Como si fuera para Hacienda. Ben podría necesitar una buena explicación sobre la manera en que ha obtenido aquel dinero y no puede decir que se lo quitó a las mismas personas a las que está a punto de entregárselo. No se lo dice exactamente así al Centrifugador, pero no hace falta.
El Centrifugador se sienta delante de su ordenador portátil y hace lo siguiente:
Vende la casa de Ben a una de las empresas del propio Ben y después a un residente en Vanuatu que ni siquiera existe.
Descarga un montón de acciones y bonos de Ben en un
holding
que pertenece a Ben.
Crea una pequeña finca agrícola en Argentina, la llena de ganado y vende el ganado.
—Tu efectivo es intachable.
El Centrifugador regresa a su bicicleta.
Ben va a ver a Jaime.
—¿De dónde lo has sacado? —pregunta Jaime, al ver los maletines llenos de dinero en efectivo.
—¿Qué más da? —pregunta Ben, calculando que la falta de resistencia podría despertar sospechas.
—Nos falta algo de dinero.
—¡Vaya! ¡Qué pena!
Ben explica que parte del efectivo procede de lo que le han ido pagando por su maría y el resto, de vender casi todo lo que posee y, por cierto, muchas gracias por todo.
—Vamos a necesitar documentación.
Ben le entrega las claves de acceso a su ordenador y le pide que lo deje fuera.
—Soy transparente —le dice.
Pero date prisa.
Jaime se da prisa.
Todo cuadra.
—¿Por qué no lo hiciste antes? —pregunta Jaime.
—¿Has intentado vender una propiedad con los tiempos que corren? —responde Ben—. Como están las cosas, me he pegado un buen batacazo. Llama, Jaime.
Jaime llama.
La propia Elena da el visto bueno.
Se alegra mucho, muchísimo, de poder dejar en libertad a la chavala.
Esteban entra en la habitación de O. casi con cara de tristeza.
—Te van a dejar en libertad —le dice.
¡Qué me dices!
—Tus amigos han pagado el rescate —dice Esteban—. Te vamos a devolver.
O. se echa a llorar.
Esteban también está algo emocionado.
Se arma de valor y le pregunta si pueden ser amigos en Facebook.
Les envían las instrucciones mediante un mensaje de texto:
«Estad listos a las 14. Os indicaremos el sitio por sms.»
—¿Te fías de estos cabrones? —pregunta Chon.
«Salta, que te cojo.»
—No, pero ¿acaso tenemos otra opción?
No.
Querida Unidad Maternal:
Hago sonar mis chapines de rubíes.
Aunque Europa es un lugar superguay del Paraguay, no hay nada como el hogar, ¿verdad? Además, me he quedado sin cuartos, aunque supongo que ya te lo habrás imaginado.
Eso sí, mamitina, cuando digo que vuelvo a casa, no quiero decir que me voy a quedar en tu casa. Vale, tal vez un poquito sí, pero después me voy a marchar. Ya era hora, ¿no? La cuestión es que creo que necesito crear una vida, ¿sabes? (Sin entrenadora, por eso.) Ni siquiera sé muy bien qué significa eso en realidad, aunque algo significará, digo yo. Es posible que vaya al extranjero (otra vez) a hacer algún trabajo humanatario
[2]
. O sea, algo de ayuda, ¿no? ¿Te acuerdas de mi amigo Ben? Es posible que vaya con él y con otro amigo, Chon, a hacer algún tipo de trabajo útil en Indonesia. Cavar pozos o algo por el estilo. ¿Te imaginas a la inútil de tu hijita con una pala en la mano?
Te quiere,
O.
Barney, el de la armería, es un oyente empedernido de los programas de entrevistas de las emisoras de radio de derechas.
La cuestión es que Barney se entera de la masacre de la autopista y deduce el resto, a sabiendas de que tiene seis mexicanos menos de los que preocuparse. Lo que oye es la información que se ha filtrado acerca de las balas calibre 50 halladas dentro y alrededor de los muertos y la hipótesis de que los primeros tiros se dispararon desde lejos...
«¡Qué estupidez! ¿Cómo vas a usar un Barrett modelo 90 para disparar de cerca?» ...y aprovecha la oportunidad de hacer una buena acción.
Vamos a ver, es que Barney vive en la frontera.
Vale, que sí, que en esta puta vida todos vivimos así, pero es que Barney vive literalmente en la frontera y lo que eso significa en este momento es que vive tanto en México como en Estados Unidos.
No le gusta, no está conforme con la situación, pero así son las cosas.
Digan lo que digan la Patrulla de Fronteras, los milicianos o cualquier gilipollas de la capital, este país está gobernado igual o más por el cartel de Baja.
Eso es algo a lo que Barney ha tenido que adaptarse.
Y parece que no le han ido mal las cosas, teniendo en cuenta que ése es su cliente principal.
Claro que él no lo dice en voz alta, porque los clientes que le siguen en importancia son los derechistas, que, como Barney, aborrecen a los mexicanos, pero Barney tiene que pagar montones de facturas de médicos y la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos lo trae a mal traer —cabe la posibilidad de que se pase los años dorados de la jubilación eludiendo a negros y capullos en una penitenciaría federal—, de modo que tiene que tomar una decisión.
¿A qué gobierno llamará?
¿En cuál puede confiar?
¿Con cuál saldrá mejor parado?
Baja el volumen de la radio para poder hablar por teléfono.
Lado se alegra de hablar con él y manifiesta su disposición a llegar a algún tipo de toma y daca.
(«Gringo
pendejo
.»)
Cuando Lado se entera de lo que el tío Barney tiene para ofrecer, se le acaba la alegría.
Lado no está contento, pero Elena se pone furiosa.
Está fuera de sí, porque siente que le han tomado el pelo.
Se ha dejado engañar por aquellos yanquis y ahora piensa que tal vez la simpatía —¿o será fascinación?— que siente por la muchacha no la ha dejado discernir bien.
Instalarse en su nueva casa en Estados Unidos...
En realidad, más bien es un complejo, una fortaleza nueva situada en medio del desierto, con más metros de alambre de espino, alarmas, sensores de sonido y movimiento, hombres armados patrullando en vehículos de tracción en las cuatro ruedas y todoterreno, todos en la máxima alerta desde los últimos atentados...
... resulta tristemente sencillo. Otro juego de ropa, de lencería, toallas, artículos de tocador, electrodomésticos que no se han usado jamás para preparar la comida, todo tan estéril como su vida actual. La mujer de Lado, anfitriona perfecta, dama de honor, ha acudido en persona para ver que todo estuviera en orden. Hasta el desierto circundante parece demasiado limpio, como si el viento lo hubiera refregado y el sol lo hubiera blanqueado: un exterior a juego con su desguarnecido paisaje interior.
¡Qué sed!
Piensa en su nueva vida como refugiada.
Una espalda mojada billonaria, una mexicana forrada de dólares.
Lado ha preparado el terreno (reseco) en previsión de aquel día, cuando el cartel tuviese que marcharse de México y comenzar una nueva vida en aquella tierra nueva y salvaje. Todo está en su sitio: los pisos francos, los depósitos clandestinos, los mercados y los hombres. La agencia antidroga ha recibido un soborno generoso y su presencia allí pasa desapercibida.
Ella esperaba poder dejar atrás el baño de sangre y ahora esto.
La guerra la acompaña.
Su confianza ha sido traicionada.
Surge la necesidad de cometer una atrocidad más.
Llama por teléfono a Lado.
—Trae aquí a Magda.
—No querrá venir.
—¿Te he preguntado lo que ella quiere? —dice Elena con brusquedad.
El silencio en señal de conformidad. Se ha acostumbrado a que los hombres reaccionen así: a la pasividad en su pequeña rebelión. Aparentemente, les sirve para mantener en su sitio sus preciosos
cojones
.
Entonces Lado formula una pregunta cruel:
—¿Y qué hacemos con la chica, con la otra?
—No tenemos más remedio que seguir adelante.
—Estoy de acuerdo.
«¿Acaso te he pedido tu opinión?», piensa Elena, pero se lo guarda para sí.
Ya le está pidiendo lo suficiente, sin necesidad de añadirle encima su mala uva. Ella sabe lo que hay detrás, además: que ella no quiere matar a aquella muchacha.
Elena se sienta frente al ordenador y enciende la pantalla.
La chavala está en su habitación, en una finca situada a pocos kilómetros de allí, tumbada de espaldas, arreglándose las uñas.
«Se está preparando —piensa Elena— para volver a casa. No quieres matar a la chavala porque te recuerda a tu propia hija rebelde y a ti misma durante tu breve período de libertad, que ahora parece corresponder a otra vida. Pues bien, si no quieres matarla, no lo hagas. La decisión es tuya y no tienes que rendir cuentas a nadie.»
Elena reconoce lo que le está pasando: es un momento de rebelión contra la situación actual de su vida, contra aquello en lo que se ha convertido.
Una esperanza vana.
«Si no matas a la chica, si no haces exactamente lo que has prometido hacer, pones en peligro a tus propios hijos, porque los salvajes pensarán que eres débil y vendrán por ti y por los tuyos.»
Lado ha esperado pacientemente.
Ella dice:
—Hazlo. Y quiero que ellos lo vean.
«Soy la Reina Roja. ¡Que le corten la cabeza!»
—¿Quiere estar presente? —pregunta Lado.
—No —responde Elena.
Aunque se obligará a observarlo en la pantalla.
«Si puedes ordenarlo —se exige a sí misma—, puedes verlo.»
—Quiero que se haga antes de que llegue Magda —añade ella.
—Tardaré un poco en llegar hasta allí —dice Lado.
—Lo antes posible, por favor —dice y se le ocurre algo más—: Y ponte en contacto con estos cabrones, para que se enteren.
«Que sufran.»
Ben y Chon aguardan junto al ordenador. Las instrucciones llegan a las dos en punto:
Podréis verla morir a las seis.
Sabemos que fuisteis vosotros.
Sois los siguientes.
Disponen de cuatro horas.
¿Para hacer qué?
Saben que está en alguno de los tres lugares que hay en el desierto, pero ¿qué van a hacer? ¿Elegir uno al azar con la esperanza de acertar? Incluso suponiendo que fuera el lugar correcto...
—No conseguiríamos entrar —dice Chon— y la matarían en cuanto comenzara el tiroteo.
—¿Y qué vamos a hacer? —pregunta Ben—. ¿Esperar sentados?
—No —dice Chon.
No vamos a hacer eso.
CI 1459 ha proporcionado a Dennis un montón de información valiosa a lo largo de los años.
Lo ha ayudado a capturar y meter en la cárcel a dos de los hermanos Lauter. Ha aportado unas cuantas ramas a la escoba con la cual Dennis intentaba barrer hacia atrás el mar de drogas procedente del cartel de Baja.
A su vez, Dennis lo ha recompensado con lo siguiente:
El permiso de residencia y trabajo.
Asilo.
Una identidad nueva.
Ahora Lado lo llama para contarle algo que él ya sabe: que Elena Sánchez Lauter se dirige a una casa de seguridad en el desierto.
Le indica el lugar exacto.
¿Habrá pensado aquella arpía ceporra que él le estaba preparando el terreno? ¿Tantos años de trabajo, tanto matar, por ella, en lugar de por él mismo?
Sí, Su Majestad. Sí, Elena
la Reina
.
De modo que la DEA arrestará a Elena y nadie podrá echarle la culpa a Lado y, como nadie querrá que su hijo pusilánime ocupe su lugar, no quedará nadie más a quien recurrir, excepto él. Y él hará al Azul una oferta de paz: repartirse la
plaza
estadounidense entre los dos, a partes iguales.
El Azul no la rechazará.
Perfecto.
Dennis se sube al coche.
—Tienen a la chica —dice Ben.
—¿A quién?
—A la chica que vino con nosotros —dice Chon—. La van a matar.
—Elena Sánchez Lauter tiene una hija, Magdalena —dice Ben—, que estudia en Irvine.
—Por Dios, Ben.
—¿Dónde está?
—¿Estás mal de la cabeza? —pregunta Dennis.
—Sí —dice Ben—. Dinos dónde la podemos encontrar.
Dennis baja la mirada hacia su estómago. Cuando la alza, tiene los ojos húmedos.
—Estoy en deuda con ellos, Ben. Mucha pasta. Medio kilo.
—¡Qué putada, Dennis!
—Una verdadera putada, Ben.
—¿Dónde está la hija?
—Por Dios, Ben. Matarán a mi familia.
—Te daré dinero —dice Ben— para que huyas con tu familia esta misma noche, pero me lo vas a decir.
Dennis lo piensa por un instante y a continuación baja del coche.
Se acerca el Metrolink que va hacia el norte, procedente de Oceanside, el tren en el que se ven delfines y ballenas por las ventanillas del lado del mar.
Dennis se dirige hacia las vías.
Ben sale corriendo del coche.
Demasiado tarde.
Dennis se arroja a los raíles.
—Tiene que vivir en alguna parte —dice Chon.
Claro que sí.
Repasan otra vez la lista de propiedades que les ha dado Steve.
Un apartamento en Irvine.
Buscan por MapQuest.
Queda a tres manzanas del campus.
Es un tópico.
Un lugar común.
Uno se convierte en aquello que aborrece.
—Ya sabes lo que tenemos que hacer —dice Ben.
Chon lo sabe.
El hombre de Lado se baja del coche en el aparcamiento del edificio de apartamentos donde vive Magda.
Pop, pop. Chon le mete en la nuca dos balas disparadas con silenciador y lo devuelve al coche.
La guerra de las drogas ha llegado a Irvine.
Magda se prepara una taza de té verde.
Quiere algo que la estimule un poco, pero ya no toma más café y, de todos modos, el té es más sano: los antioxidantes y toda la pesca.
Suena el timbre de la puerta.
¿Quién será? Es un incordio, porque lo que quiere en aquel preciso momento es poner los pies en alto, beberse el té y leer un centenar de páginas de Insoll para su asignatura de arqueología y religión.
Es probable que sea la holgazana de Leslie, que viene a pedirle los apuntes. Si la muy
puta
se levantara por la mañana para ir a clase...