Read Saga Vanir - El libro de Jade Online
Authors: Lena Valenti
nel
No lo sabía. Dependía de si volvía a encontrarla Caleb y los suyos.
Vaa
—Me iré pronto —respondió ella con la esperanza de que sus palabras fueran ciertas.
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—Bien. Entonces yo te doy las entradas y tú decides si puedes ir o no a verlos antes de que te vayas, ¿ok? —abrió la guantera con la mano izquierda y cogió las dos entradas. Se las ofreció. Eileen las tomó, asintió con la cabeza y volvió a mirar por la ventana. Lo último que quería era ir a ver un partido de fútbol y muchísimo menos entablar conversación con nadie. Estaba a punto de desmoronarse y llorar por lo que había vivido.
Llegaron a una ciudad llena de vida, comercios y mucho, mucho ambiente. Pasaron por delante de una preciosa iglesia. Eileen la admiró.
—Es Saint Peter's Church. Bonita, ¿verdad? —le indicó él. —Tienes de todo para ver aquí. Galerías de arte, teatro, tiendas, parques... Y a partir del uno de julio se convertirá en una ciudad sin malos humos —puso dos dedos abiertos sobre los labios e hizo como si fumara y se ahogara.
—¿Prohíben el tabaco definitivamente?
—Sí. No se podrá fumar en ningún lugar público. Es genial.
—Sí. Fumar mata —musitó con sorna. Después de la pesadilla que había vivido, lo de fumar o no fumar le parecía ridículo.
Bob asintió. Puso el indicador de dirección a la derecha. Bob parecía uno de esos hombres ingleses. Muy educados, muy caballerosos y también muy niño de papá. Pero era bueno de corazón y completamente inofensivo.
—¿Has visto algo más de la ciudad? —le preguntó mirando por el retrovisor y desviando el coche hacia el mismo lado.
—Algo —como odiaba mentirle.
—Tienes la oficina de turismo cerca del West Park. Os darán unas guías espléndidas.
—¿Tú vives por aquí? —preguntó. No estaría mal tener a alguien con quien contactar, por si acaso.
—Vivo cerca del Cineworld. La sala de multicines de Wolverhampton. Paró el coche. Estaban justo enfrente de un inmenso parque de césped verde, muy pulido y bien cuidado, con árboles por doquier y adorables caminitos que seguir que se perdían entre la vegetación.
—Bueno, aquí es.
Eileen asintió con la cabeza y frunció los labios en un gesto nervioso. ¿Cómo iba a agradecerle lo que había hecho por ella?
—Bob, no te imaginas el favor que me has hecho trayéndome hasta aquí.
—Compénsamelo viniendo al torneo —le sonrió agrandando los ojos.
ed
—Haré lo posible —se reclinó y le dio un beso amistoso en la mejilla. Se lo merecía por haber
Ja
sido su caballero.
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—Vaya —se había sonrojado. —Espera —la detuvo antes de que saliera por la puerta. Sacó su
rbi
cartera y le dio cinco libras. Apuntó su teléfono en un papel con un boli y también se lo dio. —
LlE
Puedes utilizar este dinero para lo que tú creas conveniente. Si me necesitas, llámame a este
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número. Y si no encuentras a tus amigos, utiliza el dinero para llamarlos a ellos y localizarlos. Te
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prestaría mi móvil, pero no lo llevo.
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Va
—Bob, si no nos vemos más —le dio la mano y la apretó agradecida, —guardaré este número
eir
para llamarte y asegurarme que cuando vengas a Barcelona, yo te pueda enseñar la ciudad.
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—Eileen, conozco las marcas que dejan los puñetazos —le dijo en voz baja. —Yo mismo soy
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boxeador. Por favor, si necesitas ayuda, no dudes en llamarme.
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Eileen se quedó blanca al oír aquel sincero ofrecimiento y lo mucho que había acertado.
Cómo
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me gustaría explicárselo a alguien.
Len
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Bob le sonrió y Eileen, a su vez, le sonrió con tristeza. Así se despidieron. Había gente buena en el mundo. Gente muy buena en Inglaterra, en Wolverhampton. No todo iba a ser malo, ¿no? Estaba convencida de que volvería a ver a Bob. De repente se encontró sola frente al parque que le hacía sentirse pequeña no sólo de estatura, sino de edad. Curiosa sensación, pensó.
Se adentró por los caminos y sintió cómo se le ponía la piel de gallina. Parecía recordar el lugar. Pero era imposible, porque ella no había estado allí, jamás. Olía a hierba mojada, a verano y a dulce, a nube dulce. A mano derecha, un río serpenteaba y pasaba por debajo de un puente. Se le paró el corazón. Un puente.
Las manos le empezaron a sudar y tuvo que inclinarse y apoyarse sobre sus rodillas para volver a tomar aire. No era buen momento para un ataque de pánico.
La gente paseaba por su lado como si fuese un día normal. Pero aquel no era un día normal. Ella lo sabía perfectamente. Un grupo de vampiros psicópatas la habían tomado con ella y había tenido un sueño en el que recordaba la vida de una pareja y su hija. Además había perdido a su padre y, para colmo, también la virginidad. Ahora tampoco le daba mucha importancia al hecho de haberla perdido, pero sí al modo en que lo había hecho. Tenía que dejar de pensar en ello y centrarse en su sueño.
El lugar. Aquellas personas. El puente.
Salió del camino y se tumbó en la hierba. Había mariquitas revoloteando por el césped y mariposas cerca del agua del río. Cayó de culo y se cogió las piernas. Todos los instintos le decían que estaba en el sitio y en el momento correcto. Que hacía mucho tiempo alguien escondió un regalo bajo ese puente, en una piedra mágica. Un puente no muy grande, pero dotado de un especial encanto.
Una imagen atravesó su mente.
Ella en brazos del hombre y de la mujer. De noche, en pleno
verano. El día de su cumpleaños. Un ladrillo del puente abierto y algo que introducían en el interior.
Luego colocaron el ladrillo de nuevo.
Sacudió la cabeza y se la agarró entre temblores.
Estaba enferma. No había otra explicación. Aquella visión era una alucinación. No. No era ninguna alucinación. Joder, Eileen, despierta... La había mordido el hombre más increíblemente hermoso y malvado que había visto en la vida. La había mordido con sus colmillos. Había caminado por subterráneos y conocido a los llamados vanirios. Había soñado con otra vida que, a lo mejor y sin lograr entenderlo, le había pertenecido alguna vez. ¿Qué había de sus recuerdos antes de los cinco años? ¿Dónde estaban?
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La niña del sueño se llamaba Aileen. Con A, no con E, pero eran nombres casi exactos.
Ja
Caleb estaba en lo cierto. Su diabetes estaba perfectamente controlada, nunca había tenido
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ningún problema. ¿Cuándo se la diagnosticaron? A los siete años. ¿Qué le pasó? ¿Recordaba
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haberse sentido mal o haberse desmayado para que le diagnosticaran esa enfermedad? No. De
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hecho, no recordaba nada antes de eso.
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Caleb estaba en lo cierto. Cuando Víctor la pinchaba, no tardaba más de diez minutos en caer
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en la inconsciencia hasta el día siguiente. Después de la diabetes, dejó de soñar. Entonces, ¿antes
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soñaba?
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Fuese lo que fuese, estaba viva todavía y tenía la oportunidad de saber si ese sueño había sido
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o no la visión de una vida que había perdido en los retazos de su memoria.
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Hacía sol, pero a la luz del día no podía colocarse bajo el puente. Los guardias forestales del
Va
parque le llamarían la atención. Esperaría a que no hubiese casi nadie para hacerlo, aunque se
a
arriesgaría a que llegara la oscuridad y con ella, Caleb y su clan.
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Se estiró y sin quererlo ni creerlo, se relajó.
A las doce de la noche, cumpliría veintidós años. Ya no sería la misma Eileen. ¿Cómo podría serlo?
Pensó en los planes de futuro que tenía: en el proyecto de formación de pedagogos en Londres, en el deseo de poder ayudar a la sociedad a través de un nuevo método de educación. Ya no podría seguir su sueño.
A duras penas, se mantenía cuerda en aquel momento como para ser capaz de enseñar nada a nadie. Esa gente se lo había robado todo, pero no iba a quedarse de brazos cruzados. Primero intentaría averiguar qué le estaba pasando y por qué la asaltaban esos recuerdos ajenos. Y luego, averiguaría cuáles eran los procedimientos reales de la empresa en la que trabajaba y que dirigía su fallecido padre. Si lo decía Caleb era verdad, no podía permitirse algo así. Estaban matando a seres que tenían sus propios hijos. Niños que eran diferentes y que sufrían viendo cómo mataban a sus padres. Un niño era un niño fuese de la naturaleza que fuese. Ella había visto morir a su padre. ¿Por qué no sentía su muerte? ¿Por qué?
Apretó los puños y golpeó el suelo mullido de verde. Sintió que algo le mojaba la sien. Lo apartó
con la mano y descubrió que era una lágrima y que estaba llorando.
—Basta, basta de llorar... —se incorporó y quedó sentada de nuevo con las piernas cruzadas. Ella no había pedido nada de eso. No había elegido descubrir lo que había descubierto. Estaba metida hasta el fondo en algo que no había reclamado, en una guerra que no era suya. Pero la habían involucrado. Pues, ya era suficiente...
No tenía nada. Estaba sola. ¿Qué podía perder? No era ninguna cobarde. Ni tampoco de ese tipo de personas que se echan la manta a la cabeza para olvidarse del mundo. Un mundo de noche, sangre y clanes la había sacado de su vida acomodada y agradable. Ahora que todos cargaran con las consecuencias.
Caleb, el primero. ¿Por qué no podía dejar de pensar en él? Se frotó las muñecas con la mirada perdida.
Se levantó. Miró a un lado y al otro y, sin pensárselo dos veces, bajó la cuesta que llevaba a la orilla del río. Vigilando que nadie la viera, introdujo los pies en el río. El agua estaba fría, pero agradeció el cambio de temperatura, porque le hizo tomar contacto con la realidad. Sobre la superficie había pequeños mosquitos. Dio gracias a que el río no llevase mucha agua. Estaba casi vacío. Con toda la rapidez de la que fue capaz, se ocultó debajo del puente de piedra y empezó a palpar los ladrillos que conformaban el arco del puente.
Había un ladrillo, casi oculto por el agua, que tenía unas letras escritas. Eileen se agachó y lo
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palpó intentando leer la inscripción.
Ja
J A T FOREVER.
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¿J A T para siempre?
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Eileen vigiló que nadie la viera. Estaba oscureciendo y la gente ya no paseaba. Introdujo los
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dedos por los laterales del ladrillo. Parecía estar hueco. Y... se movía...
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Envuelta en una renovada curiosidad, intentó desencajar el ladrillo. Le costó bastante. Sólo un
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poco más y... zas... El ladrillo salió y quedó reposado en sus manos. Sonrió y miró el agujero negro
Vae
que había en la pared. Introdujo la mano palpando con cuidado. ¿Habría ratas? No pienses en eso.
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Tocó barro húmedo, pared rugosa y algo envuelto en un paño. Introdujo medio brazo para
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alcanzarlo y amarrarlo con fuerza.
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Papá y mamá hemos dejado dos regalos para ti. Están enterrados en la piedra mágica bajo el
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puente de West Park ¿Te acuerdas de la piedra, cielo mío?
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¿Era verdad? Logró sacar el paño con lo que envolvía. Era algo rectangular, un poco grueso y pesado. Dios mío, todo aquello era real.
Salió del río corriendo como si estuviese poseída. Amarraba ese tesoro como si le fuese la vida en ello. Miró al cielo, el sol se estaba poniendo. Malas noticias. Con los pantalones téjanos mojados, los pies húmedos y las manos temblorosas, buscó el cobijo de algún lugar del parque. Bajo un árbol, tras un matorral, detrás de un muro, cualquier lugar sería bueno para estudiar lo que llevaba con ella.
Encontró un grupo de árboles que parecían dibujar la forma de un arco. Se colocó detrás de ellos y quedó cubierta por los troncos. Cayó de rodillas y dejó el tesoro sobre el césped. Quitó el paño mugriento. Aquellos regalos estaban cubiertos por un plástico aislante de la humedad. Lo quitó también y entonces sus ojos descubrieron por primera vez lo que el tiempo había escondido bajo el puente.
Un libro. Tenía las tapas duras cubiertas de minúsculas piedras preciosas verdes. En el centro, con topacios más oscuros, había escrito:
JADE.
Entre el plástico aislante se divisaba otro objeto enrollado de un modo menos cuidadoso. Un cuchillo de valiosa y excelente manufactura. La empuñadura, en forma de oso levantado sobre las dos patas traseras, parecía ser de marfil blanco y pulido. El oso tenía dibujado en la panza un símbolo que ella conocía muy bien. Un símbolo celta llamado triskel. Ella sabía que significaba la interacción entre el cuerpo, la mente y el alma. Lo había leído en uno de los libros sobre mitología y simbología ancestral que tenía Gabriel en su casa. A él le encantaban. Eileen acarició la empuñadura y giró el cuchillo para admirar la hoja. Todavía cortaba y el acero brillaba refulgentemente.
Acercó la hoja a sus ojos y divisó una inscripción.
«
An Duine Táirneánach
».
¿Qué quería decir? Y... ¿en qué idioma estaba escrita? Tratando de recordar el sueño, entendió
que había palabras que, aunque a ella le sonaban, no las había escuchado nunca antes y estaba segura de que eran palabras antiguas. Ella sabía bastantes idiomas como para diferenciar las etimologías y las diferencias entre lenguas modernas y antiguas. Esa lengua ya no se hablaba. Pondría la mano en el fuego.
Cubrió la hoja del puñal con parte del plástico y se lo guardó en la parte de atrás del pantalón. No en el bolsillo, sino entre las bragas y...
¿Bragas? Eileen tiró con los pulgares del tejano y vio que llevaba unas bragas amarillas. Se puso
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las manos sobre los pechos y descubrió que también llevaba sostén. Había salido tan escopeteada
Ja
de esa casa que ni se había parado a pensar en lo que llevaba puesto. Si hubiera estado desnuda,
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también habría huido del mismo modo. Miró el sostén por el interior de la camiseta. También eran
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