Authors: Eiji Yoshikawa
—Es cierto. ¿Quién podría ser?
Los hombres se miraron unos a otros.
—¿Por qué no vas tú, Ii? Y Honda también debería ir.
Honda e Ii estaban a punto de salir de la estancia como representantes de los demás cuando llegó un mensajero con una información concreta.
—Acaban de llegar dos enviados del señor Nobuo.
—¡Cómo! ¿Enviados de Nagashima?
La noticia volvió a llenarles de indignación.
Sin embargo, como los enviados ya habían sido conducidos a la gran sala de audiencias, era muy probable que estuvieran ante Ieyasu. Los hombres se tranquilizaron, pensando que ahora quedarían claras las intenciones de su señor, y decidieron esperar el resultado de la reunión.
Los enviados de Nobuo eran su tío, Oda Nobuteru, e Ikoma Hachiemon. Como podía imaginarse, enfrentarse a Ieyasu era extremadamente violento para ellos, y no digamos el intento de explicar los pensamientos de Nobuo, y aguardaban en la sala, encogidos ante la mera idea del encuentro.
Ieyasu no tardó en presentarse con un paje. Vestía kimono sin armadura y parecía de buen humor.
Tomó asiento en un cojín y se dirigió a los enviados sin preámbulos.
—Tengo entendido que el señor Nobuo ha firmado la paz con Hideyoshi.
Los dos mensajeros hicieron un gesto de asentimiento mientras se postraban, incapaces incluso de alzar la cabeza. Nobuteru respondió:
—Las repentinas conversaciones de paz con el señor Hideyoshi sin duda han sido inesperadas y mortificantes para vuestro clan, y sólo podemos apreciar respetuosamente cuáles deben de ser vuestros pensamientos, pero el caso es que Su Señoría reflexionó profundamente en la situación que se le planteaba y...
—Comprendo —replicó Ieyasu—. No es necesario que me deis una larga explicación.
—Los detalles están explicados por entero en esta carta, de modo que si quisierais leerla...
—Más tarde le echaré un vistazo.
—Lo único que le duele a Su Señoría es pensar en que podéis estar enfadado —dijo Hachiemon.
—Vamos, vamos. No vale la pena tomar eso en consideración. Desde el mismo comienzo, estas hostilidades no han tenido nada que ver con mis deseos y planes.
—Lo comprendemos muy bien.
—Así pues, mis deseos de bienestar para el señor Nobuo no han cambiado en absoluto.
—Su Señoría se sentirá muy aliviado cuando lo sepa.
—He pedido que os preparen una comida en otra estancia. Que esta guerra haya terminado con tanta rapidez es la mayor de todas las bendiciones. Comed tranquilamente antes de marcharos.
Ieyasu regresó al interior del castillo. Los mensajeros de Nagashima fueron agasajados con comida y bebida en otra habitación, pero comieron apresuradamente y partieron en seguida.
Cuando los servidores de Ieyasu se enteraron de lo ocurrido, se sintieron indignados.
—Su Señoría debe de tener alguna intención más profunda. De lo contrario, ¿cómo aprobaría tan fácilmente esta alianza monstruosa del señor Nobuo e Hideyoshi?
Entretanto Ii y Honda fueron al encuentro de los servidores de alto rango para informarles de lo que opinaban los servidores jóvenes.
—¡Secretario! —llamó Ieyasu.
Tras la reunión con los enviados de Nobuo en la cámara de audiencias había regresado a sus aposentos, donde permaneció a solas un rato. Entonces vibró su voz.
El secretario acudió con una piedra de tinta y aguardó a que su señor le dictara.
—Quiero enviar cartas de felicitación a los señores Nobuo e Hideyoshi.
Mientras dictaba las cartas, Ieyasu miró oblicuamente y cerró los ojos. Durante el tiempo en que pulía las frases que el secretario debía escribir, parecía absorber primero en su pecho unos pensamientos que debían de ser como corrientes de hierro fundido.
Una vez terminadas las dos cartas, Ieyasu ordenó a un paje que llamara a Ishikawa Kazumasa.
El secretario dejó las dos cartas ante Ieyasu, hizo una inclinación de cabeza y se retiró. Cuando salió hizo su entrada un ayudante personal con una vela y procedió a encender dos lámparas.
El sol se había puesto en algún momento y, mirando las lámparas, Ieyasu tuvo la sensación de que la jornada había sido corta. Se preguntó si ése era el motivo de que, a pesar de la fuerte presión del trabajo, sintiera todavía un vacío en el corazón.
Las puertas correderas se deslizaron suavemente, con un sonido que parecía muy lejano.
Kazumasa, vestido con ropas civiles como su señor, se inclinaba en el umbral. Casi ninguno de los guerreros del clan se había desatado todavía la armadura. Sin embargo, Kazumasa se había dado cuenta de que Ieyasu vestía de civil desde la mañana y se había apresurado a ponerse un kimono.
—Ah, ¿eres tú, Kazumasa? Ahí estás demasiado lejos. Acércate un poco más.
Ieyasu era el hombre que no había cambiado lo más mínimo. Sin embargo, cuando Kazumasa se presentó ante él, casi parecía haber sido desarmado.
—Kazumasa, quiero que seas mi enviado y que mañana por la mañana vayas al campamento del señor Hideyoshi y al cuartel general del señor Nobuo en Kuwana.
—Desde luego.
—Aquí tienes unas cartas de felicitación.
—¿Felicitación por los acuerdos de paz?
—Así es.
—Creo comprender vuestro pensamiento, mi señor. No mostraréis vuestra insatisfacción, pero cuando vea tal magnanimidad incluso el señor Nobuo probablemente se sentirá incómodo.
—¿Qué estás diciendo, Kazumasa? Sería una cobardía por mi parte incomodar al señor Nobuo, y una declaración para continuar luchando basada en el sentido del deber parecería un poco extraña. Tanto si se trata de una falsa paz como si no, no tengo ningún motivo para expresar insatisfacción por la paz. Tienes que explicarle con seriedad, e incluso alegremente, que lo considero espléndido desde el fondo de mi corazón y que me regocijo junto con todos los súbditos del imperio.
Kazumasa conocía bien el corazón de su señor, y ahora Ieyasu le había dado minuciosas instrucciones relativas a su misión. Mas Kazumasa tendría que soportar todavía otro dolor, el de la incomprensión hacia él de los demás servidores desde el mismo comienzo, seguros de que él y Hideyoshi tenían alguna clase de conexión íntima. El año anterior, después de la victoria de Hideyoshi en Yanagase, Kazumasa había sido seleccionado como el enviado de Ieyasu a Hideyoshi.
En aquella ocasión la alegría de Hideyoshi había sido extraordinaria. Había invitado a los diversos señores a una ceremonia del té en el castillo de Osaka, que estaba todavía en construcción.
Posteriormente, cada vez que había ocasión de alguna comunicación con el clan Tokugawa, Hideyoshi pedía inevitablemente noticias de Kazumasa, de quien siempre hablaba a los señores que tenían relaciones amistosas con el clan Tokugawa.
Los guerreros Tokugawa estaban convencidos de que el señor Hideyoshi tenía en gran estima a Kazumasa. Durante el empate en el monte Komaki y más adelante cuando tuvo lugar el intento de reconciliación de Niwa, los ojos de sus aliados escrutaban las acciones de Kazumasa, al margen de la situación.
Como cabía esperar, esa circunstancia no afectaba lo más mínimo a Ieyasu.
—Hay mucho ruido ahí afuera, ¿verdad?
Unas voces animadas procedían del salón, a cierta distancia del lugar donde se hallaban Ieyasu y Kazumasa. Parecía ser que los servidores insatisfechos con los acuerdos de paz expresaban sus dudas e indignación porque Kazumasa había sido convocado ante su señor.
Poco antes, Ii y Honda, que actuaban como representantes, junto con algunos más, habían rodeado a Tadatsugu.
—¿No estabais al frente de la vanguardia en la ciudad fortificada de Kuwana? ¿No os avergonzáis por no haber sabido que el señor Nobuo e Hideyoshi podían reunirse en Yadagawara? ¿Y qué decís del hecho de que los mensajeros de Hideyoshi entraran en el castillo de Kuwana? ¿Qué ha ocurrido ahora que os habéis enterado de ese tratado de paz ilícito y habéis venido aquí corriendo?
Interrogaron intensamente a Tadatsugu. Ante todo, era poco probable que un hombre como Hideyoshi concibiera un plan que se filtraría antes de tiempo. Para Tadatsugu, ésa era una justificación suficiente. Sin embargo, aquellos hombres estaban muy insatisfechos y él sólo podía encajar su indignación y sus improperios con resignación y pedirles disculpas con el dominio de sí mismo propio de un viejo general.
Pero ni Ii ni Honda querían acosar al viejo, sino más bien expresar sus propias opiniones a su señor y repudiar los acuerdos de paz. Y querían decir al mundo que el clan Tokugawa no tenía nada que ver con las conversaciones de paz de Nobuo.
—¿Queréis interceder por nosotros? Sois un anciano respetado.
—No, eso sería una grave ruptura de la etiqueta —respondió Tadatsugu.
Pero Honda insistió.
—Esos hombres no se han desatado la armadura y están ataviados para el campo de batalla. La etiqueta cotidiana no es aplicable en esta situación.
—No hay tiempo para eso —dijo Ii—. Nos embarga el temor de que pueda ocurrir algo antes de que él nos hable. Si no sois nuestro intermediario, entonces no hay nada que hacer. Tendremos que apelar directamente a través de sus ayudantes personales y verle en sus aposentos.
—¡No! En estos momentos está conversando con el señor Kazumasa. No debéis molestarle.
El hecho de que Kazumasa estuviera a solas con su señor aumentaba su inquietud e incomodidad. Desde el comienzo de la campaña en el monte Komaki, habían considerado a Kazumasa como un hombre que jugaba un doble juego. Y cuando Niwa Nagahide inició una reconciliación, fue Kazumasa quien intervino en las negociaciones. Sospechaban que Kazumasa también estaba de alguna manera en las sombras de las maniobras más recientes.
Cuando de improviso esos sentimientos se manifestaron ruidosamente, la conmoción llegó a oídos de Ieyasu, a pesar de la distancia que les separaba. Un paje se apresuró por el corredor hacia los servidores.
—¡Su Señoría os llama! —les anunció.
Cogidos por sorpresa, se miraron unos a otros atemorizados, pero las expresiones en los rostros de los obstinados Honda e Ii revelaban que esa convocatoria era precisamente lo que deseaban. Instaron a Sakai Tadatsugu y los demás para que fueran delante y se encaminaron a la cámara de audiencias.
La sala de Ieyasu pronto estuvo llena a rebosar de samurais vestidos con armadura completa.
La atención de todos se centraba en Ieyasu. A su lado se sentaba Kazumasa. Sakai Tadatsugu era el siguiente, y detrás de ellos estaba representada la espina dorsal del clan Tokugawa.
Ieyasu empezó a hablar, pero, volviéndose de repente hacia los asientos inferiores, dijo a sus ocupantes:
—Estáis demasiado alejados y mi voz no es muy fuerte, así que acercaos un poco más.
Los hombres se juntaron y los que estaban en los asientos inferiores se reunieron en torno a Ieyasu, el cual comenzó a hablar.
—Ayer el señor Nobuo firmó la paz con Hideyoshi. Tengo intención de enviar mañana por la mañana un aviso oficial a todo el clan, pero parece ser que habéis oído la noticia y estáis muy preocupados. Os ruego que me perdonéis, pues no trataba de ocultaros los hechos.
Todos ellos inclinaron las cabezas.
—Cometí el error de movilizarnos en respuesta a la petición del señor Nobuo. También fue culpa mía que tantos buenos servidores murieran en las batallas del monte Komaki y Nagakute. Una vez más, el hecho de que el señor Nobuo se haya unido en secreto a Hideyoshi, haciendo que vuestra justa indignación y leal enojo carecieran de sentido no es en modo alguno culpa suya. Más bien se debe a mi propio descuido y falta de juicio. Todos vosotros habéis mostrado una sinceridad total y abnegada y, como vuestro señor, no puedo encontrar las palabras para pediros disculpas como es debido. Os ruego que me perdonéis.
Todos habían bajado las cabezas y ninguno miraba al rostro de Ieyasu. Los sollozos contenidos estremecían sus hombros como un oleaje.
—Nada es lo que podemos hacer, por lo que os ruego que soportéis la situación. Reforzad vuestra resolución y aguardad la llegada de otro día.
Ni Ii ni Honda habían dicho una sola palabra desde que tomaron asiento. Los dos habían sacado sendos pañuelos y, desviando la vista, se enjugaban el rostro.
—Esto es una bendición. La guerra ha terminado y mañana regresaré a Okazaki. También todos vosotros estaréis pronto camino de casa, para ver los rostros de vuestras esposas e hijos.
Mientras Ieyasu decía estas palabras también él se sonó la nariz.
Al día siguiente, el trece del mes, Ieyasu y la mayor parte del ejército de Tokugawa se retiraron del castillo de Kiyosu y regresaron a Okazaki en Mikawa. La mañana del mismo día, Ishikawa Kazumasa fue a Kuwana con Sakai Tadatsugu. Tras reunirse con Nobuo, prosiguió su camino para visitar a Hideyoshi en Nawabu. Después de transmitirle los saludos formales de Ieyasu y presentarle la carta de felicitación, se marchó. Una vez Kazumasa se hubo ido, Hideyoshi miró a los hombres que le rodeaban.
—Qué propio es esto de Ieyasu —les dijo—. Nadie más habría podido encajar un golpe tan doloroso, tragándoselo como si fuese tan sólo té caliente.
Como el hombre que había hecho beber a Ieyasu hierro fundido, Hideyoshi apreciaba muy bien sus sentimientos. Se puso en el lugar de Ieyasu y se preguntó si él habría sido capaz de reaccionar de la misma manera.
Por entonces un hombre que se sentía totalmente satisfecho de sí mismo era Nobuo. Tras la reunión en Yadagawara, se convirtió en la marioneta perfecta de Hideyoshi. Al margen de la situación, se decía a sí mismo: «Me pregunto qué habría pensado Hideyoshi de esto».
De la misma manera que antes había confiado en Ieyasu, ahora le preocupaba la reacción de Hideyoshi a cuanto hacía.
En consecuencia se sentía inclinado a cumplir estrictamente con las condiciones establecidas por Hideyoshi en el tratado de paz, y así presentó sin excepción los territorios, los rehenes y las garantías por escrito.
Entonces Hideyoshi se relajó un poco. Sin embargo, pensando que el ejército debería permanecer en Nawabu hasta el año siguiente, envió un mensajero a las autoridades de Osaka e hizo preparativos para pasar el invierno en campaña.
Ni que decir tiene, desde el principio el objeto de preocupación de Hideyoshi había sido Ieyasu, no Nobuo. Puesto que aún no había llegado a un acuerdo con Ieyasu, no podía decir que la situación estuviera controlada y sus objetivos sólo se habían cumplido a medias. Un día Hideyoshi visitó el castillo de Kuwana y, tras hablar de varios asuntos con Nobuo, le preguntó cómo se encontraba últimamente.