—Yo sé lo que te pasa a ti. —Casi me da un infarto al oír esas palabras, pronunciadas en un tono rotundo y varonil—. A ti lo que te falta es una buena ración de polla, que hace mucho que nadie te folla como te mereces.
Qué fácil es decir eso en una habitación vacía y qué difícil es oírlo con los ojos de su señora esposa clavados en mi cara descompuesta. Y más difícil me resulta reconocer que, pese a que tengo motivos de sobra para estrangularle con mis propias manos, mi sexo va a su bola y se humedece en respuesta a la provocación.
—¿No dices nada?
—¿Qué quieres que te diga, amor? Esto es un hospital…
Hago un gesto de pesadumbre hacia Mrs. Donelan mientras me levanto. La veo sonreír tristemente antes de darme la vuelta y salir al jardín.
Tener sexo aunque sea telefónico con este tipejo que hacía ni dos semanas llamaba orgullosa «mi novio» me hace sentir sucia y terriblemente deprimida.
Bajuna, incluso. Opto por dejar pasar treinta segundos antes de marcar el número de móvil de Pepe, que sigue de guardia frente al portal de Javier, y tratar de parecer decidida y despreocupada.
—Me apuesto contigo pincho de tortilla y caña a que, en menos de una hora, el pajarito va a salir del nido para coger un AVE. Vente tú también si quieres, pero me vale con que me digas a qué hora va a llegar aquí.
Obviamente, después de lo que se lo ha currado, Pepe no tiene ninguna intención de perderse el fin de fiesta. Se compra un billete de ida a Málaga y llama a su colega Domingo el Tijeritas para que vaya a recogerle a la estación, porque Narciso el Bulboso tiene cosas que hacer en la propiedad de Mrs. Donelan: acondicionarnos un escondite.
Pepe, además, tiene el encargo de Juan Carlos de registrar todo lo que allí suceda. La pequeña cámara digital que el corresponsal le dio para aquel primer viaje a Marbella, aquella con la que Narciso retrató las fotos de la boda de Dorothy y Héctor, sigue en su poder.
Cuando le llama para contarle cómo se desencadenan los acontecimientos y advertirle que el final está cerca, mi primer amante le suplica que sea sus ojos.
—Tiene una función de vídeo, chaval. Tienes que colarte en esa fiesta y apañártelas para grabarme lo que pase. Ojalá pudiera ir yo mismo, pero hoy no puedo ni moverme y, además, tengo que hacer cosas en casa —se lamenta Juan Carlos, mientras Pepe se acomoda en su asiento de turista.
—No se preocupe, mister. Yo me cuelo y se lo grabo. Qué ganitas tengo de que esto acabe, ¿sabe? Yo, por Pandora, lo que sea, pero la verdad es que tengo ganas de cambiar de aires. Estoy pensando irme a Huesca…
Una vez citada la presa, hay que tender el cebo y, encargadas de prepararlo convenientemente, tengo a dos profesionales: Patricia y Elena.
Cuando entro en el dormitorio, Nuria es ya una obra maestra.
Guapa a rabiar en su estado natural, Elena ha conseguido sacarle tanto brillo a aquella perla, que realmente refulge. Enfundada en un vestido color melocotón, tan pegado a su cuerpo como su propia piel, hace que su moreno natural se paladee tan dulce como un caramelo. Sus ojos perfectamente perfilados destacan en un rostro ovalado iluminado con maquillaje suave y su boca pequeñita, con los labios rellenos, ponen un toque casi infantil que sé que hará enloquecer a Javier.
—Estás impresionante.
Me sonríe a través del espejo y, pese a que es ella quien va a llevar todo el peso de la escena, trata de tranquilizarme:
—Mis amigos están a punto de llegar. Sólo son cinco, traen su propio vestuario de fiesta y no son actores conocidos, pero son muy buenos, ya verás. La ropa que traerán va a ser discreta, Elena, no te preocupes.
La idea de mi amiga la estilista es que todos los invitados a la fiesta vistan de forma elegante pero discreta, ropa oscura, sin brillos, para que el espectacular look que ha creado para Nuria destaque como una gerbera entre un puñado de alcachofas.
—¿Estás nerviosa, Pandora?
La pregunta me coge por sorpresa mientras evalúo algunos de los vestidos que aún hay por todas partes.
—Sí, sí que estoy nerviosa. ¿Y tú?
—Yo también, pero no te preocupes, eso es bueno.
—Sí, eso significa que ambas sois inteligentes.
Patricia nos hace sonreír. En realidad, su labor de mentalización con Nuria es casi prescindible: tiene clara su labor y sabe cómo va a realizarla. Han trabajado juntas, eso sí, varias posibles reacciones de Javier y se siente capaz de llevar a cabo su parte con éxito. Laura se pasó el día de ayer adiestrándola en el manejo del software necesario e incluso han trazado juntas un plan B, por si la conexión falla.
Desde hace dos días estoy pasmada con la soltura y serenidad con que las dos brujas más jóvenes de este aquelarre se preparan para el golpe final. Laurita ha madurado varios años en sólo unas semanas y Nuria parece la impresionante mujer que un día será.
En realidad, esta historia nos ha hecho crecer un poco a todas nosotras. La frialdad con la que mi presunto amor me ha mentido y lleva una triple vida a mis espaldas no da miedo, da auténtico pánico. Cada vez que me doy una leche sentimental aprendo, como todos, pero en esta historia no sólo he aprendido, he escarmentado.
No tengo un plan concreto para redirigir mi vida en la etapa postJavier, pero sí tengo clara una cosa; vuelvo a las premisas antiguas convenientemente revisadas: follar está permitido, enamorarse ya va a ser otro cantar.
La fiesta comienza con toda la naturalidad del mundo.
Mientras nosotras ocupamos nuestros lugares en la casita anexa a la mansión, en la que vive el servicio de Mrs. Donelan, los presuntos invitados bajan las escaleras de la segunda planta o entran por la puerta de atrás, abierta de par en par para que los del catering terminen de meter bandejas, vasos y bebidas a toda prisa.
Cuando Pepe llama una hora antes de llegar a la estación, los invitados de Dorothy (gente de su entera confianza, británicos en su mayoría, que han sido advertidos de que asisten a un sainete) ya han llegado y se mezclan despreocupadamente con los actores compañeros de Nuria y el profesor, que se trata, nada menos, de aquel tipo estrambótico de la fiesta del periódico que medio secuestró a Julia. Fue el día que conocí en persona a Javier, del que hoy pienso despedirme. Y al ver que hoy también se ha puesto aquella pajarita de lunares, sonrío como si reconociera un buen augurio: el círculo se cierra.
Entre los amigos de la anfitriona identifico al primer vistazo al que efectivamente resulta ser su novio. A mí no se me escapa una y esas miradas, ese roce casual de manos, esa sonrisa cómplice es de algo más que de buenos vecinos.
La señora nos lo presenta como su abogado que, casualmente, vive allí, en una casa de la misma urbanización, al otro lado del lago artificial, pero puedo sonsacarle al bueno de Narciso que el hombre ha enviudado hace algo más de un año. Al parecer, a los pocos meses de la boda de Dorothy y Héctor, su esposa enfermó y murió casi de manera fulminante. Para entonces, la galesa ya estaba escarmentada de su reciente matrimonio y se volcó en consolar a su viejo amigo, el mismo del que Héctor desconfía y con el que trata de pillarle continuamente, sin éxito, gracias a las buenas artes del jardinero.
Esta noche, el papel de Nuria es el de una sobrina del señor letrado que, como nos cuenta luego Henry, está especializado en Derecho Mercantil Internacional, así que se pasean del brazo por el salón de Dorothy, del que se han retirado los muebles para que toda esta gente se mueva más a sus anchas.
La llegada de Pepe, sofocado y a la carrera, nos coge haciendo con Nuria las últimas pruebas de sonido. Como en las películas americanas, su micrófono está camuflado en un broche de pedrería, muy a pesar de Elena, prendido de su vestido y su auricular es una cosa prácticamente invisible metida dentro de su oreja izquierda.
Para evitar acoplamientos, decidimos que la música salga del propio piano.
Una de las amigas de Dorothy se presenta voluntaria para tocar y reconozco que, cuando empieza a desgranar notas, me parece que la fiesta no puede empezar mejor.
—Era una magnífica concertista. Ahora sólo toca para los amigos o en galas benéficas —me informa Mrs. Donelan y ese pequeño detalle de calidad en mi obra teatral me hace sentir afortunada frente a todos los imponderables, que son muchos.
Por ejemplo, Luis me ha advertido de que la batería no es lo mejor que tiene el equipo de sonido y que tenemos un poco menos de dos horas de autonomía. Sólo de pensar que a lo mejor hay que mantener la farsa casi dos horas me eriza el vello.
La llegada de nuestro artista invitado nos pone a todos en alerta.
—¡En diez minutos lo tenemos aquí! Debe de estar a punto de entrar en Marbella.
Pepe entra corriendo en la casa mientras saca de la mochila la cámara de fotos y se deja disfrazar por Elena con una camisa y una chaqueta sobre sus vaqueros desgastados. Los zapatos le quedan un número pequeños, pero hace de tripas corazón y se los pone. Los amigos de Nuria lo adoptan como uno más de su grupo para que no parezca un friki solitario pegado a una cámara.
Patricia, Elena, Carmen, María Luisa, Henry y yo desaparecemos de la fiesta segundos antes de que empiece la primera y única función de aquella obra sin guión que yo dirijo y que titularemos algo así como
Te pillé
.
En la primera escena, Dorothy y Héctor/Javier entrarán prácticamente a la vez en el salón. La mujer procederá del piso superior e irá vestida para la fiesta que presuntamente se estará celebrando en su casa. Héctor entrará por la puerta principal, con aires de esposo celoso y engañado, con el gesto más agrio del mundo y una actitud chulesca dispuesto a cargarse el buen ambiente, la música y quizá un par de platos. Tropezará con varios grupos de personas a los que ni siquiera saludará. Es normal, tampoco los conoce.
Divisará a su esposa hablando animadamente con su abogado y, furibundo, irá hacia ella. En el camino, su mirada quedará atrapada por el aleteo de las interminables pestañas (postizas) de Nuria y sus ojos de leoparda, color miel claro.
El tiempo se parará en el rostro de Héctor, que se detendrá también. Cebo y presa se mirarán frente a frente. (Pepe está rodando la escena discretamente desde una esquina del salón). La pianista, que se habrá percatado del momento, entonará
Extraños en la noche
para ayudar a alcanzar el clímax y mi corazón de directora novel está a punto de estallar porque mi actor accidental, mi presa, habrá picado el anzuelo.
El primer acto ha sido muy rápido, lo sé, pero el segundo está lleno de acción.
En la primera escena, tendremos entre bambalinas a Carmen, que como los viejos apuntadores, se las ve y se las desea para seguir la conversación de Nuria y Héctor de forma coherente. «Que si ahora se escucha demasiado el piano, que si Héctor habla demasiado bajo, que si hay demasiado ruido de platos…». El caso es que la traducción simultánea no funciona con la fluidez que hemos ensayado y Nuria suplirá sus lagunas de inglés con más lenguaje corporal del necesario. (La chica está claro que va a por un sobresaliente).
La apuesta es arriesgada, pero tiene un resultado excelente y, en vista de la entrega que demuestra Héctor, Carmen opta por quemar las naves y le propondrá por boca de Nuria «ir a un lugar más tranquilo». Como directora me veo en la obligación de protestar, porque creo que mi actriz puede estar yendo demasiado deprisa incluso para un gigoló como mi ex novio. Pero las palabras ya habrán sido pronunciadas y escucharé a Héctor picar una vez más el anzuelo tendido.
—¿Adónde quieres ir?
Su tono será algo más que cómplice y meloso y empiezo a pensar que está dispuesto a hacer cualquier cosa que ella le pida.
Cuando Carmen le dicta la siguiente frase, la más importante de este acto, me santiguo y cruzo los dedos. Será fundamental que ella parezca lo justo ansiosa, lo justo interesada, lo justo despreocupada, lo justo coqueta, lo justo excitada…
—La verdad es que necesito entrar en mi correo electrónico. Me han dicho unos compañeros que ya han salido las notas y me muero de ganas de saber si he aprobado todo. Quizá podría utilizar tu portátil…
La verdad es que la sutileza no es la mejor virtud de Carmen, pero Nuria está cómoda en su papel, le dará el punto justo (¡ésa es mi niña!) y acompañará el atrevimiento con una sonrisa traviesa, un hombro hacia adelante y una caída de ojos (unos truquitos de nada que yo le he enseñado) a la que nadie podría resistirse.
—Después, si quieres, puedes enseñarme el resto de la casa. Seguro que tiene unos rincones fantásticos…
Es verdad, esta otra insinuación tampoco será demasiado sutil, pero cuando se la dicto a Carmen y la escuchamos en inglés en la dulce voz de Nuria sé que Héctor ya no razona; tendrá toda la sangre acumulada en la entrepierna, estará entregado a la causa de follársela y hará lo que sea para conseguirlo.
Éste, precisamente, es el momento más delicado de la operación, porque Nuria estará a merced de Héctor fuera de la vista de los otros y se deberá sólo a sus buenas artes y a nuestra guía ciega para salir airosa.
Como directora me siento culpable por dejarla desprotegida.
Me tapo la boca con las manos y rezo un torpe avemaría. Pero mi chica es más lista…
—¿Pue… puedo practicar mi español contigo?
No sé a vosotros, pero a mí me parece brillante, y a mis amigas también, porque empezamos a aplaudir y a gritar nada más escuchar aquella pregunta formulada en un inglés de indio apache con el mismo acento que los Morancos de Triana. A Héctor, por supuesto, le parecerá una idea muy sexy poder corregir a nuestra chica, que desde ese momento comenzará a parlotear a sus anchas intercalando palabras en inglés que le irá soplando Carmen.
Así sabremos que el portátil de Héctor tarda mucho en arrancar porque tiene el disco duro prácticamente lleno. Ella le sugerirá lo más obvio: pasar las cosas a un disco externo, pero él descartará la idea argumentando que quiere llevar siempre consigo sus preciados archivos, que su ordenador es su posesión más valiosa y que por eso lo ha protegido con un antivirus potentísimo. Laurita levanta las cejas al oír el nombre del programa.
—¿Potentísimo? Querrá decir carísimo e ineficaz. Necesitaré sólo unos minutos más para romper la barrera.
Mandaremos a Dorothy en busca de su marido para que dé a Nuria la oportunidad de colocar el
pen drive
que le ha dado Laurita y para aceptar la conexión por remoto. Como si se hubiera aprendido a la perfección su papel en la comedia, al oír la voz de su mujer reclamándole en el pasillo, Héctor abandonará el despacho guiñándole un ojo a su nueva conquista.