Sexpedida de soltera (35 page)

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Authors: Pandora Rebato

Tags: #Erótico, relato

BOOK: Sexpedida de soltera
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—Pero… digo yo que podíamos quedar de vez en cuando para echar un polvo, ¿no? Sin compromisos… por los viejos tiempos, princesa…

¡No me lo puedo creer! Mis carcajadas se escucharán en toda la segunda planta. ¿No es un fantástico final para mi obra? Estoy encantada con mi primer actor porque es un auténtico
clown
, un payaso sin sentido del ridículo.

—Yo no soy tu princesa —acertaré a pronunciar entre risas mientras salgo de la habitación y pienso que habría que darle un Goya, un Tony, ¡un Oscar!

Entrarán en la escena Narciso y el jefe de seguridad de la urbanización que esperarán a que Héctor, todavía en estado de shock, esté listo para acompañarles a la puerta.

Allí le esperará otra sorpresa. Hace unos días que Laurita ha creado un evento en Facebook llamado: «¿Queréis ver a Héctor en persona?» y ha invitado a todos los enemigos de mi ex que encontró en su perfil. A última hora de la tarde habían confirmado su asistencia cinco caballeros dispuestos a vengar la virtud de sus hijas, hermanas, amigas y novias.

Cae el telón.

No os miento si os aseguro que ni le vemos salir por la puerta. Y casi es mejor, porque Laurita ha invitado a ese evento a todos los que se la tienen jurada y dejaron testimonio de ello en el muro de Facebook y creo que le espera un pequeño recibimiento fuera de la urbanización. Nada que no se merezca, pero por si acaso a alguien se le va la mano, le mando un mensaje a Julia para que pague el favor que les debe a los policías nacionales que le ayudaron a desenmascararlo. Siempre estará mejor detenido que en manos de esa jauría de hombres furiosos.

Está claro que ésta no es su noche. Es nuestra noche y acaba, como estaba previsto, en una fiesta de verdad. Laurita baila desmelenada entre los amigos de Nuria; ésta hace planes para formar una compañía teatral con su profesor; Dorothy, radiante, pasea por primera vez a la vista de todos con su novio, Mathew; Carmen mira embelesada a su Henry, por el que le acaba de nacer una insondable admiración; Patricia está de conversación con la empresaria y la bodeguera, que hacen negocios sentadas en un sofá y Elena intenta recuperar lo antes posible la ropa prestada y vigila que nadie se marche de la fiesta sin devolverla.

Después de contarle por teléfono el desenlace a Martín Lobo, que se muere de envidia por no haber podido mariposear personalmente por la fiesta, cazo a Pepe vagando a solas por el salón y me lo llevo donde están María Luisa y su nueva clienta. No tengo pensado acostarme con él esta noche (el cansancio me está matando, la verdad), pero me muero de ganas de romper el ayuno sexual al que me he sometido voluntariamente durante las últimas semanas. Pepe, sin embargo, no está por la labor.

—No me pasa nada, Pandora. Es sólo que… estaba pensando marcharme fuera una temporada.

Me sorprende su forma de contármelo, como si me estuviera pidiendo permiso para desaparecer.

—Me parece genial. —Animarle, eso es lo que suelen hacer los amigos en estos casos—. ¿Sabes ya a dónde vas a ir?

María Luisa se vuelve hacia nosotros y contesta por él que Pepe se ha ofrecido para trabajar de camarero en su hotel, que, por cierto, «empieza a coger forma gracias a esa chica que me recomendaste, Samantha, que es muy dispuesta y muy trabajadora». No me echo a reír porque temo que Pepe se sienta ofendido, pero la bodeguera arquea las cejas mientras habla de Red Angel y señala a mi follamigo con la barbilla dando a entender que ahí hay algo más que un interés por cambiar de aires.

Le beso en la frente, le deseo lo mejor y me pierdo dentro de la casa en busca de una cama poco concurrida.

Al día siguiente, sentada en el AVE trato de resumirles a mi hermana Casandra primero y a Marta después lo que sucedió anoche en Marbella. La primera se alegra mucho por el empujoncito comunitario que hemos dado a ese «pedazo de mierda», como ella llama a mi ex novio, y la segunda casi llora de rabia por haberse perdido semejante hazaña. Al final le prometo que le llevaré el vídeo de Pepe en cuanto tenga unos días para ir a verla a Nueva York, que será pronto, porque como Patricia supuso, voy a necesitar un retiro para lamerme las heridas.

Lo que me recuerda que yo debería volver a trabajar, porque Fernando y Julia han tenido demasiada paciencia ya conmigo y les debo algo más que las gracias.

Llamo a mi jefa para averiguar cómo están las cosas y pedirle, como último favor, el resto del día libre, y me la encuentro exultante por las últimas noticias, que no son precisamente las mías.

—Adivina cuál es el final de la historia de Esthercita…

Me espero cualquier cosa, pero ciertamente me sorprende que la hayan destinado a dirigir la delegación comercial en Asia.

—¿Tú ves ahí, igual que yo, la refinada mano derecha de alguien que conozcas? Ascenso, subida de sueldo y de paso te quito de en medio y te mando de princesa de ultramar. Al fin y al cabo ella quería cambiar de aires, ¿no?

Me hace gracia la idea y casi veo en ella la sombra de alguien brillante.

—Es mucha pasta y toda una experiencia… Me alegro por ella. Dicen que le encanta el sushi…

—Y las pollas pequeñas.

¿Ejerzo demasiada influencia en mi jefa? A veces pienso que sí.

—No seas así, mujer. Ese tópico sobre los orientales seguro que no es más que una farsa.

Yo, desde luego, no tengo la experiencia, así que mejor no hablo de lo que no sé.

—¿Tú crees? Hay un estudio de una firma de condones que dice que… Pero tienes razón, debe de ser como eso que dicen de los negros…

—No. Lo de los negros es cierto, créeme.

La carcajada de Julia me deja un poco sorda.

—Bueno, dile a ese genio de los premios envenenados que esta misma tarde le mando mi respuesta.

Me despido de Julia «hasta mañana, te lo juro», porque tengo la sana intención de pisar Madrid con nuevos proyectos y nuevas ideas en la cabeza. Y la primera de todas es, cómo no, encontrar un nuevo amante. Desaparecido Javier/Héctor (del que espero no saber nada más nunca), enamoriscado Pepe de Red Angel y descartado definitivamente Lucas Tenorio, al que Elena ha empezado ya a elegir la ropa (ahí es nada), me queda como recurso fácil llamar a Alfredo y follármelo hasta que me suplique una tregua (al fin y al cabo por su patético polvo nostálgico de hace cinco meses caí yo en las garras del gigoló) o buscarme un amante nuevo.

Mando a Alfredo al purgatorio de los que no se merecen ni un adiós y me convenzo a mí misma de que, esta vez, necesito un hombre temporal, pero bueno.

«Un chico majo, que no tenga malas ideas, que mire por mí y que, sin ser mi novio (¿quién demonios quiere ahora un novio?), me trate con consideración y respeto. Y si no sabe follar, no importa. Eso ya se lo enseño yo».

Le encuentro en el primero de los sms que tengo pendientes de contestar.

Tecleo deprisa: «He vuelto. ¿Todavía quieres que nos veamos?». Después de pensármelo un poco, me decido por añadir algo un poco menos sutil: «¿En tu casa o en la mía?», y se lo mando a Pablo.

La respuesta me llega un par de minutos después, cuando ya estoy dormida.

EPÍLOGO

To
: Fernando B.; Julia S.; Luci G.

From
: Pandora Rebato

Subject
: He vuelto

Text
: Os mando el próximo relato. Luci, creo que tengo todavía dos pendientes de publicar, pero me vendría genial que adelantases éste para esta semana. ¿Crees que será posible? Besos.

P.

LA CAMA DE PANDORA. RELATO

Sorpresa, sorpresa… ¡he vuelto! Pandora Rebato

Bueno, he cambiado de idea: ya no me caso. Así de rotundo. He decidido que yo no sirvo para las relaciones «hasta que la muerte nos separe», de ésas en las que, uno detrás de otro, todos los días se parecen como gemelos univitelinos en una repetición inagotable del día de la marmota. Yo sé que hay gente a la que esta forma de vida le encanta, a mi hermana Casandra, sin ir más lejos, y para ellos va todo mi respeto y admiración. Pero yo no; yo no sirvo para eso.

Así que he decidido que no me caso (¿eso que escucho son vítores por mí y mi recién recuperada soltería?…), y menos con ese cenutrio al que estaba dispuesta a esclavizarme.

Y os preguntaréis: «¿Qué ha pasado?». Y os responderé: «Leed la novela». Porque sí, al final he decidido que lo mejor va a ser escribir un libro con esta historia porque si os la cuento deprisa y corriendo en un relato os vais a perder detalles impagables y alguno habrá (os conozco de sobra) que no se lo va a creer.

Bueno, en realidad, la idea del libro no es mía. Me la ha prestado un viejo amigo/amante al que hace mil años que no veía. Un fantasma de mi pasado que estas semanas, en las que he ardido en la hoguera del amor, el desamor, el odio y la venganza, ha velado por mí y hoy mismo me ha ayudado a renacer de las cenizas de la indiferencia, como un ave fénix, dispuesta a reinventarme…

No, no me ha echado un polvo. Eso era sólo un poco de poesía.

Mi aprendizaje fue cosa suya y por eso hoy quiero rendir homenaje a aquel primer amor adulto que me enseñó que quitarse la ropa es un arte y no un engorro; que desnudo se piensan cosas más positivas que vestido; que el cuerpo masculino puede ser hermoso, digan lo que digan; que el sexo no tiene por qué ir unido al amor para ser fantástico; que se puede follar y hablar a la vez; que las palabras son tan estimulantes como las caricias y que las caricias, por sí mismas, pueden ser tan placenteras como la más intensa de las penetraciones; que un pene vale más por lo que hace sentir que por el espacio que ocupa (dicen que si lo puedes agarrar con dos manos, lo que sobra es una barbaridad…); que a mí me gusta que sean un poco gruesas (hubo un tipo que la tenía larga pero delgada que se quejaba de que yo tenía «holgura de coño», lo que hay que oír…); que una ducha juntos es la mejor forma de precalentar el horno y de limpiarlo a la vez; que chupar un pene limpito es la mejor de las golosinas, pero que es más seguro hacerlo con condón; que, mientras hay lengua y dedos, hay hombre; que pensar en tener un único orgasmo es castrarse y limitarse uno mismo…

No todo fue tan dulce, no os vayáis a pensar. A su lado también aprendí que la fidelidad es algo relativo, que la felicidad eterna es un invento americano y que se puede amar a alguien y decirle «Te quiero… mientras dure» o «Te quiero por ahora» y sentir que se está siendo más sincero que cuando se juró que sería para siempre ante Dios y ante los hombres. Eso se llama cinismo, pero es más honesto que ir por ahí reblandeciendo voluntades con esa promesa utópica de: «Te voy a querer así siempre» o «No te dejaré jamás».

Lo que no aprendí con él fue a ser desconfiada, a pensar lo peor de alguien a quien le abro mis piernas, mi cama, mi casa y, lo que es mucho más difícil, mi alma.

Y eso que él me enseñó de no muy buenas maneras que no hay amor sin dolor…

Así que leyó aquel infausto relato, que quedará guardado para siempre muy a mi pesar en las hemerotecas cibernéticas, en el que anunciaba mi próxima boda y se temió lo peor.

Esta mañana, cuando he pasado por su casa para saludarle y darle las gracias por venir al rescate, me ha sermoneado como habría hecho mi padre:

—Pero bueno, Pandora, ¿te has dejado arrastrar hasta el final por un tipo con los ojos bonitos, una buena polla y mucha verborrea? ¿Es que yo no te he enseñado nada?

Y tiene toda la razón. ¡Quién me manda a mí enamorarme, si eso es un engorro! Está claro que lo mío es el sexo: me lo paso genial, obtengo el placer que quiero y la mayor parte de las veces disfruto de toda la cama para mí sola. Pero ¿y el amor? En el amor soy un desastre: elijo fatal de quién enamorarme, doy demasiado, recibo poco, me desespero, me aburro, descubro que mi novio es un estafador de mujeres… En fin, ese tipo de cosas.

Así que he decidido que, tras este breve periodo de enajenación mental y algo de tiempo más que me tomaré para recuperarme del todo, volveré a abrir
La cama de Pandora
. Aunque la verdad es que nunca ha estado ni estará cerrada. Digamos que… hacía falta cambiarle las sábanas.

De hecho, para empezar poco a poco y con buen pie, esta misma noche tengo una cita con un encantador muchacho al que conocí recientemente en Nueva York, y que me ha prometido que es capaz de dibujar el mapa de metro de Manhattan alrededor de la zona cero de mi ombligo (¿has leído eso, Marta?
Oh yeah!
). No os preocupéis, por si acaso se empeña en demostrarme que es cierto ya he escondido todos los bolígrafos, lápices y rotuladores que hay en mi casa. Y a Dios pongo por testigo de que muy mal se me tiene que dar hoy para no quitarme de un polvazo toda esta tensión sexual acumulada.

El caso es que como he averiguado que yo no soy mujer de un solo hombre (acostúmbrate, Pablo, querido) y, como ya me había despedido de mis follamigos habituales, os informo de que estoy dispuesta a probar cosas diferentes y, todo hay que decirlo, necesito vivir experiencias nuevas que contaros. Así que… sé de sobra que no debería hacer esto (y vaya por delante que estoy muy, muy arrepentida). Sé que no parece muy profesional ni muy serio y me consta que alguien se va a cabrear mucho otra vez (lo siento, jefe) cuando lea que utilizo mi blog en
elmundo
.
es
para dejar mensajes personales pero… ¿qué demonios? ¿No hay que llenar esta cama?

Pues entonces: «Atención, chicos: ¡mañana comienza el casting de amantes!».

En Málaga, a 24 de agosto de 2010

AGRADECIMIENTOS

En primer lugar, a Fernando, por cuyo aliento, sentido del humor y valentía existe
La cama de Pandora
.

A Luci, que me dibuja tan bien que casi me reconozco más en sus viñetas que en el espejo.

A los lectores, que siempre me sorprenden con su apoyo.

A Milagros, que me cuenta y me deja que le cuente.

A Sonia, Virginia, Raquel y María Jesús, las eficaces guardias del blog.

Al equipo de La Esfera, por creer que podía hacerlo.

A Eva, Ana, Alicia, Rocío, Valery, Carmen, María José, Amaya, Fátima, Rosa, Leonor, Mónica, Isabel, Patricia… Y tantas otras mujeres maravillosas que comparten conmigo sus historias. Gracias, amigas, por ser tan generosas.

A todos los hombres que he conocido a lo largo de mi vida.

Gracias a los que supisteis hacerme feliz y también a los que no.

Vosotros sois la esencia de La cama.

A Myriam y Juanlu, por darme más de lo que jamás soñé y por quererse tanto.

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