Read Saga Vanir - El libro de Jade Online
Authors: Lena Valenti
¿Quién era Eileen? ¿Por qué Mikhail la había estado drogando? Se detuvo sobre el tejado de una de las casas del pueblo.
No había mucho movimiento en las calles. Sin embargo, algunas personas paseaban sus perros. Caleb intentó establecer comunicación telepática con ella. Ya había bebido de su sangre, ahora ya podía hablar con ella, pero su señal era débil. Antes, estando ella bajo la luz del sol, no podían comunicarse. El reflejo de la luz en la mente de Eileen se lo impedía. Ahora ya era de noche y habían salido todos en estampida para buscarla, pero sólo él podía controlarla de ese modo.
Eileen... ¿dónde estás?
Esperó respuesta. Frunció el ceño y volvió a intentarlo.
Eileen sé que estás débil. Ven a mí y yo te cuidaré. Todo esto pasará. Ya lo verás.
Escuchó un gemido desgarrado de dolor. Todo su cuerpo se tensó y temió por ella. Ella estaba sufriendo físicamente.
Ángel, indícame dónde estás.
Vete a la mierda.
Bien. Su guerrera todavía tenía fuerzas para encararse a él. Pero estaba muy débil y sentía una gran agonía. Intentó entrar en su cabeza, averiguar dónde estaba.
Ni se te ocurra, monstruo.
Le advirtió con un hilo de voz. Caleb volvió a tomar impulso y sobrevoló Dudley. Se guiaba más por la intuición que por otra cosa. Había conseguido ver una imagen del centro de Segdley. ¿Habría podido llegar ella hasta ahí?
¿Dónde estás?
Le preguntó tensando la mandíbula. Quería encontrarla desesperadamente y encerrarla en su casa para pedirle perdón a su manera.
Tranquila, chica, te pondrás bien. Ahora sólo aguanta un poco más...
¿Qué era esa voz de hombre? ¿Qué había sido eso? ¿Con quién estaba Eileen?
Era un varón. Eileen estaba con un varón y él cuidaba de ella. Maldita sea... Un sentimiento completamente ajeno a él, le recorrió las entrañas y le puso en tensión todos los músculos del cuerpo. Eileen había sido suya hacía unas horas. Sólo suya. ¿Con quién diablos estaba ahora? Soltó
un rugido de rabia y un deseo incontrolable de arrancarle la cabeza al hombre que estaba con ella
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se apoderó de él.
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¿Quién es él?
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Oh, Dios...
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¿Qué? ¿Qué te sucede?
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Sintió el dolor de ella. Algo la estaba desgarrando entera. Eileen gritó con todas sus fuerzas. No
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dejaba de sudar y tampoco podía abrir los ojos. La última vez que lo había hecho, una luz potente
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la había cegado.
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Caleb se estremeció.
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Eileen voy a por ti ahora mismo. Indícame dónde estás.
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¿Eileen?
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No contestó y la comunicación mental quedó descolgada. Inmediatamente Caleb, que sobrevolaba la zona límite entre Wolverhampton y Dudley, perdió todas sus fuerzas y cayó al suelo y se quedó sin respiración.
—No, Eileen...
Ya no la detectaba, no la sentía. No podía haber muerto. Esa chica no podía haber muerto. Era fuerte como ninguna otra que había conocido. No, sonrió aliviado. No estaba muerta. Lo percibía. Era el dolor por ella, la empatía que corroía su conciencia y su corazón, en milenios dormido, lo que había provocado que a Caleb se le fueran las fuerzas.
¿Era Eileen su
cáraid
?
¿Podría su cáraid odiarlo tanto?
¿Podría perdonarlo?
Rememorándolo todo, seguro que no.
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CAPÍTULO 07
—CORRE, AILEEN... Corre, Aileen... No mires atrás...
El recuerdo de las voces de su madre y de su padre se entremezclaba con el viento y con los pasos de esos hombres que la perseguían. Respiraba agitadamente, temerosa de mirar hacia atrás. Una mano la agarró del cuello, la tiró al suelo y le dio un batazo en la cabeza. Se quedó con los ojos medio abiertos, pero no estaba del todo consciente. Lo único que vio fue un rostro de barba blanca y mirada aguileña que se inclinó sobre ella. Mikhail, algo más joven. Además, tenía el muslo desgarrado por tres arañazos.
—La podrías haber matado, estúpido... —reprendió Mikhail al que llevaba el bate.
—Creo que está en estado de shock.
—Lo que está es inconsciente. Cógela, nos la llevaremos. Veremos cómo sacarle provecho.
—¿Y los padres?
—Los dejaremos en el centro de investigación. Pero antes... déjame a la madre un ratito, se arrepentirá de haberme desgarrado el cuádriceps. Mierda, puede que me quede cojo —susurró
con vehemencia.
Había amanecido. O a lo mejor era que estaba muerta. No lo sabía. Había soñado con lo que sucedió el día en que perdió a sus padres, porque ahora estaba convencida de que se trataba de sus verdaderos padres. Había recordado el día en que quedó
inconsciente tendida en la hierba y Mikhail se la llevó con él. Mikhail era cojo por culpa de Jade, pues ella le había herido de gravedad intentando defenderla.
Debería estar impresionada por la revelación de que él no fuera su padre. Pero no lo estaba. Al contrario, se sentía calmada y en paz por primera vez desde hacía... en fin, nunca se había sentido así.
Sí, ella era Aileen. Hija de Thor y de Jade. No sabía a ciencia cierta lo que le había sucedido esa trágica noche. Los habían perseguido seguro, pero no podía aclarar nada más. Sin embargo, podía recordarlos. Podía recordar cuánto adoraba y admiraba a su madre Jade o cuánto amaba a su padre Thor. Sentía el amor que le procesaban, un amor grabado ahora en su sangre y en su corazón. La alegría de haberse sabido una hija realmente querida y protegida le llenó el alma
magullada. Se tapó la cara con las manos y se echó a llorar.
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Necesitaba desahogarse. Demasiadas emociones en un corto intervalo de tiempo. Cuando se
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calmó, no sabía lo que sería de ella a partir de ese momento, pero sabía que, puesto que nada iba
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a ser igual que antes, ella debía amoldarse y tenía la seguridad de que iba a hacerlo. Siempre había
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sido así de práctica.
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Debía hacerlo, debía encontrar el sentido a todo lo que le había pasado, el control de su vida,
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fuese la que fuese.
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Se frotó los ojos con la mano vendada y se sorprendió al notar que no le dolía. Enfocó los ojos a
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la muñeca. No parecía ni siquiera hinchada y se la habían roto la noche anterior. Con curiosidad
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empezó a deshacer el vendaje, poco a poco, hasta sacárselo por completo.
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Parecía imposible. La muñeca había sanado por completo, como si nunca se la hubieran roto.
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Se incorporó. Estaba en una habitación hecha toda de madera. Por la ventana se colaba la luz de la mañana y aparecían unas vistas bien bonitas de árboles y montañas. Sin embargo, no hacía sol, pero por primera vez le gustó ese amanecer nublado.
Se sentía como nueva. Tenía un hambre de mil demonios y necesitaba ducharse. Palpó a su lado. ¿Y el libro? ¿Y el puñal?
Se levantó de un brinco y se quedó inmóvil. Miró sus pies, sus piernas... Vaya, por Dios, habían vuelto a quitarle los pantalones. Qué manía tenían todos con desnudarla... Echó un vistazo a su estómago plano, sus pechos y se tocó la cara. Algo había cambiado. ¿Qué
era?
Buscó un espejo en aquella cálida habitación. Y mientras giraba sobre sí misma para localizarlo, abrieron la puerta.
Entraron dos chicos altos y atléticos, con el pelo al estilo militar, muy corto y muy morenos de piel. Uno de ellos tenía el pelo de color negro, y el otro, tan rubio que parecía blanco. A él lo recordaba ligeramente.
El de pelo casi blanco tenía un pendiente de madera que le atravesaba la oreja como si fuese una estaca.
El otro lo llevaba en la ceja. Sus ojos eran increíblemente grandes y sus labios gruesos. Ambos muy guapos, por cierto.
Los dos se acercaron a ella y uno se le puso delante y el otro detrás.
—Por Odín... —dijo el moreno. —Estás para que te unten con nata, preciosa. Eileen alzó las cejas y les dio una sonrisa ladeada.
—Y tú seguro que no te comes ni una rosca si crees que puedes ligar así —le contestó. —
Devolvedme mis pantalones, ahora mismo —estaba nerviosa, pero no tenía miedo. Se sentía bien. Su cara estaba relajada, pero su tono era duro y exigente. ¿Desde cuándo podía sonar tan fría y altiva?
—Mmm... —el de pelo blanco tomó un mechón azabache de Eileen y lo olió. —¿Quién ha sido el colmillos que te ha montado, cariño? Lo vamos a matar —rozó su cuello con su nariz.
—¿Colmillos? ¿Cómo sabes que...? —se apartó de él bruscamente. Nada de tocar. Nadie iba a ponerle un dedo encima nunca más.
—Hueles a él —le dijo el moreno alzándole la barbilla con la mano. —Te ha marcado.
—No. Lo de la cara no me lo hizo él...
—La cara la tienes estupenda, preciosa. Es tu piel, tu olor. Te ha dejado su esencia —susurró el
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moreno mirándola con asombro a los ojos. —Madre mía, tus ojos son...
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Eileen se palpó la mejilla y el labio. No sentía ni dolor ni hinchazón. Intentó apartarse de ellos.
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—¿Me sacasteis del parque? ¿Qué me ha pasado? Dejadme un espejo. —Así que todavía no te
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has visto... —murmuró divertido el rubio. Empezó a ponerse nerviosa.
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—Dejad a la muchacha en paz —ordenó una voz desde la puerta.
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Un hombre de unos cincuenta años, bastante alto, con larga melena negra y ojos de color verde
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claro, se acercó a ella. Vestía téjanos, botas de montaña y una camisa roja y negra a cuadros.
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—Aileen —inclinó la cabeza a modo de saludo.
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Eileen entrecerró los ojos y miró al nuevo visitante. Era la primera vez que la llamaban así.
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—¿Cómo sabes quién soy? —le preguntó sorprendida.
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—Toma —le entregó el libro y el puñal. —Todavía no puedo creerme quién eres. Pero es
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inevitable no darse cuenta de tu parecido con ella.
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Cogió los dos objetos con recelo.
—¿A quién me parezco? —preguntó deseando oír la respuesta. —Eres igual que tu madre. Jade.
Aileen tragó saliva. Intentaba asimilarlo con rapidez, pero le costaba. Podría jurar que lo que sintió entonces fue alegría al oír que se parecía a ella.
—Supongo que no me creerás si te digo que no recuerdo mucho a mi madre para serte sincera. Ni siquiera a mi padre —los dos chicos gruñeron como si fueran perros, pero ella los ignoró. —
¿Quién eres tú? ¿Quiénes sois?
—Callad —les ordenó. El hombre la miró de hito en hito y finalmente sonrió. —Hay mucho de qué hablar, pero antes —la tomó de los hombros, abrió la puerta del baño y la puso enfrente del espejo de cuerpo entero que había al lado de la bañera— mírate. Por todos los santos del cielo... había cambiado. Su cuerpo era el mismo, pero más terso y suave como advirtió al tocarse el estómago. Su pelo lacio y azabache brillaba de un modo natural, casi de peluquería, pero ella no había estado en una desde hacía varias semanas. Su cara. Era igual que antes sólo que si antes era bonita ahora... ahora lo era más. No sabía cómo explicarlo pero, a todos los efectos, si antes llamaba la atención, ahora simplemente la llamaría... mucho, muchísimo más.
Entonces advirtió el cambio radical. Sus ojos. Ya no eran azules grisáceos, sino que habían adquirido el color de las campanillas en primavera. Un lila tan claro que no parecía posible en ojos humanos. Thor tenía ese color de ojos cuando lo transformaron. Eso decía el libro.
¿Quién lo transformó? Y ¿por qué? Tenía tantas preguntas sin responder. Para empezar la primera: ¿Ella seguía siendo humana?
Abrió la boca y enseñó los dientes. Sus dientes eran más blancos de lo normal y, con la lengua, notó unos colmillos más afilados que antes. A simple vista nadie lo notaría, pero si se fijaban bien, las diferencias estaban ahí. No tenía el moratón en la mejilla, había desaparecido. Y su labio ya no estaba partido.
—¿Te reconoces? —preguntó el hombre.
Eileen se echó el pelo para atrás en un gesto coqueto y femenino y se puso de lado para ver su silueta de perfil.
—Soy más... —se aclaró la garganta intentando definir lo que veía en el espejo. —En fin, me encuentro bien.
—Eres preciosa, niña —dijo el hombre mirándola con admiración y dulzura.
—Soy como antes, pero sin la E.
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Los tres se miraron confusos y ella tuvo que explicarse.
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—Hasta hace unas horas me llamaba Eileen. Era hija de Mikhail Ernepo, mi madre había muerto
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al nacer yo, vivía en Barcelona y trabajaba en una empresa que por lo visto daba caza a berserkers,
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que todavía no sé que son — explicitó, —y a vanirios por igual. Desde ahora, me llamo Aileen, soy
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hija de Jade, una princesa berserker, y de Thor, un guerrero vanirio. Y mejor que no ladréis —
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reprochó con el dedo a los dos jóvenes. —Me he dado cuenta que gruñisteis al mencionar a mi
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verdadero padre. En fin, me encuentro en Inglaterra, después de que me secuestraran unos
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vanirios psicópatas y violentos. Fui su rehén unas horas, pero me escapé y luego llegué a
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Wolverhampton, donde gracias a un sueño que tuve la misma noche que perdí... bueno, eso da
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igual, descubrí que mis verdaderos padres habían dejado un regalo para mí bajo el puente del
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West Park. Los regalos eran este diario y el puñal. Leí el diario mientras un dolor me recorría las
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entrañas y los huesos, y entonces leí que mi madre, se había convertido en mujer berserker a los
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