Read Saga Vanir - El libro de Jade Online
Authors: Lena Valenti
Ella le había vuelto a decir la verdad. No tenía nada que ver con la persecución de los vanirios. Creía trabajar para una empresa con fines benéficos para la salud pública. No quería a su padre. Él no la quería a ella tampoco. ¿Cómo podía ser que un hombre no sintiese afecto por un ángel como Eileen? Ella era buena, buena de corazón.
Si Eileen hubiese estado al tanto de lo que Mikhail y el resto de las sociedades secretas hacían con ellos, seguramente los habría denunciado. Pondría la mano en el fuego por ella. Ahora lo haría. Después de haber visto su interior, su corazón. Era una luchadora, una guerrera que peleaba por sus principios y que denunciaba las injusticias.
Pero del mismo modo en que Caleb la creía en ese momento, ahora... Ahora ella conocía a los vanirios. Y los temía y los odiaba profundamente. Les tenía pánico y a él más que a nadie. Estaba enferma. Era diabética y ahora sabía que no les había dicho nada y que esperaba caer tarde o temprano por la falta de insulina. No les había mencionado nada sobre su enfermedad. No le extrañaba que prefiriese morir a convertirse en algo tan brutal como él le había enseñado que podía llegar a ser un vanirio.
Caleb rozó su mejilla con la yema de los dedos y limpió una lágrima que débilmente caía en dirección a la almohada. No la había acariciado antes. Lo que él deseó, lo tomó como un auténtico carroñero y no paró hasta dejarla sin reservas. No había utilizado preliminares. Hizo movimientos negativos con la cabeza. El eta una bestia y ella era suave como la seda, como la piel de un bebé.
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Menuda pareja. La bella y la bestia.
Ja
¿Por qué no había podido entrar en su mente antes? ¿Qué significaba esa niebla espesa que
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había en su memoria? No entendía lo que estaba pasando en su cabeza, ni por qué no lo había
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dejado entrar. Si Eileen no tenía poderes mentales, si Mikhail no le había enseñado a desarrollar
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aquellas facultades en su defensa, eso sólo pasaba con los que estaban medicándose para
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solventar problemas neurológicos. Pero no había recuerdos ni pensamientos dentro de su cabeza
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que hicieran mención a algún problema mental.
Va
Y su sangre estaba tan deliciosa... y era tan relajante que sólo le apetecía echarse a su lado y
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dormir con ella. Aquella idea sí que no era normal. Algo iba mal.
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Caleb sentía un sopor profundo que lo obligaba a cerrar los ojos. ¿Tomaba Eileen alguna otra
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medicación para conciliar el sueño? Pero no había nada en su memoria que demostrara esa
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cábala. Debía espabilarse.
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Puso los dedos índice y corazón a la altura del pulso de su cuello. Dios, había estado a punto de matarla en medio de esa cópula brutal y frenética a que la había sometido. Nunca antes había sido así. Con nadie. Pero todavía tenía pulso, débil y lento. Latía ahí, bajo sus dedos. Eileen luchaba por sobrevivir, peleaba como la guerrera amazona que había demostrado ser. Caleb tensó la mandíbula. Había sido un cerdo mezquino. Pero no había tiempo para lamentaciones. Seguro que más tarde lo habría. Ahora el cuerpo de Eileen lo necesitaba. Le quitó
la correa del cinturón y frotó con el pulgar las marcas que le había dejado en las muñecas. Se hizo un corte en la muñeca con los colmillos y la acercó a sus labios... pero se detuvo a medio camino.
No. No lo iba a hacer. Si lo hacía, la vinculaba a él de por vida. Ella no merecía nada de lo que le había pasado, nada en absoluto. Eileen se merecía que la gente la quisiera y que cuidaran de ella como un tesoro. Hacía tiempo que él no veía a una mujer con su fortaleza y su moralidad. Si él se hubiese dado cuenta... Maldición... Cómo se reprochaba a sí mismo su ceguera... Ella no merecía quedar atada a él.
La repasó de los pies a la cabeza. Estaba fascinado con su cuerpo, con su cara, con su carácter y con su valentía. Se les había enfrentado con una gallardía digna de elogiar. Se había enfrentado a decenas de vanirios ella sola.
Por Odín... Estaba volviendo a ponerse duro con sólo contemplarla. Nunca le había pasado algo así con ninguna otra mujer. Jamás. Él se había acostado con muchas hembras, pero sólo para disfrutar de un polvo rápido y conejero. Siempre las dejaba rogándole que les diera más. Pero él nunca había sentido conexión alguna con ellas.
Pero con Eileen... había sido explosivo. Y quería más. A todas horas con ella. De lado, de espaldas, contra la pared, de rodillas... Sólo con ella y con nadie más. Un sudor frío recorrió su cuello deslizándose por su espalda desnuda.
¿Sería tan cruel el destino como para que la única mujer que él había tratado tan despectivamente fuese su verdadera pareja? ¿Era Eileen su cáraid? ¿La única que despertaría en él la capacidad de amar de nuevo y de saciar su hambre? Se sentía saciado como nunca. El hambre eterna al que los dioses habían confinado a los de su clan. El deseo de llenar constantemente su estómago había desaparecido desde que se bebió a Eileen. Y eso sólo podía significar una cosa. No, por favor. Acercó desesperado y egoísta su muñeca abierta y sangrante a la boca medio abierta de Eileen. Y la volvió a quitar. Quería ligarla a él. Se sentía posesivo con ella. Él había sido el primero. Nadie más podría reclamarla, él no lo permitiría. Pero no era justo. No para Eileen.
—No puedo hacerlo —susurró arrodillado ante ella y agachando la cabeza.
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Si ella era la mujer que su cuerpo exigía para compartir la eternidad con él, entonces esperaría
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a ganarse su confianza. Y si ella lo rechazaba, bien merecido se lo tenía. Pero entonces ella tendría
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que matarlo, porque él no podría sobrevivir sin su cuerpo y sin su sangre, y menos cuando ya la
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había probado. Menos cuando ya la conocía y por fin se habían encontrado.
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Ya era suficiente. Caleb, despierta...
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Tenía que dejar de pensar en cáraids y en ideas románticas.
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Eileen era una chica inocente, hermosa y capaz de empalmar a una momia si se lo propusiera.
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Tenía muchas virtudes, y valor y carácter entre otras cosas... pero no había más. Nada profundo ni
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vinculante.
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Se la había tirado. Se había portado muy mal con ella. A lo mejor podría arreglar la situación
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entre ellos una vez se despertara... Claro, y él a lo mejor podría ir a la playa en un día soleado.
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Irguió la barbilla y la tomó en brazos. Entró con ella en el baño y las luces azuladas se
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encendieron automáticamente. Las paredes tenían azulejos de mosaico en tonos grises oscuros y
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azules claros. El suelo de parqué, oscuro como la habitación. El baño era de diseño, con un jacuzzi a ras de suelo, un complejo de ducha hidromasaje con butaca para sentarse, inodoro y lavabo. Y
un excelente mueble de madera con dos picas para asearse.
Se sentó en la butaca del hidromasaje con ella encima y tomó una toalla azul oscuro que había colgada sobre el calentador de la pared. La mojó con la alcachofa de la ducha y abrió las piernas de Eileen. Limpió las señales del acto sexual y los restos de su pérdida de virginidad. Luego se limpió
él y salió de nuevo a la habitación. En cuanto percibieron que ya no había nadie en el baño, las luces con sensores de calor humano se apagaron.
Caleb la cubrió con las sábanas negras manchadas de la sangre de ambos.
—Está bien —le susurró mientras la enrollaba con la sábana. La tomó en brazos y se dirigió a la puerta de la habitación. Ésta se abrió automáticamente y salió de la habitación acunándola como a una niña pequeña. —Todo esto pasará rápido —apoyó la mejilla sobre su cabeza y la frotó con ella en un gesto tierno y cariñoso.
Bajó las escaleras y se dirigió al salón. La estiró sobre el sofá. Tenía el cuerpo lleno de moratones. La muñeca negra e hinchada, la cara magullada y amoratada, los pies heridos, las rodillas peladas y, cuando se despertara, iba a sentir dolor en sus partes más íntimas. Y ahora, el cuello se sumaba a la multitud de golpes, heridas y contusiones que la inocente joven había sufrido.
Corrió de nuevo a la parte de arriba y entró en otra habitación sellada con una de esas puertas automáticas, salidas más de una película de Star Wars, que de una casa de diseño como aquella. En su interior había otra sala circular repleta de armarios empotrados. Era un vestidor. Agarró una camiseta negra de manga corta ajustada (tenía un gran surtido de éstas) y unos téjanos anchos Levi's. Se puso un calzado deportivo informal negro y abrió uno de los cajones. Tomó un móvil iPhone de última generación y salió de la habitación. Presionó con el índice la pantalla táctil y buscó uno de los teléfonos que había en la agenda de contactos. Llegó al salón, se dirigió al sofá, puso una mano bajo la cabeza de Eileen, la alzó y se sentó él debajo para hacerle de cojín. Ella seguía inconsciente y con una anemia excesiva.
—¿Caleb? —preguntó una voz al otro lado del móvil. —¿Qué haces llamando? Tendrías que estar tirándote a ese bellezón malvado que...
—Basta, Cahal —le cortó él. —Escúchame bien. Nos hemos equivocado con ella. Cahal se quedó en silencio unos segundos.
—¿Qué quieres decir?
—Eileen no tenía nada que ver con los procedimientos de Newscientists. No sabía lo que hacía
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su padre, no se conocían apenas. Mikhail la ignoraba, no la quería como un padre debería querer a
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su hija.
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—¿De qué hablas, tío?
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—Hablo de que la hemos cagado... La he cagado... Ella es inocente.
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—No me jodas, Caleb.
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—Te necesito, Cahal. He estado a punto de matarla.
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—¿No le has dado de beber todavía?
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—No lo voy a hacer.
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—Hazlo.
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—No puedo.
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—¿Tienes remordimientos ahora? Hazlo y luego todos le pediremos perdón y a ella se le pasará
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todo —gruñó nervioso. —No hay marcha atrás, no lo va a olvidar. O la haces de los nuestros o...
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—Créeme —la miró angustiado. —Lo sé, pero no puedo hacérselo.
Cahal resopló malhumorado.
—No es momento para principios, Cal.
—¿Crees que no lo sé?
—Vaya mierda... ¿Qué quieres que haga?
—Ven a mi casa. Necesito que me ayudes a averiguar algo.
—Estaré ahí en unos minutos.
—Y avisa a Menw. Necesito que me traiga sangre para hacerle transfusiones. Hubo un silencio.
—Cuenta con ello.
—Gracias, hermano.
—De nada. Oye... ¿te encuentras bien?
Caleb pensó en todas las cosas horribles que le había hecho al ángel que yacía sobre sus piernas y contestó:
—Creo que acabo de firmar mi sentencia de muerte —¿y si ella era su cáraid de verdad? ¿La Freyja destinada a pertenecerle en cuerpo, mente y alma? Ahora que sabía la verdad, que se había acostado con ella, que la había bebido... tenía una erección constante y una sensación de vacío, pesar y temor por... ¿dejar de verla? ¿Perderla? Era frustrante no saber lo que le sucedía.
—No digas eso. Voy para allá corriendo.
Caleb colgó y bajó la mirada al rostro agraciado y hermoso que los vanirios, su raza, habían maltratado. Repasó sus ojeras con los dedos y apartó algunos mechones de pelo negro que le caían por el cuello.
—Lo siento mucho —susurró afectado.
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CAPÍTULO 05
EILEEN ESTABA en un lugar que creía no haber visto nunca aunque la sensación de familiaridad la contrariaba. A su alrededor, todo eran luces y sombras que se entremezclaban como pintura amarilla y gris. La luz del sol poniéndose entre las montañas, invitando a la noche a que cayera sobre la tierra. Ella dando vueltas sobre sí misma con los brazos extendidos en un bosque misterioso, esperando a que alguien saliera entre las sombras que creaba la luna con su luminosidad. Alguien querido, alguien amado, alguien anhelado y olvidado durante mucho, mucho tiempo... Una silueta apareció entre la vegetación. Era un hombre alto y corpulento, tanto que mientras se le acercaba, ella tenía que echar la cabeza totalmente hacia atrás. No podía verle la cara... La imagen era muy borrosa.
—Buenas noches, mi bella Aileen —le decía mientras se agachaba y la cogía en brazos. El calor humano y el afecto, eran tan reconfortantes cuando se sentían tan sinceros... ¿Quién era ese hombre?
—Ha estado todo el día preguntando por ti —decía una voz melodiosa y femenina tras ella. —
¿Y mi
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? preguntaba. Sabe pocas palabras, pero ésa fue la primera que aprendió. Te adora.
—Y yo a ella —respondía el hombre. —¿Y tú?
—¿Y yo qué? —le preguntaba la mujer de un modo divertido y coqueto. —¿Me adoras, mi amor? —parecía que la había tomado de la cintura y ahora las abrazaba a ambas.
—De un modo que hasta me duele.
—Dímelo. Dímelo en mi lengua —le rogó.
La mujer soltó una dulce carcajada.
—Is caohm lium thu a, mo ghraid9.
La mujer se acercó a besarlo. ¿Por qué demonios no podía verles la cara?
Aquella imagen se convirtió en una espiral vertiginosa que no dejaba de dar vueltas a toda velocidad. La espiral se paró y apareció otra imagen.
La misma mujer estaba con ella. No la veía claramente, pero la percibía, la sentía. Era un día soleado, se acercaba el crepúsculo.
La mujer la abrazaba con fuerza y le susurraba una canción al oído. ¿De qué le sonaba aquella nana? Su voz la relajaba e incluso podía llegar a percibir su olor. Olía a fresas y a melocotón.
—Aileen —le acarició el pelo con dulzura. —Athair ya está aquí. El hombre se acercó a ella, la besó en la mejilla y las cubrió a ambas con una manta negra
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abrazándolas con necesidad y posesión.