Taibhse (Aparición) (28 page)

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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico

BOOK: Taibhse (Aparición)
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—Cálmate —me susurra cuando pasa junto a mí, apretándose el abrigo contra el cuerpo para indicarme que empieza a hacer demasiado frío.

Sus compañeros comienzan a sentirse espeluznados con las cosas extrañas que suceden en el castillo pero es algo que ya no me importa. De hecho, nos conviene.

—¿Me dices a mí? —le pregunta Aithne cuando se sientan en sus pupitres.

—No —le contesta Liadan, mirándola a los ojos mientras yo la rodeo con mis brazos.

—Ah.

Aithne mira a su alrededor, buscándome, pese a que no va a encontrarme.

—Entonces esa pinta que tienes hoy no se debe a que te hayas peleado con Alastair, ¿no?

—No.

Aithne duda. Está claro que Liadan no le ha dicho lo que pasa, aunque Aithne sabe que ella no está bien. Me parece muy importante asegurarme de que Aithne no le comente nada del detective a Liadan.

Con un acosador tiene más que suficiente. Y yo temo que voy a perderla, de una forma u otra, y tengo que esforzarme para no helar toda la habitación.

Capítulo 32
Liadan

E
stoy empezando a sentirme verdaderamente enferma. Hace ya una semana que esa mujer me persigue en cuanto cae el ocaso y hasta el amanecer. Ya casi no soy capaz de dormir, ni de comer. Y me estoy volviendo tan paranoica que tengo la sensación de que incluso de día, rodeada de día, rodeada de vivos, todo el mundo me observa. Me siento perseguida día y noche. No puedo más.

Tampoco puedo estudiar. Ya se han acabado las clases, y tenemos todo el día para repasar nuestros apuntes y acabar trabajos, pero me siento incapaz de pensar con claridad. Ni siquiera estoy haciendo el trabajo de historia. Aithne por un lado y Alar por el otro me han dicho que se están ocupando de ello. Perfecto, no me paro a pensar en cómo lo hacen. Cuando acudo al instituto, me preparo para mostrarme fuerte. Alar me espera junto a la entrada, como siempre, y me mira con tal expresión de preocupación y remordimiento que me siento más enferma todavía. Ya no sé cómo decirle que ni tiene la culpa ni debe castigarse por no poder ayudarte.

Pero ojalá pudiera acompañarme cuando salgo de aquí.

Subimos a la biblioteca sin prisa. He sido muy madrugadora pero ni así soy la primera en llegar. Me escondo en una esquina para poder abrazar brevemente a Alar, antes de ir a simular que estudio. Incluso le he pedido a Aithne que me deje sus apuntes de lengua, por si siento más curiosidad por unos que no sean los míos, pero no sirve de nada. ¿Cómo voy a centrarme en estudiar cuando mi vida y mi cordura penden de un hilo tan fino?

Me quedo en la biblioteca hasta que la cierran para poder pasar unos minutos a solas con Alar en la sala de archivos. Trato de mostrarme alegre, como siempre, pero sé que apenas le engaño. El aspecto cada vez más demacrado, no me ayuda. Incluso me he enterado de que corre el rumor por el instituto de que me siento acosada por el fantasma de la biblioteca. Por el amor de Dios, ¿quién habrá hecho correr ese rumor? Sólo me faltaría que viniera algún chiflado aquí para itnentar exorcizar a Alar o a Caitlin.

Cuando el bibliotecario ya me pide con menos amabilidad que recoja y me vaya, me preparo para lo que viene a continuación. La calle, y la noche. Tan sólo traspasar las puertas del castillo, la mujer endemoniada ya está ahí, esperándome, mirándome con una intensidad cargada de ira y maldad. Jamás entra al castillo, creo que percibe a Alar y a Caitlin y no se atreve con ellos. Pero fuera de él, soy suya. La ignoro, como siempre, pero soy consciente de que ella está cada vez más satisfecha. No puede estar segura de que la veo, pero intuye que estoy cerca de caer y darme por vencida. Y es cierto, no voy a poder aguantar mucho tiempo más así.

Mientras avanzo, ella me sigue y da vueltas a mi alrededor. Tengo que concentrarme en continuar adelante, en no seguirla con la mirada ni apartarme de su camino instintivamente cuando se me pone delante. Como si no estuviera. Pero ese rostro pálido con ojos como carbones, perversos y la fina línea roja que es la boca siempre haciendo muecas y sonriendo siniestramente no es fácil de ignorar. Cuando estoy cerca del Bruntsfield oigo unos ladridos familiares. Desde hace unos días, Bobby siempre aparece por aquí y me acompaña a casa antes de volver con Annie.

El perro se pone frente a mí y gruñe amenazador a la mara. El primer día que lo hizo me llevé un susto de muerte y me costó mucho no reaccionar ante semejante imagen. Bobby es encantador, es fácil olvidar que está muerto, pero no cuando se enfada. Sus ojos también se convierten en borrones y su pelaje se eriza como un ramo de escarpias. Sus colmillos parecen crecer y babear como los de un monstruo. Es suficiente para mantener apartada a la muerta por un rato, aunque nos sigue de lejos. Entonces es a Bobby a quien me toca ignorar, porque se empeña en llamar mi atención. A Jonathan, aunque lo veo de refilón y sé que está tenso, ni siquiera lo saludo. Dios, esto me está matando.

En casa, tanto Malcom como Agnes se dan cuenta de que me pasa algo. Y no se creen que es por los exámenes. De hecho, incluso diría que mantienen la misma actitud que Keir. Quizás también piensen que estoy loca. El fin de semana me encontré mi habitación mucho más ordenada que de costumbre. Es como si la doncella lo hubiese registrado todo. Pero no quiero creerlo, no tendría sentido. Simplemente es el cansancio y la angustia que me invaden, que me hacen ver fantasmas donde no los hay.

La noche, sin embargo, tampoco es ningún respiro. Me he tomado dos valerianas pero me despierto de madrugada. Oigo un sonido extraño, como un repiqueteo, y me giro en su dirección. «Dios mío», pienso. Reacciono y observo toda la habitación, con recelo, como si no supiese exactamente qué estoy buscando. La mujer está ahí, encaramada a mi ventana, y golpetea el cristal con sus largas uñas mientras me mira fijamente. Pega las manos al cristal y acerca mucho el rostro, de forma que todo lo que veo es su cuerpo cadavérico vestido de blanco, su rostro pálido y esos grandes ojos negros, brillantes y peligrosos, de lunática. ¡Dios mío, no puedo más! Esto tiene que acabar de una forma u otra, ya no puedo soportar más esta tortura. Por un momento tengo la tentación de mirarla fijamente, y que esto acabe de una vez por todas. La idea se me pasa rápidamente pero cada vez es más frecuente, más intensa. Empiezo a tener miedo incluso de mí misma.

Me levanto de la cama y miro a través de ella, como si observara la luna alta y redonda que llena de luz mi habitación, como si me molestase su intensidad para dormir. Con sangre fría, pese a que el corazón me duele de tanto bombear frenético, me detengo frente a la ventana como si no la viese, y cierro la cortina de golpe. Vuelvo a la cama sintiendo que las lágrimas resbalan por mi rostro. Son las cuatro de la madrugada, pero sé que pasaré el resto de la noche en vela. Y ya no puedo seguir más con esto.

Por la mañana, cuando me levanto, casi soy incapaz de salir de la cama. Estoy exhausta, y demasiado desanimada. Mi vida se ha convertido en un infierno. El único motivo por el que vale la pena levantarse es saber que voy a ver a Alar. Bajo a desayunar y mientras tanto, para evitar las preguntas de la criada, simulo que estudio los apuntes de Aithne. Lo simulo, porque soy incapaz de leer. Voy pasando las páginas a intervalos regulares, mientras me tomo por obligación el chocolate caliente, pero me quedo paralizada con la taza a medio camino de los labios y una hoja en alto. Esto no son apuntes, es una rápida conversación escrita. Y reconozco a los interlocutores, son Aithne y Alastair.

Por un breve momento siento orgullo de que Aith haya sido tan valiente como para ver sin horrorizarse que un bolígrafo rasgueaba solo el papel ante ella, pero a medida que voy siendo consciente de lo que pone en la hoja siento que se me hiela la sangre.

«¿Sabe Liadan lo del detective que la sigue? Está muy alterada». «No, no lo sabe. Es porque vamos a separarnos pronto». «Ya sé quién ha enviado al detective, ha sido mi psiquiatra. Parece que Keir habló con Malcom del comportamiento de Liadan. Yo hago lo que puedo para tranquilizarlos, les aseguro que sólo son los exámenes, pero empiezan a no creerme. Y han decidido que si es necesario, si no mejora y come y duerme, la internarán en el hospital». «No si yo puedo evitarlo, el trabajo de historia estará acabado pronto».

Pese a estar aturdida me doy cuenta de que por suerte Alar no le ha dicho nada a Aithne sobre la muerta. No quiero que se asuste más. Por un lado me alegro de saber que no me estoy volviendo esquizofrénica de verdad. Si me siento observada día y noche, es porque me observan día y noche. Vivos y muertos. La cruda realidad se abre paso por mi mente: si llegan a la conclusión de que necesito ayuda, tratarán de internarme en el hospital. Eso me dejará a merced de la mujer muerta. Y lo más importante, me separará de Alar.

Arrugo el papel entre los dedos y salgo corriendo de casa hacia el instituto. Me da igual que alguien anote en una libreta que he salido escopetada de casa como una loca, necesito hablar con Alar. Y todo lo demás no importa ya.

Capítulo 33
Alastair

A
cabo de enviarle por mail a Aithne el trabajo de historia, en el momento en el que veo a Liadan correr hacia el castillo desde la ventana del despacho del director McEnzie. Aún no han abierto pero ella les grita a los guardias de la garita que necesita entrar ya. Ésta es una institución para gente importante, y los trabajadores no se atreven a negar nada a los alumnos, así que la dejan pasar. Me apresuro a bajar a su encuentro, pues ha tenido que suceder algo grave y me siento angustiado.

La intercepto en lo alto de la escalinata que lleva a la primera planta y veo que respira con dificultad, debe de haber venido corriendo desde casa.

La abrazo unos minutos pero no puedo esperar más a saber qué pasa. La separso sujetándola de los hombros y la miro a la cara, no me gusta la desesperación que veo.

—No puedo más —me dice con la voz entrecortada—. Ya no lo soporto. No puedo más.

—Shhh —la chisto; me da miedo que el conserje, que está abajo, pueda oírla.

—No, Alar, ya me da igual todo —insiste—. Sé que voy a morir dentro de poco.

—Liadan, pero qué estás diciendo —le pregunto horrorizado—. Vamos.

Le rodeo los hombros con un brazo y me la llevo a la biblioteca, porque he oído unos pasos sutiles en la planta de abajo que atestiguan que alguien estaba escuchando. A Liadan, tal como ha dicho, todo le da ya igual, pero no a mí, que no pierdo la esperanza. Ella sigue hablando mientras nos dirigimos a la biblioteca vacía y me explica que ha encontrado mi última conversación cokn Aithne entre los apuntes de ésta. Y está completamente desquiciada, lo veo en su expresión. La conozco, es la imagen de la desesperación, acechando para apoderarse de ella; lo vi también en los ojos de mis hombres, el día de aquella última batalla. Todos sabíamos que íbamos a morir allí, y esa certeza te cambia.

—No, mi amor —le digo después de sentarla en la mesa de los archivos, acariciándole los suaves cabellos—. Del psiquiatra nos ocuparemos Aithne y yo.

—¿Con el trabajo de historia? —Me pregunta escéptica—. Alar, ya no aguanto más.

Las lágrimas resbalan por su rostro y yo estoy tan desesperado como ella aunque se lo oculte. Me siento tan impotente aquí encerrado, mientras ella vive fuera de estas puertas un infierno, que no sé qué va a ser de mí. Lo más importante ahora es que no pierda las ganas de vivir, ella que puede hacerlo. No entiende el regalo que está dispuesta a dejarse robar.

—Liadan, tu muerte no va a solucionar nada —le aseguro—. No puedes...

—¡No! —me espeta—. Nada se va a arreglar. Esa mujer no me va a dejar en paz hasta que sucumba. Y el psiquiatra tampoco va a descansar hasta que pueda asegurar que sufro locuroa. Dime, Alar, ¿qué le pasó a la chica del diario?

Por un momento no sé cómo reaccionar, perdido por ese hilo de pensamientos. No me acostumbro a la suspicacia de Liadan y creía que ya lo había olvidado. Me mira fijamente, y ante mi silencio, sabe que ha acertado.

—¿Qué le pasó, Alar? —me exige.

—Vivió hace unos decenios —le confieso—. No era capaz de verme como tú, pero era muy sensible a nuestra presencia. Ella simplemente creía sentir cosas que sus compañeros no apreciaban. De hecho, creo que era capaz de percibirme aunque no estuviéramos en la misma habitación. Pero todo eso no lo supe hasta que encontré su diario en el despacho de dirección después de que muriera, cuando Malcom aún no había sucedido al director anterior. La chica se fue volviendo loca, porque no podía estar segura de si aquellas cosas que sentía eran verdad o no.

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