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Authors: Alberto Vázquez-Figueroa

Tags: #Relato, Drama

Sicario (30 page)

BOOK: Sicario
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Canijo, feo, ignorante, hijo de puta y asesino, son términos con los que por lo general se me describe, y además de todo eso sería harto estúpido si no admitiese que son en verdad los que mejor me cuadran.

Me he convertido en una «escoria»; una basura de la que la sociedad haría bien en librarse, pero también me he convertido en uno de esos pedos que cuando estamos en el retrete nos recuerdan lo que estamos haciendo, y nos ayudan a comprender que esa mierda, por muy maloliente que sea, la hemos producido nosotros a base de triturar y corromper cosas que incluso olían bien y eran hermosas.

Los «marginales» como yo, que nacen ya marginados porque así lo quiere la suerte o el destino, somos como una manzana que alguien muerde, se traga, le saca el sabor y el jugo, y al final se apresura a tirar de la cadena porque ya no es como al principio y eso le ofende.

Somos una «lacra» que resulta imprescindible eliminar, pero que si no existiese te garantizo que tendrían que inventar a toda prisa.

Al igual que un hombre no puede evitar ir dejando a su paso pequeñas montañas de excrementos, la sociedad va expulsando sus detritus, y a menudo somos tantos que amenazamos con aplastarla definitivamente.

Si un respetable ejecutivo, un cantante de éxito, o el mismísimo Maradona se meten un toque de «coca» alguien tiene que proporcionársela, alguien recibe la orden de impedirlo, y alguien pretende impedir que se lo impidan, con lo que alguien mata y alguien muere, y así hasta el infinito.

Si todo aquel que «esnifa» tomara conciencia de qué cantidad de vida ajena se está metiendo en el cuerpo con la «coca», quizá se guardaría muy bien de hacerlo, y si a pesar de ello no se detiene, no debe escandalizarse de que la sociedad produzca «escorias» como yo.

O incluso como Carlos Alejandro Criado Navas.

Dicen, y de ello me alegro, que el consumo de «coca» ha descendido de forma notable en los Estados Unidos en estos dos últimos años, y comienza a dejar de ser «la gracia de moda» entre la gente guapa.

Te aclararé una cosa y no te sorprendas: no es que el consumo sea menor porque sea menor la demanda, sino porque al Gobierno ya no le interesa que sea tan grande la oferta.

Para la Administración Reagan el negocio de la «coca» fue como un calco de lo que significó para la Administración Nixon, el negocio de la heroína: una forma de controlar Gobiernos y gobernantes.

El Sha de Irán y los mandatarios de países como Turquía, Tailandia, Vietnam o Birmania estaban metidos hasta el cuello en el tráfico de heroína, y Nixon no sólo lo sabía, sino que lo apoyaba porque consideraba que siempre era preferible un heroinómano a un comunista.

A Reagan, que tuvo siempre a Nixon como ejemplo, también le gustaba más un cocainómano que un comunista.

Cuando el Congreso decidió cortar la ayuda militar a los «contras» que luchaban contra los «sandinistas», la CÍA montó la operación «Irán-contra» que estaba financiada en realidad con dinero de la «coca».

De igual forma se consintió en que Jamaica se convirtiera en el primer abastecedor de marihuana de los Estados Unidos, puesto que sin los más de mil millones de dólares anuales que percibía por ese concepto, su economía se vendría abajo y el Primer Ministro, Seaga, fiel aliado anticomunista, podía hundirse y tal vez la isla caería en manos de simpatizantes de Fidel Castro.

¡No te sorprendas! Así es y no tiene vuelta de hoja.

He estado tanto tiempo en esta mierda que sé de lo que hablo, y sé también que para Reagan la droga en sí no era perjudicial siempre que no fuese perjudicial para su Administración.

Ahora las cosas han cambiado, y no es porque yo crea que el nuevo Presidente piense de otra manera, sino porque lo que en realidad ha cambiado es el entorno político.

El comunismo agoniza, el «sandinismo» ha sido derrotado y Fidel Castro, ya no sueña con exportar su «Revolución», sino que se conforma con que la auténtica «Revolución» no llegue a las playas de su isla.

En estos dos últimos años, la importancia estratégica de la «coca» ha descendido de modo notable y paralelamente ha descendido de forma lógica su demanda.

Quedan, eso sí, los viejos traficantes que se resisten a perder sus ingresos, y que buscan nuevos mercados en Europa, pero ésa es ya otra historia de la que estoy al margen.

Ni quiero, ni pienso verla.

He visto ya demasiado, ¿no te parece? He hecho y he visto tantas cosas en tan pocos años, que a menudo mi vida se me antoja un exceso, pero un exceso de todo lo negativo que puede ofrecer la vida a un ser humano que nació sin embargo con idénticas esperanzas que cualquier otro.

Después de lo de Miami dejé de interesarme por cuanto me rodeaba. Lo único que en verdad podría haberme hecho feliz hubiera sido recuperar a María Luna o volver a encontrarme con Abigail Anaya, pero no ocurrió nada de eso.

Con Ramiro hablo por teléfono a menudo. Tiene dos hijos y con el dinero que recibe, y que sigue pensando que le envía Abigail, saca adelante El Refugio y a su familia. Ya es bastante.

¿Para qué? ¿Crees que le gustaría conocer el resto de mi historia? Ya te lo dije una vez; si saber es un mérito, ignorar puede llegar a ser una virtud.

Supone que estoy bien, que aquí soy feliz a mi manera, y que algún día volveré a conocer a sus hijos y a ver de cerca cómo lo trata ahora la vida.

Nunca le hablo de mi soledad y de que en este inmenso caserón tan sólo habitan las sombras de todos aquellos para los que el hecho de que yo consiguiera ser un «gamín» demasiado duro de roer, constituyó la peor de las desgracias.

A veces he intentado hacer una lista, pero siento decirte que no consigo recordar ni cuántos fueron, ni cuáles eran sus nombres.

En eso es en lo único que me falla la memoria, quizá porque es en lo único en que he querido que me falle.

¿A quién le importa? La mayoría eran hijos de puta que la sociedad me debe agradecer que haya dado de baja, y por contenta podría darse si hubiese muchos más como yo que le ahorrasen ensuciarse la manos.

La edad y el tiempo me han permitido reflexionar sobre el papel que me tocó desempeñar, y aunque admito que fue el peor del reparto, debes reconocer que la película era tan mala que no valía la pena que me hubieran dado otro.

Yo al menos acepto mis miserias y sé muy bien a qué achacarlas. La mayoría no tiene tanto valor o tanta suerte.

Una puta.

Salvo María Luna, nunca he tratado más que con putas, y ésta no es mejor ni peor que cualquier otra. Me hacen compañía una temporada, me roban lo que pueden, y un buen día se largan y vuelvo a quedarme solo.

¿Quién soportaría a alguien como yo si no fuera por dinero? Dinero es lo único que me sobra, a mí, que la mayor parte de mi vida no tuve ni para una triste «arepa».

Luego llegaste tú con esa absurda idea de que contase mi historia y te lo agradezco. Hablar me ha servido de ayuda y de consuelo.

Si algún día se publica todo esto y aunque yo no lo vea, quisiera dejar muy claro que pese a que fui un frío asesino especializado en ocultar cadáveres, digan lo que digan nada tuve que ver con la desaparición de don César Galindo y de sus chicas, y muchísimo menos con la de Abigail Anaya.

El primero me caía harto pesado, pero sabes muy bien que al segundo lo adoraba.

Y no es que intente defender mi buen nombre; es que si las cosas fueron así, nadie debe pretender que fueron de otra manera.

Es posible que se me hayan pasado por alto algunas cosas; cosas que tal vez sean importantes para ti, y si es cierto eso que dicen de que en el momento de morir toda tu vida cruza por tu mente en un instante, intentaré hacerte saber si hubo algo más que mereciera la pena.

Puede que te llegue cuando aún tengas el libro en la imprenta.

«Lo bueno, si es breve, doblemente bueno, y lo malo, si es poco, mejor.» Mi vida puede haber sido de lo más hediondo que cabe imaginar, pero sabes bien que un cáncer de páncreas parece tener la sana intención de cortarla de cuajo.

Y en verdad se me antoja un gran acierto, porque un «sicario» viejo y cansado puede llegar a ser tan patético como esas viejas putas que se paran en una esquina luciendo sus tetas flácidas y sus pintarrajeadas mejillas.

Moriré siendo bastante rico y Ramiro y «El Sótano» no tendrán ya más problemas, pero quiero recordarte que no soy rico por matar, que eso siempre demostró ser un chato negocio, sino porque en un momento determinado empleé bien mi escaso cerebro y mi reconocida capacidad de sobrevivir bajo cualquier circunstancia.

Si aquel maldito «Medio de Transporte» hubiera sido menos terrible, probablemente me hubiera limitado a entregar la «mercancía», cobrar mi parte y coger puerta de vuelta a Cartagena.

Le hubiera advertido muy seriamente a la mulata, que si no se casaba conmigo le retorcería el pescuezo, y más tarde le habría hecho cinco chiquillos que jamás serían «gamines».

Y con aquel dinero hubiese montado una preciosa «pizzería».

Me has oído bien.

Mi único sueño de niño, y ahora me atrevo a confesártelo fue pasar el resto de mi vida aspirando a todas horas el fantástico aroma de una pizza.

Caracas-Bogotá-Cartagena-Lanzarote, 1991

P.D.: Jesús,
Chico,
Grande murió en Caracas el 30 de abril de 1991.

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