Saga Vanir - El libro de Jade (15 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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Ja

—¿Cómo están mis dos niñas?

deor

—Mejor ahora que tú estás aquí.

bi L

Hubo un silencio entre ellos.

lE -

—Hoy ha hecho mucho sol —observó él. —¿Aileen ha estado bien?

1 0ri

—Sí —contestó la mujer sonriéndole. —Me temo que esta jovencita —cogió su manita y le
n

besó los dedos— ha decidido que todavía no quiere parecerse a su athair.
Vaeir

El hombre acarició su nariz con la de ella.

eS

—Me alegro —le dijo. —Sólo tienes tres añitos, pequeña. No sería justo.

-tin

el

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Athair: en celta gaélico significa 'padre'.

Vaa

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Is caohm lium thu a, mo ghraid: En gaélico significa 'Te quiero, mi amor'.
Len

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—Tampoco lo es para ti —replicó la mujer.

—A mí no me hace falta —dijo él encogiéndose de hombros. —Ya os tengo a vosotras para iluminar mi vida.

La imagen volvió a desaparecer y a disiparse. Se estaba desvaneciendo, se iba, cuando se encontró bruscamente en otro escenario.

Corrían a mucha velocidad. El hombre las había agarrado a ambas y esquivaba árboles, piedras, ramas y ríos... Las llevaba en brazos.

Huían de algo o de alguien.

El hombre cayó violentamente con ellas bien amarradas a él. Puso su cuerpo para que no sufrieran el golpe.

Dirigió la mirada a la rodilla del hombre. Sangraba y estaba reventada.

—Aileen... —dijo la mujer agarrándola por los hombros. —¿Estás herida? —la inspeccionó

angustiada. —¿No? Cariño, mírame.

Toda su atención en el rostro de la mujer. Parecía hermosa, pero su voz se quebraba de miedo.

¿Era pelo negro y largo lo que veía? ¿Ojos... verdes?

—Athair está herido —continuaba la mujer.

Volvió a desviar la mirada hacia el hombre, que se hacía un torniquete en la rodilla con un trozo de tela de su propia camisa. Miró el hombro de la mujer que también sangraba. Se sentía tan asustada.

—Cariño, mírame a los ojos. Bien, cielo. Muy bien, eres muy valiente. Papá y mamá guardamos unas cosas muy importantes. Están enterradas en la piedra mágica del puente de West Park ¿Te acuerdas de la piedra, cielo mío? ¿Sí? Qué orgullosa estoy de ti... Quiero que corras hasta ella, desentierres los objetos y lo lleves a los
Madadh-allaidh
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. ¿Te acuerdas, princesa? ¿Recuerdas dónde están ellos?

—Aileen —el hombre alargaba la mano hacia ella hasta que se la cogió. —Mi
ál
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, Aileen. Hace tiempo que no venimos por aquí, casi seis años... ¿Recuerdas Wolverhampton? ¿Recuerdas el parque? No queda muy lejos de aquí, mi vida. ¿Sí, pequeña? Por los dioses... —susurró

acongojándose. —Qué cosita más bonita hicimos, Jade —miró a la mujer con veneración. —Será

tan hermosa como tú.

La mujer se sacudía mientras lloraba.

—Venid aquí —rogó él. La mujer llamada Jade corrió hacia él y lo abrazó sollozando. Ella sentía que estaba aplastada entre los dos, y que también lloraba.
e

—Más de dos mil años en soledad han valido la pena para esto —dijo él limpiándose las
d

lágrimas. —Pídeles a los Madadh-allaidh que te lleven ante
AnDuineDoch
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. Repite lo que te dice
Ja

athair, Aileen.

deorb

—AnDuineDoch... —repetía mientras se sorbía la nariz. —Pero...
cha b 'éid mi, athair
13
.
i LlE

—No, Aileen. Aún no eres como ellos, pero lo serás —dijo él juntando su frente con la suya. —

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Lo serás y cambiarás las cosas.

0ri

Aquel hombre tenía el pelo largo y lacio, de color negro. Y sus ojos eran... ¿de color violeta?

n

Violeta, claro...

Vaeir

eS

10

Madadh-allaidh: en gaélico significa 'Bestia-lobo'.

-ti

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n

Al: adjetivo gaélico que significa 'joven y adorable'.

el

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AnDuineDoch: en gaélico significa 'el hombre de la noche'.
Vaa

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Cha b 'éid mi, athair: en gaélico significa 'pero ellos no son como yo, padre'.
Len

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—Tú encuentra los regalos, princesa. Y nunca te sentirás perdida, mi dulce Aileen —la besó en la mejilla. —Y recuerda que mammaid y athair te querrán siempre, ¿sí?


Is caomh lium Aileen glé mhor a mammaid a athair
14
—los abrazó con fuerza y lloró

desconsolada.


Is caomh lium thu glé mhor Aileen
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—contestaron los dos a la vez, intentando llevarse el recuerdo de aquel momento con ellos.

—Ahora, corre... Corre y no mires atrás... —gritó el hombre mientras se ponía de pie en posición de defensa.

Las imágenes se volvieron confusas... Oyó gritos y cuerpos desplomarse en el suelo. Corría hacia aquel lugar, estaba a punto de llegar. Sentía la humedad del bosque, el olor de la noche y oía el agua del río. Corrió tanto como pudo... y entonces... zas... Algo le golpeó en la cabeza... y un remolino negro la absorbió.

Caleb observaba a Eileen de pie y con los brazos cruzados. La chica fruncía el ceño y los labios como si estuviese soñando. Se había prometido que no iba a entrar en su mente hasta que no le diera permiso. Aparecer en sus sueños después de lo que le había hecho podría acarrearle una gran y dolorosa pesadilla. Y ella debía descansar.

Menw y Cahal estaban sentados alrededor del sofá donde yacía el cuerpo de la joven. Menw había traído seis bolsas de sangre de litro para hacerle las transfusiones. Iban por la última y, poco a poco, aunque todavía estaba muy pálida a parte de magullada y amoratada, iba recuperando el color. Los dedos de las manos, no estaban fríos ni las uñas moradas. Los labios volvían a su tono rosado oscuro tan atrayente para Caleb y ahora ya no se le marcaban tanto las venas. Qué mal lo había hecho todo...

Cuando los dos hermanos rubios e imponentes entraron en la casa y la vieron en el sofá, Cahal frunció el ceño y Menw hizo negaciones con la cabeza.

—No pudiste controlarte mucho por lo que veo —dijo Menw apresurándose a sacar la sangre, los tubos intravenosos y las agujas. Traía con él el soporte de hierro para colgar las bolsas y lo colocó al lado de Eileen.

—No —contestó él a secas.

—¿Por alguna razón en especial? —Cahal lo miró de reojo. La pregunta tenía varias intenciones.

—Me cegué.

Cahal permaneció mirándolo un buen rato. Intentaba averiguar si él había sentido algo especial
ed

con ella. Caleb permaneció sereno e impertérrito.

Ja

—No sigas, Cahal. No ha sido más que un desliz —le recriminó con los ojos clavados en Eileen.
deor

—Lo que tú digas, amigo —alzó las manos en señal de disculpa. —Bueno... —bajó los brazos y
bi L

exhaló aire bruscamente. —¿Para qué me necesitas?

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—¿Y Samael?

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—Encerrado durante siete largos y relajantes días —contestó Menw mientras abría la maleta al
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lado del sofá.

Vaeir

—Tiene que meditar sobre lo que ha hecho —dijo Caleb.

eS

—Estoy de acuerdo —apoyó Cahal cruzándose de brazos. —¿Y bien? ¿De qué se trata?

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l

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Is caomh lium Aileen glé mhor a mammaid a athair: en gaélico significa 'os quiero mucho, papá y mamá'.
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Is caomh lium thu glé mhor Aileen: en gaélico significa 'te queremos, Aileen'.
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—Tú detectas las sustancias en la sangre, Cahal —afirmó Caleb. —Así es.

—Eileen es diabética. Tiene diabetes mellitus del primer tipo.

—No lo creo —dijo él meneando la cabeza de un lado al otro.

—Lo es —contestó Caleb confuso.

—No, no lo es —aseguró Cahal acariciando su cola de caballo. —Lo vi en su mente. Cada noche, ese tipo, Víctor...

—Víctor ¿su novio?

—No, Víctor era el doctor —contestó con un extraño resentimiento. —La visitaba para administrarle insulina.

—¿Era su doctor? —preguntó sorprendido Cahal.

—Sí, era su doctor —admitió Caleb avergonzado. —A Eileen no le gustan las agujas y su padre no la tocaba nunca, así que él no se lo iba a administrar. Víctor era el doctor familiar.

—¿Y nada más? —la miró de arriba abajo con sorpresa.

—No —claro que no. Caleb sabía mejor que nadie que ella era virgen. —Cuéntame por qué

Eileen no es diabética.

—Sabes que tengo el gusto y el olfato muy desarrollados. La diabetes cambia el olor corporal y hace que la piel segregue una sustancia aromática parecida a la manzana. Los humanos huelen sólo a aquellos que tienen el olor fuerte, pero yo los huelo a todos. Los huelo a metros de distancia. Es una característica que desarrollé con la medicina ayúrveda en la India —Cahal había viajado mucho para aprender a controlar y para estudiar los impulsos de su cuerpo inmortal. —Los indios creen que los olores, cuando se trabajan, ayudan a diagnosticar o corroborar enfermedades. Los cuerpos mutan cuando están enfermos, segregan sudor y cambian la constitución molecular de su agua corporal. Entonces modifican su perfume personal.

—¿Y Eileen no huele así?

—Ay, amigo —le dio una palmada en la espalda. —Tú sabes tan bien como yo a qué huele esta muñequita. Es un adorable pastelito de frambuesa. Eso es innegable, su perfume... mmm... embriaga.

—Ya lo creo —dijo Menw observando el trayecto de la sangre de la primera bolsa a la vena del brazo de Eileen. —Caleb, casi la matas —le recriminó. —¿No notaste que era especial mientras bebías de ella? —gruñó. —¿No pudiste parar?

—¿Crees que es fácil? —contestó Caleb con el mismo tono— Tú deberías saber mejor que nadie lo que se siente al beber de...

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—Espera... —les interrumpió Cahal. —Lamento interrumpir, pero no empieces la transfusión,
d

Menw.

Ja

de

—O la empiezo o se muere —contestó Menw encogiéndose de hombros.
orbi

—Déjame probarla —sugirió Cahal. —Y así veré de qué tratan a esta chica.
LlE

—Ni hablar —Caleb apretó los puños y se puso tenso.

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—No quiero morderla. Joder, Caleb. ¿Acaso es tuya? —preguntó esperando que su amigo
0rin

admitiera lo que él había notado. No hubo respuesta. —Me bastará con una gota.
Va

—La pincharé en un dedo —Menw cogió una aguja y se la clavó. Casi tuvo que aplastarle la
eire

almohadilla de las huellas dactilares para que saliera una gota de sangre. Caleb, la había chupado
S -

como si se tratara de una esponja. —Puede que no sea diabética, pero tiene algunos de los dedos
tin

de las manos pinchados. La han tratado como si lo fuera.

el

—Déjame ver —dijo Cahal. Se arrodilló a su lado y tomó la mano muerta de las manos de
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Menw. Inspeccionó los dedos y asintió con la cabeza. Luego dirigió la mirada al dedo corazón y
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quedó cegado por la perla de sangre de la chica. —Hay que ser un titán para ignorar tan suculento manjar. ¿No crees, Caleb?

Caleb frunció el ceño y Cahal vio cómo un músculo de la barbilla le empezaba a palpitar. El rubio, con toda su hermosura, inclinó los labios hacia el dedo de Eileen, sacó la lengua, introdujo el dedo en su boca y lo chupó como si fuera un caramelo.

Caleb gruñó, caminó hacia él, y tomó la muñeca de Eileen para apartársela de la boca con brusquedad. Faltó decirle: es mía... Cahal cayó al suelo de culo con los ojos cerrados concentrándose en el sabor de Eileen.

El vanirio estuvo a punto de cogerlo por las solapas de la camiseta roja ajustada que llevaba, pero Menw lo detuvo con la mano.

—Déjalo. Está haciendo su trabajo, Caleb.

Cahal permanecía sentado, todavía no abría los ojos. Al poco tiempo se levantó y quedó de pie frente a Caleb.

—No es diabética, Caleb —le dijo sonriéndole. —Y por cierto, creo que tampoco es tuya a no ser que digas lo contrario.

El aludido entrecerró los ojos. Conocía a Cahal y sabía que su amigo rubio lo estaba provocando, incitándolo a que reclamara a Eileen. Su amigo Cahal lo haría a ciegas sólo para proteger a los vanirios, no porque la quisiera o la deseara. Cahal temía a las represalias de Eileen. Ella seguía siendo la hija de Mikhail. Después de cómo la habían tratado los vanirios, nada hacía pensar que Eileen no sucediera a su padre en la persecución de los de su clan. Si ella era vengativa, lo haría.

Sin embargo, Eileen había demostrado a Caleb, gracias a su intromisión mental, que ella no era así. Caleb estaba convencido de que querría olvidarse de todo lo vivido, alejarse de allí, de ellos y de él y empezar una nueva vida en cualquier otro sitio con sus proyectos y sus sueños... Intentaría ser feliz y no quedar traumatizada. Intentaría ser feliz... ¿con otro hombre? Un escalofrío recorrió

la espina dorsal de Caleb. Aquella idea empezaba a resultarle irritante y le escocía más de lo necesario.

Si casi había golpeado a Cahal por chuparle un dedo...

—Eileen sigue estando a mi cargo, Cahal. Confía en mí. No haré nada que perjudique a los nuestros —aseguró Caleb.

—Si le devuelves la humanidad, lo harás —replicó él relajándose y bajando los hombros. —

Transfórmala. Asegúrate de que se una a nosotros, de que no esté en nuestra contra. Es humana y tal y como la hemos tratado puede vengarse soltándolo todo. Ése es mi consejo. Tú eres su amo,
e

tú decides.

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Ja

—No, no lo soy —negó él rotundamente. ¿Con qué derecho iba a serlo ahora? No lo había sido
de

antes tampoco. —Pero ella está a mi cargo, sólo por el momento.
orbi

—Como quieras, Caleb. Confiamos en ti —afirmó Menw con una mirada conciliadora.
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—Bien —asintió más tranquilo. —Cuéntame —lo animó con la mano.

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