Sentido y Sensibilidad (15 page)

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Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

BOOK: Sentido y Sensibilidad
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—¡Ah! Mi querida señorita Dashwood —le dijo la señora Palmer poco después—, tengo un favor tan grande que pedirles, a usted y a su hermana. ¿Irían a Cleveland a pasar un tiempo estas Navidades? Por favor, acepten, y vayan mientras los Weston están con nosotros. ¡No pueden imaginar lo feliz que me harán! Mi amor —dijo, dirigiéndose a su marido—, ¿no te encantaría recibir a las señoritas Dashwood en Cleveland?

—Por supuesto —respondió él con tono despectivo—, fue mi único propósito al venir a Devonshire.

—Ahí tienen —dijo su esposa—, ya ven que el señor Palmer las espera; así que no pueden negarse.

Las dos, Elinor y Marianne, declinaron la invitación de manera clara y decidida.

—Pero no, deben ir y van a ir. Estoy segura de que les gustará por sobre todas las cosas. Los Weston estarán con nosotros, y será sumamente agradable. No pueden imaginarse la delicia de lugar que es Cleveland; y lo pasamos tan bien ahora, porque el señor Palmer está todo el tiempo recorriendo la región en la campaña electoral; y vienen a cenar con nosotros muchas personas a las que nunca he visto antes, lo que es absolutamente encantador. Pero, ¡pobre!, es muy fatigoso para él, porque tiene que hacerse agradable a todo el mundo.

A duras penas pudo Elinor mantenerse seria mientras concordaba en la dificultad de tal empresa.

—¡Qué delicia será —dijo Charlotte— cuando él esté en el Parlamento! ¿Verdad? ¡Cómo me voy a reír! Será tan cómico ver que sus cartas le llegan dirigidas con las iniciales M.P.
[4]

Pero, saben, dice que nunca enviará mis cartas con las franquicias que él tendrá por ser parlamentario. Ha dicho que no lo hará, ¿no es verdad, señor Palmer?

El señor Palmer la ignoró por completo.

—El no soporta escribir —continuó—, dice que es espantoso.

—No —dijo él—, nunca he dicho algo tan irracional. No me hagas cargar a mí con todos los agravios que le haces tú al lenguaje.

—Mírenlo, vean qué divertido es. ¡Siempre es así! En ocasiones pasa la mitad del día sin hablarme, y después sale con algo tan divertido… y por cualquier cosa que se le ocurra.

Al volver a la sala, la señora Palmer sorprendió a Elinor al preguntarle si su esposo no le gustaba enormemente.

—Por supuesto —respondió Elinor—, parece una persona muy amena.

—Bueno… me alegra tanto que sea así. Me imaginé que le gustaría, pues es tan agradable; puedo asegurarle que al señor Palmer le gustan enormemente usted y sus hermanas, y no se imaginan qué desilusionado se sentirá si no vienen a Cleveland. No logro imaginarme por qué rehúsan hacerlo.

De nuevo Elinor se vio obligada a declinar la invitación; y mediante un cambio de tema, puso fin a sus ruegos. Pensaba en la probabilidad de que, por vivir en la misma región, la señora Palmer pudiera darles referencias sobre Willoughby más detalladas que las que se podían deducir del limitado conocimiento que de él tenían los Middleton, y estaba ansiosa de obtener de cualquier persona una confirmación de los méritos del joven que permitiéra eliminar toda posibilidad de temor por Mariana. Comenzó preguntándole si veía mucho al señor Willoughby en Cleveland y si estaban íntimamente relacionados con él.

—¡Ah! Sí, querida; lo conozco sumamente bien —respondió la señora Palmer—. No es que alguna vez haya hablado con él, por cierto que no; pero siempre lo veo en la ciudad. Por una u otra causa, nunca me ha ocurrido estar quedándome en Barton al mismo tiempo que él en Allenham. Mamá lo vio acá una vez antes; pero yo estaba con mi tío en Weymouth. Sin embargo, puedo decir que me habría encontrado innumerables veces con él en Somersetshire, si por desgracia no hubiese ocurrido que nunca hayamos estado allí al mismo tiempo. El pasa muy poco en Combe, según creo; pero si alguna vez lo hiciese, no creo que el señor Palmer lo visitara, porque, como usted sabe, el señor Willoughby está en la Oposición, y además está tan lejos. Sé muy bien por qué pregunta: su hermana va a casarse con él. Me alegra horrores, porque así, sabe usted, la tendré de vecina.

—Le doy mi palabra —dijo Elinor— de que usted sabe mucho más que yo de ese asunto, si alguna razón la asiste para esperar tal unión.

—No intente negarlo, porque usted sabe que todo el mundo habla de ello. Le aseguro que lo escuché cuando pasaba por la ciudad.

—¡Mi querida señora Palmer!

—Por mi honor que lo hice… El lunes en la mañana me encontré con el coronel Brandon en Bond Street, justo antes de que saliéramos de la ciudad, y él me lo contó personalmente.

—Me sorprende usted mucho. ¡Que el coronel Brandon se lo contó! Con toda seguridad se equivoca usted. Dar tal información a una persona a quien no podía interesarle, incluso si fuera verdadera, no es lo que yo esperaría del coronel Brandon.

—Pero le aseguro que ocurrió así, tal como se lo dije, y le contaré cómo fue. Cuando nos encontramos con él, se devolvió y caminó un trecho con nosotros; y comenzamos a hablar de mi cuñado y de mi hermana, y de una cosa y otra, y yo le dije: «Entonces, coronel, he oído que hay una nueva familia en la casita de Barton, y mamá me ha contado que son muy bonitas y que una de ellas se va a casar con el señor Willoughby, de Combe Magna. Cuénteme, ¿es verdad? Porque por supuesto usted debe saberlo, como ha estado en Devonshire hace tan poco».

—¿Y qué dijo el coronel?

—Oh, no dijo mucho; pero parecía saber que era verdad, así que a partir de ese momento lo tomé como cosa cierta. ¡Será maravilloso, le digo! ¿Cuándo tendrá lugar?

¿El señor Brandon se encontraba bien, espero?

—Ah, sí, muy bien; y lleno de elogios hacia usted; todo lo que hizo fue decir buenas cosas sobre usted.

—Me halagan sus alabanzas. Parece un hombre excelente; y lo creo extraordinariamente agradable.

—Yo también… Es un hombre tan encantador, que es una lástima que sea tan serio y apático. Mamá dice que también él estaba enamorado de su hermana. Le aseguro que sería un gran cumplido si lo estuviera, porque casi nunca se enamora de nadie.

¿Es muy conocido el señor Willoughby en su parte de Somersetshire? —dijo Elinor.

—¡Oh, sí, mucho! Quiero decir, no creo que mucha gente lo trate, porque Combe Magna está tan lejos; pero le aseguro que todos lo creen sumamente agradable. Nadie es más apreciado que el señor Willoughby en cualquier lugar al que vaya, Y puede decírselo así a su hermana. Qué monstruosa buena suerte la suya al haberlo conquistado, palabra de honor; y no es que la suerte de él no sea mayor, porque su hermana es tan bien parecida y encantadora que nada puede ser lo bastante bueno para ella. Sin embargo, para nada creo que sea más guapa que usted, le aseguro; creo que las dos son extremadamente bonitas, y estoy segura de que lo mismo piensa el señor Palmer, aunque anoche no logramos que lo reconociera.

La información de la señora Palmer sobre Willoughby no era demasiado sustanciosa; pero cualquier testimonio en su favor, por pequeño que fuese, le era grato a Elinor.

—Estoy tan contenta de que finalmente nos hayamos conocido —continuó Charlotte—. Y ahora espero que siempre seamos buenas amigas. ¡No puede imaginarse cuánto quería conocerla! ¡Es tan maravilloso que vivan en la cabaña! ¡Nada puede igualárselo, se lo aseguro! ¡Y me alegra tanto que su hermana vaya a casarse bien! Espero que pase mucho tiempo en Combe Magna. Es un sitio delicioso, desde todo punto de vista.

—Hace mucho tiempo que se conocen con el coronel Brandon, ¿verdad?

—Sí, mucho; desde que mi hermana se casó. Era amigo de sir John. Creo —agregó en voz baja— que le habría gustado bastante tenerme como esposa, si hubiera podido. Sir John y lady Middleton también lo deseaban. Pero mamá no creyó que esa unión fuera suficientemente buena para mí; de no haber sido así, sir John habría hablado con el coronel y nos habríamos casado de inmediato.

—¿El coronel Brandon no sabía de la proposición de sir John a su madre antes de que la hiciera? ¿Alguna vez le había manifestado a usted su afecto?

—¡Oh, no! Pero si mamá no se hubiera opuesto a ello, diría que a él nada le habría gustado más.

En ese entonces no me había visto más de dos veces, porque fue antes de que yo dejara el colegio. Pero soy mucho más feliz tal como estoy. El señor Palmer es exactamente la clase de hombre que me gusta.

CAPITULO XXI

Los Palmer volvieron a Cleveland al día siguiente, y en Barton sólo quedaron las dos familias para invitarse mutuamente. Pero esto no duró mucho; Elinor todavía no se sacaba bien de la cabeza a sus últimos visitantes —no terminaba de asombrarse de ver a Charlotte tan feliz sin mayor motivo; al señor Palmer actuando de manera tan simplona, siendo un hombre capaz; y la extraña discordancia que a menudo existía entre marido y mujer—, antes de que el activo celo de sir John y de la señora Jennings en pro de la vida social le ofrecieran un nuevo grupo de conocidos de ellos a quienes ver y observar.

Durante un paseo matutino a Exeter se habían encontrado con dos jovencitas a quienes la señora Jennings tuvo la alegría de reconocer como parientes, y esto bastó para que sir John las invitara de inmediato a ir a Barton Park tan pronto hubieran cumplido con sus compromisos del momento en Exeter. Sus compromisos en Exeter fueron cancelados de inmediato ante tal invitación, y cuando sir John volvió a la casa indujo una no despreciable alarma en lady Middleton al decirle que pronto iba a recibir la visita de dos muchachas a las que no había visto en su vida, y de cuya elegancia… incluso de que su trato fuera aceptable, no tenía prueba alguna; porque las garantías que su esposo y su madre podían ofrecerle al respecto no le servían de nada. Que fueran parientes empeoraba las cosas; y los intentos de la señora Jennings de consolar a su hija con el argumento de que no se preocupara de si eran distinguidas, porque eran primas y debían tolerarse mutuamente, no fueron entonces muy afortunados.

Como ya era imposible evitar su venida, lady Middleton se resignó a la idea de la visita con toda la filosofía de una mujer bien criada, que se contenta simplemente con una amable reprimenda al esposo cinco o seis veces al día sobre el mismo tema.

Llegaron las jovencitas, y su apariencia no resultó ser en absoluto poco distinguida o sin estilo. Su vestimenta era muy elegante, sus modales eran corteses, se mostraron encantadas con la casa y extasiadas ante el mobiliario, y como ocurrió que los niños les gustaban hasta el embeleso, antes de una hora de su llegada a la finca ya contaban con la aprobación de lady Middleton. Afirmó que realmente eran unas muchachas muy agradables, lo que para su señoría implicaba una entusiasta admiración. Ante tan vivos elogios creció la confianza de sir John en su propio juicio, y partió de inmediato a informar a las señoritas Dashwood sobre la llegada de las señoritas Steele y asegurarles que eran las muchachas más dulces del mundo. De recomendaciones de esta clase, sin embargo, no era mucho lo que se podía deducir; Elinor sabía que en todas partes de Inglaterra se podía encontrar a las chicas más dulces del mundo, bajo todos los distintos aspectos, rostros, temperamentos e inteligencias posibles. Sir John quería que toda la familia se dirigiera de inmediato a la finca y echara una mirada a sus invitadas. ¡Qué hombre benévolo y filantrópico! Hasta una prima tercera le costaba guardarla sólo para él.

—Vengan ahora —les decía—, se lo ruego; deben venir… no aceptaré una negativa: ustedes sí vendrán. No se imaginan cuánto les gustarán. Lucy es terriblemente bonita, ¡y tan alegre y de buen carácter! Los niños ya están apegados a ella como si fuera una antigua conocida. Y las dos se mueren de deseos de verlas a ustedes, porque en Exeter escucharon que eran las criaturas más bellas del mundo; les he dicho que era absolutamente cierto, y mucho más. Estoy seguro de que a ustedes les encantarán ellas. Han traído el coche lleno de juguetes para los niños. ¡Cómo pueden ser tan esquivas y pensar en no venir! Si de alguna manera son primas suyas, ¿verdad? Porque
ustedes
son primas mías y ellas lo son de mi esposa, así es que tienen que estar emparentadas.

Pero sir John no logró su objetivo. Tan sólo pudo arrancarles la promesa de ir a la finca dentro de uno o dos días, y luego partió asombradísimo ante su indiferencia, para dirigirse a su casa y alardear nuevamente de las cualidades de las Dashwood ante las señoritas Steele, tal como había alardeado de las señoritas Steele ante las Dashwood.

Cuando cumplieron con la prometida visita a la finca y les fueron presentadas las jovencitas, no encontraron en la apariencia de la mayor, que casi rozaba los treinta y tenía un rostro poco agraciado y para nada despierto, nada que admirar; pero en la otra, que no tenía más de veintidós o veintitrés años, encontraron sobrada belleza; sus facciones eran bonitas, tenía una mirada aguda y sagaz y una cierta airosidad en su aspecto que, aunque no le daba verdadera elegancia, sí la hacía distinguirse. Los modales de ambas eran especialmente corteses, y pronto Elinor tuvo que reconocer algo de buen juicio en ellas, al ver las constantes y oportunas atenciones con que se hacían agradables a lady Middleton. Con los niños se mostraban en continuo arrobamiento, ensalzando su belleza, atrayendo su atención y complaciéndolos en todos sus caprichos; y el poco tiempo que podían quitarle a las inoportunas demandas a que su gentileza las exponía, lo dedicaban a admirar lo que fuera que estuviera haciendo su señoría, en caso de que estuviera haciendo algo, o a copiar el modelo de algún nuevo vestido elegante que, al verle usar el día antes, las había hecho caer en interminable éxtasis. Por fortuna para quienes buscan adular tocando este tipo de puntos flacos, una madre cariñosa, aunque es el más voraz de los seres humanos cuando se trata de ir a la caza de alabanzas para sus hijos, también es el más crédulo; sus demandas son exorbitantes, pero se traga cualquier cosa; y así, lady Middleton aceptaba sin la menor sorpresa o desconfianza las exageradas muestras de afecto y la paciencia de las señoritas Steele hacia sus hijos. Veía con materna complacencia todas las tropelías e impertinentes travesuras a las que se sometían sus primas. Observaba cómo les desataban sus cintos, les tiraban el cabello que llevaban suelto alrededor de las orejas, les registraban sus costureros y les sacaban sus cortaplumas y tijeras, y no le cabía ninguna duda acerca de que el placer era mutuo. Parecía indicar que lo único que la sorprendía era que Elinor y Marianne estuvieran allí sentadas, tan compuestas, sin pedir que las dejaran formar parte de lo que ocurría.

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