—No es imposible, supongo, hacerse un tajo así. Si se hace con fuerza y rapidez, uno podría rebanarse la yugular y la tráquea. Pero tendría que estar muy decidido. Solo alguien realmente desesperado por morir lo conseguiría.
—¿Lo han asesinado? ¿Es eso lo que insinúas? ¿Una pelea que acabó mal?
—No lo sé, pero a partir de ahora procura no ir sola, si puedes. Y lleva siempre un cuchillo encima.
Sian se desnudó y se metió en la bañera. Punch se quitó los zapatos y empezó a desabrocharse la camisa.
Sian aún no había asimilado del todo que las mujeres se habían convertido en un artículo raro y valioso. Se avecinaban años anárquicos y brutales. Punch, hasta entonces buen amigo de todos, se había ganado el odio o la envidia de los que lo rodeaban, y si quería conservar a Sian tendría que luchar, tal vez matar.
Ghost salió hacia Rampart. Una capa de hielo unía la refinería a la isla. Corrió esquivando los pasajeros infectados y llegó al elevador de la plataforma con la cara empapada en sudor y exhalando vaho.
Se sentó con Jane en el despacho de Rawlins.
La refinería estaba equipada con cámaras sumergidas, para que la tripulación pudiera comprobar el estado de las grandes patas flotantes, del oleoducto y del colector del fondo del mar.
Conectaron una pantalla de pared y encendieron los focos submarinos. En las vistas de cámara seleccionaron panorama y ángulo.
El maltrecho armazón del módulo D yacía en el encenagado paisaje lunar del fondo del océano.
Jane seleccionó otra posición de la cámara. Había un grueso cable de acero sujeto al fondo del mar.
—Eso es bueno —dijo Ghost—. El resto de los anclajes están intactos. Las corrientes de aquí llegan a ser realmente furiosas, pero aguantaremos.
Ghost movió la palanca de mando y la cámara giró hacia arriba, hacia la pata flotante.
—Qué puto desastre —se quejó Jane.
—Hay una gran abolladura, aunque no hay grietas —dijo Ghost—. Debería bastar para mantenernos a flote.
—Esperémoslo.
—Un transatlántico estándar tiene varios compartimientos estancos. Aunque la mitad del barco se inunde, se puede volver a puerto con él. Quizá podamos bajar el minisubmarino al agua. Dale una vistazo al casco, de punta a punta.
Jane convocó a Nail en la plataforma. Se reunieron en la cantina.
—¿Cómo va tu brazo?
—Mejor.
—Tú sabes cómo funciona el minisubmarino, ¿verdad? Tú y Gus. Podéis conducirlo, pilotarlo, lo que sea.
—Lo usábamos para examinar el oleoducto del fondo del mar.
—¿Te importaría echarle una mirada al casco del
Hyperion?
Hay una brecha en la plancha. Ha entrado agua. Estaría bien saber el alcance del daño. Con tantos adversarios no hay manera de comprobar el estado de la estructura desde el interior del barco. Tenemos que hacer la comprobación desde debajo del agua.
Nail se reclinó en su silla. Había encontrado ropa elegante a bordo del
Hyperion
. Llevaba una camisa de cuero negra, una gruesa pulsera de oro y un reloj TAG Heuer. Apestaba a alcohol.
—El submarino no se ha usado desde hace meses. En teoría, habría que devolverlo a tierra, para una puesta a punto.
—Estoy segura de que tienes tantas ganas como el resto de volver a casa. El
Hyperion
es lo único que nos queda.
—Lo pensaré.
Mirabelle
, el vehículo de exploración de profundidades marinas.
Nail y Gus entraron por la escotilla del techo. Gus tomó el asiento del piloto, Nail el de copiloto, y se pusieron los auriculares.
Toquetearon hileras de conmutadores de palanca y encendieron el submarino. Los paneles de instrumental empezaron a parpadear.
Gus sacó unas hojas plastificadas de una bolsa en la pared. Controles de prebuceo, duración de las baterías, presión de las aguas de lastre, aire, telemetría, propulsores secundarios.
Empaquetaron bocadillos, agua mineral y una botella para mear, y comprobaron sus trajes de presión.
A través de la burbuja de la cabina vieron a Jane despidiéndose con la mano. Nail probó los brazos mecánicos e hizo chasquear las pinzas de titanio delante de ella, pero Jane no se inmutó.
—¿Tú crees que se folla a Ghost? —preguntó Gus.
—Prefiero no imaginarlo —dijo Nail.
Jane y Ghost pasaron una noche juntos en la cúpula de observación. Extendieron sacos de dormir en el suelo, se tendieron desnudos y contemplaron las estrellas.
—¿Crees que nos pueden ver? —preguntó Jane.
—¿Quién?
—Los del
Hyperion
. Sería mejor que apagáramos la luz. Quizá hayan encontrado prismáticos.
—Casi me dan ganas de hacer un numerito para ellos.
—Deberías quedarte aquí —dijo Jane—. No sé por qué te juntas con esos idiotas del
Hyperion
. Tienen el cerebro tan seco como los pasajeros. No han subido ni un ápice el coeficiente intelectual.
—No digas eso de Punch.
—Ya sabes a qué me refiero. Deberíais estar los tres aquí. Tú, Punch y Sian.
—Sería un club de lo más íntimo y agradable, pero si permitimos que se cree una tensión entre ellos y nosotros, las cosas se podrían poner muy feas rápidamente.
—Entonces, ¿me vas a dejar aquí sola con Mal?
—Cierra con llave la puerta, si te da mal rollo.
Antes del funeral en alta mar habían devuelto a Rampart el cadáver de Mal. Fue decidido por votación. La plataforma había sido su hogar y parecía apropiado entregar su cadáver a las olas entre los grandes soportes flotantes de la refinería.
—Vente conmigo —dijo Ghost—. Los camarotes son espectaculares. Los tripulantes del escalafón más alto vivían como reyes.
—Y con miles de pirados al otro lado de la puerta.
—Las primeras noches no me dejaban dormir, pero ahora la vida es así. Europa está infestada. Si volvemos a casa pasaremos el resto de nuestra vida atrincherados, de una forma u otra, en una fortificación. Más vale que nos hagamos a la idea.
—No puedo evitar la sensación de que es una trampa con cebo, o una jaula dorada. Derrocharemos el tiempo. Engordaremos, nos emborracharemos y nos extinguiremos aquí arriba, en la punta del mundo.
Nail y Gus se abrocharon los cinturones de sus asientos y el DSV empezó a bajar al mar. Las vibraciones del cabrestante les hacían temblar las mejillas. Nail se sujetó el brazo vendado.
El sumergible atravesó la capa de hielo con una sacudida y un chasquido. La grúa hizo un sonido metálico al replegarse.
Nail y Gus se aflojaron el arnés y se irguieron un poco. Un leve escape en los compartimientos de flotación hizo que el agua burbujeara por las portillas al sumergirse el vehículo.
Gus se puso al mando del control semiautomático y dirigió el DSV hacia delante y hacia abajo.
—Enciende los reflectores.
Nail giró un interruptor y la batería de reflectores delanteros de la nave se encendió con una luz incandescente. La negrura del otro lado de las portillas se convirtió en un torbellino de sedimento y de burbujas de aire, como gotas de mercurio.
—Cincuenta hacia abajo. Dirección, bien. Adelante, cero punto cinco.
Gus miró la pantalla que tenía sobre la cabeza. Una señal acústica trazaba su marcación respecto a la plataforma.
Nail se abrochó la sudadera. Se puso un gorro de lana y unos mitones. La condensación de su aliento resbalaba en gotas por el helado metal del casco presurizado.
—Piloto automático.
El submarino cambió a modo de piloto automático.
Gus bebía agua a sorbos, mientras Nail echaba tragos de una petaca.
—Le has estado dando fuerte a la
priva
, estos días —dijo Gus—. Deberías cuidarte un poco.
Nail le ofreció un brindis con la petaca.
—Brindo por la buena vida.
—¿Es por Mal? —preguntó Gus—. ¿Es eso lo que te corroe?
—A la mierda con Mal.
—¿Es por Nikki, entonces?
—Conduce el puto submarino y déjame en paz.
—Estás perdiendo la chaveta. Y el físico. Sí, ya sé que tienes el brazo roto, pero te pasas el día borracho, cada día. Los tipos te admiran. Les importa una mierda Jane y su grupito. Están esperando que tomes el mando.
—Vete a tomar por el culo —dijo Nail. Echó un buen trago—. Que os den a todos por el culo.
Se quedaron callados los dos, mirando las pantallas del sistema.
—Joder —masculló Gus rompiendo el silencio—. Fíjate en eso.
Pasaron poco a poco por el módulo D.
Paredes combadas, ventanas vacías. Los propulsores del DSV levantaban remolinos de escombros.
—Esa es mi antigua habitación —dijo Gus—. La de allí.
Nail echó otro trago. Gus lo miró con desprecio.
—¡Por Dios! Échate y descansa, ¿vale? Deja de meterte en medio.
Jane y Ghost en el despacho de Rawlins.
—Rampart a DSV, ¿me copiáis? Cambio.
—Al habla
.
—¿Cómo va todo, muchachos?
—Nos acercamos al
Hyperion
. Estaremos allí en cualquier momento
.
—¿Podéis darnos alguna vista de cámara?
—Deberíais tenerla ya
.
Jane conectó la pantalla del escritorio. Partículas de sedimento revoloteaban en una lobreguez azulada. Jane y Ghost esperaron reclinados en sus sillas a que el submarino llegara al
Hyperion
.
—Voy a darte otra razón para que te traslades al barco —dijo Ghost.
—¿Cuál?
—El hielo que rodea Rampart ya llega a la isla. Tienes a los engendros del
Hyperion
justo debajo de la refinería. No podemos ir de la plataforma al barco, o al revés, sin arriesgar el pescuezo. Te quedarás aislada.
—De acuerdo. Me has convencido.
Jane quería ir con Ghost, pero no quería parecer ansiosa. Quería que la cortejaran.
—DSV a Rampart
.
—Adelante.
—El sónar ha detectado algo grande. Estamos cerca del
Hyperion.
Jane y Ghost se inclinaron sobre la pantalla.
—Bien, ahí lo tenemos —dijo Ghost.
—Dios.
Una gigantesca hélice de bronce, grande como una casa, apareció entre nubes de sedimento.
El DSV pasó a lo largo de la quilla del
Hyperion
. Gus y Nail observaban por la portilla del techo. Nail tomaba sorbos de café en un termo.
Se veían los remaches de la plancha del casco. Nail sostenía una cámara de vídeo para tener material adicional, que examinarían al volver a Rampart.
Gus estudió el cálculo de distancia. El sonido ping del sónar Sunwest se fue acelerando hasta que se convirtió en un tono continuo: advertencia de colisión.
—Ahí viene el muro de roca.
Un acantilado de basalto desigual emergía entre la oscuridad.
—Alto.
Gus hizo que el submarino se parara.
—Bien; vamos a echarle un vistazo.
Gus cambió el ángulo de los reflectores para ver los daños de debajo de la línea de flotación.
—Allí —señaló Nail—. Hay una brecha enorme en la plancha.
Gus hizo girar los propulsores secundarios y puso el DSV frente al casco. Nail se acercó a la ventanilla de la cabina y grabó los desperfectos con la cámara de vídeo. Las soldaduras se rompieron al chocar el
Hyperion
con la refinería.
—Acércanos más —dijo Nail.
Se aproximaron a la grieta. Las planchas se habían abierto como pétalos de flor.
—¿Podemos iluminarlo mejor?
—Quizá no esté tan mal como parece —dijo Gus—. Si la grieta se extendiera a lo largo del barco sería mucho peor. Jane, ¿recibes esto?
—Sí, lo estamos viendo. Parece que hemos perdido un par de compartimientos, pero aún es sólido. Si esperamos al deshielo de primavera, con los motores en marcha atrás, quizá lo podamos sacar de ahí
.
—¿Qué es eso? —preguntó Nail, acercándose más al cristal.
—¿Dónde?
—Justo allí.
Gus hizo girar los reflectores.
—¡Dios mío!
Más allá de la brecha, entre las sombras del compartimiento inundado, había un cuerpo. Flotaba con los brazos extendidos, un hombre con mono de trabajo, posiblemente un mecánico.
—Apártalo de ahí —ordenó Nail—. Veamos el alcance del daño. Quiero ver si hay desperfectos en la estructura.
Gus cambió de sitio. Se puso detrás de una palanca de mando y extendió el brazo mecánico de estribor. La extremidad articulada entró en el casco. Las pinzas de titanio giraron y se abrieron. Gus asió la cabeza del muerto, sacó el cadáver por la brecha y lo acercó a la ventana de la cabina. El cabello del mecánico muerto se mecía en la corriente. Las pinzas metálicas enmarcaban el rostro del cadáver.
—No lleva mucho tiempo muerto —dijo Gus—. Dudo que lo matara el choque del
Hyperion
. Apuesto a que no lleva ni dos días metido en ese compartimiento inundado.
—No tiene signos de infección.
El muerto abrió los ojos y miró fijamente a Nail. Ojos negro azabache.
Gus pulsó CERRAR. Las pinzas se cerraron como una cizalla y el cráneo del mecánico reventó en una nube de sangre y tejido cerebral.
Nikki navegaba entre el oleaje. Llevaba siete días en el mar, siete días de noche perpetua, a la luz de las estrellas. Era como navegar por el espacio.
Apenas había dormido. De vez en cuando echaba una cabezada. Temía quedarse dormida al timón y morir congelada.
La barca estaba cubierta de escarcha. Hacía un frío terrible. Las olas no eran muy altas. El tiempo empezaba a cambiar. Poco a poco, las nubes iban tapando los resplandecientes cúmulos de estrellas. Turbulencias cada vez mayores se acercaban por el norte. La barca había sido diseñada para resistir una tormenta. Tan pronto como el mal tiempo arremetiera, Nikki arriaría las velas y se encerraría bajo cubierta. Iría cabeceando como un corcho en el agua, con la embarcación subiendo y bajando entre olas gigantescas. Si los remaches y las soldaduras aguantaban, ella sobreviviría.
Se metió en la cabina del piloto y comió cereales directamente del paquete, entre sorbos de agua. Había fijado con cuerda de nailon la posición del timón.
Una fría bruma azulada empezaba a iluminar el cielo meridional. En un lugar lejano, mucho más allá del horizonte, era de día. Navegar era fácil. No necesitaba la brújula. Solo tenía que seguir la luz.
Nikki llevaba tres chaquetas de forro polar y una manta isotérmica. Dos semanas en alta mar. Apestaba. No podía asearse ni lavar la ropa.