Sólo tú (35 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

BOOK: Sólo tú
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—¿De qué fiesta estáis hablando? —insistió su madre al ver que pasaban de ella.

—En casa de los Serra, mañana por la noche —le explicó Carlota en plan terminante.

—¿Y por qué no quieres ir? —La mujer miró a su hija mediana.

—Pues porque no.

—Tienes que ir, Beatriz. A ver si además de decirme que tengo una hija rara, porque no se le ve el pelo, van a decirme que estás loca.

—¿Podré llegar al amanecer? —Le lanzó una mirada burlona.

—Aquí sí.

—O sea que si me acuesto con Víctor, perfecto, porque como es un Cabestany y estamos en el pueblo, a salvo...

—¡Beatriz, ya basta!

El golpe en la mesa, con la mano abierta, hizo que todo vibrara.

—Vas a despertar a la abuela —la recriminó Carlota.

—¡Si es que ya no puedo más! —gritó su madre—. ¿Se puede saber qué te pasa?

—Tú quisiste que viniera, mamá.

—¿Y por eso vas a pasarte todo el verano de morros, y encerrada en casa?

—Es lo que hay.

—Pero ¿qué tienes, hija? —Su expresión se volvió dolorosa—. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué no me lo cuentas? ¡Soy tu madre! ¡No puede ser sólo que te haya hecho venir al pueblo!

Rozó su propio estallido.

Se contuvo.

Su vida era privada. Íntima.

—Mamá, no quiero discutir, ¿vale?

—¡Yo sí!

—Carlota tiene razón: como se despierte la abuela... Para un día que coge el sueño temprano...

—¿Y ya está, eso es todo? —se desesperó su madre.

—Ya te lo he dicho: es lo que hay.

La madre se sintió desfallecida. Sus ojos se enturbiaron. Miró a Carlota. Miró a Beatriz. No halló en ninguna de las dos un nexo, una complicidad. Incluso la pequeña estaba cambiando, apoyaba a su hermana. Se estaba perdiendo algo y no sabía qué.

—No sabéis lo sola que me siento estando con vosotras —se echó a llorar de pronto.

 

 

La abuela Victoria era un reducto.

Militaba en la resistencia.

Tenía la piel apergaminada, arrugas que se cruzaban y entrecruzaban formando un pequeño territorio arado por el tiempo, los ojillos mortecinos que, a veces, brillaban con una inusitada intensidad, el cabello gris, siempre recogido en un moño, las manos huesudas y deformadas. Era menuda, vestía de riguroso luto desde la muerte de su marido y decía que si Dios existiera, no habría permitido que se fuera él, y de forma tan dolorosa, antes que ella. En el funeral había sacado a patadas al cura por su panegírico en honor del fallecido. Desde entonces, el sacerdote la evitaba, cruzaba la calle si la veía aparecer y se santiguaba como si fuera el diablo. Su leyenda de mujer dura y fuerte contrastaba con lo mucho que se la quería en el pueblo, siempre dispuesta a ayudar, a compartir, sin egoísmos propios de su edad. Por si todo ello fuera poco, hacía gala de un carácter inquebrantable y firme. No veía la televisión. Opinaba que todos los programas eran para retrasados mentales. Prefería leer.

Y leía.

Novelas de amor.

Decía que los sentimientos son lo único importante de la vida, y que las novelas de amor estaban llenas de ellos, exagerados o no.

Algo extraordinario en una mujer que únicamente había estado con un hombre en su vida.

—¿Beatriz?

Estaba a su lado, junto a la hamaca, sentada y con un vaso de limonada en la mano. Se lo pasó a su nieta.

—Gracias.

—Está fresquita y recién hecha.

—Eres un sol.

—Y tú, una luna.

—¿Llena?

—No sé. —Puso cara de duda—. Dímelo tú.

—No siempre se puede estar llena. A veces hay cuartos menguantes, cuartos crecientes...

—¿Qué te pasa, cariño?

—Nada, abuela. —Bebió un largo sorbo de limonada.

—Yo no soy tu madre —le recordó—. Que ella tire su vida a la basura es cosa suya. Tuvo su oportunidad. Pero tú... —Alargó una mano y le acarició la frente.

Una mano de seda.

—A ti te gusta esto, es tu casa, tu pueblo. Pero yo cumplo dieciocho años en unos días y... Habría preferido quedarme en Barcelona.

—¿Tienes novio?

—No.

—Beatriz...

—Que no.

—Pues será lo que sea, pero conozco esa expresión.

—Sólo falta que le digas eso a mamá.

—Lo que hablemos tú y yo se queda entre tú y yo.

—Así que tengo cara de enamorada.

—No, tienes cara de padecer lo peor del amor.

—¿Y qué es?

—El despertar.

—No sabía eso.

—No es malo, pero sí inquietante. Despertar no quiere decir renunciar, o romper, o cambiar. Las personas se enamoran, y cuando lo hacen pasan a otra dimensión en la que se vive una utopía. Eso puede durar días, semanas, meses... incluso años. Tarde o temprano llega entonces ese despertar, y es el momento de ver si nuestro amor es fuerte y firme. Las virtudes que le veíamos a la persona amada se convierten en defectos, lo que nos atrajo de ella lo cuestionamos, nos preguntamos quién es en realidad. —La miró con delicada ternura—. Tú estás triste, mi niña. Más allá del dolor, estás aplastada por una tristeza que te paraliza. Puede que estar aquí la aumente, pero eso no cambia nada. Y aunque te pese, recuerda únicamente una cosa: tienes diecisiete años.

—Voy a cumplir...

—Sí, ya sé. Pero ahora tienes diecisiete años. El mundo puede parecer un lugar horrible y oscuro a tu edad. Pero piensa en la mía. Mi oscuridad es la de la muerte que me acecha y me ronda. La tuya pasará. Te lo juro. Pasará, volverá, pasará de nuevo y renacerá tantas veces como quieras. Depende de ti. Y tú siempre has sido fuerte, diferente. Tienes mucho más carácter que tus hermanas. Supongo que porque te pareces a tu padre.

—¿Cómo sabes tanto? —quiso bromear un poco.

—Porque leo. —Le guiñó un ojo—. Todo lo que te he dicho está sacado de una novela, ¿qué te crees?

—Estoy segura.

—Tu hermana me contó lo que le habías dicho a tu madre antes de veniros aquí.

No supo qué decir. No era una pregunta. Era un comentario.

—Me alegro de que lo hicieras —asintió su abuela.

—No fue fácil.

—Nunca es fácil plantarles cara a los padres, enfrentarse a ellos, algo inevitable con los años. Puede que tu abuelo y yo no supiéramos educarla mejor, que se nos escapara de las manos, pero quizá debas saber algo acerca de tu madre.

—¿Qué es?

—De niña, más o menos a la edad de Carlota, tuvo un trauma sexual.

—¿Mamá?

—Tu abuelo y yo no lo supimos, ella no nos lo contó, por miedo, ya que se escapó de casa aquella noche, por vergüenza, porque eran otros tiempos, porque él era uno de los hombres importantes de estas tierras, qué sé yo. Hace muchos años de eso. Y sucedió aquí, en el pueblo, en las fiestas. —Tomó aliento para continuar—. Lo que voy a contarte no lo sabe nadie más que tu madre y yo, ¿entiendes?

—Sí —apenas si pudo balbucear.

—Una noche, uno de aquí la asaltó. Iba borracho. La toqueteó, por arriba, por abajo, y no llegó a consumar la violación porque Dios no quiso. Cuando iba a hacerlo, eyaculó, y entonces ella le pegó y se fue. Tu madre regresó a casa y al día siguiente nos dijo tan sólo que se había caído. —Suspiró y reanudó su insólita confesión—. Cada vez que tu madre veía, aunque fuera de lejos, al hombre que le había hecho aquello, enfermaba. Y sin embargo calló, calló, nunca quiso decirlo hasta que él tuvo un accidente y murió. En los funerales, ese mal nacido de cura, lo mismo que dijo cosas de tu abuelo que no eran y yo me encargué de él, ensalzó de tal forma la figura del muerto que tu madre ya no pudo más y en un momento dado, al pasar cerca, escupió al ataúd. La única que lo vio fui yo.

—¿Te lo contó entonces?

—Sí.

—Pero demasiado tarde.

—Así es.

—¿Y tú qué hiciste?

—Ya era tarde para ayudarla, como bien has comentado. Los traumas sexuales matan la vida y aprisionan la libertad. Lo tenía muy adentro. No había tenido novio, no soportaba que un hombre la tocara, ni siquiera en el baile. Con el tiempo, conoció a tu padre y se casó con él, enamorada, sí, pero yo sabía que nunca sería una mujer completa. Llevaba todos sus demonios con ella, y aún los lleva. Lo que tú le dijiste es cierto, Beatriz: no supo defender su matrimonio, retener al hombre que amaba pero al que quizá nunca había deseado, y es que no estaba preparada para eso. Creyó que bastaba con tener hijos y ser una buena esposa.

—Sin deseo no hay amor, ¿verdad?

—Es como un termómetro.

¿Cuánto se habían deseado ella y Rogelio?

Era imposible ansiar más.

Y ese deseo no podía morir porque ya anidaba en sus corazones.

Sintió un pequeño vértigo.

Su abuela seguía mirándola con aquella expresión de ternura.

—¿Por qué me lo has contado? —preguntó Beatriz.

—Porque no sé lo que te pasa, ni querrás compartirlo conmigo y lo entiendo, pero has de entender que, sea lo que sea, no has de dejar que te marque y te atormente el resto de tu vida. A tu edad, la mayoría de las cosas giran en torno a unos pocos temas, el futuro, las inseguridades, los complejos... Pero el amor se lleva la palma. Cuando sentimos la vida, nuestro cuerpo, y aparece esa descarga emocional que nos vuelve el cerebro del revés, lo demás ya no importa. Pasa a un segundo plano. Sin embargo, recuerda esto: hay más frutas en el árbol. Ama cuanto quieras, sin reservas, y no dejes de entregarte nunca, pero cúrate las heridas y no mires las cicatrices, porque son como un abismo que siempre nos incita a caer.

Mantenía el vaso de limonada en la mano. El frío del cristal y el calor exterior habían hecho que un millar de gotitas de humedad afloraran por fuera. Beatriz sintió los dedos mojados.

Bebió un largo sorbo.

La abuela se apoyó en la hamaca y le dio un beso en el brazo.

—Intenta divertirte un poco, aunque sea en esa fiesta y con el engreído de Víctor Cabestany —le dijo dando por cerrada su charla.

 

 

Fue el grito de Carlota lo que la hizo salir de su habitación y asomarse al lugar en el que su hermana veía la televisión.

—¡Están hablando de Brainglobalnoise! —Señaló la pantalla.

Allí estaba el grupo, disfrutando de su éxito. David M., Mario, Eliseo, ZQ y Rocky. Se les veía felices, en una especie de rueda de prensa, haciendo bromas.

—Qué susto me has dado —se quejó.

—Pensé que querrías verlos.

El intercambio de sus miradas fue más explícito que lo no dicho, porque, en realidad, Carlota no la había llamado por la banda, sino por si las cámaras enfocaban en algún momento a Rogelio.

Y las dos lo sabían.

Beatriz contuvo la respiración.

De la rueda de prensa se pasó a unas escenas de los cinco miembros en la calle, luego a unos camerinos y, finalmente, al escenario. La voz en
off
del locutor llenaba el aire con el característico derroche de vacuidad de los programas del corazón y culto a los famosos.

—... y por la noche, en el concierto, con lleno absoluto, Brainglobalnoise demostró por qué son el grupo de moda este verano. Con un sonido potente, la originalidad de su propuesta y un directo feroz, tremendo, los cinco jóvenes arrollaron...

Ni rastro de Rogelio.

Ni cerca de ellos ni a lo lejos, ni en la rueda de prensa ni en el
backstage
.

Pero tenía que estar allí, próximo a su «producto», en algún lado.

Así que la televisión bordeaba su infarto.

Porque de pronto supo que no estaba respirando.

Soltó todo el aire retenido en los pulmones.

—Lo siento —admitió Carlota.

—No importa.

—¿Lo has visto?

—No.

El reportaje de Brainglobalnoise tocaba a su fin.

—... quedan las grandes citas de Barcelona y Madrid como colofón a la gira, pero esto será en septiembre. Por ahora, el grupo se pasea por toda España con noches como la de ayer en Pamplona...

Se dispuso a regresar a la habitación.

—¿Irás a la fiesta?

—Supongo que sí. —Se encogió de hombros.

—Diviértete por mí.

—Te he visto un par de veces con un chico.

—Mono, ¿no?

No tuvo más remedio que sonreír ante la inocencia de su hermana pequeña.

—No está mal.

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