Sendero de Tinieblas (25 page)

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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantasía

BOOK: Sendero de Tinieblas
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Como se encontraba tan lejos del templo, ya no contaba con su propio poder mágico, ya no tenía modo de regresar por si misma; y, según se evidenciaba ahora, nadie podía ayudarla. Vio que el Baelrarh en el dedo de la vidente volvía a la vida; luego oyó adónde iba a dirigirse Kim con aquel poder.

Oyó la pregunta de Paul, las primeras palabras que pronunciaba desde que el Piydwen había encallado y ellos habían alcanzado la orilla. Se preguntaba con admiración cómo alguien que podía hablar con la voz de trueno de Mórnir podía permanecer tan tranquilo y dueño de si mismo y, después de que su presencia hubiera pasado casi inadvertida, llamar la atención de todos con unas palabras que iban hasta el meollo mismo de lo que estaba sucediendo. Se daba cuenta de que le tenía cierto miedo y de que no daba resultado su empeño por transformar ese miedo en odio o desprecio.

Una vez más se esforzó por prestar atención a lo que estaba sucediendo en la playa.

Entre las sombras aún brillaban los rubios cabellos de Diarmuid, reflejando los últimos colores del cielo del crepúsculo. Era el príncipe quien hablaba en esos momentos.

-Bien -decía-, creo que ha llegado el momento de que saquemos alguna conclusión de todo lo que se nos ha ido relatando. Agradezcámosle a nuestra encantadora sacerdotisa tanta información como tenemos. A partir de ahora Loren ya no puede ponerse en contacto con Teyrnon. Según he colegido, Kim ha tenido una visión de Calor Diman, pero nada en absoluto de los ejércitos. Y Jaelle ha agotado sus reservas de noticias útiles.

La pulla parecía reflexiva e inocente; ella no se molestó en responder, cosa que tampoco esperaba Diarmuid. Este sacudió la cabeza con un gesto que parecía expresar auténtica conmiseración y murmuro:

-Eso hace que todos dependamos de mis nunca agotadas reservas de lo que por experiencia sé que mi queridisimo hermano probablemente hará.

En cierto modo, aquellas palabras pronunciadas con tanta labia tuvieron un efecto tranquilizador. Una vez más, Jaelle comprobó que aquel hombre a quien acostumbraba llamar con desprecio «principito» sabía muy bien lo que llevaba entre manos. Había tomado ya una decisión y estaba procurando que esa decisión pareciera tomada a la ligera y de forma inconsecuente. Jaelle miró a Sharra, que estaba junto al príncipe. Ya no estaba segura de si la compadecía o no; lo cual suponía otro cambio substancial, pues en otro tiempo no hubiera dudado en compadecerla.

-En una ocasión como la presente -siguió diciendo Diarmuid-, no tengo más remedio que acudir a los preciosos recuerdos de mi infancia. Quizás algunos de vosotros habéis tenido pacientes y protectores hermanos mayores. Yo he sido tristemente condenado a no tener un hermano de esa naturaleza. Con seguridad, Loren lo recuerda. Desde el momento en que fui capaz de seguir con pasos vacilantes la estela de mi hermano, se me puso una cosa de manifiesto: Aileron jamás, nunca me esperaba.

Se interrumpió y miró a Loren como si aguardara una confirmación a sus palabras, pero luego continuó en un tono del que había desaparecido toda ligereza:

-Tampoco me esperará ahora; no puede hacerlo, teniendo en cuenta el lugar adonde debemos dirigirnos. Si está en la Llanura con su ejército y el apoyo de los lois, Aileron avanzará para presentar batalla; apostaría mi vida. Mejor dicho, con vuestro permiso, apuesto mi vida y la de todos vosotros. Aileron procurará entablar combate en Starkadh tan rápidamente como pueda, lo cual creo que sólo significa una cosa.

-Andarien -dijo Loren Manto de Plata; en ese momento Jaelle cayó en la cuenta de que el mago había educado a Diarmuid y a su hermano.

-Andarien -repitió el príncipe en tono bajo-. Irá hasta Andaríen atravesando Gwynir.

Se hizo un silencio. Jaelle era consciente de la presencia del mar, y del bosque que quedaba al este, y además de la oscura sombra de la torre de Lisen que se cernía sobre ellos.

-Sugiero -siguió diciendo Diarmuid- que bordeemos el bosque de Pendaran por el oeste, en dirección norte, que torzamos a la altura de Sennett y atravesemos el río Celyn para encontrarnos, si es que sirven de algo los recuerdos de la infancia, con los ejércitos de Brennin, de Daniloth y de los dalreis en los confines de Andarien. Si estoy equivocado -concluyó, dirigiéndole a la sacerdotisa una generosa sonrisa-, por lo menos tendremos con nosotros a Jaelle, que sembrará el temor a cualquier cosa con que nosotros cincuenta nos encontremos allí.

Ella le respondió tan sólo con una mirada glacial. El sonrió con mayor jovialidad aún, como si la expresión de ella no hubiera hecho sino confirmar su aseveración, y de inmediato, con uno de sus característicos y volubles cambios de humor, se volvió para encararse con Arturo, que acababa de ponerse de pie.

-Señor -dijo el príncipe con toda seriedad-, tal es por ahora mi consejo. Estoy abierto a cualquier sugerencia que quieras hacer, pero conozco el terreno y también creo conocer a mi hermano. A menos que tú sepas o presientas algo diferente, creo que debemos dirigirnos a Andarien.

-Nunca hasta ahora había estado en este mundo -dijo Arturo con voz profunda y reflexiva- y no he tenido nunca un hermano, en ningún mundo. Estos son tus hombres, príncipe Diarmuid. Considérame uno de ellos y condúcenos a la guerra.

-Tendremos que llevar con nosotros a las mujeres -murmuró Diarmuid.

Jaelle estuvo a punto de replicarle con una cáustica pulla, pero en aquel preciso momento un resplandor atrajo su mirada y se volvió para ver que el Baelrath en el dedo de Kim brillaba con una llama más y más imperativa.

Miró a la vidente como si la viera por primera vez: su pequeña y delgada figura con los cabellos enmarañados de un increíble color blanco, la repentina aparición de la arruga vertical en su frente. Y de nuevo tuvo la sensación de que parecían existir cargas aún más pesadas que las suyas.

Recordó el momento que había compartido con Kim en Gwen Ystrat, y deseó, un poco sorprendida de si misma, poder hacer algo por ella, poderle ofrecer un consuelo que fuera más allá de las simples palabras. Pero Jennifer había estado en lo cierto al decir, cuando se hubo marchado Darien, que ninguno de ellos podía ofrecer protección alguna a los demás.

Contempló cómo Kim se acercaba a Paul y le daba un estrecho abrazo; Jaelle vio que lo besaba en la boca. Él le acarició los cabellos.

-Hasta la próxima -dijo la vidente, como un claro eco del mundo que ambos habían dejado atrás-. Procura tener cuidado, Paul.

-Y tú también -fue todo lo que él dijo.

La sacerdotisa vio que se acercaba luego a Jennifer y que hablaban un momento, aunque no pudo oír sus palabras. Luego la vidente se volvió. A Jaelle le pareció mientras la miraba que se iba alejando más y más. Kim indicó con un gesto a Loren y a Matt que se colocaran junto a ella. Les ordenó que se cogieran las manos y ella puso su mano izquierda sobre las de ellos. Luego alzó la otra mano hacia la oscuridad y cerró los ojos.

En aquel preciso instante, como si se hubiera llevado a cabo alguna conexión, la Piedra de la Guerra se encendió con un brillo deslumbrante y, cuando se hubo extinguido la luz cegadora, los tres habían desaparecido también.

Cuando despertó, en el bosque reinaba la oscuridad. Flidais se llevó la mano a la cabeza y pudo así comprobar que la herida le había sanado. El dolor parecía haber desaparecido. Pero también lo había hecho su oreja derecha. Se incorporó muy despacio y miró en torno. Su padre estaba allí.

Cernan se había acuclillado no muy lejos de él y lo miraba con aire grave, sin mover la astada cabeza. Flidais sostuvo la mirada en silencio largo rato.

-Gracias -dijo por fin, hablando en voz alta.

Cernan le correspondió inclinando la cornamenta, y luego dijo también en voz alta:

-No trataba de matarte.

«Nada ha cambiado», pensó Flidais. «Nada en absoluto.» Era una historia demasiado antigua, que se remontaba a los tiempos en que los dos, él y Galadan, eran jóvenes, como para que la cólera por la herida recibida fuera demasiado grande. Dijo con voz sosegada:

-Tampoco trató de no hacerlo.

Cernan no dijo nada. En la espesura reinaba la oscuridad, pues la Luna todavía no estaba lo suficientemente alta para iluminar con su luz de plata el lugar donde se encontraban. Pero los dos podían ver en la oscuridad, y Flidais, al mirar a su padre, leyó en sus divinos ojos sufrimiento y culpabilidad. Eso último lo desarmó; siempre le ocurría.

Se encogió de hombros y dijo:

-Supongo que hubiera podido ser peor.

La cornamenta se movió de nuevo.

-Te curé la herida -dijo su padre a la defensiva.

-Lo sé.

Notó que tenía un trozo de tejido en el lugar donde antes había estado su oreja.

-Dime -preguntó-, ¿estoy muy feo?

Cernan ladeó la cabeza con un movimiento apreciativo.

-No más que antes -dijo con prudencia.

Flidais se echó a reír. Y poco después el dios hizo lo mismo con un sonido profundo que resonó a través del bosque.

Cuando las risas cesaron, hubiera parecido que reinaba el silencio entre los árboles para quienes no estuvieran sintonizados con el bosque de Pendaran, como lo estaban el agreste dios y su hijo. Incluso con sólo una oreja, Flidais podía oír el susurro del bosque, los mensajes que se iban transmitiendo como fuego. Por eso estaban hablando en voz alta; a través del silencioso vínculo ya estaban ocurriendo demasiadas cosas. Y además aquella noche en Pendaran había más poderes.

De pronto se acordó de algo. Del fuego, para ser precisos.

-La verdad es que me podría haber sucedido algo peor: le mentí -dijo.

La mirada de su padre se hizo más aguda.

-¿Por qué?

-Quería saber quién había estado en el Anor. Sabía que alguien había estado allí, ya sabes por qué. Y yo le dije: sólo estuve yo. Y no era cierto -hizo una pausa y luego continuó-: Ginebra también estaba allí.

Cernan de las Fieras se incorporó de un salto con un movimiento animal.

-Eso explica algo -dijo.

-¿Qué?

Por toda respuesta, apareció ante Flidais una imagen. Era su padre quien se la estaba mostrando, y Cernan no le había hecho nunca daño, aunque, hasta ahora, tampoco le había hecho el más mínimo bien. Y así, con extralla confianza, Flidais abrió su mente y recibió la imagen: un hombre que caminaba a toda velocidad por el bosque con una agilidad especial, sin tropezar, pese a la oscuridad y a las enmarañadas raíces.

No era quien esperaba ver. Pero sabía muy bien de quién se trataba y por eso supuso lo que había ocurrido mientras yacía inconsciente en el bosque.

-Lancelot -susurró con un inesperado tono, cercano al dolor, en su voz.

Su mente trabajó deprisa.

-Debía de estar en Cader Sedat, claro. El Guerrero debe de haberlo despertado. Y ella lo ha mandado lejos otra vez.

Había estado en Camelot. Había conocido a los tres en su primera vida, y los había vuelto a ver sin que ellos lo reconocieran en muchas de las reencarnaciones que se habían visto obligados a llevar a cabo. Conocía la historia: formaba parte de ella.

Y ahora, recordó con un destello de alegría, como una luz en la oscuridad del bosque, conocía el nombre con el que se lo invocaba. Eso le trajo a la memoria el juramento.

-El hijo está también en el bosque -dijo-, el hijo de Ginebra. ¿Dónde está ahora mi hermano? -preguntó con urgencia.

-Se dirige a toda velocidad hacia el norte -contestó Cernan.

Tras un instante de duda continuó:

-No hace mucho tiempo, mientras dormías, ha pasado de largo junto al chico, no demasiado lejos de él. Pero no lo ha visto ni ha notado su presencia. Tus amigos del bosque estaban muy enfadados porque había derramado tu sangre y no le han enviado ningún mensaje. Nadie le ha hablado.

Flidais cerró los ojos y aspiró entrecortadamente. Habían estado muy cerca uno de otro. Tuvo la visión del lobo y del niño pasando muy cerca uno de otro rodeados por la oscuridad del bosque poco antes de que saliera la Luna, pasando muy cerca pero sin saberlo, sin tan siquiera sospecharlo. «¿O sí?», se preguntó. ¿Es que había una parte del alma que de algún modo captaba posibilidades ya perdidas, futuros que nunca se harían realidad, tan sólo por aquella pequeña distancia que los había separado de noche en el bosque? En ese preciso instante, sintió que el aire se agitaba. El viento, con un indicio -quizás sólo imaginado- de algo más.

Abrió los ojos. Se sentía alertado, conmocionado, hasta exaltado por lo que acababa de suceder, pero no sentía dolor.

-Necesito que hagas algo por mí -dijo-. Que me ayudes a guardar un juramento.

Los oscuros ojos de Cernan llamearon de cólera.

-¿Tú también? -dijo con la suavidad de un gato cazador-. He hecho lo que deseaba. He sanado el daño que hizo mi hijo. ¿Cuántos vínculos con el Tejedor quieres que rompa?

-Yo también soy hijo tuyo -dijo Flidais con enorme atrevimiento, pues podía sentir la cólera del dios.

-No lo he olvidado. He hecho lo que deseaba.

Flidais se puso en pie.

-No puedo detener al bosque en un asunto como éste. No soy suficientemente fuerte.

Pero no quiero que muera ese niño pese a que quemó el árbol. Hice un juramento. Eres el dios del Bosque además de ser el dios de las Fieras. Necesito tu ayuda.

Poco a poco pareció que se desvanecía la ira de Cernan. Flidais tenía que mirar hacia arriba para distinguir el rostro de su padre.

-Te equivocas. No necesitas mi ayuda en este asunto -dijo el dios desde la majestad que le confería su altura-. Has olvidado algo, prudente criatura. Por razones que jamás admitiré, al hijo de Rakoth le ha sido entregada la Diadema de Lisen. Los poderes y espíritus del bosque no lo dañarán directamente, no mientras la lleve. Le harán otra cosa, y tú deberías saberlo, pequeño.

Lo sabia.

-El bosquecillo -murmuró-. Lo están guiando hacia el bosquecillo sagrado.

-Y contra lo que le espera allí -dijo Cernan-, contra lo que le espera y lo matará, yo no tengo poder alguno. Y no quisiera tener tal poder. Aunque pudiera, no intervendría. No le deberían haber permitido vivir. Es hora de que muera, antes de que se una a su padre y acabe toda esperanza.

Se había vuelto para marcharse, después de decir lo que quería decir, después de hacer lo único que estaba obligado a hacer, cuando su hijo le replicó con una voz tan profunda como las raíces de los árboles:

-Quizás tengas razón, pero no lo creo. Creo que en este tejido hay algo más. Tú también has olvidado algo.

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