Bueno, esto último lo hacía porque, con toda seguridad, Kipper era miope. Él nunca lo hubiese reconocido, evidentemente. Pero estaba claro que, cada vez que se probaba las gafas de Oscar, a través de las lentes de dos dioptrías veíamos iluminarse sus pupilas como las de quien acaba de descubrir un mundo nuevo y diferente.
En cuanto a la polémica sobre si era agente o no, una cosa no dejaba lugar a la duda: si no lo era, lo había sido. Tan solo había que presenciar su habilidad para interceptar armas de fuego, neutralizando así posibles malhechores. Por desgracia, en mi barrio no había demasiados malhechores. Y las armas de fuego también escaseaban un poco. Así que Kipper tenía que practicar con bocadillos.
Eso sí, su técnica era infalible.
Primero se infiltraba entre los grupos de niños que jugaban al fútbol, se apostaban cromos o bailaban la peonza, haciéndose pasar por uno más. Después, sigilosamente, se acercaba por detrás al niño o a la niña en cuestión. No silbaba porque su boca no se lo permitía, pero la idea era esa: hacer como que pasaba por allí. Entonces, justo en el momento en que menos sospechas estaba levantando, daba un salto muy similar al de la trucha cuando atrapa los insectos que vuelan sobre el lago. Es así como interceptaba el artefacto del niño. Seguidamente, borraba toda huella de acción haciendo desaparecer hasta la última miga del bocadillo.
De hecho sabíamos que Kipper no era —o había sido— un agente secreto cualquiera, sino uno de los mejores. La prueba estaba en que podía hacer desaparecer siete u ocho bocadillos en una sola tarde. Si en lugar de ser niños con bocadillos hubiesen sido gángsteres con pistolas, tú mismo puedes hacerte tus cálculos.
Por supuesto, la cosa pronto perdió la gracia, porque una vez la voz se corrió los niños empezaron a hacer trampa. Cada vez que a uno no le gustaba la merienda que le había preparado la mamá, ya sabía cómo proceder. Evidentemente, si se deshacía del problema dándole el bocata a alguien o tirándolo a una papelera, la noticia llegaría a ciertos oídos. Y esa noche, en su casa, se llevaría un considerable rapapolvo.
Pero… ¿y si, en cambio, el niño se limitase a situarse en el radio de acción de Kipper? ¿Y si se dejase caer, como quien no quiere la cosa, por la zona donde este llevaba a cabo sus operaciones? Si entonces una especie de criatura amarilla con el hocico rojo se acercaba a él por la espalda y, antes de que pudiera darse cuenta, saltaba y le arrebataba el bocata de las manos, ¿no podría jurar él completamente su inocencia?
El resultado fue que Kipper pronto dejó atrás su reputación de agente secreto. Ahora se le veía más como un trabajador autónomo que prestaba sus servicios en el barrio a la cabeza de una pequeña empresa de mantenimiento.
Por supuesto, Kipper era mucho más que eso.
Podría contarte mucho más sobre él. Hablarte de cómo fue atropellado dos veces y resucitó en ambas milagrosamente, después de pasar varios días moribundo. O de sus aventuras con los petardos. O de cuando por fin se echó novia formal.
Podría hablarte de su reacción ante la palabra «campo» o «calle». De lo que ocurría cuando envolvías cualquier cosa en papel de celofán. De su forma de despertarte o de escurrirse hasta tu cama.
Podría resumirte su época de torero o su carrera pugilística. Podría recrearme en el día en que se comió un enorme saltamontes o en que fue madre de un pollo. O en aquel que me salvó la vida. Podría hablarte de las noches que pasé con él junto a una hoguera y contemplando las estrellas.
O podría hablarte de su trágica muerte.
Podría, como he dicho, llenar este manual solo con rutinas de Kipper. Pero al final me pondría sentimental. Y creo que ya te he mostrado más que suficiente cómo se le puede sacar partido a una mascota y a todo lo que has vivido con ella.
Aunque Kipper, ya lo he dicho, fue mucho más que una mascota.
LOS TRES DESEOS DEL HADA MADRINA (RR+C)
«Si esta señora mayor que tienes al lado abriese su bastón y extrajese de él una varita mágica; si comenzara de repente a levitar y un halo resplandeciente surgido de no sé dónde invadiera todo su cuerpo; si, a continuación, te dijera: soy tu hada madrina, te he estado siguiendo todo este tiempo y creo que ha llegado la hora de concederte tres deseos, aunque no pienso darte más de dos minutos para hacerlo, ¿qué le responderías?».
La mayoría de la gente sale con cosas como salvar el mundo, que desaparezca el hambre, volver con mi exnovio, conseguir cierto trabajo, que no haya guerras o ser feliz.
Por cierto, esta última no vale. Deben ser cosas específicas, no sentimientos o deseos abstractos.
Si no se muestra cooperativa, yo suelo amenazarlas con que van a quedarse sin deseos.
Aparte de esto, mi consejo es que pongas un poco el dedo en la llaga, haciendo comentarios del tipo: «eso es un poco típico, es la tercera vez que lo oigo esta noche».
Si la fuerzas a que se desmarque un poco, podrás utilizar esta rutina también como Cualificador para ofrecerle algún IDIC creíble. Si te suelta una idiotez demasiado típica y tú le ofreces un IDIC por ello, este no resultará demasiado creíble.
Ten, por cierto, buenas respuestas preparadas y que te desmarquen de la masa, porque al menos en la mitad de los casos te devolverán la pregunta.
ME ENCANTAN LOS MIMITOS (RR+V)
«Entiéndeme, el sexo me encanta. Pero es que… No, déjalo. Si te lo cuento te vas a reír…
»Verás, es que me da cosa confesarlo, porque parece que no vaya con mi imagen de tipo duro y todo eso. Pero lo cierto es que, cuando tengo confianza de verdad con una chica, cuando estoy realmente a gusto junto a una persona, me encanta acurrucarme con ella en una cama o en el sofá. Y entonces podemos pasar el rato besándonos, acariciándonos, tocándonos el pelo o susurrándonos tonterías el uno al otro. No sé, tía, me encanta hacer mimitos.
»A veces, pienso que podría estar así durante horas».
ALGO QUE NO TE HA DICHO NADIE (RR+V+D+C)
«Nena, a mí no me la pegas… Ni por un instante…» Aquí debes esperar algún tipo de reacción por su parte. Cualquiera que sea esta, lo normal es que te anime a explicarte: «Mira, sé que la mayoría de los tíos sucumben ante esa parte de tu personalidad que comunica a gritos: “Soy una tía buenorra, me muestro siempre distante, puedo hacer lo que me dé la gana y siempre me salgo con la mía…” Pero yo sé algo que ninguno de ellos sabe…
»Hay otra parte de ti, una parte que mucha gente no consigue ver y que nadie que te haya conocido por unos pocos minutos como yo ha visto nunca…
»Y es que, aunque a veces te hagas la dura, en el interior eres extremadamente sensible.
»Si alguien hace un comentario negativo sobre ti, puede que actúes como si te diera igual… pero pensarás en ello de camino a casa. Sé que, secretamente, eres tan sensible como una niña pequeña… Simplemente, esa es una parte de ti que la mayoría de la gente no llega a conocer…».
Este tipo de rutina viene muy bien para hacer que el Objetivo se despoje de su Máscara Social.
TEST DE SENSUALIDAD (RK+R)
Esta rutina guarda una estrecha relación con el TEST DE LA CONFIANZA. Y, como es lógico, puede intercalarse con ella o con muchas otras. La principal diferencia radica en que, en tanto que la coartada de la anterior era evaluar el nivel de confianza entre ambos, la de esta es someter a examen su madurez sexual o su sensualidad.
Otro de sus objetivos es el de educar sexualmente a la mujer para que aprenda a sacar un mayor partido de su cuerpo y de las posibilidades, en términos de experiencias intensas y placenteras, que este le ofrece.
Para hacer buen uso de esta rutina, se recomienda contar con un conocimiento muy profundo de los juegos y técnicas de excitación sexual propias del preámbulo, queriendo referirme con esto a todo aquello que puede hacerse a una mujer vestida y lejos de una cama. Esto es más importante en el caso de esta rutina que de la anterior. Pues, mientras que en la última nos limitábamos a decir que queríamos poner a prueba su confianza, con el TEST DE SENSUALIDAD vamos a jactarnos de ser capaces de enseñar a la mujer a aumentar su capacidad para disfrutar de la propia sexualidad, cosa que deberemos estar dispuestos a probar aún sin quitarle la ropa. En gran medida, pues, y siempre que ella colabore, la destreza que poseamos decidirá nuestro éxito.
En la práctica, la aplicación de la rutina parte de una especie de reto y de una afirmación ligeramente fatua por nuestra parte. El discurso apropiado sería algo parecido a esto: «La verdad es que mi experiencia me muestra que la mayoría de las mujeres no están en contacto con su propia sensualidad y se encuentran a años luz de alcanzar su potencial sexual, aunque no lo sepan. Para mí, es muy fácil averiguar si este es o no el caso, mediante un sencillo test que he llamado El Test de Sensualidad».
Y no dices nada más. En este punto, un alto porcentaje de las mujeres muestran interés por dicho test, solo en cuyo caso debes proseguir: «Mira, ¿de verdad quieres que te aplique mi test? Te advierto (aquí incluimos el elemento de reto) que es peligroso y puede cambiar el concepto que tienes sobre ti misma o incluso tu vida sexual. También te tengo que decir que se trata de un test interactivo y solo funciona si estás realmente dispuesta a cooperar. Es necesario, además, aplicarlo dentro de un contexto adecuado en el que se cuente con cierta paz e intimidad».
Si sigue interesada, ahora es el momento de aislar en caso de que no lo hayas hecho ya. La llevas a un lugar tan cómodo, acogedor, tranquilo e íntimo como puedas y prosigues: «Bien, ¿estás preparada? Voy a empezar con un simple ejercicio de comprobación. Te voy a pasar la mano por tu brazo y quiero que, a la sensación que experimentes, le pongas una nota del cero al diez, siendo cero nada placentera y diez totalmente placentera. En función de lo que respondas, podré decirte lo lejos que te encuentras de alcanzar tu potencial sexual».
En este momento puedes, por ejemplo, aplicarle una simple caricia muy suave con los dedos en la parte interna del antebrazo. Es importante que te esmeres, porque si logras que te ponga una buena nota, puede decirse que ha picado. Si no te pone una nota alta, lo vas a tener más difícil, pero debes continuar probando cosas diferentes hasta obtener al menos un siete.
Una vez le haya dado un siete a alguna de tus caricias, ya puedes continuar: «Bien, un siete… ¿Y si yo te dijera que se trata solo de un dos? ¿Y si te dijera que puedo hacer que tu baremo se expanda como una supernova?».
Lo lógico es que ella se vea tentada a que le demuestres cómo, cosa que aprovecharás para pedirle que cierre los ojos y guiarla en un breve ejercicio de relajación. La idea es que relaje y olvide del entorno —de ahí lo de cerrar los ojos— tanto como sea posible, para hacerla mucho más receptiva a cualquier caricia tuya. Ten presente que la excitación de la mujer no es tan binaria como la del hombre, sino mucho más progresiva. Ya he comentado con anterioridad que podríamos comparar la sexualidad del hombre con un interruptor, y la de la mujer con una rueda de volumen. El objetivo ahora es ir girando el volumen cerca del máximo.
Una vez creadas estas condiciones, debes rebuscar en tu repertorio de Kinoescaladores y encontrar uno más demoledor que el anterior, por ejemplo el de la pasarle la palma de la mano a un centímetro de su piel o el tirón de cabello por la zona de la nuca.
A veces puedes abandonar en el mejor momento, diciéndole que el test puede continuar, pero que no se lo vas a hacer ahora. Si la ves muy receptiva, puedes escalar hasta el beso. Tengo un amigo, por ejemplo, que es capaz de llevar a cabo ejercicios más excitantes que rompen con el estereotipo habitual. A veces, puede incluso llegar a la caricia de pezones aún sin haberla besado.
ERES COMO UNA MALETA DE VIAJE (RR+RUM)
[754]
«Supón que nos conocemos ya desde hace seis meses… Pero ¡qué digo! Te conozco desde hace solo seis minutos y ya me tienes histérico perdido, así que… Bueno, da igual.
»Imagínate que llevamos seis meses juntos y estamos paseando cogidos de la mano por un Centro Comercial. Podría ser navidad o qué se yo…
»Pero, ¿sabes lo curioso? No importa de qué estuviéramos hablando, instintivamente cada uno de nosotros se sentiría atraído hacia un tipo de tiendas específicos. Sabes lo que quiero decir, ¿no?
»Por cierto, ¿cuál es tu tipo de tienda? ¿Cuál es ese tipo de escaparate al que me arrastrarías sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo?
»El mío, nunca lo adivinarías. Estoy seguro de que mucha gente pensaría que tendría que ser una tienda de informática, o de ropa… Sí, ya lo sé, tú dirás: “No, de piercings… O de cremitas para la cara y para el cuerpo”.
»Pero no.
»Mi caso es realmente raro: tiendas de maletas de viaje.
»Tal cual, como lo oyes. Veo un escaparate con maletas y bolsas de viaje y me quedo como hipnotizado mirándolas. Y hay algo dentro de mí que me arrastra al interior del local.
»¿No es absolutamente disparatado? Ahí estaríamos tú y yo, cogiditos de la mano, plantados en el interior de una tienda de maletas. Y tú dirías: Cariño, ¿se puede saber qué hacemos aquí? No lo sé, respondería. ¿A quién tienes que regalar una maleta?, preguntarías. A nadie, ni siquiera a mí. Tengo más maletas y bolsas de viaje de las que necesito… Eso sí, si alguna se hace un rasguño, no puedo evitarlo: me compro otra nueva.
»Hace poco se me perdió la cremallera en una de ellas y la iba a llevar a arreglar. Pero luego me dije, qué coño, ¿no es esta una magnífica excusa para comprar otra? Y eso hice.
»Vale, ya lo sé, soy un poco rarito… Pero ¿qué quieres que te diga? No puedo evitarlo.
»Pero bueno, ¿por qué te cuento esto?
»Supongo que… no sé… Hay algo en las tiendas de maletas que me arrastra a su interior y…
»No sé… Cuando te miro…
»Mira, no estás mal, pero que no se te suba a la cabeza, ¿sabes? Yo ya he estado con otras tías buenas, así son las cosas… La belleza es común, ya lo sabes, lo raro es una energía especial, una perspectiva diferente, una personalidad única… Y sí tú tienes dos de estas cosas, no está mal para empezar… Pero no, hay algo más. Cuando te miro… no sé, hay algo más etéreo, algo que me deja un poco como…
»Y ¿sabes? Mira a tu alrededor». Apartas la vista de ella, como disgustado y mirando hacia otra parte. Entonces, prosigues: «Hay un montón de gente que no conozco, y sí, tampoco te conozco a ti. Pero de algún modo mi cerebro…» Al decir esto mueves tu cabeza, llevándola de nuevo hacia ella como si algo te obligase a hacerlo: «No sé, es como si no pudiera evitar volver a mirarte.