—¿Nunca te apercibiste de este tipo de reacción?
Me había dado cuenta de que había sufrido tales alteraciones.
—Y, ¿te das cuenta de qué clase de estado es el que te he descrito? Asentí y susurré:
—Paranoia.
Se echó a reír inmediatamente:
—Pero no es más que una paranoia falsa... un estado
inducido
. Oh, pero es válida también. Y posee todos sus atributos: ilusiones de grandeza, pérdida de contacto, sospecha de persecución, alucinaciones —hizo una pausa, y luego añadió con mayor severidad—. ¿No te das cuenta de lo que está ocurriendo? Si tú anulas, que es tanto como si mataras una unidad de reacción análoga, después tienes la impresión de que has hecho desaparecer a alguien de tu propio mundo.
Aún a pesar de lo confundido que me hallaba, no pude por menos que recoger la lógica de su explicación.
—Supongamos que tiene usted razón. ¿Qué puedo hacer?
—Ya has hecho el noventa por ciento de lo que podías hacer. Porque lo más importante en este caso es saber dónde pisamos en todo momento —se levantó—.
—Sírvete otro trago, mientras hago una llamada por el vídeo.
Cuando volvió, no solamente me había terminado lo que me había servido, sino que estaba ya medio afeitado y lavado, en el cuarto de baño de al lado del estudio.
—¡Así me gusta! —me animó—. Te traeré una camisa limpia.
Pero cuando volvió yo había perdido de nuevo la alegría que sentía unos momentos antes:
—¿Y qué me dice de esos oscurecimientos temporales de memoria, esa amnesia, que me acecha de tanto en tanto? Eso al menos es verdad.
—Oh, estoy seguro de que son auténticos, aunque en un sentido psicosomático. Tu integridad se revela contra la idea de la psicosis. Y entonces buscas una excusa que te enjugue. Esas pérdidas de memoria ponen todo el asunto en un plano orgánico. En aquel momento no te sientes tan humillado.
Cuando terminé de arreglarme, me llevó hacia la puerta y me sugirió:
—Haz un buen uso de la camisa.
Su consejo no tuvo para mi significado alguno hasta que me encontré a Dorothy Ford aparcada frente a la casa. Y también entonces me di cuenta de su propósito al hacer la llamada por el vídeo. Todo está a punto para darme el paseo que Collingsworth creyó que necesitaba. Que ella estuviera dispuesta a efectuar una misión de casi, casi de puro compromiso, no tenía importancia. Quizás éste fuera un buen momento para estudiar de cerca a uno de los agentes incondicionales de Siskin.
Por eso no me importó.
Nos introducimos en la silenciosa oscuridad de la noche, y permanecimos sentados, suspendidos entre una panoplia de estrellas frías, y la brillante alfombra de las luces de la ciudad. Frente a la graciosa curva de la carlinga, Dorothy se mostraba como una silueta suave y tibia, llena de vitalidad y de ansiedad.
—Bueno —dijo alzando los torneados hombros—, ¿debo indicar yo el plan a seguir?
¿O acaso tiene usted ya alguna idea definida?
—¿Fue Collingsworth quien la hizo venir? Ella asintió:
—Creyó que usted necesitaba que le echaran una mano —y sonriendo añadió —: Y creo que yo puedo salir bien del trabajo que se me ha asignado.
–Pues me parece que es una terapia bastante interesante.
–Pues claro que sí —en sus ojos se reflejaba la malicia de la broma. De pronto quedó seria:
—Doug, ambos tenemos nuestro trabajo. Es más que evidente que el mío consiste en mantenerme siempre alerta sobre usted para que no pueda escapar del bolsillo del Gran Pequeñito. Pero no hay ninguna razón que nos impida que nos divirtamos juntos al mismo tiempo. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —acepté su mano—. Así que, ¿cuál es el programa?
—¿Qué le parece algo..., auténtico?
—¿Qué? —pregunté cauteloso.
—Que si le parece bien que vayamos a sumergirnos en la corriente cortical. —Yo sonreí tolerante.
—Bueno, no tome una actitud tan reservada —me urgió—. Ya sabe que no es ilegal.
—No creía que fuera usted de las personas que necesitan someterse al ESB.
—Verdaderamente, yo no lo necesito —se acercó a mí y me dio un golpecito en la mano—. Pero, querido, el doctor Collingsworth me ha dicho que usted sí.
El Comer Cortical, era un modesto edificio de una sola planta, situado entre otros dos de forma de obelisco en cuya estructura dominaba el cemento y el vidrio, y que estaba ubicándose en la parte baja de la ciudad. Fuera, jovencitos impulsivos se miraban entre sí con aspecto retador.
Cuando entramos, los clientes estaban sentados alrededor de un mostrador con paciente educación, escuchando la música o tomando unas copas. La mayor parte, eran mujeres de avanzada edad, ansiosas porque les llegara el turno, pero sin mostrar la menor inquietud. Pocos, incluidos los hombres, tenían menos de los treinta y cinco años. Lo cual demostraba el hecho que la juventud adulta, apenas sentía interés alguno por el ESB.
Esperamos solamente, el tiempo necesario para que Dorothy le dijera a la encargada que necesitábamos un circuito de triple expansión, para ambos.
Sin pérdida de tiempo nos introdujeron en una habitación con gran lujo. La música omnifónica animaba el ambiente y el aire estaba cargado de suaves perfumes.
Nos acostamos sobre un canapé de color rojo, y Dorothy apoyó la cabeza sobre mi brazo, dejando descansar la mejilla sobre mi pecho, mientras que la fragancia de su pelo perfumado llegaba inundando mi rostro. La asistenta nos puso unos almohadones, y acercó el tablero de control para ponerlo al alcance de Dorothy.
—Relájese y déjese hacer por la pequeña Dorothy —dijo manipulando en los selectores.
Al cabo de un momento noté cómo un estremecimiento que procedía de los electrodos y que accionaba sobre los centros corticales.
De pronto apareció ante mí el delicado azul del cielo, que se mecía lánguidamente, un mar esmeralda que se agitaba con suave monotonía, basta llegar a una playa de la más pura arena. Las olas me mantenían a flote, llevándome en un movimiento de vaivén, para después abandonarme de pronto y dejarme hundir hasta que los dedos pulgares de mis pies rozaban el fondo.
Aquello no era una ilusión. Era real. No cabía la menor duda de que aquella experiencia, excitaba los centros alucinatorios. La estimulación cortical era así de efectiva.
Oí una sonora carcajada metálica tras de mí, me volví, y un chapuzón de agua me dio de lleno en el rostro.
Vi a Dorothy que trataba ponerse fuera de mi alcance. Fui tras ella y se sumergió, mostrando al hacerlo la tersura y flexibilidad de su cuerpo.
Nadamos bajo el agua, y en un momento dado estuve tan cerca de ella que conseguí atraparla por un tobillo, pero se soltó y volvió a alejarse de nuevo con la facilidad de una auténtica criatura marina.
Salí a la superficie para llenar de nuevo de aire mis pulmones.
Y al hacerlo, vi a Jinx Fuller, de pie sobre la playa, erguida y preocupada, mientras miraba con atención la superficie lisa del mar.
El viento azotaba su camisa y le cubría el rostro de sus propios cabellos.
Dorothy subió a la superficie, vio a Jinx y gritó:
—¡Aquí no se está bien!
La oscuridad cubrió todos mis sentidos, y de pronto vi que Dorothy y yo nos deslizábamos sobre «skies», sobre la pendiente blanca y helada de una montaña.
Redujimos la velocidad para tomar una curva. Ella hizo un viraje falso, yo quise evitar el tropezar con ella, pero no pudiéndolo evitar caí a su lado.
Reja con todas sus fuerzas. Alzó las gafas para ponerlas sobre su frente, y rodeó mi cuello entre sus brazos.
Pero yo no miraba más que más allá... hacia Jinx. Medio escondida tras un árbol de crestas cubiertas de nieve, permanecía en silencio, testigo mudo, y pensativo.
Y en aquel momento de preocupación, noté la agradable y furtiva presencia de Dorothy, leyendo sus pensamientos, llenos de interrogantes, preocupados, y ansiosos de lanzar nuevas corrientes de excitación que llegaran hasta lo más profundo del tejido cortical
Había olvidado los efectos recíprocos de un circuito ESB; había olvidado que aquella estimulación acoplada podía llevar consigo una enajenación involuntaria de los pensamientos del otro sujeto.
Me puse en pie sobre el canapé, y tiré a un lado mi almohada.
Dorothy, levantándose tras de mí, me hizo una mueca de indiferencia. Entonces dio un nuevo significado a una antigua frase femenina: ¿Se puede culpar a una muchacha por intentarlo?
Me limité a observar su rostro. ¿Había profundizado en mi lo suficiente como llegar a saber que yo continuaba con Siskin sólo porque mi empeño era sabotear su conspiración por con el partido?
Por primera vez desde hacía algunas semanas, me sentí por fin liberado de la preocupación que representaba para mí la muerte de Fuller. Tras los imaginarios incidentes que habían seguido a aquel accidente, todo ello quedaba como un sueño que estuviera perdiendo su vivacidad, al mismo tiempo que la luz del amanecer esparcía las sombras.
Yo había vuelto de una situación terrible gracias a Avery Collingsworth.
Pseudoparanoia. Me parecía tan lógico que incluso me quedé extrañado de que no se nos hubiera ocurrido antes ni al doctor Fuller ni a mí, que el verse envuelto casi constantemente en un medio ambiente absolutamente dedicados al simulador, y a su demasiada auténtica «gentecita» podría entrañar insospechados trastornos mentales.
Quedaban todavía muchas cosas por aclarar, naturalmente. Dorothy Ford, por ejemplo, tenía que comprender que nuestra escapada al ESB, no había significado nada para mí. Aunque me había gustado nadar, por decirlo así, eso no quería decir que iba a hacer un hábito de ello. Y menos, después de que la experiencia con la excitación cortical, me había, tan claramente demostrado mi preocupación por Jinx Fuller.
Aunque en realidad, Dorothy también lo había pensado así. Me di cuenta la mañana siguiente, cuando pasé por delante de su mesa.
—Por lo de anoche, Doug... —comenzó a decir—. Como dije, cada uno tenemos nuestro trabajo. Y yo el mío lo tengo que hacer con la mayor lealtad. No tengo más remedio.
Me pregunté a mí mismo, qué clase de espada de Damocles sería la que Siskin tenía puesta sobre ella.
La que tenía puesta sobre mí tenía un doble filo... por un lado las amenazas de una investigación policial acelerada sobre el caso de la muerte de Fuller, poniéndome a mi como cebo, y por el otro no permitir nunca que utilizara el simulador para realizar investigaciones sociológicas.
—Y ahora que ya sabemos a qué atenernos –añadió Dorothy en un tono más alegre— no habrá ningún malentendido. Se acercó para poner su mano sobre la mía—. Y así, Doug, aún podemos continuar pasándolo bien.
Yo quedé un tanto confuso, no por eso, sino porque no tenía ni la menor idea de lo que ella habría podido penetrar en mi pensamiento a través del ESB.
La angustia por la posibilidad de que hubiera llegado a saber algo, y le hubiera dicho a Siskin mis intenciones quedó plenamente explicada dos días después. Fue entonces cuando Siskin me llamó para quedar citados.
El coche aéreo se posó suavemente sobre el piso ciento treinta y tres de los Establecimientos de la Central Bable. Siskin tuvo que esperar un poco antes de poder entrar para dirigirse hacia su despacho.
Al encontrarnos, me pasó la mano por encima del hombro, y anduvimos a lo largo de pasillos alfombrados, para llegar hasta mi despacho. Se puso a pasear ante la amplia ventana. Al fondo, la ciudad parecía más bien un cuadro borroso.
De pronto dijo:
—Algo no va bien con la legislación establecida, en contra de los encuestadores. De momento habrá que darle carpetazo a este asunto. No haremos nada por ahora.
Me limité a responder a Siskin con una sonrisa. La simple amenaza de que la acción encuestadora se viera puesta fuera de la ley a causa del aburrimiento público, había hecho estallar una ofensiva contra nuestra empresa.
—Al parecer esa gente tienen más poder del que usted pensaba en un principio.
—Pero eso no tiene sentido. Hartson me aseguró que tenía todas las bazas en juego en su poder. Bueno, pues ahora están los resultados. Va a ser muy difícil impedir que esas gentes se declaren en huelga y organicen una buena.
—Yo no apostaría tanto —hizo una pausa y añadió—: ¿Cree usted que sería capaz de exponer sus ideas acerca del
Simulacron-3
de tal modo que pudiera efectuar una auténtica revulsión en las relaciones humanas?
Un tanto preocupado respondí:
—Pues, verdaderamente tengo mis propias ideas y estoy convencido de ellas. Pero no creo estar lo suficientemente preparado como para poder dar un discurso a los periodistas.
—Eso
exactamente
es lo que quiero. De ese modo todo tendrá un mayor aspecto de sinceridad.
Puso en marcha el intercomunicador y ordenó:
—Háganles pasar.
Entraron. Formaban todo un enjambre de periodistas, reporteros, cameraman, fotógrafos. Se reunieron alrededor de la mesa, formando un nutrido semicírculo.
Siskin alzó las manos en solicitud de silencio.
—Como saben —dijo —, Reactions está sometida a la presión ejercida por los medios coercitivos utilizados por la Asociación de Encuestadores. Parece ser que están dispuestos a declararse en huelga, no consiguiendo con ello más que desencadenar un auténtico caos económico a no ser que, como nos han pedido, renunciemos a dar a la nación el mayor avance social de todos los tiempos. Se subió encima de una silla y gritó para acallar el murmullo de voces escépticas que se había levantado:
—De acuerdo..., ya sé en lo que están pensando: que esto es una hazaña sin demostrar todavía. ¡Pues no lo es! Estoy luchando para salvar nuestro simulador —
su
simulador— porque no se trata de un simple medio o engaño para ganar dinero. Se trata también de un instrumento que conseguirá
un brillante y nuevo futuro para la raza humana
. ¡Es un instrumento que va a levantar al hombre a una milla por encima del primigenio lodazal en que se ha visto hundido desde sus primeros días!
Hizo una pausa como si se recreara en sus frases, o quizá para dar mayor énfasis a sus palabras, y continuó:
—Y ahora voy a dejar que el verdadero artífice de ese simulador del medio ambiente social les dé todos los detalles posibles... señores, les presento a Douglas Hall.
La estrategia de Siskin no era muy difícil de comprender. Si podía hacer creer a la opinión pública que su maravilla simuelectrónica iba a producir un verdadero avance en la raza humana, entonces no habría fuerza capaz de ponerse enfrente de REIN... ni siquiera los encuestadores.