Sexy de la Muerte (18 page)

Read Sexy de la Muerte Online

Authors: Kathy Lette

BOOK: Sexy de la Muerte
11.72Mb size Format: txt, pdf, ePub

Cuando las lentes enfocaron, su visión saltaba desde motos de agua exageradamente grandes hasta lanchas motoras soltando amarras. Luego giró más a la izquierda y por fin dio con la hermosa figura de su marido con (giró las lentes para tener una visión más nítida) los brazos alrededor del cuerpo ágil de Coco.

El dolor, como un cuchillo, le partió el corazón en dos. Dio una sacudida como si la hubieran abofeteado, tirando los prismáticos como si la hubieran quemado. Una lágrima bajó por su mejilla y a continuación la saboreó en su boca.

Gaspard le puso otra de sus tarjetas en la mano. Parecía haber arreglado todos los acontecimientos de esa noche con el mismo esmero que los tres pelos que cubrían su calva.

—¿Qué decía sobgue la confianza? —soltó una carcajada estridente con todo el encanto de un escuadrón de la muerte.

Shelly empezó a esprintar playa abajo antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. Toda su vida parecía haberse transformado en un 747 que descendía en picado, con su «maridito» de piloto. De vuelta en el bar, se desplomó, furiosa consigo misma, delante de su cóctel… aunque un cóctel
molotov
habría sido más apropiado. Se había sentido intrigada, fascinada e incluso obsesionada por este aventurero de elegante belleza, pero como de costumbre había resultado ser otro fraude más… un héroe de circonio, artificialmente deslumbrante; un capullo egocéntrico y egoísta como su padre. El rechazo se cernió cual dolor de cabeza. Era capitana y tripulación del barco a vapor
Espejismo
.

Se acabó el alto el fuego en la guerra de sexos. Abandonarla por esa «felatriz» regalacariño, por quien había forzado a Shelly a apoquinar con la fianza, era un acto de guerra. Ya era hora de poner fin a este matrimonio. Shelly intentó aliviar su humillación zambulléndose en un vaso de Jack Daniel's tamaño lago Ness (era la bebida favorita de su padre, conocida como «el enjuague bucal de
rock and roll
»), e ingirió la mitad de un trago.

Kit estaba equivocado. Daba igual que el vaso estuviera medio lleno o medio vacío, porque lo que contenía era arsénico con hielo.

Diferencias entre sexos: Fidelidad

 

Mujeres: A menos que las crucen, las hembras de las diversas especies tienden a la fidelidad y a la constancia.

Hombres: Existen algunas especies en las que el macho permanece fiel hasta su muerte, principalmente como resultado de ser comido por su compañera después de la copulación.

10

La guerra fría

Shelly se despertó a la mañana siguiente tirada en el bar de la playa, y acunando una resaca del tamaño de Reunión. Gracias a los mosquitos de lucha libre de la isla, también estaba plagada de lunares de picaduras. «Estupendo —pensó—, la resaca podría ocupar la cabeza que evidentemente no había usado la pasada noche. ¿Por qué narices había abierto su corazón a ese calientaclítoris traidor?» Escuchó el limpio
glissando
de un sinsonte mofándose de ella por ser tan redomadamente idiota. Bienvenida a la ciudad de Mala Muerte. Población: una persona.

—Me acabo de enterar. —Era la voz de Gaby—. Llámalo loco, llámalo retorcido, llámalo hombre. Lo siento, señora K. —se compadeció, tendiéndole a Shelly un vaso de
Berocca
, que Shelly rechazó porque no podía soportar el ruido.

—Bueno —la incitó Gaby, vacilando—, ¿qué tal se encuentra?

—Mírelo de este modo, creo que es hora de que alguien me quite el cinturón y los cordones de los zapatos.

—¿Tan mal? ¿Y qué va a hacer?

—En realidad estaba pensando en arrastrarme a la selva a morir. Dios, qué angustia tengo. Si pudiera hacerme vomitar… ¡Ya sé! ¡Póngame otra vez el vídeo de mi boda!

En la bahía, el glorioso
clíper
francés que habían visto la noche anterior, llamado de hecho el
Glorieuse
, se estaba preparando para la ceremonia de representación de la colonización que tendría lugar horas después. Viéndolo maniobrar de un lado a otro Shelly sintió aún más náuseas. Cerró los párpados con fuerza con la esperanza de que al menos esto hiciera que su cerebro dejara de salirse por los globos oculares.

—Lo siento, Gaby, pero hoy sólo puedo realizar actividades de ocio que estén a distancia de arrastre de un váter.

Gaby apartó el pelo húmedo del rostro pálido de Shelly. Debido a este pequeño acto inesperado de amabilidad, Shelly de pronto dejó escapar un sollozo que sonó como un hámster al que estuvieran estrangulando.

—¿Cómo pudo? —gimió—. ¡Con ella!

—Hable conmigo, Green. Estoy de su lado, ya sabe.

—¡Me refiero a Coco! Esa chica tiene el récord mundial en mantener una conversación sin decir ni una sola cosa que merezca la pena repetir. ¿Qué ve Kit en la clase de mierda
hippie-psicodélica
que puede alargar una conversación de dos minutos a veintiséis años?

Gaby estaba a punto de responder cuando la interrumpieron.

—¡Seguro que ahí arriba no hay gran cosa, pero la madre que me parió! ¡Qué delantera!

Al sonido de su voz ronca, Shelly se quedó helada. No había sido consciente de que Towtruck, con nariz rojiza y mejillas cubiertas de manchas bermellón, estaba detrás de ellas, bebiendo de un
bloody mary
con una mano y filmando a Shelly con la otra, con Mike el Silencioso tecnológicamente unido a él cual siamés.

—¿Me estás grabando ahora? ¿Cómo has podido?

—¡Towtruck! ¡Apaga esa maldita cosa ahora mismo! —exigió Gaby—. ¡Tengo aquí a una mujer al borde de una maldita crisis nerviosa! Ahora lárgate y consigue algunas escenas de ese barco francés de representación. La ceremonia empezará de un momento a otro. Cuánto lo siento, Shelly, lo de esa sabandija, Pero no se preocupe. Limpiaré la cinta por completo, ¿de acuerdo? Las chicas tenemos que permanecer juntas. La hermandad, y todo eso.

—Gracias. —Shelly, entornando los ojos al sol, vio al horrible hombre hundir los pies por la playa de cara al viento y desaparecer con su cámara en la multitud de dignatarios. Habían amarrado el majestuoso barco en el puerto y ahora estaba tirando de su anclaje en las aguas agitadas. El alcalde y otros oficiales estaban arrebujados en la oscura arena volcánica. Vestidos de manera incongruente con traje y corbata tenían las manos entrelazadas por detrás de la espalda imitando a la perfección a Felipe de Edimburgo. Los gerifaltes llevaban sus
Grand Blancs
… uniformes militares impecables acompañados de guantes blancos a la
Minnie Mouse
. Lucharon por proteger sus gorras blancas con víscera para que no se las llevara el vendaval. Tras ellos se desplegaba una banda militar destrozada que iba emitiendo una débil
Marseillaise
.

—Entonces, el romanticismo, ¿ha muerto por completo? —interrogó Gaby con ansia.

—Bueno, no exactamente. Simplemente es incapaz de respirar sin la ayuda de un ventilador.

¡Mua! ¡Mua!

Oh, justo lo que necesitaba… más líquido.


Chérie,
¿estás de gguesaca, no? ¡Pgüeba mi fideo! —Dominic plantó el dispositivo de flotación largo, delgado y de color rosa gomaespuma fluorescente en las manos de Shelly—. ¡Únete a mis clases de aegobic acuático después de la ceguemonia! Ponte, como se dice, al cogguiente, ¿no?

—¿Nadar? ¿Ahí? —preguntó Shelly, señalando con un pulgar en forma de gancho por encima de su hombro al contenedor de células muertas de la piel, pelo y bacterias también conocido como la piscina del hotel. Por alguna razón inexplicable, no tenía ganas de chapotear en pis de niños—. Sólo si me pones en la sección no orinada.

—El eh'egcisio es la única fogmá de poneg cieggue después de un abuso emocional,
chérie
. —Aunque francés, Dominic hablaba el idioma de
Californication…
todo sentimentaloide—. Y luego también un poco de divegsión. ¡¡Esta noche tienes que venig al baile de disfgases conmigo!!

El hombre estaba siempre en plenísima forma. Shelly se preguntó si tendría priapismo de personalidad.

—¿Nunca te sientes ni un pelín desanimado? —le preguntó lastimeramente, con la cabeza a punto de estallarle suplicando un poco de desentumecimiento de carisma.

Se inclinó ante ella, tomó su mano y la besó tan ardientemente que por poco le absorbe el brillo de uñas.

—Seguía un honog paga mí,
ma chérie
, que fuegas mi pagueh'a.

Shelly estaba tan poco habituada a que los hombres fueran atentos con ella que no sabía cómo reaccionar.

—Hum, Dominic, ¿has venido de visita desde el siglo trece o estás planeando quedarte a vivir indefinidamente? —Pero ya se había ido, paseando tranquilamente hacia la ceremonia.

—A lo mejor mi documental de realidad no ha mordido el polvo del romanticismo después de todo. —Tamborileó con los dedos en su barbilla puntiaguda—. Una chica nunca debería malgastar maquillaje llorando por un hombre, sino gritar «¡El siguiente!»

—Gaby, no. Es demasiado joven. ¿Cuántos tiene? ¿Veintiuno, veintidós?

—Joven, tonto y lleno de semen. Mmm. ¿Qué podría poner más celosos a los cerebros de serrín? Quiero decir, ¿tú has visto a Dominic en bañador? Estamos hablando de DOD… Dick of Death
{15}
, querida.

Salió a zancadas detrás de Towtruck para explicarle su nueva táctica televisual. Pero en lo único que podía pensar Shelly era en la suavidad resbaladiza de la boca de Kit. Su deliciosa lengua mentirosa. ¿Dónde estaba ese cabrón asqueroso? Estaba desesperada por verle otra vez, sólo para decirle que no quería volver a verle. Sin embargo, Shelly estaba tan envenenada por el alcohol que le estaba resultando difícil distinguir entre un gofre y el pomo de una puerta, razón por la que no se percató, a través de las ranuras arenosas que tenía por ojos, de la imagen de su caprichoso esposo aproximándose.

No fue hasta que Kit se apoyó en la barra del bar, cual
cowboy
(una pierna puesta sobre el travesaño del taburete, con la mano izquierda metida despreocupadamente por dentro de sus vaqueros, el pulgar enganchado perezosamente en una de las trabillas para el cinturón, y una luz de 100 vatios encendida en la dirección desaliñada de Shelly), cuando ella notó su llegada.

Mientras que los encantos resplandecientes de Dominic eran tan chillones como las cadenas de oro y diamantes que brillaban en su cuello, Kit llenaba sin esfuerzo alguno una habitación entera con su presencia vestido nada más que con un par de vaqueros de botones y cremallera, con un roto justo debajo del culo, y una camisa color azul cobalto con un cuello en forma de aletas de
Cadillac
. Su piel estaba adquiriendo un tono color violín y su pelo oscuro estaba teñido de rubio en las puntas… Lo único que le faltaba era el tatuaje del «666» en la frente. Hasta su sonrisa estaba torcida. Kit era alto, oscuro y odioso.

—¿Qué le pasa al viento? Es como estar en un vídeo malo de rock italiano. ¿Habéis notado vosotros lo fuerte que está soplando esta maldita brisa?

—No. Sólo el aire caliente —respondió Shelly bruscamente.

Kit la miró de manera inquisitoria.

—Informe del tiempo emocional: se aproxima una masa de aire frío. Si no te conociera, diría que te has levantado con el pie izquierdo de la cama de alguien. ¿Qué pasa, chica?

—¡Nada! Estoy estupendamente. Aparte de tener un calor hediondo, una resaca asesina, quemaduras de sol agonizantes, picaduras de mosquitos y ahora también una alergia aposentada en la superficie de las quemaduras, lo cual significa que no puedo rascármelas.

—¿Alergia? ¿A qué? —preguntó con amabilidad—. Probablemente sea algo de veinticuatro horas.

—Oh sí, bueno, ya lo sabes. Al ser médico —dijo Shelly con sorna—. Diagnostico una alergia a ti, Kit Kinkade.

Antes de que Kit pudiera interrogar a Shelly sobre por qué, de madrugada, había adoptado la actitud de un testigo hostil, apareció el mánager del hotel con expresión agitada.

—Hey, amigo. ¿Dónde está todo el personal? —preguntó Kit—. He estado intentando llamar al servicio de habitaciones durante dos malditas horas. Creo que deberíais erigir un monumento a los valientes turistas que murieron aquí intentando hacer un pedido de comida.

—El
chef
no se encuentra bien hoy, pero yo puedo cocinar tortitas —ofreció con ansia.

—Mmm. Tortitas para desayunar, comer y cenar. ¡Nombro esto como el Día de Apreciación de las Tortitas! ¿Y qué narices pasa con el maldito viento?

—Oh, es sólo una brisa marina fresca,
monsieur
—dijo el mánager con la caballerosidad ensayada de un diplomático—. Excelente para navegar.

Intentó sonreír pero los lívidos semicírculos bajo sus ojos desmentían la fachada tranquila. Cuando el mánager de un hotel se pone a cortar en rebanadas el pan, preparar las mesas y limpiar las habitaciones, y luego a tocar las maracas para amenizar la noche, uno tiene que empezar a sospechar que algo grave está pasando. Lo vieron irse a toda prisa a cerrar las sombrillas y a rescatar tumbonas volcadas que el viento había arrastrado al mar.

Como si Shelly no sintiera ya angustia suficiente, ahora vio a Coco venir hacia ellos contoneándose, con sus mechones negros y brillantes cayéndole en ráfaga sobre el rostro. Los hombres adoraban el pelo denso y rizado de Coco. Shelly, por el contrario, consideraba que los tirabuzones de Gorgona se asemejaban a un puñado de serpientes copulando.

—Hoy no ensayamos pog mi apaguición de esta tagde en la
Cour d'Appel
. Entonces, vamos a haseg
windsurf
, ¿sí? Tampoco tengo que cantag esta noche pogque hay pgogramado un conciegto de música clásica. Un gguecuaguio.

—¿Un recuario? ¡Ja! ¿Qué es eso? ¿Un concierto para peces? ¿Un concierto coral? —Shelly dio una risita crispada.

Kit le lanzó una mirada represiva antes de corregir a Coco.

—Hum, creo que se llama
réquiem.

Coco se encogió de hombros y se meneó hacia su cabaña, situada en el recinto para empleadas, para ponerse el
bikini
.

Shelly se volvió contra Kit antes de que éste pudiera castigarla por ser condescendiente.

—No puedo creer que me engatusaras para que soltara la pasta para su fianza —dijo, con la garganta ardiéndole de aflicción—. Y todo porque crees que es una mujer Castro. Gastroenteritis es lo que me está dando ella ahora mismo.

—No la subestimes, chica —la reprendió Kit. Habría quedado que ni pintado en casa pegado al bar con Humphrey Bogart en
Cayo Largo
.

Other books

Lost by M. Lathan
Shattered Shields - eARC by Jennifer Brozek, Bryan Thomas Schmidt
Hiding From the Light by Barbara Erskine
Secret Cravings by Sara York
Chronicle of a Death Foretold by Gabriel García Márquez, Gregory Rabassa
Jazz Funeral by Smith, Julie
Dearest by Alethea Kontis
Battle Earth III by Nick S. Thomas