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Authors: Gustavo Bolivar Moreno

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Drama, #Novela

Sin tetas no hay paraíso (26 page)

BOOK: Sin tetas no hay paraíso
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Al llegar a Pereira sin avisar, no encontró ni a su mamá ni a Albeiro en su casa. Por eso cruzó la calle y se reunió con Yésica y le entregó un dinero para que hablara con Paola, Ximena y Vanessa y les propusiera montar un negocio que les permitiera dejar de putear. Aunque Marcial Barrera le regaló 10 millones de pesos para su viaje, Catalina solo había gastado tres. Por eso su pequeña esposa se acordó de sus amigas de andanzas y les quiso ayudar a cambiar su suerte olvidando por completo que cuando no tenía tetas sus amigas no pensaron en ella. Yésica le agradeció con el alma por el dinero y se fue a buscarlas para contarles la buena nueva. Todas estaban dormidas y trasnochadas cuando fueron llamadas por sus mamás para que salieran al antejardín porque las necesitaban sus amigas.

Mientras aparecían Vanessa, Paola y Ximena, Yésica, que ya sabía, por boca de su mamá, de la relación de Albeiro con doña Hilda, aprovechó el momento para hacerle preguntas sobre el hecho a Catalina. Quería sondear con sutileza el asunto para no crearle un trauma en caso de que ella no supiera lo que estaba pasando. Le preguntó que cómo iban con Albeiro, que si todavía se hablaban, que si él sabía que ella estaba casada con Marcial Barrera y que si ella sabía que él vivía en su casa.

Las respuestas de Catalina le hicieron saber a Yésica que ella no estaba enterada de la relación de Albeiro con su mamá y ya se disponía a contárselo cuando aparecieron las tres amigas. Lucían tan acabadas, lánguidas, marchitas y transformadas que apenas las reconocieron porque salieron vestidas con las pijamas que siempre lucían en casa. La alegría de las tres recién levantadas fue tremenda como tremenda fue la tristeza que Catalina y Yésica sintieron al verlas. Parecían flores secas, verduras ajadas, campos desiertos, agua turbia, cadáveres con tres días de sepultura. Las malas energías de sus docenas de clientes las habían transformado en seres dignos de lástima. Catalina y Yésica disimularon el impacto que les produjo verlas así y les comentaron la buena noticia del dinero que les pensaban regalar para que montaran un negocio. Las preguntas de las tres fueron tres y muy unánimes:

—¿Qué negocio?, ¿cuánto nos vamos a ganar? Y, ¿qué tanto tenemos que trabajar?

Hicieron varias propuestas: que un restaurante, una heladería, un local para alquilar videos, un almacén de ropa o una frutería. No se decidieron por alguno. Luego sopesaron los pros y los contras del negocio, calcularon el esfuerzo que tenían que hacer y lo compararon con el esfuerzo de acostarse con un borracho al amanecer y llegaron a una conclusión inaudita:

—No, gracias, hermana. Ganamos más donde estamos y tenemos que trabajar menos. No tenemos que pagar impuestos, no tenemos que lidiar con empleados y proveedores y no tenemos que chuparle grueso a ningún funcionario de la Alcaldía para que nos dé los permisos y las licencias para montar el negocio.

Catalina se llenó de rabia y Yésica de asombro. No podían creer que sus amigas prefirieran seguir de prostitutas por el sólo hecho de ganar un poco más de dinero con un poco de menos esfuerzo. Pero así es la vida y ese día terminó para siempre la relación de las cinco mujeres que se enredaron en una incoherente disyuntiva, ya que unas se creían más que otras a pesar de que todas cinco hacían lo mismo, aunque con diferente clientela.

En esas se detuvo el taxi de Albeiro frente a la casa de doña Hilda y Yésica la previno sobre el hecho. Catalina, que no sabía lo de la compra del taxi, pensó, al ver a su mamá bajándose del carro, que ella había llegado con algún mercado a la casa o algo así. Pero Yésica la haló para que no saliera corriendo a saludarla y la escondió un poco, detrás del muro del antejardín de su casa para que viera con sus propios ojos lo que ella pensaba contarle.

El novio de Catalina bajó del taxi y le dio alcance a doña Hilda que ya estaba a punto de meter la llave en la cerradura de la puerta de la casa. Mientras lo hacía, Albeiro le dio un beso en la boca y el mundo sonó tan fuerte en los oídos de Catalina, que todo enmudeció con sordidez dentro de su cabeza. Yésica no sabía dónde meterse y solo pronunció unas pocas palabras:

—¡Eso era lo que le quería contar, parce!

Después del primer impacto Catalina reaccionó y salió hacia su casa a gran velocidad, atravesando la calle a paso largo y con Yésica detrás pidiéndole que se controlara y que no la fuera «a cagar». Pero Catalina no la oyó ni se oyó así misma a pesar de que su precaria conciencia ya empezaba a marcarle límites a su ignorancia. Tenía tanta rabia que estaba dispuesta a todo. Cuando golpeó en la puerta, Albeiro y doña Hilda que estaban acomodando el mercado en la nevera se asustaron al escuchar golpes fuertes y más frecuentes que nunca, y corrieron a mirar quién era. Cuando vieron a Catalina por la ventana, con cara de saber algo y ganas de matarlos, doña Hilda le pidió a Albeiro que abandonara la casa saltando la tapia para evitar problemas, pero Albeiro se llenó de valentía y le propuso que la enfrentaran. No muy convencida, temiendo la reacción de Catalina, doña Hilda aceptó la suicida propuesta y juntos salieron a abrirle la puerta.

No pasó mucho tiempo antes de que tuvieran a Catalina enfrente mirándolos con odio, abundantes lágrimas en los ojos y sus brazos agarrados con fuerza por Yésica. Mientras forcejeaba para zafarse con la reiterada promesa de quererlos matar, Albeiro le dijo que lo sentía mucho, pero que no sabía lo que le estaba pasando, ni en qué momento sucedió todo, pero la culpó de haberlo abandonado. Por su parte, doña Hilda le pidió que la perdonara con el cuento de que el culpable de todo lo que pasaba en el mundo, malo o bueno era Dios y que como decía una canción el universo y todo lo que se movía dentro de él era perfecto.

Catalogando de cínicas y absurdas las razones por las que su novio y su mamá le habían sido desleales, Catalina se zafó con furia y se lanzó de nuevo sobre Albeiro, esta vez, con una fuerza tan descomunal que nadie pudo controlarla. Le pegó y lo mechoneó tanto y con tantos deseos que doña Hilda se compadeció de él y se esforzó al máximo para arrebatárselo a su agresora. Catalina le advirtió a su mamá que la soltara porque ella no respondía y doña Hilda respondió a su falta de respeto con una bofetada que le terminó de perforar el corazón a la atribulada niña. Era la primera vez que doña Hilda le pegaba en la vida y ella se enfureció más al sospechar que lo hubiera hecho en venganza por la golpiza que ella le había propinado a Albeiro. Con sus desgarradores gritos y su abundante emanación de lágrimas la calma retornó al lugar.

Albeiro y doña Hilda se miraban con sentimiento de culpa mientras Yésica hacía todos los esfuerzos a su alcance para calmar a su amiga que no dejaba de compadecerse de sí misma lanzando frases que taladraban los oídos de Albeiro y también los de su madre. Que ella trabajando en Bogotá para darles de comer y ellos pagándole de esa forma, decía. Que ella nunca se pudo imaginar que el hombre a quien entregó su virginidad fuera capaz de hacerle algo así. Que con esa mamá no tenía necesidad de enemigas. Que se sentía la mujer más desdichada del mundo y, en un arrebato de desquite premeditado, los miró con odio, se secó las lágrimas con el antebrazo y extendió su mano izquierda con firmeza exigiendo que le entregaran las llaves del taxi.

Albeiro buscó aprobación en las miradas de doña Hilda que terminó asintiendo con la cabeza sin más remedio. Catalina las arrebató con grosería de sus manos, salió a la calle, abrió el carro, se montó en él, le oprimió el embrague con la primera puesta mientras introducía la llave, lo prendió y se fue corcoveando hasta la esquina, donde terminaba la calle plana y se detuvo en seco. Lo puso en neutro, se bajó y lo empujó hacia el precipicio que era una calle empinada que terminaba en una avenida de la ciudad dos cuadras más abajo.

Albeiro y doña Hilda corrieron para evitar la debacle, pero no alcanzaron a llegar para detener el taxi que tomaba impulso incontenible con el paso de los metros. Sin embargo, siguieron cuesta abajo tratando de alcanzarlo pero, por cada paso que ellos daban, el carro avanzaba dos metros, de modo tal que cuando llegaron a la primera esquina, el taxi terminó la cuesta y se atravesó en toda la avenida, donde un bus de servicio público que pasaba en ese momento, por fortuna con sólo cinco pasajeros dentro, lo embistió con violencia, haciéndole dar un par de volantines antes de detenerse aparatosamente contra un poste del alumbrado que alcanzó a doblarse lo suficiente para dejar sin luz eléctrica a medio barrio.

El taxi quedó irreconocible, vuelto chatarra, mientras el conductor de la buseta y los cinco pasajeros, que resultaron ilesos, corrían a socorrer al supuesto conductor del taxi que, según ellos y las personas que habían visto el accidente, debió morir instantáneamente.

En medio de la penumbra y las luces que proyectaban algunas linternas, Albeiro y doña Hilda llegaron a la esquina de la avenida a presenciar la triste escena que los iba a dejar sin comida durante un buen tiempo, mientras el conductor y los pasajeros se sorprendían al ver un taxi en ese estado de destrucción, con un poste de cemento incrustado en el techo, pero sin sangre, ni sesos ni órganos regados ni el conductor con el timón incrustado en el tórax. Incluso, algún pasajero en medio del susto y del asombro llegó a opinar con exageración: «¡El conductor se desintegró del totazo tan verraco!».

En esas, Albeiro y doña Hilda, que estaban abrazados tristes y llenos de incertidumbre, escucharon los gritos de Catalina que se encontraba parada una cuadra arriba de la avenida donde tuvo lugar el accidente:

—¡Eso les pasa por no respetar, malparidos!

Luego se fue corriendo para nunca más volver. Doña Hilda supo que la había perdido para siempre, no tanto por el trágico final del taxi sino por haberle dicho esa palabra que es la última que se le dice a una madre cuando un hijo no la quiere volver a ver nunca más en la vida.

Capítulo 17

El regreso a la inocencia

Con el alma destrozada y pensando sin objetividad en las causas de su debacle, Catalina regresó a Bogotá, como siempre, en compañía de Yésica. Durante el vuelo pensaron, con cabeza fría, en la manera de darle un vuelco a sus vidas ante el anuncio de Catalina de poner fin a la farsa con Marcial. Para lograr la independencia económica que requerían, Catalina le propuso a su amiga delatar a «El Titi» y a Barrera a cambio de las jugosas recompensas que por ellos entregaba el gobierno. Pensaron en las consecuencias, en los riesgos, en las historias de delatores que terminaron muertos y delatados a su vez por generales de la Policía y políticos al servicio del narcotráfico que tienen acceso a la identidad de los informantes. Pensaron en lo que harían con el millón de dólares de la recompensa y con la fortuna que Catalina heredaría de Marcial Barrera, aunque sabían que sus cinco ex esposas y sus nueve hijos iban a caer como chulos sobre la herencia que dejara. Aun así, decidieron asumir el riesgo, para salir de una vez por todas de la pobreza y se citaron al día siguiente para ir a hacer la llamada a un número que la televisión anunciaba en mensajes institucionales que prometían un millón de dólares por «El Titi» y absoluta discreción.

Al llegar a Bogotá, Marcial Barrera le tenía a su niña esposa la alcoba entapetada con pétalos de rosas que teñían de rojo toda la habitación. Sólo contrastaba con el color púrpura de las flores, un oso de peluche del tamaño natural de un siberiano, sólo que este era un oso panda. Al verlo se sintió niña, por primera vez en muchos años y corrió a abrazarlo con cariño como si se tratara de un regreso a su infancia a su inocencia, a todo aquello de lo que se privó y de lo que se perdió por ponerse a jugar a la mujer adulta, a tan corta edad. Sus senos inmensos no le permitieron estrechar el inmenso animal de peluche como ella quería, justamente porque estaba diseñado para ser abrazado por una niña. Aun así, lo rodeó con sus brazos, cerró los ojos y le dijo algo inesperado para una persona que ya tenía a su haber un pequeño prontuario delictivo por haber mandado a matar a un hombre, por dejar prácticamente sin pene a otro y desbaratar los testículos a punta de golpes a otros dos, una niña que se prostituyó por envidia y ambición acostándose con decenas de hombres y que, además, había lanzado un taxi por una calle empinada sin importarle haber matado a quienes se hubieran cruzado por su camino:

—¿Quién es uno lindo?

El animal, desde luego no escuchó nada y siguió sonriendo, obedeciendo las eternas órdenes dadas por su diseñador.

Catalina se enterneció tanto con el enorme animal que le obsequió su odiado esposo, que se puso a pensar, toda la noche, en lo injusto que resultaba entregar al hombre que le acababa de devolver la inocencia que ya hacía mucho tiempo tenía perdida.

Al día siguiente, cuando Marcial Barrera regresó, encontró a Catalina muy cariñosa con él. Se sorprendió tanto al verla tan atenta y sonriente que, por su experiencia de hombre desleal, pensó que se comportaba de esa manera inusual por algún cargo de conciencia que tenía por haberle sido infiel durante su viaje. La verdad es que le importó muy poco que así fuera porque, incluso, ya tenía pensado hacer esa dolorosa y necesaria concesión para retenerla. Iba a decirle que la prefería compartida a estar solo tal y como lo pregonaba uno de sus cantantes favoritos en una de sus canciones. Le quería proponer que tuviera sus aventuras a cambio de que jamás lo abandonara.

Por eso se sintió tan contento esa mañana al verla feliz a su lado, agradeciéndole por las flores y por el oso y por eso tomó una determinación que, sin saberlo, lo salvó de ir a parar a una cárcel de La Florida al lado de Cardona, de Carlos Ledher y de Noriega, el ex presidente panameño. Le dijo que se alistara porque le iba a transferir la propiedad de sus mejores bienes, a fin de salvarla de las espuelas de sus ex esposas en caso de que a él le llegara a pasar algo. Catalina recibió con alborozo el gesto de Marcial Barrera y decidió, de una vez por todas, no delatarlo.

Cuando se encontró con Yésica, le contó lo sucedido y ambas estuvieron de acuerdo en dejarlo en paz porque era mejor negocio obtener la mitad de la fortuna de Barrera por las buenas a obtener una pequeña tajada por las malas, que era lo que le iba a quedar después de un juicio de sucesión contra nueve hijos, cinco ex esposas, una mamá y seis hermanos.

Por eso se fueron a delatar sólo a «El Titi». Por ganarse la plata, por acabar con las ilusiones de Marcela Ahumada, a quien odiaban por ser tan bella y tan de buenas en la vida, y por haberle hecho tantos desaires seguidos a Catalina cuando no tenía las tetas y también después de tenerlas.

BOOK: Sin tetas no hay paraíso
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