Authors: Eiji Yoshikawa
Lo que interesaba a Nene aquel día era la apacible observación de las concubinas de su marido, que estaban sentadas aquí y allá, rodeadas de doncellas.
Cuando estaban todavía en Nagahama, sólo había tenido dos queridas, pero después de que se mudaran al castillo de Osaka pronto tuvo una concubina en la segunda ciudadela y otra en la tercera.
Era difícil de creer, pero a su regreso triunfal del asedio del norte, había traído consigo a las tres hijas huérfanas de Asai Nagamasa, a las que criaba amorosamente en la segunda ciudadela. Dolía a las damas que servían a Nene, al fin y al cabo la verdadera esposa de Hideyoshi, que la hermana mayor, Chacha, fuese incluso más bella que su madre.
—La señora Chacha ya tiene diecisiete años. ¿Por qué la mira Su Señoría como si fuese una flor en un florero?
Con esa clase de comentarios no hacían más que añadir combustible al fuego, pero Nene se limitaba a reír.
—No se puede hacer nada —decía—. Es como un rasguño en una perla.
Anteriormente ella también había tenido tantos celos como cualquier otra esposa, y cuando vivía en Nagahama llegó incluso a quejarse a Nobunaga, el cual le envió una respuesta por escrito:
Habéis nacido mujer y tenido la ocasión de conocer a un hombre muy excepcional. Supongo que un hombre así tiene defectos, pero sus virtudes son numerosas. Cuando miráis desde la mitad de una gran montaña, no podéis comprender lo grande que es realmente. Estad tranquila y gozad viviendo con este hombre de la manera que él quiere vivir. No digo que los celos sean malos. Hasta cierto punto, los celos dan profundidad a la vida de una pareja casada.
Así pues, al final era ella la que había sido reprendida. Tras haber aprendido gracias a esa experiencia, Nene había decidido dominarse y ser capaz de pasar por alto las aventuras amorosas de su marido. Pero recientemente había días en los que se sentía amenazada y se preguntaba si su marido no estaba empezando a abandonarse en exceso.
En cualquier caso, él se acercaba ahora a los cuarenta y siete años, la época más próspera para un hombre. Si bien tenía las manos llenas de problemas externos, como la batalla del monte Komaki, también estaba muy ocupado por los asuntos internos, tales como la administración de su dormitorio. Y así vivía insaciablemente, día a día, con la vitalidad de un hombre sano, hasta tal punto que un observador podría haberse preguntado cómo era capaz de separar lo corriente de lo extraordinario, el gesto magnánimo del discreto y las imponentes acciones públicas de las que deberían estar totalmente ocultas.
—Contemplar la danza es divertido, pero cuando actúo en el escenario no lo es en absoluto. En realidad, es duro.
Hideyoshi se había acercado por detrás de su madre y Nene. Poco antes había abandonado el escenario bajo los aplausos de los espectadores y aún parecía excitado por su actuación.
—Nene, pasemos esta noche una tranquila velada en tu habitación —le dijo a su mujer—. ¿Prepararás un banquete?
Cuando terminó la representación, la brillante luz de las lámparas iluminó la zona y los invitados regresaron a las ciudadelas tercera y segunda.
Hideyoshi se trasladó a la habitación de Nene, acompañado por gran número de actores y músicos. Su madre se había retirado a sus aposentos, por lo que marido y mujer estaban a solas con sus invitados.
Nene solía prestar atención a esas personas y sus sirvientes, así como a todos sus subordinados. Después de la reunión de aquel día, en especial, gozaba agradeciéndoles sus servicios, viéndoles intercambiar frívolamente tazas de sake y conversando con su público.
Desde el comienzo Hideyoshi permanecía un poco apartado de los demás, y como todos parecían hacerle caso omiso estaba un tanto malhumorado.
—Me gustaría tomar una taza, Nene.
—¿Crees que es conveniente?
—¿Y tú crees que no voy a beber? ¿Para qué he venido a tu habitación?
—Mira, tu madre me ha dicho: «Ese chico volverá pasado mañana al monte Komaki», y me ha dado órdenes estrictas de que te aplique la moxa de costumbre en las espinillas y las caderas antes de partir hacia el frente.
—¡Cómo! ¿Ha dicho que me apliques moxa?
—Le preocupa que el calor del otoño persista todavía en el campo de batalla y, si bebes agua en mal estado, caigas enfermo. Te aplicaré la moxa y luego te daré una taza de sake.
—Eso es ridículo. No me gusta la moxa.
—Tanto si te gusta como si no, son órdenes de tu madre.
—Bueno, por eso me mantengo apartado de tus aposentos. De todas las personas que contemplaban mi representación esta tarde, eras la única que no se reía. Parecías muy seria.
—Soy así. Aunque me pidas que me comporte como esas chicas bonitas, no puedo hacerlo.
Entonces las lágrimas se agolparon de súbito en sus ojos, al recordar los viejos tiempos en que ella tenía la edad de Chacha y Hideyoshi era Tokichiro, de veinticinco años.
Hideyoshi la miró con curiosidad.
—¿Por qué lloras? —le preguntó.
—No lo sé —dijo Nene, desviando la vista, y Hideyoshi se volvió para mirarla fijamente.
—¿Acaso quieres decir que te sentirás sola cuando vuelva al frente?
—¿Cuántos días has pasado en casa desde el principio de nuestro matrimonio?
—No puedo evitarlo hasta que el mundo esté en paz, aunque no te guste la guerra —replicó Hideyoshi—. Y si al señor Nobunaga no le hubiera ocurrido lo imprevisto, probablemente yo estaría al frente de algún castillo rural, llevando una vida sedentaria y obligado a permanecer a tu lado tal como a ti te gusta.
—La gente va a oír las cosas desagradables que estás diciendo. Comprendo exactamente lo que hay en el corazón de un hombre.
—¡Y yo también comprendo el corazón de una mujer!
—Siempre te burlas de mí. No te hablo por celos, como una mujer ordinaria.
—Cualquier esposa diría eso.
—¿Quieres escucharme sin tomártelo a broma?
—De acuerdo, te escucho con todo el respeto.
—Me he resignado hace mucho tiempo, por lo que no voy a decirte que me siento sola al cuidar del castillo cuando estás de campaña.
—¡Una mujer virtuosa, una esposa fiel! No es de extrañar que Tokichiro se fijara en ti hace tanto tiempo.
—¡No lleves la broma demasiado lejos! Por eso me ha hablado tu madre.
—¿Qué ha dicho mi madre?
—Ha dicho que soy tan sumisa que vas a extralimitarte y acabar entregado a la disipación. Me ha dicho que debería hablarte de vez en cuando.
—¿Es ésa la razón de que me apliques la moxa? —dijo Hideyoshi, riendo.
—No piensas para nada en sus preocupaciones. Tu falta de moderación hace que te comportes con ella como un mal hijo.
—¿Cuándo he mostrado falta de moderación?
—¿No armaste escándalo hasta el amanecer en la habitación de la señora Sanjo hace dos noches?
Los ayudantes y actores que bebían en la habitación contigua fingían que no escuchaban la excepcional, o quizá no tan excepcional, discusión entre marido y mujer. Pero en aquel momento Hideyoshi alzó la voz y gritó:
—¡Eh, vosotros! ¿Qué piensa el público de la representación de esta pareja?
—Me parece como un juego de pelota entre ciegos —respondió uno de los actores.
—Ni siquiera un perro mordisquearía eso —dijo Hideyoshi, riendo.
—Ese juego de ganar y perder es interminable.
—Tú, el flautista, ¿qué opinas?
—Bueno, lo estaba observando como si se tratara de un asunto propio. ¿Quién es culpable, a quién criticar? ¡Uno! ¡Otra! ¡Otro! ¡Una!
De repente Hideyoshi arrebató la prenda que llevaba Nene sobre el kimono y se la lanzó como un premio.
***
Al día siguiente la familia de Hideyoshi no le vio un solo instante a pesar de que estaban en el mismo castillo. Durante todo el día Hideyoshi estuvo muy ocupado dando instrucciones a sus servidores y generales.
El día veintiséis del octavo mes Ieyasu recibió la noticia urgente de que Hideyoshi se aproximaba. Acompañado por Nobuo, se trasladó a toda prisa desde Kiyosu a Iwakura y ocupó una posición frente a Hideyoshi. Una vez más su posición era totalmente defensiva y advirtió a sus hombres que no iniciaran ningún movimiento ni se mostraran desafiantes.
—Este hombre no sabe lo que significa la palabra «basta».
Hideyoshi ya había descubierto lo difícil que era habérselas con un hombre tan paciente como Ieyasu, pero no carecía por completo de recursos. Sabía que es imposible abrir la tapa que cierra la concha de ciertos caracoles marinos incluso con un martillo, pero si el extremo de la concha se tuesta, la carne puede extraerse fácilmente. Esta clase de razonamiento ordinario ocupaba ahora su mente. Enviar discretamente a Niwa Nagahide para que tratara de llegar a un acuerdo de paz era como calentar el extremo de la concha.
Niwa, el más veterano de los servidores del clan Oda, era un personaje responsable y popular. Ahora que Katsuie había muerto y Takigawa Kazumasu se hallaba en una situación apurada, Hideyoshi no olvidaba la necesidad de persuadir a aquel hombre afectuoso y bueno para que fuese su «pieza de reserva» antes de que comenzaran las hostilidades en el monte Komaki.
Niwa estaba en el norte con Inuchiyo, pero los generales de Niwa, Kanamori Kingo y Hachiya Yoritaka, participaban en la guerra al lado de Hideyoshi. Antes de que nadie se diera cuenta, los dos generales habían efectuado varios viajes de ida y vuelta entre el lugar en que se hallaba Hideyoshi y su provincia natal de Echizen.
Ni siquiera los mensajeros conocían el contenido de las cartas enviadas, pero finalmente Niwa efectuó un viaje secreto a Kiyosu y se entrevistó con Ieyasu.
Sin embargo, tales conversaciones se llevaban a cabo con el mayor secreto. Los únicos hombres que las conocían en el bando de Hideyoshi eran Niwa y sus dos generales. A sugerencia de Hideyoshi, Ishikawa Kazumasa se convirtió en su intermediario.
Pero al final algún miembro del clan Tokugawa filtró el rumor de que se habían iniciado conversaciones secretas de paz, lo cual produjo una gran agitación en las defensas de Ieyasu centradas en el monte Komaki.
Cuando se filtran los rumores, siempre van acompañados de chismorreos maliciosos. En este caso el nombre que salió a la superficie era el de alguien de quien los demás servidores ya sospechaban, Ishikawa Kazumasa.
—Dicen que Ishikawa es el mediador. Por alguna razón, siempre hay algo que huele de un modo raro entre Hideyoshi y Kazumasa.
Ciertas personas hablaron del asunto directamente a Ieyasu, pero él las reprendió a todas, pues no tenía la menor duda sobre la integridad de Kazumasa.
Pero una vez se extendió esa clase de rumor entre los servidores, la moral de todo el clan empezó a resentirse.
Naturalmente, Ieyasu estaba a favor de celebrar conversaciones de paz, pero al ver la condición interna de sus fuerzas, rechazó de súbito al mensajero de Niwa.
—No tengo ningún deseo de paz —afirmó Ieyasu—. No tengo la menor esperanza de llegar a un acuerdo con Hideyoshi, sean cuales fueren las condiciones que me ofrezca. Aquí vamos a librar una batalla decisiva, voy a conseguir la cabeza de Hideyoshi y haremos saber a la nación qué es el verdadero deber.
Cuando se anunció esto oficialmente en el campamento de Ieyasu, los soldados se sintieron satisfechos y desaparecieron los oscuros rumores sobre Kazumasa.
—¡Hideyoshi ha empezado a perder el ánimo!
El espíritu combativo de los soldados se revitalizó y se volvieron más agresivos.
Hideyoshi recibió la copa amarga con resignación. El resultado no le parecía del todo malo. Así pues, en esa ocasión tampoco se aventuró a usar la fuerza militar, sino que ordenó a sus tropas que ocuparan zonas estratégicas. Hacia mediados del noveno mes, hizo regresar a sus soldados y entró en el castillo de Ogaki.
¿Cuántas veces los ciudadanos de Osaka habían contemplado la salida de Hideyoshi y su ejército hacia el frente para regresar poco después, sin haber hecho otra cosa que trasladarse desde el castillo a Mino y viceversa?
Era el día veinte del décimo mes y el otoño ya había llegado. El ejército de Hideyoshi, que solía pasar por Osaka, Yodo y Kyoto, cambió de improviso su ruta en Sakamoto y esta vez pasó por Koga en Iga y siguió hacia Ise. Allí abandonó la carretera de Mino y siguió la que conducía a Owari.
Desde los castillos secundarios y los espías de Nobuo en Ise partía un despacho urgente tras otro, casi como si se hubiera abierto inesperadamente un dique en una serie de lugares y por allí se precipitaran las aguas enfangadas de un río turbulento.
—¡Es la fuerza principal de Hideyoshi!
—No son soldados al mando de un solo general, como hemos visto hasta ahora.
El día veintitrés de aquel mes el ejército de Hideyoshi acampó en Hanetsu y construyó fortificaciones en Nawabu.
Ante la aproximación del ejército de Hideyoshi a su castillo, Nobuo no pudo mantener la serenidad. Desde hacía más o menos un mes había tenido presagios de la tormenta que se aproximaba, lo cual quería decir que las acciones de Ishikawa Kazumasa, que el clan Tokugawa había mantenido en absoluto secreto, habían sido misteriosamente exageradas y comentadas por alguien, aunque nadie sabía quién podría ser.
Corría el rumor de que el círculo interno del clan Tokugawa no estaba realmente unido. Parecía ser que una serie de servidores de Ieyasu eran hostiles a Kazumasa y estaban esperando el momento apropiado.
También se había extendido el rumor de que Tokugawa había negociado con Hideyoshi, que Ieyasu se proponía hacer las paces con rapidez, antes de que se filtrara la noticia de la ruptura de su círculo interno, pero que las negociaciones se habían roto porque las condiciones impuestas por Hideyoshi eran demasiado severas.
Nobuo estaba francamente afligido: ¿qué le ocurriría si Ieyasu hacía las paces con Hideyoshi?
—Si Hideyoshi cambia de dirección y se dirige hacia la carretera de Ise, será mejor que os resignéis al hecho de que ya ha habido un entendimiento secreto entre Hideyoshi e Ieyasu para sacrificar a vuestro clan, mi señor.
Y, tal como Nobuo había temido, el ejército de Hideyoshi confirmó de repente sus peores pesadillas. El único plan que podía seguir era el de informar sobre la emergencia a Ieyasu y pedirle ayuda.
En ausencia de Ieyasu, Sakai Tadatsugu estaba al frente del castillo de Kiyosu. Cuando recibió el informe urgente de Nobuo, ordenó que un corredor lo transmitiera de inmediato a Ieyasu, el cual hizo formar a todas sus fuerzas el mismo día y marchó hacia Kiyosu. Entonces se apresuró a enviar refuerzos a Kuwana, al mando de Sakai Tadatsugu.