Siempre Unidos - La Isla de los Elfos (16 page)

BOOK: Siempre Unidos - La Isla de los Elfos
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—Ciertamente la naturaleza está llena de maravillas. Ante la increíble diversidad de los habitantes de Atorrnash, uno no puede por menos de admirarse de los prodigios que puede conseguir la naturaleza.

En los ojos rojizos del archimago apareció un divertido centelleo.

—Lo ha expresado muy delicadamente. Sí, como ya sospecha la naturaleza tiene poco que ver con la mayor parte de las ridiculas criaturas que abarrotan nuestras calles —admitió Ka'Narlist en tono ligeramente áspero.

—¿De dónde han salido entonces?

—En esta ciudad son muchos los magos que experimentan con magia muy poderosa, y en el proceso crean todo tipo de seres monstruosos. Tales cosas están sujetas a un arte y una ciencia, pero la mayoría de los magos actúan como si fueran mozos de cocina que echaran al tuntún trocitos de hierbas aromáticas y carne en el puchero. El resultado es la terrible mezcolanza que ha visto.

—¿Y usted también hace lo mismo? —quiso saber Cornaith.

—Sí, jovencito, pero no deberías decir «lo mismo». Yo lo hago mejor, mucho mejor. Lo hago como debe hacerse. Mis estudios son exhaustivos, y obtengo resultados bastante notables.

Ka'Narlist se quedó unos momentos en silencio para dar más peso a sus palabras.

—Quizá me crean un arrogante por decir esto —prosiguió con voz falsa—. Pero sólo he mencionado mi trabajo porque se rumorea que, además de comerciantes, ustedes también son diplomáticos y creí que podrían estar interesados en adquirir unos esclavos realmente excepcionales. En mis establos guardo algunas variedades únicas.

Sharlario buscó la mirada de su enfurecido hijo y le lanzó una silenciosa advertencia para que se contuviera. En realidad, él se sentía tan horrorizado por todo ese asunto como Cornaith, pero sabía que hablar de ello sólo les traería problemas. Si algo había aprendido en sus siglos de vagabundeos era a observar atentamente, reflexionar largamente y hablar sólo después de pensar mucho. Sin embargo, mientras se recordaba que no debería emitir juicios precipitados sobre una cultura que desconocía, el elfo de la luna empezó a comprender cómo podría llegar a cumplirse la profecía de la Doncella Oscura.

—Estoy seguro de que, pese a las divisiones de clase, todo el Pueblo de Atorrnash se uniría para hacer frente a una amenaza común —comentó Sharlario. En su opinión, debía llevar rápidamente la conversación hacia cauces más seguros.

—¿Qué tipo de amenaza? —inquirió el mago, enarcando una nivea ceja.

—Dragones, por ejemplo. ¿Está Atorrnash amenazada por sus guerras?

—En realidad no. En Atorrnash se usa mucho la magia, lo que disgusta a la mayoría de los dragones. Por esa razón la eluden. Desde luego, de vez en cuando hacen de las suyas en las rutas comerciales pero, excepto en la sabana y en el bosque, los dragones no causan más que pequeñas molestias. Todos menos ése —se corrigió el mago, haciendo una leve mueca y señalando con la cabeza un pequeño punto rojo en el cielo.

Sharlario levantó la vista y el corazón le dio un vuelco.

—El Señor de las Montañas —musitó atemorizado.

—Supongo que se refiere a Mahatnartorian. Sí, es un problema. Su apetito me ha costado un buen número de cabezas de ganado; por desgracia las defensas mágicas de mis pastores son inútiles contra un gran wyrm. Crearé mejores guardas cuando el trabajo me deje tiempo. Pero estoy seguro de que Mahatnartorian no representa ninguna amenaza para su lejano país.

—El dragón vuela hacia el norte, y creo que sé adonde se dirige —repuso el elfo de la luna en tono sombrío—. Tenemos que partir al instante.

—Ah. —Ka'Narlist asintió comprensivamente—. Ya han tratado con él, ¿no es cierto?

—Fue vencido y desterrado por un clan de avariels. Yo los ayudé, pues tenía con ellos una deuda de gratitud.

—¿Avariels?

—Elfos alados —contestó Sharlario de mala gana, y por alguna razón deseó no haberlos mencionado.

Pero Ka'Narlist parecía haberse tomado el comentario con calma. Sin duda estaba más que harto de los seres exóticos qué él mismo creaba.

—Y ahora el dragón regresa para desquitarse. Deben partir, desde luego. Pero si pueden esperar una hora más, mi wemic se encargará de que un grupo de guerreros los acompañe. Un dragón vengativo es un adversario formidable.

Por un momento Sharlario se sintió tentado. No obstante, no podía olvidar la despreocupación con la que el archimago había expuesto la actitud de los elfos oscuros respecto a la conquista y la dominación. El instinto le decía que si aceptaba la oferta de Ka'Narlist, estaría sellando el destino de los elfos del bosque.

—Gracias, pero no podemos esperar—rehusó el elfo de la luna—. No sólo está en peligro mi familia sino que estoy obligado por un juramento a...

Ka'Narlist lo interrumpió levantando una mano.

—Lo comprendo perfectamente. Hagan lo que deban lo más aprisa posible. —El mago se volvió hacia sus siempre atentos servidores, situados por el jardín, y les ordenó que escoltaran a sus invitados hasta la puerta norte sin demora—. O mejor aún —se corrigió—. Yo mismo los trasladaré al camino. ¿Pasaron cerca de los acantilados blancos, a varios días de viaje hacia el norte? Bien. Voy a enviarlos allí.

El hechicero extendió una mano, la cerró e hizo un rápido y amplio movimiento hacia un lado. Hubo un breve estallido de luz, y los elfos de la luna desaparecieron.

—Hummm —gruñó el wemic, en absoluto impresionado por este modo de solucionar el problema de los visitantes—. No van vestidos de modo apropiado para emprender viaje.

—Ahora sí. Han recuperado todas sus pertenencias originales, además de la mayoría de las cosas que adquirieron en la ciudad. Excepto esta arpa. —Los labios de Ka'Narlist se curvaron en una burlona sonrisa mientras evaluaba el instrumento—. Deshazte de este horror a la primera oportunidad.

—Como deseéis, mi amo. Pero los elfos... los habéis dejado marchar. —En los ojos gatunos del wemic se leía una pregunta—. Creí que pensabais ofrecerlos en sacrificio a vuestro dios.

—Tráeme otro par de elfos blancos del mercado de esclavos —dijo Ka'Narlist encogiéndose de hombros—. A Ghaunadar no le importará. Tengo otra cosa preparada para los norteños.

El mago esperó que el wemic le preguntara, pero el esclavo se limitó a clavar la vista en él, o más bien a través de él. Ka'Narlist rió entre dientes.

—Eres obstinado, Mbugua. Veo que quieres saber pero dejarías que te arrancara la piel a tiras antes que preguntar. Muy bien entonces. Como sabes, los elfos oscuros no son los únicos miembros del Pueblo que manejan la poderosa Alta Magia. Es posible que últimamente nuestros guerreros hayan demostrado un exceso de celo, y el conflicto entre las razas élficas se intensifica. Con el tiempo, estallará la guerra y las razas de piel más clara querrán vengarse. Tal como están ahora las cosas, el resultado de la guerra sería incierto, pero si nuestro visitante dice la verdad...

Aquí Ka'Narlist hizo una pausa y enarcó una ceja interrogativamente. El wemic sabía qué se esperaba de él: entre su propia gente había sido un chamán y aún conservaba la capacidad de leer los corazones y los espíritus de quienes lo rodeaban.

De mala gana el esclavo asintió.

—Dice la verdad.

—En ese caso, me encantaría atrapar a un par de esos elfos alados. Sharlario Flor de Luna es un comerciante. Quizá podría convencerlo para que me proporcionara unos cuantos.

El wemic no necesitaba preguntar qué pensaba hacer su amo con esas exóticas criaturas: las mazmorras del castillo y los jardines hervían de los frutos de los experimentos mágicos del hechicero. Además, conocía suficientemente bien a su amo para intuir qué le rondaba por la cabeza.

—Queréis crear elfos oscuros alados.

—Voladores nocturnos —confirmó Ka'Narlist, con sus ojos carmesíes empañados con la visión de glorias futuras—. ¡Qué fabuloso ejército! ¡Invisibles en el cielo nocturno, equipados con la magia y con nuestras magníficas armas!

El wemic meneó la cabeza, no sólo para expresar sus dudas sino para quitarse de la cabeza tan horrible visión.

—Pero el piel bermeja es un elfo honrado. No os entregará a sus hermanos alados para que sean vuestros esclavos.

Ka'Narlist se limitó a sonreír.

—Es un comerciante poco común al que será imposible convencer con oro ni gemas. Pero pongamos que no te equivocas con él. ¿Has olvidado cómo llegaste tú a mi castillo? ¿Has olvidado el ataque que esclavizó a tu clan y déstruyó tu sabana? ¿Ya se han borrado de tus muñecas y de tus zarpas las cicatrices de mis cadenas? ¿Ha desaparecido de tus sueños el hedor que desprendía el pelaje de tu compañera muerta al arder?

El wemic no se dejó provocar. Era demasiado listo para eso, aunque la garganta le dolía por el esfuerzo que debía hacer para contener los rugidos de angustia y furia.

—¿Habéis enviado asaltantes en pos de los elfos de piel bermeja? —murmuró Mbugua cuando volvió a recuperar el control de sí mismo.

—No he sido tan burdo. El mayor lleva encima una joya adivinatoria. ¿Por qué si no cambiaría un arma digna de un príncipe por la baratija de un campesino? Si Sharlario Flor de Luna dice la verdad, Mahatnartorian tratará de recuperar su reino en las montañas y vengarse de los elfos alados, los avariels. Será interesante observarlos en la batalla, averiguar con qué fuerza cuentan y cuáles son sus costumbres. Si los elfos alados resultan prometedores, seguiré a Sharlario hasta sus escondites. Y entonces, cuando necesite a los avariels en mi propia guerra, enviaré guerreros para capturarlos.

—¿Esa guerra de la que habláis... estallará pronto?

A su pesar, el wemic no pudo evitar que su voz dejara traslucir una brizna de esperanza. En una guerra existía la posibilidad de que su amo fuera derrotado, y él y sus congéneres serían libres.

Pero la astuta sonrisa del elfo oscuro echó por tierra esos sueños.

—No en miles de años, mi leal servidor —repuso Ka'Narlist suavemente—. Pero no te preocupes por mí; estaré vivo y seré aún poderoso, y los míos lucharán con destreza. Y tú, mi querido wemic, seguirás vivo para presenciar nuestra victoria, de un modo u otro. ¡Te lo prometo!

El sol que asomaba por las colinas orientales sorprendió a Durothil agachado en la requemada meseta que en otro tiempo había sido una sagrada colina de la danza. El mago se mantenía completamente inmóvil, excepto por los ojos verdes que oteaban los cielos del sur. Desde hacía años se pasaba horas y horas en esa montaña, vigilando y consolidando sus planes y su determinación.

Le había costado mucho tiempo comprender qué estaba haciendo Sharlario Flor de Luna. El elfo de la luna viajaba incesantemente en busca de otras comunidades elfas, a las que pedía ayuda en la batalla que se avecinaba. Por lo que Durothil pudo colegir, el enorme dragón rojo que fundió la cima de la montaña había sido derrotado por los elfos alados y desterrado; y todo eso con la ayuda de Sharlario. Por lo que se contaba, los dragones seguían ciertos códigos de lucha y comportamiento, aunque los rojos eran traicioneros y se plegaban a ellos con renuencia; normalmente se vengaban más adelante. El tiempo de destierro casi había expirado.

La mañana había amanecido brillante y despejada, pero el cortante viento anunciaba el próximo invierno. Durothil se levantó y empezó a caminar arriba y abajo, agitando los brazos para calentarse. Entonces se acercó al borde de la meseta y escudriñó el cielo, más allá de las estribaciones meridionales. Aún no había ni rastro del dragón.

Del escarpado precipicio de la montaña ascendió una brisa que llevó hasta el vigilante elfo un extraño olor. Perplejo, Durothil arrugó la nariz y trató de ubicarlo. El mago percibió el penetrante aroma del musgo con un toque dulzón que le recordaba los limoneros que antaño florecieran en los jardines de Tintageer.

De pronto, se encontró mirando fijamente un par de enormes ojos amarillos. La impresión lo dejó paralizado, pero su mente bien entrenada tomó nota de todos los detalles: cada uno de esos ojos eran tan grandes como su propia cabeza, presentaban una pupila vertical que los hendía, brillaban con inteligente malevolencia y estaban encajados en una aterradora cabeza de reptil armado con escamas semejantes a placas, del color de la sangre reseca.

Las fauces del leviatán esbozaron algo parecido a una sonrisa dirigida al estupefacto elfo, que no podía apartar la vista. Los colmillos húmedos y relucientes del dragón emanaban vapor.

—Todavía tienes mucho que aprender sobre los dragones, microbio —gruñó estentóreamente el monstruo, salpicando sus palabras con una exhalación de humo sulfuroso—. Tenemos alas, es cierto, pero también tenemos patas. Todos creen que nos oirán llegar por ej estruendo en la maleza y el entrechocar de nuestras escamas, cuando, en verdad, ni los gatos monteses se mueven con más sigilo que nosotros.

El aturdido Durothil negó con la cabeza. No era así como había planeado que fuera su primer encuentro. La parálisis producida por el miedo al dragón había relegado toda su magia y todos sus cuidadosos preparativos a un rincón inaccesible de su mente. Al mago elfo nunca se le hubiera ocurrido mirar al dragón a los ojos si el leviatán no lo hubiera sorprendido. Ahora estaba tan indefenso como un ratón atrapado que espera el golpe de gracia del cazador.

El dragón desplegó las alas con atronador sonido y las batió rítmicamente para elevarse en el aire. Mahatnartorian revoloteó lentamente, sin apartar su hipnótica mirada de los ojos de Durothil y obligando a éste a girar para seguir su vuelo circular. Finalmente, gravitó sobre el centro de la meseta, levantó su astada cabeza y husmeó el aire.

—Percibo una magia muy interesante por aquí. ¿Es tuya, elfo?

Pese a sus desesperados intentos por resistirse a la magia de Mahatnartorian, Durothil asintió.

El dragón se posó en el suelo, colocó las garras delanteras bajo su pecho y enrolló la cola alrededor de su escamoso cuerpo. Curiosamente al elfo le recordó un gato doméstico que estuviera aburrido.

—Me gustaría ver qué magia has preparado contra mí —prosiguió Mahatnartorian, en el tono que usaría un rey para dirigirse al último bufón de la corte—. Muéstrame qué sabes hacer, elfo. Oh, no me mires tan sorprendido, ni esperanzado. Los más grandes hechiceros del sur no lograron dañarme. Mi resistencia a la magia es demasiado poderosa —añadió con complacencia.

—¿Entonces cómo te venció Sharlario Flor de Luna?

La pregunta se le escapó antes de considerar las consecuencias. Mientras maldecía su lengua trabada por el miedo, el dragón entrecerró los ojos hasta que no fueron más que dos rendijas.

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