Saga Vanir - El libro de Jade (54 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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Adam miraba el paisaje pensativo. Noah ya había notado que desde la noche anterior su compañero estaba más callado de lo normal.

—¿Cómo está tu amiga? —le preguntó Adam mirando al frente.

Aileen se aclaró la garganta, sorprendida por la pregunta.

—Creo que bien. Está con Daanna, la hermana de Caleb. Quiero ir a verla ahora.

—Ah —contestó él con sus ojos negros mirando al frente, sin inmutarse. —Uno de esos lobeznos la hirió en el abdomen —su voz destilaba rabia.

Aileen sintió que el corazón se le colocaba en la garganta. ¿Ruth, herida? Agarró su bolso y sacó

su iPhone. Marcó el nombre de Daanna.

—Hola Aileen —contestó la voz al otro lado.

—¿Cómo está Ruth? —sorbió por la nariz.

—La herida está bien. Es impresionante lo rápido que sana...

—¿Dónde vives, Daanna? Voy para allá.

—Espera Aileen. Hay un problema con Ruth...

—¿Qué... qué sucede?

—No puedo cambiarle los recuerdos. No puedo obligarla a recordar otro tipo de cosas... no se

olvida de lo que sucedió y su mente no me deja entrar. Con Gabriel no ha habido problema, pero
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con ella sí.

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Aileen se quedó mirando al frente, con los ojos muy abiertos.

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—¿Me estás diciendo que Ruth ya sabe lo que soy? ¿Qué no hay modo de hacerle olvidar?

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—No. Yo no puedo, lo siento.

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Por supuesto, Daanna no vivía en un piso humilde. Su casa era igual que la de Caleb, sólo que
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los colores que la decoraban eran lilas y amarillos. Colores armónicos que combinaban muy bien y
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relajaban a todo aquel que los observaba. Aunque la casa era cubital por fuera, las habitaciones y

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salas internas eran circulares, como las de su hermano.

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Las puertas de la casa se habían abierto solas al verlos llegar. Ahora subían las escaleras hacia
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una de las habitaciones superiores donde estaban Ruth y Gabriel.
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Gabriel fue hacia ella cuando entró en la habitación.

—Aileen... —la abrazó y la besó en la mejilla.

Ella tuvo que esforzarse al máximo para no echarse a llorar ahí mismo.

—¿Y Ruth?

—Cuando te fuiste con Caleb ayer por la noche —le explicó Gabriel completamente convencido, —Ruth y yo nos quedamos con Daanna, el rubio que no la deja tranquila y Cahal. Bebimos más de la cuenta y a Ruth le sentó algo muy mal y ahora está intoxicada. Menos mal que Daanna —la miró con adoración cuando la vaniria apareció en la puerta con cara de preocupación— tuvo la amabilidad de traernos aquí.

Aileen tragó acongojada y miró a Daanna.

—Gabriel —susurró Daanna con voz hipnótica, —ves abajo a tomarte un refrigerio.

—Claro —contestó él asintiendo como una momia.

Aileen cada vez se sentía más asqueada de sus propios poderes. Si Gabriel se enterara algún día de lo que ella dejaba que le hicieran y que además ella misma le había hecho, acabaría asqueado también de ella.

—Ven —Daanna tomó la mano de Aileen, la atrajo hacia ella y la abrazó. —No tienes buena cara, Aileen.

Aileen dejó que la fortaleza de la hermana de Caleb la abrigara.

—Espero que no te importe que Noah y Adam se queden en tu jardín. Creen que me voy a escapar o algo parecido y mi abuelo me está vigilando así que los tengo de carabinas. As teme por mi seguridad.

Daanna asintió sin darle importancia a esos hechos.

—¿Y mi hermano?

—No me hables de él —dijo resentida. —Quiero ver a Ruth —musitó.

—No puedo entrar en la cabeza de Ruth, Aileen —explicó Daanna preparándola. —Es realmente muy fuerte. Es extraño en un humano que pueda cerrar la mente a un Vanirio de ese modo. ¿Acaso Ruth tiene algún tipo de don?

—¿Ruth? —repitió ella sorprendida. —No. No que yo sepa.

Daanna se la quedó mirando por un momento y finalmente asintió.

—Ven —le acarició la cara y la acompañó a la habitación.

Ruth yacía en la cama, con las rodillas cogidas y la cara hundida entre ellas. Su pelo rizado y

caoba caía desparramado por sus hombros. Su cuerpo temblaba.

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—Dios... Ruth —susurró Aileen yendo hacia ella.

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Ruth alzó la cabeza y vio que Aileen se acercaba a la cama.

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—Aléjate... —gritó Ruth saltando de la cama y arrinconándose contra la pared. —No te me
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acerques... —los ojos rasgados y de color ámbar la miraban aterrorizada.
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Aileen se detuvo a medio camino. Paralizada, percibió el miedo de Ruth. Su mejor amiga le
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tenía miedo.

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—Ruth, soy yo... tu amiga —le dijo con la voz rota.

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—Tú no eres mi amiga. Eres un monstruo. —le gritó.

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—No es verdad —murmuró ella. —Ruth, nos conocemos desde que éramos niñas...
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—¿Qué le has hecho a Gabriel? ¿Por qué actúa como si estuviera drogado? —le dijo con
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desprecio.

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—No le he hecho nada. No soy lo que tú crees, Ruth. Yo no...

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—Eres como ellos. Has cambiado. Tus ojos, tus colmillos... ¿Crees que no me había dado cuenta? Eres distinta. Había intentado quitarle hierro al asunto, me intentaba convencer de que no te pasaba nada... Y mira como estoy ahora... Ya no eres mi amiga. No sé lo que eres... Ni siquiera llevo un crucifijo —murmuró con la mirada ida y llevándose la mano al cuello.

—Déjame ver tu estómago, Ruth. Ayer te hirieron...

—¿Qué quieres ver? —gritó furiosa con los ojos de oro llenos de lágrimas. —Mira... —se alzó la camiseta y mostró los arañazos que aunque estaban sanando, todavía los tenía inflamados. —Esto me lo hicieron tus amigos...

—Lo que te atacó no son amigos míos. Tú, sí. Y Gabriel, también —contestó acercándose a ella con sigilo. —Caleb te salvó la vida...

—Es un vampiro, maldita sea... Como tú... Como ella... —señaló a Daanna. —Por Dios si hasta tenéis colmillos... Fue una carnicería y actúas como si tal cosa —meneaba la cabeza incrédula. —

No, no te acerques a mí —puso las manos para detenerla.

—Ellos son buenos, Ruth. Protegen a los humanos de lo que te atacó a ti.

—No...

—No te haría daño por nada del mundo, Ruth —tenía las mejillas húmedas de tanto llorar. Los ojos lilas clamaban por un poco de comprensión de su amiga.

—No quiero que me toques, por favor —le escupió. —Creo que estoy trastornada... —cerró los ojos y se apretó la cabeza con las dos manos.

Aileen se obligó a sí misma a relajarse. No podría soportar que las dos únicas personas que quería se alejaran de ella. Era demasiado doloroso. Ya había tenido suficiente con el rechazo de Caleb.

—Ruth... —dijo en voz baja. —Es verdad. Tendría que haber sido sincera con vosotros...

—Aileen... —dijo Daanna advirtiéndole del peligro que había en revelar su naturaleza— no deberías.

—Por supuesto que debo —contestó ella con un gruñido.

Ruth tragó saliva y dejó que los brazos cayeran a cada lado de su cuerpo.

—¿Qué es verdad? —preguntó mirándola de hito en hito.

—Yo... ya no soy... como tú —agachó la mirada avergonzada.

—¿Por qué? —exigió saber sin delicadeza. —¿Qué cono eres, Aileen? ¿Me vas a morder?

¿Quieren matarme? —miró a Daanna, que se tensó al oír las palabras.

—Si quisieran matarte, ya estarías muerta. Pero te aseguro que antes tendrían que pasar por
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encima de mí para llegar a tocarte. Te lo juro.

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Aquellas palabras eran muy obvias. Ruth relajó los hombros y por primera vez dejó que la
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imagen de su amiga del alma, volviera a construirse ante sus ojos. Su pelo largo y brillante caía
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sobre un hombro. Sus nuevos ojos lilas no la miraban, sino que miraban al suelo. Sus pestañas
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negras estaban húmedas de las lágrimas y encima sorbía la nariz como una niña pequeña a la que

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le habían quitado el mejor de sus juguetes. Era Eileen. No llevaba capa negra, ni tenía los ojos
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blancos, ni le chorreaba sangre de la boca. Su cuerpo era el mismo, su voz también, y su mirada,
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aunque no era azul, seguía transmitiendo cariño y bondad a raudales. Cariño por ella.
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Ruth se echó a llorar. Era Eileen, pero ya no era la misma. Estaba preocupada por ella. Se
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alejaba de su vida unos días y cuando volvían a verse estaba convertida en una ninfa de ojos lilas

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con colmillos.

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Aileen levantó la cabeza al darse cuenta que los gemidos no venían de ella, sino de Ruth. Dio
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dos pasos hacia delante y la rodeó con los brazos, echándose a llorar también.
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—Ruth, por favor... no te haría daño nunca. No llores. Yo te quiero. Por favor, no me dejes de lado. Por favor.

Ruth se agarró a ella y correspondió al abrazo.

—¿Qué te ha pasado, Eileen? ¿Qué está sucediendo?

—Es una historia muy larga...

—Me importa un comino. Cuéntamelo todo ahora mismo —susurró contra su hombro. Ruth era un poco más bajita que Aileen.

Aileen asintió y, mientras la guiaba a la cama y se sentaban juntas, sintió como una losa de cientos de kilos liberaba parte del dolor de su espalda.

—Y entonces, Daanna me ha dicho que no reaccionabas a sus coacciones mentales. Me he asustado y he venido corriendo. No sabía lo que pensabas de mí y sabía que estabas aterrada. Después de haber escuchado durante una hora larga y tendida las explicaciones de Aileen, Ruth asentía como una niña obediente y jugaba con el borde de su camiseta. Aileen se lo había explicado todo, hasta los detalles más morbosos y más vergonzosos. Todo.

—¿Qué opinas de lo que te he contado? —preguntó Aileen temerosa de la respuesta. Ruth la miró y sus ojos sonrieron. Observó su cara, sus labios, su barbilla, su pelo negro azabache... Sí, sin lugar a dudas seguía siendo su mejor amiga. Apoyó su cabeza sobre las piernas de Aileen y se quedó estirada sobre ellas durante un largo rato, sin decir nada. Aileen alzó la mano y le acarició el pelo, como siempre solían hacer cuando estaban a solas y se contaban sus secretos más íntimos.

—Lo siento, Aileen —murmuró Ruth contra sus muslos.

La mano de Aileen se detuvo sobre su cara y le apartó un mechón de pelo rizado de un caoba precioso que había caído sobre sus ojos. Ruth era una chica muy sexy, pero no era su belleza lo mejor de ella sino su corazón tan puro y compasivo.

Aileen agradecía al cielo tener una amiga como Ruth. Era fuerte y pizpireta, llena de humor y de alegría.

—¿Qué tú lo sientes? —repitió Aileen emocionada. —Yo lo siento por haberte ocultado todo.

—No, Aileen —la cortó ella. —Yo lo siento por ti. Te han pasado muchas cosas estos días y has estado sola. Siento no haber estado a tu lado —se lamentó dándole un beso en la rodilla.

—No digas eso, Ruth. No lo sabías.

—Igualmente, lo siento, cariño. Siento no haber sido yo la que te reconfortara.

—Lo haces ahora al no rechazarme. Esto significa más para mí que cualquier otra cosa que me
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hayas podido dar con anterioridad. Tú y Gabriel sois mi familia.
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Ruth se incorporó, la miró y le tomó la cara con ambas manos. Suspiró. —¿Quieres morderme?

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—preguntó la chica divertida. —No... —contestó Aileen sin alejarse de sus manos. —Tú, no me
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gustas —sonrió.

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—Puedes salir a la luz del sol, puedes comer lo que yo, sigues teniendo un gusto exquisito por la

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ropa y además eres guapa, rica e inmortal. Transfórmame aquí mismo, por Dios —dijo teatrera.
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—Para Ruth —se echó a reír.

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—Lo de los colmillos tiene solución —continuó Ruth murmurando para sí misma. —Los limas y
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punto. Pero bien mirado, son supersexys —alzó las cejas repetidamente.
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—¿Lo dices en serio lo de transformarte?

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—Depende ¿me crecerá un rabo y pelos en las piernas?

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—Ruth... —le recriminó Aileen sin aguantarse la risa.

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—No, no hablo en serio. Aunque no lo creas —se serenó, —estoy asustada de todo lo que te rodea. Pero no te tengo miedo, ahora que sé que eres tú, mi loca corrupta, compañera de juegos y aventuras. Sigues siendo mi persona favorita, Aileen.

—¿Entonces, no te doy miedo? Antes sí que me temías...

—Antes estaba completamente desquiciada. Entiéndeme, ayer me atacó un perro que se levantaba sobre las patas traseras, más alto y feo que Cuasimodo y encima con la rabia. ¿Qué

esperabas? —alzó las cejas.

Aileen intentó aguantarse la carcajada que le nacía en la garganta, pero no lo pudo evitar y se echó a reír con ella. Cuando se calmaron, Ruth pegó su frente a la de ella.

—Escúchame bien. Te conozco desde que éramos unos renacuajos. Tienes que contar conmigo siempre. Puedes hacerlo. Todavía no sé cómo le irá a mi mente saber que existen estos... vanirios y demás... pero si tú estás bien y sigues siendo la misma, yo estaré a tu lado.

—Gracias, Ruth —murmuró Aileen.

—Pase lo que pase, estés donde estés, para siempre tú serás mi hermana del alma —susurró

Ruth tragándose las lágrimas.

—Pase lo que pase, estés donde estés —Aileen abarcó la mejilla de Ruth con la mano, —para siempre tú serás mi hermana del alma.

Salió sin pensar. Instintivamente. Ruth y Aileen se acercaron a la vez y se dieron un casto, pero hermoso beso vinculante en los labios.

Daanna que estaba viendo aquella imagen tierna, sintió que la piel se le erizaba y se apartó de la pared para acercarse a ellas.

—¿Dónde habéis aprendido eso? —preguntó con los ojos iluminados. Aileen y Ruth sonrieron con complicidad y se abrazaron. Luego se apartaron y se encogieron de hombros.

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