Una tapa de acero en el suelo, como la escotilla de una torreta de tanque.
Jane tiró de la escotilla y la abrió. Un pozo profundo y luz que parpadeaba al final.
Consultó el reloj.
17.25
No tienes nada de especial, se dijo Jane. No eres una heroína. Has sido una cobarde y una víctima toda tu vida. Pero ahora mismo muchos otros se darían la vuelta y echarían a correr. Las chicas que hicieron de tus días de escuela un infierno. Ese ultrajante y odioso corro de chicas que te llevaron a lo más bajo del ser humano. Ninguna de ellas tendría valor para entrar en este búnker y abrirse paso hasta los niveles inferiores.
Somos lo que hacemos.
Jane podría estar en Rampart, camino de casa. En lugar de eso, se había adentrado en el infierno para rescatar a un amigo.
Jane se metió en el pozo y se agarró a los estribos de la pared. Mientras empezaba a bajar recitaba a Byron.
La colmenaTuve un sueño, que no era del todo un sueño.
El sol brillante se había apagado, y los astros
erraban ensombrecidos en el espacio eterno.
Y los hombres olvidaron sus arrebatos ante el horror
de tal desolación, y todos los corazones
Se serenaron unidos en una egoísta plegaria por la luz.
Pasos de alguien que se acercaba. El haz de una linterna cabrioleaba.
Nikki agarró del tobillo a Nail y lo arrastró por el túnel. Ella pesaba la mitad que él, pero tenía la superfuerza de un poseso. Nail sollozaba y suplicaba, y arañaba con los dedos el hormigón. Punch oía los lamentos del submarinista llevado a rastras por el pasillo. Sus gritos resonaban en los muros.
Punch asió bien la moneda afilada y siguió serrando tan rápido como podía. La soga ceñida a sus muñecas había empezado a desgastarse.
Nikki regresó, lo desató de la viga y se lo llevó a rastras por el túnel. Punch no gritó. Cualquiera que fuera el horror que Nikki le tenía preparado, había decidido que sus últimas palabras serían: «¡Que te jodan!».
En medio del túnel había una silla de oficina. Nikki ató a Punch a la silla y lo empujó por el túnel.
—¿Adónde vamos? —preguntó.
—A conocer a la familia.
Nikki abrió con el pie una puerta de dos hojas y empujó a Punch al interior de una especie de centro de operaciones.
Toda la estancia estaba revestida de metal licuado, como cera de vela derretida. Había pasajeros del
Hyperion
pegados a las paredes y al techo, como moscas atrapadas en una telaraña.
Tripulantes del
Hyperion
hacían guardia junto a los muros. Había zánganos y abejas obreras. Había oficiales de uniforme con botones de latón y marineros de cubierta con atuendo a rayas.
Había una figura en el centro de la sala. Un cuerpo yacía en una capilla ardiente, un cosmonauta ruso con un traje presurizado chamuscado, parcialmente calcinado por la termita, pero aún entero. La tela colgaba en tiras achicharradas, unos manguitos de refrigeración conectaban con el traje interior. Tenía la visera del casco levantada. Tallos metálicos serpenteaban desde el interior del casco vitrificado, colgaban de la mesa, se extendían por el suelo de la sala y se unían a la pared.
Nikki aparcó a Punch al fondo de la habitación. Punch se estiró para ver por encima de Nail. Alguien estaba atado a una silla.
Ghost.
Se inclinaron ambos hacia delante para poder hablar. Nail sollozaba entre los dos.
—¿Cómo demonios has llegado aquí, Ghost?
—Vine andando por el hielo para ayudar a Jane. Me pillaron en los túneles. Eran dos. Estaba seguro de que me iban a matar, pero me arrastraron hasta aquí. Parecía que seguían órdenes.
—¿Estás bien? ¿No estás infectado?
—Estoy bien.
Una pantalla en la pared emitía un sonido de interferencias. Había una figura fundida a la pantalla.
—¿Quién es?
—Creo que es Rye —dijo Ghost—. Lo que queda de ella.
—Pensaba que llevaba días muerta.
—Estuvo todo el tiempo en el
Hyperion
, mientras nosotros nos dábamos la gran vida. Estaba abajo, con los pasajeros. Debió de sobrevivir al incendio.
Nail seguía sollozando.
—Nail. Eh, Nail.
Nail no levantó la vista.
—Olvídate de él —dijo Ghost—. Ha perdido la chaveta.
—¿Tienes tu cuchillo?
—Nikki me lo quitó.
—No puedo soltarme las manos.
—Jane ronda por aquí, en alguna parte —dijo Ghost—. Lo mejor que podemos hacer es ganar tiempo.
Jane miró el reloj. Eran los últimos segundos.
00.00
La hora de dar media vuelta. Si quería salvar el pellejo tenía que olvidarse de Punch y volver a Rampart antes de que la plataforma se pusiera fuera de su alcance. Tenía el viaje garantizado a casa.
Se quitó el reloj y lo arrojó al suelo. Al carajo.
Jane se detuvo al final de un pasadizo. Suponía que las plantas inferiores del depósito de residuos nucleares escondían algún tipo de instalación para alojar un gabinete de crisis, construido durante la Guerra Fría. Una pequeña sinapsis de la estructura de mando soviética, quizá un control regional de la flota de submarinos.
Jane pasó por una ducha comunitaria.
Pasó por una sala de máquinas, con tres generadores de gasoil oxidados. No tenían aspecto de funcionar. Jane puso la mano sobre la carcasa metálica. Estaba fría e inerme. Los cuadrantes de rendimiento estaban hechos añicos, las agujas a cero. ¿Cómo había luz, entonces? Los tubos fluorescentes del techo parpadeaban como lentos latidos del corazón. Jane se preguntó si algo se había infiltrado en los conductos y las tuberías. Tal vez el búnker estaba de alguna forma vivo y sentía.
Echó un vistazo a una oficina lateral. Un mapa clavado en la pared amarilleaba. Canadá, Noruega y Alaska, el resto del círculo polar ártico. La zona de confrontación, el teatro de la guerra. Gráficos de coordenadas de la Armada soviética, de la flota de bombarderos que patrullaban la frontera esperando la orden de ataque.
Jane vio a un tripulante infectado del
Hyperion
, quieto en el fondo de la sala, debajo de un enmohecido retrato de Lenin a horcajadas como un coloso sobre el océano Ártico. La semidescompuesta figura montaba guardia como si esperara instrucciones.
Había cosas esparcidas por el suelo. Material reciente. Tazas de hojalata, calcetines, un
Playboy
ruso. Jane removió con los pies los desperdicios, sin perder de vista al tripulante infectado, por si intentaba algo. El tripulante permanecía quieto, bajo los destellos de luz intermitente.
Jane pensó en los tripulantes infectados que había encontrado en los niveles superiores del complejo. No podían tener la inteligencia ni la habilidad para improvisar un chaleco explosivo. Alguien los manipulaba, los usaba de muralla. ¿Nikki? ¿Los tenía adiestrados como perros? Siéntate, dame la patita, buen chico…
Jane fue retirándose hacia la entrada. El centinela podrido miró cómo se iba, pero no hizo ningún gesto de seguirla.
Alguien sabía de la presencia de Jane en los niveles inferiores del búnker y le permitía seguir bajando por el complejo subterráneo.
Nikki daba vueltas por el centro de operaciones, con las manos en los bolsillos y un aire de confianza, como si fuera la que dirigía el lugar. No tenía signos de infección.
—¿Qué pasa, Nikki? —preguntó Ghost—. ¿Somos tu almuerzo o qué?
Nikki se volvió hacia él, con aire de ligera sorpresa, como si se hubiera olvidado de que Ghost estaba allí.
—Lo creas o no —le dijo—, estoy haciendo todo lo que puedo por ayudaros.
Nikki estaba de buen humor, y loca de remate.
—Qué amable.
—Jane llegará en cualquier momento —dijo Nikki, dirigiéndole una mirada a un oficial del
Hyperion
, como si esperara una confirmación—. Estoy ansiosa por hablar con ella.
—Hicimos saltar los cables de anclaje, Nikki. Rampart flota a la deriva. La corriente se lo lleva hacia el sur. Podemos irnos todos a casa. Tú puedes venir también, pero tenemos que largarnos ahora mismo. No hay puto tiempo que perder. La plataforma se está alejando.
Nikki meneó la cabeza y sonrió.
—Bombardearon las ciudades. Las destruyeron con armas nucleares. Lo vi con mis propios ojos cuando navegué hacia el sur. Vi el cielo iluminado. Vi el mundo en llamas. Más allá del horizonte no hay nada, Rajesh. Europa ha sido arrasada. América también, por lo que sé. Somos los únicos supervivientes en la Tierra, y este es nuestro hogar.
—No puedes estar segura de todo eso.
—Acéptalo. Es la evolución. Estamos a las puertas de algo maravilloso.
Nikki se sacó unos guantes del bolsillo y se los puso. Se inclinó sobre el cosmonauta muerto, metió la mano dentro del casco y arrancó un brote de metal. Lo examinó atentamente.
—¿Quién crees que era ese, entonces? ¿Qué pasó allá arriba?
Nikki se dirigió a Ghost.
—¿Qué crees que es esto? —preguntó Nikki, blandiendo la esquirla delante de la cara de Ghost.
Este apartó la cara de aquel trozo de metal reluciente.
—¿De dónde viene esto? ¿Está hecho por el hombre? ¿Son nanoagentes descontrolados? Quizá no venga de la Tierra. Tal vez venga de otra parte.
Nikki hizo un gesto hacia los pasajeros del
Hyperion
pegados a la pared.
—Quizá ellos ya lo saben, ¿no crees? Quizá cuando cedes a eso y la transformación se completa, todo se aclara. ¿Cómo es el otro lado? ¿No sientes curiosidad por saberlo?
—No.
—¿Cómo puedes no querer saberlo? Esta es la forma de vida que domina el planeta ahora.
—Eso no significa una mierda. Es un virus. Bacterias. Puede matar, pero yo no le tengo gran aprecio.
—Esto es muy diferente.
—Esos tipos del
Hyperion
te siguen como perritos falderos. ¿Cómo funciona eso?
Nikki se sacó del bolsillo una radio, un walkie-talkie de Rampart, y lo encendió. El aparato emitió una extraña señal. Nikki lo sostuvo contra el casco del cosmonauta muerto. La señal sonó más fuerte, más insistente y luego se perdió.
—Canturrean entre ellos. Es una especie de parloteo de alta frecuencia. Combinan sus pensamientos.
—Yo no he visto demasiado pensamiento.
Nikki se puso detrás de Nail. Le dio un manotazo en la calva y le echó la cabeza hacia atrás. Nail aulló de dolor. Nikki le metió la esquirla de metal en la boca y le cerró la quijada. Nail hizo rechinar los dientes, forcejeó, se revolvió en la silla y arqueó la espalda. Nikki lo tuvo sujeto un minuto entero y luego lo soltó. Nail escupió al suelo el pedazo de metal.
—¡Zorra! —dijo Nail con un gemido—. ¡Puta zorra!
Nail regurgitó y escupió, en un vano intento de purgarse de la infección.
Nikki cogió una silla giratoria y se sentó frente a Ghost.
—No se llama Nail Harper, lo sabes, ¿verdad? Es David Tuddenham; un mierdecilla, un ladronzuelo, un don nadie. Pero ahora todo ese dolor, todo ese sufrimiento, se evaporará. Toda una vida de fracaso se esfumará entera.
—Estás pirada —le espetó Ghost—. Has perdido completamente la puta chaveta.
—Piénsalo —dijo Nikki. Se levantó y echó a andar de un lado a otro, como si estuviera dando una clase—. Piénsalo un momento. Esta situación, esta nueva forma del ser, es extraña, pero ¿es mala necesariamente? Podría ser una maravillosa oportunidad de convertirse en algo nuevo. Eso sería bueno, ¿verdad? La mayoría de la gente pasa toda su vida deseando ser diferente.
—Tú estudiaste en Brighton, en la Universidad de Brighton, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y qué estudiaste?
—Biogeografía —dijo Nikki—, oceanografía y ecosistemas.
—¿Te gustaba?
—Por supuesto. Por eso lo hice.
—Haz memoria, trata de recordar. ¿Qué te gustaba hacer?
—Vivir de noche. Alan y yo teníamos un apartamento en el paseo marítimo. Era un paraíso.
—¿Recuerdas tu primer día en la universidad? El día que llegaste, ¿cómo te sentiste?
—Mis padres me dejaron allí con las maletas. Yo estaba algo agitada por lo de marcharme de casa, nerviosa por si no iba a hacer amigos.
—Esa chica, la persona que tú eras. ¿Te acuerdas de ella? ¿Puedes revivirla por un momento? ¿Qué diría si te viera ahora?
Nikki arrancó otro trozo de metal del interior del casco vitrificado del cosmonauta. Se lo quedó observando un buen rato.
—Estoy harta de ser quien soy.
—Yo te puedo ayudar, Nikki. Hay una salida a todo esto.
—La individualidad es una carga —dijo Nikki, con un suspiro—, una angustia permanente. Vivimos con la presión de mantener en todo momento una apariencia elaborada, de sostener nuestros personajes de mierda. Cortes de pelo, ropa. Soltamos nuestros grandes manifiestos a un mundo indiferente. Fumamos, bebemos, despilfarramos fortunas en películas en DVD, hacemos cualquier cosa que nos sirva de evasión unos pocos minutos.
—No hace falta que te conviertas en marciana para sentirte mejor. Lo que dices es lo mismo que volarse los sesos para curar un dolor de cabeza.
Nikki cerró los ojos, se puso el pedazo de metal en la lengua y engulló. Luego sonrió.
Se inclinó sobre Nail y lo besó.
Volvió a su asiento frente a Ghost.
—Lo lamento muchísimo, Nikki.
—Yo te quería matar. Os quería matar a todos. Os odiaba con toda el alma. No sé por qué. Pero quiero que os unáis a nosotros. No os voy a obligar. Nail es un crío, y he tenido que decidir por él, pero quiero que vosotros lo hagáis por propia voluntad.
Jane recorrió varias salas de maquinaria. Casi todas las luces del techo estaban hechas añicos. Jane no quería gastar las baterías de su linterna y encendió una bengala. Empezó a arder en un tono púrpura intenso.
Respiraderos de ventilación. Filtros deshumidificadores.
El climatizador no funcionaba. Los ventiladores que tenían que impulsar aire por todo el complejo estaban llenos de óxido e inmóviles. Aun así, cuando Jane se quitó un guante y puso la mano en el respiradero, notó una pizca de aire.
Encontró la cantina. Mesas y sillas de metal. Un mural comunista, con heroicos campesinos blandiendo hoces y guadañas y la mirada puesta en un radiante amanecer.
Jane se hartó de buscar.
—¡Punch! —gritó—. ¿Dónde te has metido?
Al salir al corredor, Jane se encontró una docena de pasajeros del
Hyperion
, quietos en el pasillo iluminado por el parpadeo de tubos fluorescentes.