese momento, pero no estaba seguro del control de los
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demás. ¿Por qué se preocupaba tanto por su seguridad? ¿Por qué sentía la necesidad de
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mantenerla con vida? ¿Por qué se ponía enfermo sólo con pensar en que otros la tocaran y le
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hicieran daño?
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Perdió el hilo de los pensamientos cuando ella soltó un gemido ronco. Bien. Empezaba a
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gustarle lo que él le hacía y eso lo complacía. Dejó de excitarla con el dedo y pasó esa mano por
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detrás de las caderas para apresar las nalgas con las dos manos y levantarlas hacia él.
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Ella cerró los ojos. Dios, así lo sentía. Como se clavaba más profundamente... ¿Hasta dónde
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podría llegar? Eileen no podía creer que aquel acto fuera tan intenso. Si seguía así, arrasaría todo
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lo que encontrara por su paso. La arrasaría a ella.
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Caleb iba a verlo todo rojo en cuestión de segundos. El ritmo era incendiario, le quemaba por
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dentro y por fuera.
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Eileen quería reprimir sus gemidos apretando los labios, hundiendo su cara en el pecho de él, pero era incapaz. Empezaba a gemir descontroladamente. Caleb, a pesar de su crueldad, se había apoderado de su cuerpo y ella debía ser honesta y ceder a ello. No tenía ningún control. Él abusaba de ella. Abusaba de su experiencia para darle más placer del que jamás se había imaginado, abusaba de su cuerpo más grande para poder cernirse al suyo más pequeño, abusaba de su poder para dominarla y hacer que ella lo deseara. Porque Eileen lo deseaba como el aire para respirar. Y su anhelo lo tenía que estar provocando ese vampiro crudo y duro que tenía sobre ella porque, si no era así, si su reacción no estaba siendo inducida, si esa reacción era natural... entonces ella tenía un grave problema. Síndrome de Estocolmo.
Desde que lo había visto, su cuerpo reaccionaba a su contacto, a su mirada, a sus palabras hirientes... Caleb la estaba saboteando, la estaba obligando a sentir. Le quemaba la vagina, el bajo vientre, la piel... Quería romper el cinturón y agarrarse ella misma al cabecero de la cama. No iba a aguantarlo mucho más. Pronto llegaría al clímax. Sus ojos empezaron a nublarse y la cabeza le dio vueltas. Cerró los ojos para centrarse en las sensaciones de sentirlo a él dentro de ella, moviéndose ahora de dentro hacia fuera, ahora en círculos, ahora más rápido, luego lento y profundo. El dolor aparecía como un pequeño eco al final de cada embestida, pero se mezclaba con el placer. El conjunto que formaban ambas sensaciones era turbador.
Miró a Caleb un instante. Era tan hermoso. Y era tan cruel. Y ya no aguantaba más.
—Para, por favor... —pidió ella contra su hombro. Era lo único que acertó a susurrar, su cerebro apenas funcionaba. Estaba entregada al acto sexual que Caleb le infligía. Sentía que iba a desmayarse.
—No puedo... Yo no... Lo siento, Eileen, pero no puedo... —alargó los colmillos y las pupilas se le dilataron. ¿Cómo iba a detenerse ahora sumido en el placer más tormentoso y sensual que había sentido jamás?
Estaba fuera de sí. La embistió con más rudeza. La cama bamboleaba de un lado al otro. Él estaba encajado hasta el límite: el glande tocaba el cérvix de ella y lo estimulaba.
—No, Caleb. Creo... creo que voy a... —tuvo que morderse el labio para no gritar a pleno pulmón.
—Sí... —le susurró él abriendo los labios sobre el pulso de su garganta. —Vamos Eileen—la animó moviendo las caderas más rápido. —Déjate llevar... Va a ser bueno, ya verás...
—No —gritó. —Por Dios...
Ella tensó la espalda arqueándola por completo, elevó las caderas para encontrarlo y echó la
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cabeza hacia atrás lanzando un largo gemido. Se estaba corriendo.
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Caleb perdió el control. Sintió cómo los músculos de ella lo engullían hacia dentro, como se
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contraían y lo apretaban masajeándolo hasta volverle loco. Llegó al orgasmo con ella. Mientras la
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cabalgaba rugió echando la cabeza hacia atrás, dejando que su melena negra acariciara sus
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hombros. Abrió la boca, miró el cuello expuesto de Eileen y le clavó los dientes aprovechando el
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largo orgasmo que sentían los dos. Ella era suya en cuerpo y mente.
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Eileen gimió y sintió un placer doloroso que recorría su entrepierna, el interior de su estómago,
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sus pechos y la zona sensible del cuello de la que Caleb bebía. Oh, Dios, no... Estaba encadenando
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otro orgasmo y él no dejaba de moverse. Sintió cómo el líquido caliente de Caleb, le llegaba al
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estómago, llenaba todo el conducto mezclándose con su propio calor. De repente, unas estrellitas
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blancas aparecieron bajo sus párpados, después unos puntos negros. ¿Qué le estaba pasando?
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¿Iba a perder el conocimiento? ¿Podía ser un bajón de azúcar? ¿Se moría? ¿Caleb le provocaba
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todo eso? Cerró los ojos y dejó de gemir mientras caía al vacío.
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Cuando Caleb empezó a beber, su cuerpo exento de calor humano y su corazón que no había palpitado nunca así por nadie enloquecieron. Con una mano la agarró de la nuca para beber mejor de ella, con la otra amarraba su cintura mientras seguía embistiéndola con penetraciones lentas y profundas. Sentía que la piel se le erizaba, que se elevaba de la cama con Eileen... Asombrado descubrió que lo estaba haciendo, que eso estaba pasando. Su poder había estallado al probar su sangre, dulce y caliente, y ahora estaban levitando sobre la cama y no flotaban hasta el techo porque ella estaba cruelmente atada a los barrotes del cabecero como si fuera una prostituta a la que le gustaran esos juegos eróticos avanzados.
Eileen tenía el cuello echado para atrás y su larga y bonita melena, caía como una cascada negra en dirección a las almohadas.
Caleb empezó a percibir imágenes de la vida de Eileen. Eran secuencias algo borrosas, pero no había duda de lo que revelaban.
Sus recuerdos empezaban a la edad de siete años... Una noche empezaron a pincharla, la diagnosticaron diabetes del segundo tipo. Venía un hombre mayor a su casa, un hombre que a tenor de las imágenes acabó tomándole cariño...
Eileen practicando natación. Era una niña deportista y en el colegio, tenía buenos amigos. Se llamaban Ruth y Gabriel. Crecieron juntos, se querían como hermanos... Vio otra imagen de Mikhail mirándola sin ningún interés. Él le decía que ella había sido la culpable de la muerte de su madre, Elena. Él no la quería. Y ella a él tampoco. Había aprendido a ser indiferente hacia él, a no luchar por su aprobación o por su cariño. El corazón de su padre estaba cerrado para ella y ella se resignó a no reclamarlo... Mikhail no quería a su hija. Y pensar que la habían tomado para hacer sufrir a ése cabrón...
Eileen estaba triste por la muerte de su doctor, Francesc. Un hombre mayor, pero bondadoso a los ojos de ella. Un hombre que parecía quererla realmente...
Con diecisiete años, Eileen era ya una belleza reclamada por todos los ojos masculinos que se posaran en ella. Había aprendido varios idiomas y Mikhail le ofreció un puesto de trabajo en su empresa. Al ser políglota podría desempeñar el papel de vínculo de relaciones externas de la empresa. Y así fue. Ella creía trabajar para una organización que se encargaba de suministrar material de quirófano a los hospitales, así como sustancias para recuperar a una mayor velocidad a los que salían de los postoperatorios. Era muy eficiente. Tenía un muy buen sueldo, y además... además creía firmemente en lo que hacía. No tenía ni idea de lo que era realmente Newscientists. Ni de las actividades reales de su padre y de sus trabajadores. Para ella, Mikhail era el ingeniero, el inventor de todas esas máquinas. Y ella vendía y exportaba todo el material... Eileen ya era mayor de edad. Estaba en la verbena de San Juan con sus dos amigos y ella les
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decía que quería ser pedagoga. Que iba a estudiar la carrera, quería enseñar valores y moralidad
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en las escuelas, trabajar con los niños desde bien pequeños...
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Apretó más los labios entorno a su yugular, pero empezó a beber delicadamente esta vez más.
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Los cuatro años siguientes, ella crecía en madurez y belleza, pasando las mañanas en la
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empresa, las tardes en la universidad, y las noches en su casa esperando a que un nuevo doctor
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llamado Víctor, la visitara y la pinchara...
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Víctor el doctor. ¿Víctor el doctor? No podía ser. La pinchaba todas las noches. Le sacaba una
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gota de sangre de sus dedos y miraba el nivel de azúcar en su sangre. Maldita sea, aquella noche la
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había pinchado también, por eso él había detectado su olor a kilómetros de distancia. No había
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ninguna sirvienta que oliera así. Sólo ella.
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Eileen recogiendo un cachorro de huskie en las carreteras de la Conrería. Era Brave.
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Una última conversación. Con Ruth, con Víctor... Ella iba a marcharse, estaba harta de la constante vigilancia de su padre. Él estaba obsesionado con ella. Víctor le aconsejó que hablara con Mikhail. Ruth la llamó para decirle que habían decidido pasar el verano con ella en Londres... Londres... Una oferta de trabajo. Un proyecto en una universidad. Ella se iría a vivir a Londres y dejaría de trabajar en Newscientists...
El cuerpo de Eileen yacía lánguido entre sus brazos. Peso muerto y frío. Caleb le acariciaba el pelo, en un gesto reflejo e inconsciente.
Desclavó los dientes de ella y la miró horrorizado. Todavía seguía deslizándose en su interior, sus caderas seguían impulsándose en su interior. Eileen estaba blanca, ojerosa y tenía los labios morados. Derrotada. Su sangre había sido un manjar. Ella era sabrosa y adictiva hasta la saciedad. La miró consternado. ¿Qué había hecho con ella? Ahora eran sólo movimientos lánguidos. Salió de ella poco a poco, y cuando lo hizo sintió cómo si parte de su cuerpo, de su alma, se fuera con ella. Ya no era el mismo.
La conciencia de lo que habían hecho con ella (sobre todo él) le hizo sentirse el ser más indeseable y ruin de toda la tierra. ¿Se podía errar tanto con alguien como había hecho él con la joven y preciosa mujer que yacía inconsciente en su cama?