Taibhse (Aparición) (27 page)

Read Taibhse (Aparición) Online

Authors: Carolina Lozano

Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico

BOOK: Taibhse (Aparición)
3.02Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Lia, ¡Lia! ¿Estás bien?

Me obligo a levantar la mirada hacia el rostro sudoroso de Keir. Me mira con ojos interrogantes, preocupados, y yo fijo mi mirada en ellos mientras estudio por mi visión panorámica a la mujer muerta que se ha detenido junto a él. Sus ojos son aún más negros que los míos y brillan con ferocidad dentro de los borrones. Hubiese sido una mujer hermosa si no fuese por sus rasgos cadavéricos y la expresión malévola, vorz, de su rostro. Me mira anhelante, está deseando que fije la mirada en ella y comprobar así que la veo. Y me doy cuenta de que no debo hacerlo, jamás. Creo que mi vida depende de ello.

Parpadeo, acordándome de que estoy mirando a Keir. Él ha dejado de bailar también.

—Estoy bien —le respondo—. Sólo un poco mareada, el ambiente es sofocante.

Me sujeto a su brazo y me abanico para dar realismo a mi argumento. Y para sentir el tacto cálido y confortante de una persona humana, viva, que se preocupa por mí.

—Vale —dice Keir con autoridad—. Nos vamos.

Se forma un revuelo cuando neustros acompañantes empiezan a preguntar que qué sucede y a comentar que estaré bien en cuanto me dé el aire. Si no estuviera aterrada, me sentiría profundamente halagada de que entre todos se hayan preocupado de traer mi abrigo del guardarropa, hacer espacio y traerme una botella de agua fresca. Keir sigue sujetándose con un brazo alrededor de mi cintura y, frente a mí, Aithne me interroga con la mirada. Sus sospechas no están desencaminadas.

La aparición nos sigue hasta la calle. Somos un grupo de siete personas, pero yo me siento completamente desprotegida. Ahora, sin embargo, convenzo a Keir de que estoy suficientemente bien como para caminar sola, sin que me sostenga pendiente de mí. Trato de mostrarme jovial y despreocupada, como se sentiría una persona normal que sólo se hubiese mareado por el ambiente recargado del local. Pero esta vez sí dejo que Keir me acompañe a casa. La pregunta es si podría impedírselo. quizás piense que mi mareo esté relacionado co la esquizofrenia que debe de creer que padezco.

Me despido rápidamente de Aith, que se va flanqueada por tres de los amigos de Keir. La mujer muerta nos sigue a nosotros, por supuesto. Evitando fijarme en ella, me consuelo en el hecho de que Jonathan, cuando pasemos por en Bruntsfield, verá lo que pasa. Espero que él sepa qué hacer, o al menos que pueda avisar a Alar.

Aunque sepa que no me va a poder proteger.

Capítulo 30
Jonathan

É
sta es una buena noche. Sí, una buena noche. El invierno no es tan divertido como el verano, cuando multitud de gente permanece en el parque hasta altas horas, pero las noches frías tienen algo. Los pocos vivos que pasan por aquí a estas horas lo hacen rápido, embozados, atenazados por el frío. Pero a mí me recuerdan a los soldados huyendo por el campo de batalla, tratando de pasar desapercibidos. Su enemigo es el frío.

Me apoyo en el muro y espero el regreso de Lia. Hoy ha salido con unos amigos, así que no descansaré tranquilo hasta que la vea regresar sana y salva a casa. Ya no es sólo por hacerle un favor a Alastair, le he cogido cariño. Para ser una viva, es muy extraña. Casi como uno de los nuestros. Y es mi único contacto casi directo con Caitlin. Mientras espero, me planteo la posibilidad de ahuyentar al detective ése que la está siguiendo. No me gusta que crean que está loca, y si le doy una lección a ese tipo igual decide tratarse antes a sí mismo. Pero sé que no debo hacerlo. «Observar y esperar», es el lema de Alastair.

Aún pasan unas horas antes de que Lia vuelva. Sé que estará bien mientras esté con sus amigos, ese chico alto y rubio, el que la acompaña a casa, se preocupa bastante por ella. No me gusta verlo tan cerca de Liadan, porque ella es para Alastair, pero él dice que es mejor así por lo que no me meto. Él sigue pensando que ella debe seguir su vida con un vivo. Pero él es el único que lo piensa, ni siquiera Lia está de acuerdo con eso. Por la forma en la que hablas, a veces sé que preferiría morir antes que separarse de Alastair. Yo también pensé eso una vez, porque no deseaba dejar solo a mi Jeanine, y por eso estoy aquí. No puedo decir que no la comprenda.

Ah, ahí vienen. Lia es fácil de reconocer por sus cabellos naranjas de irlandesa, y su amigo también: un vivo sano y fuerte, de los que la mayoría de nosotros odiamos.

Alzo la mano para saludar a Liadan, haciéndome a la idea de que hoy no va a distraer parte de mi tiempo con su conversación. Pero no me devuelve el saludo discretamente como acostumbra. Tendría que alegrarme, porque así ese tipo que la sigue a unos cientos de metros no tendrá nada que apuntar en su maldita libreta, pero su tensión me pone alerta. Me acerco a ellos, para ver qué pasa. Si ese amigo suyo intenta sobrepasarse con ella...

—¿No te huele como a sangre? —le pregunta el chico a Lia.

Percibo que Lia está haciendo un gesto con la mano, señalando por detrás de ella. Cuando me giro me quedo helado. Y los vivos que están pasando de largo también, porque se estremecen y el chico rodea a Liadan con un brazo. Bien, que se la lleve.

La mujer está siguiendo a Liadan, estoy seguro. Y es peligrosa. Una mara, tal como las llamamos nosotros. Un espíritu condenado, un alma en pena. Una psicópata.

Simulo que rondo a los humanos, y ella se mantiene apartada por el momento. Somos muy posesivos con nuestros territorios y los vivos que hay en ellos. Esperará a que yo no pueda seguir avanzando para proseguir con su caza. Su sonrisa helada me da miedo incluso a mí. Si quisiera atacarme, podría hacerlo.

—Hoy he ido al Crichton Castle —comenta Liadan.

—Lo sé, ya me lo habéis explicado antes —le contesta el chico que la acompaña, simulando tranquilidad aunque frunce el ceño.

—¿Ella estaba allí? ¿La miraste? —le pregunto yo intentando que la mara no me vea.

Liadan asiente imperceptiblemente con la cabeza. No me detengo a sermonearla, me limito a sacar el móvil del bolsillo para llamar a Alastair. Pero no hay línea, esa mujer debe de haber disipado mi sintonía. Y no volveré a estar aquí hasta el atardecer.

—Ve a verle mañana —le digo a Liadan—. Dile que te sigue una mara.

Y al cuerno con el detective, él al menos no puede matarla.

Capítulo 31
Alastair

E
s mañana de domingo y me siento más libre que nunca, más que desde hace mucho tiempo. Echo de menos a Liadan, pero no a sus compañeros de clase, porque ahora que hay exámenes los dúnedains infestan el castillo de la mañana al anochecer, y me resulta cansado ser discreto, no interponerme en su camino y no helarlos de frío. Y, sobre todo, me molesta no poder ocupar mi biblioteca por las mañanas.

Pero hoy es para mí, porque los domingos no vienen. Acudo tranquilamente a la biblioteca, y enciendo las luces y el ordenador del bibliotecario. Me turban las ganas de explicarle a Liadan que he encontrado la solución perfecta para disuadir al psiquiatra de que necesita tratamiento. Es tan simple que Caitlin se reía cuando se lo explicaba ayer por la noche, así que ahora voy a hacerles a ella y a Aithne el trabajo de historia.

Llevo varias horas con ello cuando oigo el seco sonido de unos pasos en el amplio corredor de piedra. ¿Quién puede ser a estas horas? Pues ya hace años que los guardas no se molestan en hacer rondas. Me apresuro a apagar el ordenador guardando el trabajo y a apagar las luces, pero no me muevo de aquí; quiero saber quién ha venido a molestarme.

Las pisadas se detienen en la puerta de la biblioteca y escucho el sonido familiar de la llave en la cerradura. La puerta se abre de golpe y en ella aparece Liadan, mirando frenética a su alrededor.

—¡Liadan! —exclamo asustado—. ¡No deberías estar aquí, podrían haberte seguido!

—No hasta la noche, creo —dice con voz entrecortada.

Está llorando, y abro los brazos para dejar que se refugie en ellos cuando corre hacia mí. Tiembla de una forma incontrolable, y no deja de llorar murmurando cosas que no puedo entender. Tan sólo comprendo las palabras aparición, Jonathan y Crichton Castle. Entonces tengo una funesta premonición y aparto a Liadan para poder mirarla a la cara. Está aterrorizada, y me mira con lo que creo que es esperanza por si puedo ayudarla.

—Explícame lo que ha pasado —le digo manteniendo la calma, y llevándolo hacia la mesa para sentarla—. No, no te quites el abrigo. Va a hacer frío aquí.

Le sonrío con la intención de aliviarle la tensión, pero su rostro sigue manteniendo una descorazonadora expresión de desesperanza. Le cojo las manos y se las aprieto, porque las tiene heladas, y trato de infundirle calor.

—Cuéntame lo que ha pasado —le susurro.

Lo que me explica me deja aterrado, porque ni siquiera tiene que ver con un psiquiatra ni con ninguno de ellos. Sé de lo que está hablando y es lo peor que nos podía pasar, mis peores temores se han hecho realidad.

—Una mara, dijo Jonathan. Eso es un mito escandinavo... —me dice Liadan con los ojos aún húmedos—. ¿No son esos espíritus femeninos que se subían al pecho de los hombres durmientes para provocarles pesadillas?

—Sí, no es una mara de verdad, pero las llamamos así. A todos los que son como ella. Es un espíritu furioso, seguramente tuvo una muerta violenta en la plenitud de la vida. Debió de jurar que castigaría a quien la maltrató, pero no pudo cumplir su promesa porque simplemente su verdugo debió de morir antes de que ella pudiera llegar a él. Ahora se regodea torturando a cualquier vivo al que pueda acceder —suspiro, pues no ha nadie más accesible que Liadan—. ¿No te dije que no miraras a nadie a la cara? Debiste hacerme caso.

—Yo no sabía..., no sabía que esa mujer estaba muerta hasta que me fijé. Que yo supiera no había ningún muerto en el Crichton. Además, ¿cómo ha podido salir de allí?

—No está atada a ninguna parte, salvo a su propia furia. ¿Te ha seguido ahora?

Liadan niega con la cabeza.

—Estará limitada a la oscuridad, debió de morir de noche. No te preocupes. Si no le demuestras que sabes que está ahí, no podrá hacerte nada y se cansará de seguirte.

Le tomo el rostro entre las manos y ella asiente. Se restriega las lágrimas de los ojos; está tan acostumbrada a hacerse la fuerte que sigue queriendo simular valentía. Pero sé que tiene miedo, yo también lo tengo. La beso, y le dedico una sonrisa con una seguridad que no siento.

—No te preocupes, todo saldrá bien, ¿me oyes? —le aseguro.

—Quiero quedarme contigo —musita.

—Quédata hasta antes del anochecer.

Le abrazo con fuerza, sintiendo la frescura de su cuerpo contra el mío. Es un cuerpo que no quiero perder.

—¡Dioses! —exclamo, se me ha contagiado la manía de perjurar de Liadan.

La bombilla del vestíbulo, donde me he despedido de Liadan, explota pese a que no estaba encendida. Los trozos minúsculos de cristal me atraviesan y crean un eco casi imperceptible cuando llegan al suelo de piedra. Estoy al borde de dejarme llevar por la ira, soy consciente de ello, voy a volverme loco. Necesito salir de aquí, y me muevo por el edificio del castillo como una fiera enjaulada. Sin encontrar solución alguna, me voy a los jardines y acecho las verjas como si éstas fueran de pronto un enemigo que no me deja existir. Pero no puedo permitirme avanzar y perderme del mundo, dejando solo a Liadan. No puedo soportarlo, y grito. Y ahora sí parezco uno de los míos

Miro con rabia a los guardias de la garita cuando salen recelosos de su casita de piedra, conscientes de que algo ha sucedido. Mientras miran a su alrededor sin ver nada, y se preguntan si ha sido una corriente de aire, siento cómo me cosquillean los músculos bajo la piel. Entonces respiro hondo, no puedo atacarlos, ellos no han hecho nada.

—Tranquilízate, Alastair —me digo viendo cómo los dos hombres uniformados regresan al interior de la garita; ellos no son el problema, nunca lo han sido.

El lunes por la mañana no espero para acudir al lado de Liadan, sino que entro en su primera clase y me detengo junto a su silla. Poco a poco empiezan a llegar los alumnos, y yo mantengo la mirada fija en la puerta mientras los rostros van entrando sin que me fije en ellos. Hasta que llega Liadan, que viene junto a Aithne pero no habla. Ha vuelto a vestirse de negro completamente y tiene expresión cansada. Las ojeras destacan en su extrema palidez y sus ojos parecen más grandes que nunca. No ha dormido esta noche.

Cuando se dirige hacia aquí levanta la vista del suelo y me sonríe, y yo tengo que hacer un esfuerzo para no levantarme y abrazarla aquí en medio. Me siento completamente inútil, impotente. No puedo hacer nada para ayudarla.

Other books

Owning Arabella by Shirl Anders
Where the Heart Is by Letts, Billie
Irsud by Clayton, Jo;
Deep Winter by Samuel W. Gailey
The Outcasts by John Flanagan