Sexy de la Muerte (17 page)

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Authors: Kathy Lette

BOOK: Sexy de la Muerte
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Shelly apostaría lo que fuera a que para las conductoras habría sido el accidente menos doloroso de toda su vida. Oh, qué bien que habría llenado esos calzoncillos. Latígame otra vez, cariño.

—El caso es que después de eso me quedé en plan… más anuncios no. Monté un grupo de música malo, de ahí pasé al teatro, y luego llegaron los viajes. Fui víctima de una emboscada de cocaína en Bolivia, fui alcanzado por un rayo en Malasia, por poco piso una mina terrestre en Sierra Leona, perdí mi perro en las fauces de un cocodrilo en Mozambique… ya sabes. Lo típico.

¿Lo típico? Shelly le escuchaba cautivada. Emboscadas, tornados, incendios, avalanchas… Lo típico en Indiana Jones, quizá.

—Y ahora, ¿qué me dices de ti, Concursante número dos? —desafió—. ¿Qué ha sido lo más destacable de tu vida?

—Humm… él año pasado dirigí un concierto en el colegio y nadie se tiró pedos durante el solo. Fue bastante increíble.

—Vale, siguiente pregunta. ¿Por qué siempre sientes en la vida que el vaso está medio vacío, nunca medio lleno?

—Supongo que no hace falta ser Freud para saber que tiene que ver con mi padre —dijo con gravedad—. Mi padre que nunca vino a verme. Estaba demasiado ocupado tocando con grupos malos en bares llamados «
La babosa y la lechuga
» o «
La flema y el testículo
». Su último grupo se llamaba
The Four Skins
{14}
… sólo que el bajista se acaba de ir y
The Three Skins
por alguna razón no tiene el mismo
caché.

Kit meneó la cabeza con desconcierto.

—¿Cómo pudo abandonar a su niñita?

El mar plateado tiritó bajo la luna. Y ella tiritó también pero no de frío.

—Da igual cuantas veces repitiera mi madre que no tenía nada que ver conmigo, ¿cómo puede un niño no sentirse rechazado e indigno de cariño?

Kit sonrió. Era una sonrisa cálida y compasiva, y era sólo para ella. Cuando le sonreía de esa forma, su mundo era un lugar infinitamente más cálido y maravilloso. El pulso se le disparó y luego ralentizó en su corazón. Sus pies se hundieron en la arena húmeda conforme recorrían por la orilla su camino hacia el hotel, con las piernas caminando al unísono. Era todo lo que podía hacer para no cogerle de la mano. Sintió que se abría, como una ostra.

—¿Y entonces? —preguntó Kit con suavidad.

—Y entonces, cuando mi madre murió, en fin, todo mi mundo murió con ella. Mi madre siempre solía decirme, «deja una nota y sabré adónde has sido». Cuando murió, todo lo que podía pensar era: «¿dónde está la nota? ¿Dónde ha ido?».

Kit estaba en silencio.

—Maldita sea, Shelly, acabas de tocarme la libido emocional. —Esta vez cuando le sonrió había un destello de esperanza en sus ojos—. Qué pena que sólo te interese por mi cuerpo.

—Oh no. No tengo el más mínimo interés en tu cuerpo. Ahora que has bajado la guardia, sólo me interesa tu mente. —Una ola se elevó sobre la orilla el agua se deslizó sibilante por sus pies descalzos.

—Oh. Entonces esto no tendrá efecto.

Y se inclino y la besó en el cuello. Al contacto con sus labios Shelly sintió un desvanecimiento digno de un concierto de los
Beatles
en 1966.

—En absoluto —mintió, inmersa aún en ese beso mirando más allá de su rostro hacia astros desconocidos.

Qué coger de la mano ni qué narices. Ahora lo que le estaba resultando durísimo era contenerse para no abalanzarse sobre su ingle.

—¿En serio? —dijo, rozándole suavemente la oreja con su nariz—. ¿Y qué pasa si hago esto? —Deslizó rápidamente su lengua con sabor a caramelo en la boca de Shelly y la besó durante cinco largos minutos—. ¿Qué dices a eso, entonces?

«Fóllame ahora mismo» estaría bien, pensó ella, o quizá una petición un poco más formal de si le apetecería o no un poco de entrelazamiento alborotado en alguna duna.

—Diría que estás empleando armas biológicas. Diría que estás usando tus feromonas para tomar a mis hormonas como rehenes.

—Ah, el síndrome de Estocolmo sexual. Entonces, ¿estás lista para hacerte amiga de tu secuestrador? —El rostro de Kit, iluminado por un romboide de luz de luna reflejado en el agua, era juguetón y pecaminoso—. ¿Estás preparada para admitir la derrota? ¿Y ser castigada por tus crímenes contra la humanidad? —le dijo al oído en un tono caliente y resonante.

—¿Lo estás tú, querrás decir? —Se mordió el labio lo bastante fuerte como para hacerse sangre—. Por tus crímenes contra la feminidad?

Kit puso fin a este estado de sitio sensual con la intervención armada, inmovilizándola contra una gran roca oscura en la playa y presionando sus hambrientas caderas contra las de ella.

—Entonces, Shelly Green, ¿estás lista para ser desarmada?

La noche ronroneó a su alrededor. El mar los lamía como un gato. Los dedos de Kit eran ligeros como la brisa sobre su piel. Shelly estaba sobresaltada por el calor que la estaba recorriendo cual sol en la oscuridad.

Él la tumbó sobre la cama de arena blanca y fina, luego la cubrió como la salsa más deliciosa, cálida y por todas partes.

Kit se abrió camino por debajo del vestido enrollado de Shelly y saboreó sus pechos como si fueran las más exquisitas nubes de azúcar. Ella se retorció bajo él, sintiendo el gratificante peso de su cuerpo. Mientras la acariciaba entre las piernas, un latido de dolor palpitó en su sangre; el encaje de sus bragas deshaciéndose en los dedos de Kit cual algodón dulce. La hizo abrirse cuidadosamente con caricias acompasadas. Gimió, apretando los dedos de él con sus músculos.

Entonces de repente estaba tirando de sus vaqueros y la cremallera raspándose con impaciencia contra la tela. Un suspiro caliente en las caderas de él, un grito de placer en la garganta seca de ella. El corazón le latía con el estruendo de un tambor de un protestante del Ulster en la temporada de desfiles… y es sin duda el motivo por el que no había oído, por debajo de las hayas que había tras ellos, el coche con forma de tiburón asomando sobre la arena. No tenía ni idea de que los estaban observando hasta que la sombra de Gaspard cayó sobre ellos como una red.

En retrospectiva, conocer la ubicación exacta de todos los policías vengativos de esa zona es lógicamente la mínima precaución que uno debería tomar antes de exponer sus genitales a los elementos. Shelly intentó zambullirse de nuevo en las olas de su placer, pero cuando finalmente tocó tierra, aún sentía hormigueos y estaba a medio camino del mundo real.


Atteinte à l'ordre public
. El escándalo público es un delito punible. —Gaspard proyectó sobre sus cuerpos la luz malévola de su linterna, la cual se retorció conforme ellos forcejeaban con sus ropas. Los faros del coche parpadearon y Gaspard, olisqueando alrededor de ellos como un perro, rió burlonamente—. Pillados con los pantalones algguededor de las godillas. Qué vulgagues sois los ameguicanos. ¿Qué tal va esa torpeza? —se mofó, en un acento tejano exagerado en beneficio de sus gendarmes, que estaban emergiendo, riéndose por lo bajo, del coche de policía, con armas semiautomáticas echadas de manera informal al hombro.

—Oye, Shell —dijo Kit en voz alta—, ¿habías notado que cuanto más alto es el calibre de la pistola, más bajo es el calibre del intelecto?

—Estoy vigilando cada uno de tus movimientos —Gaspard era una serpiente nocturna, con los sensores infrarrojos e invisibles a punto—. Tú y
mademoiselle
Coco. —Dio una calada a su inseparable puro.

—Sabes, Gaspard, realmente creo que es sensato no fumar nunca un puro más grande que tu polla. Eso sólo invita a las ex novias a hacer comentarios mordaces.

Shelly se encogió de miedo. Kit hablaba con tanta frecuencia más de la cuenta que era un misterio cómo no se habían muerto por su boca todos los peces del mar.

Sin embargo, el coche de Gaspard ya se estaba perdiendo otra vez en la oscuridad. Kit lanzó una piedra tras él.

—Ese tío tiene escrito por todo su cuerpo la etiqueta de «poli corrupto»: el bronceado de barco, el reloj
Rolex
, las putas manos con la manicura hecha… ¿con el sueldo de un poli? Huelo un tufo a aguas residuales en la patrulla de policía. —Su humor se había vuelto turbulento y volcánico. Era explosivo como la montaña amenazadora que se elevaba tras ellos.

Entonces Kit empezó a caminar airadamente en la dirección del hotel. Shelly tuvo que correr para ponerse a su lado. Rodeó su cintura con manos apresantes y le giró hacia ella.

—Mira, sé que no podemos hacer nada para cambiar toda la miseria del mundo, pero eso no quiere decir que nos tengamos que unir a ella personalmente Quiero decir, ¿acaso no es nuestro deber pasárnoslo 1o mejor posible? —sugirió un poco desesperada.

—¿Por qué está siempre en el hotel? —le dio vueltas Kit—. Ese saco de mierda está corrompido hasta la médula —dijo… y ella supo que lo había perdido. Gaspard había aguado su momento de pasión—. Tengo que volver. —Le apartó las manos con distraída agitación—. Lo siento.

—¿Por qué? —Ella no podía ver su rostro en las sombras. Su cabeza inclinada estaba oscura en contraste con el mar bañado de luz de luna.

—Porque sí. —Él jugaba sus cartas tan pegadas al pecho que sólo sus pezones sabían lo que estaba pasando—. Mañana lo retomamos por donde lo hemos dejado, ¿vale? Quiero hacerlo bien, Shelly. Es que ahora no estoy de humor.

—Bueno, al menos dime lo que ibas a decir… —le puso las manos en forma de cuenco sobre su rostro— en el restaurante.

—Sólo iba a decirte que tus ojos son tan azules que un chico podría ahogarse en ellos. Podría caer al fondo más profundo, a toda velocidad, antes siquiera de saber que iba a tropezarse. —Y entonces desapareció, rápido como un ladrón de guante blanco.

Shelly intentó correr tras él pero sólo consiguió vislumbrarlo una última vez conforme se batían en retirada a su
búngalo
. Sus hombros, encorvados bajo alguna ansiedad misteriosa, le conferían el aspecto de signo de interrogación en la oscuridad, y se dio cuenta con un sobresalto de que ella quería ser la respuesta.

*

El
coitus interruptus
matrimonial dejó a Shelly con más cuerda que un juguete taiwanés. Por lo general ella evitaba el bar La Caravelle (reluciente de cadenas de oro, bronceados permanentes, dientes de anuncio y ropa demasiado ajustada), pero ahora definitivamente necesitaba un trago.

Tan pronto entró en el enclave ahumado, lamentó su decisión porque, como siempre, no había escapatoria a la presencia tentacular de Gaby y su séquito.

—¿Estás sola? —se lamentó Gaby—. ¡Oh no! ¿Has vuelto a fallar?

—Por favor —dijo Towtruck con una risotada al técnico de sonido—. No es tan difícil ponerle un cepo a la serpiente tuerta.

—Kit siente que deberíamos hacerlo bien —dijo Shelly, recatadamente—, y…

—¿«Siente»? No le habrás preguntado lo que sentía ¿verdad? —se encogió Gaby—. ¿Cómo va a poder aplicar un hombre sus sentimientos si no sabe que los tiene?

¡Mua! ¡Mua! Sólo podía ser Dominic.

—¡¡¡Chérie!!!
—El animador había pulido su alegría hasta una perfección propia de un programa de entrevistas. Entonces se inclinó sobre su mano y la besó—. ¿Te impogtaguía bailag? Debes deh'ag que el animadog te anime. Aquí no está pegmitido paságselo mal. Hay espías asechando detgás de las sombguillas de cada cóctel paga aseguragse de que te lo estás pasando bien. Es hoga de que tú y yo establezcamos auténticos lazos afectivos.

Shelly soltó una carcajada sin alegría.

—¿Auténticos lazos afectivos? Suena a algo que has leído en una tarjeta de una cabina telefónica en Soho. «Si quieres crear auténticos lazos afectivos, llama a Simone…»

—Egues una muh'eg hegmosa, Shelly. Necesitas un hombgue que pueda apgueciagte de vegdad. —Hablaba en voz baja para que se viera obligada a inclinarse más para oírle… técnica número uno del
Manual de Don Juan
—. Es un misteguio el pogqué estás sola en una noche tan bonita como ésta. Si yo fuega tu amante, seguía… —hizo una pausa mientras su mente parecía repasar una lista de sus
cliché
s— el viento bah'o tus alas —dijo… con un sentimiento tan insípido como una tarjeta de felicitación
Hallmark
—. Dime,
chérie
, ¿cuál es tu signo del zodíaco?

—¿Mi signo? —dijo Shelly con severidad—. Mi signo dice «no molestar».

—En Fgancia sabemos cómo cuidag de nuestga muh'egues. Ven conmigo a mi casa,
chérie
.

—Ay, no sé. ¿Cabrán dos personas bajo una roca?

—El lago de tu deseo se desbogdagá —irradió el pegajoso francés—. Shelly —dijo, con incansable entusiasmo… y también con la mano en su culo—. Dime, ¿está ocupado este sitio?

—Hum, parece ser que no te has percatado, Dominic de que soy una mujer casada. —Shelly se quitó su mano de encima como si fuera una cucaracha muerta.

—Ah, ¿entonces dónde está tu maguido,
chérie
?

—Ah. Yo le puedo dag esa infogmación. —El comandante de policía se hizo visible como una anguila por una grieta.

Shelly le miró horrorizada.

—¿Me está acechando, inspector? Mi marido está…

—En la playa. —Puso su mirada clínica sobre Shelly—. Con la lengua en la gag-ganta de esa
salope.

Shelly le miró, con su cutis profesionalmente limpio, las uñas brillantes y
after-shave
importado de Marsella, y sintió que su miedo se evaporaba por el calor de la ira.

—¿Sabe que su indumentaria empieza a resultar inadecuada sin una camisa de fuerza, señor
Super Flic
?

Gaspard le dedicó la clase de sonrisa que pondría una piraña si las pirañas pudieran sonreír.

—Entonces venga y véalo usted misma —dijo con afabilidad desdeñosa.

La propulsó escaleras abajo, adentrándose en la playa y a través de las palmeras. Ella siguió la dirección del dedo extendido del comandante de policía hacia el otro extremo de la cala donde, una vez que se hubo adaptado a la luz, distinguió dos siluetas abrazándose.

Podía oír su propia respiración brusca y entrecortada, descompasada con la suave implacabilidad de las olas en la playa.

—Esos podrían ser cualquiera —dijo con valentía a pesar de las dudas que le zumbaban en la cabeza con la insistencia de unas cigarras.

—Pegmítame. —Gaspard sacó con cuidado un par de prismáticos.

«Menuda forma de pasar la luna de miel, mirando con anhelo a tú amado… a través de unos prismáticos», pensó Shelly con desesperación mientras se los ponía en los ojos prácticamente hipnotizada.

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