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Authors: Eiji Yoshikawa

Taiko (194 page)

BOOK: Taiko
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—¡Estoy perfectamente! Y sin duda se debe a que no tengo pensamientos desagradables. Me he recuperado del agotamiento en el campo de batalla y mi mente está completamente en paz.

Nobuo soltó una alegre risa y Hideyoshi asintió varias veces, como si sostuviera a un niño sobre sus rodillas.

—Sí, sí, imagino que esa guerra sin sentido os ha extenuado, mi señor. Pero ¿sabéis?, todavía quedan algunas dificultades por resolver.

—¿Qué queréis decir, Hideyoshi?

—Si el señor Ieyasu se queda tal como está, podría causaros algunos problemas.

—¿De veras? Pero si me ha enviado un mensajero con una carta de felicitación.

—Bueno, es evidente que no querría ir contra vuestra voluntad.

—Desde luego. Así pues, primero tendréis que decir algo. Está claro que en el fondo al señor Tokugawa le gustaría hacer las paces conmigo, pero si cede por su parte, perdería prestigio. Puesto que no tiene ningún motivo para enfrentarse a mí, probablemente se siente perplejo. ¿Por qué no le ayudáis?

Hay muchos hijos entre los hombres de famosas familias que son egoístas en extremo, probablemente debido a la ilusión de que todos cuantos les rodean existen para servirles. Por su parte, jamás se les ocurriría servir a otros. Pero cuando Hideyoshi le hablaba de esa manera, incluso Nobuo era capaz de concebir algo más grande que su propio interés.

Así pues, al cabo de varios días sugirió que él mismo actuaría como mediador entre Hideyoshi e Ieyasu. Ésa era su responsabilidad natural, pero no había pensado en arrogársela hasta que Hideyoshi se la sugirió.

—Si acepta nuestras condiciones, le perdonaremos su acción armada como deferencia a vuestro manejo de la situación.

Hideyoshi estaba adoptando la postura de un vencedor, pero quería transmitir las condiciones de paz por boca de Nobuo.

Las condiciones eran que el hijo de Ieyasu, Ogimaru, sería adoptado por Hideyoshi y que el hijo de Kazumasa, Katsuchiyo, y el de Honda, Senchiyo, serían entregados como rehenes.

Aparte de la destrucción de las fortificaciones, la división de tierras convenida anteriormente por Nobuo y la confirmación del statu quo por el clan Tokugawa, Hideyoshi no se proponía más cambios.

—Estoy un tanto resentido porque no es posible retirar fácilmente al señor Ieyasu, pero puedo soportarlo por el mantenimiento de vuestro honor. Y puesto que habéis decidido encargaros de esta tarea, sería penoso retrasarla demasiado. ¿Por qué no enviáis un mensajero a Okazaki en seguida?

Tras recibir estas instrucciones, aquel mismo día Nobuo envió como representantes a dos de sus servidores veteranos a Okazaki.

Las condiciones no podían ser consideradas severas, pero cuando las supo, incluso Ieyasu tuvo que recurrir a sus reservas de paciencia.

Aunque se hablaba de la adopción de Ogimaru, en realidad sería un rehén. Y enviar a los hijos de servidores veteranos a Osaka era claramente una admisión de derrota. Aunque sus servidores estaban irritados, Ieyasu se mantuvo en calma a fin de Okazaki lo estuviera también.

—Acepto las condiciones y os pido que os encarguéis del asunto —replicó a los enviados.

Los enviados fueron y vinieron varias veces. Entonces, el día veintiuno del undécimo mes, Tomita Tomonobu y Tsuda Nobukatsu llegaron a Okazaki para firmar un tratado de paz.

El día doce del duodécimo mes, el hijo de Ieyasu fue enviado a Osaka, acompañado por los hijos de Kazumasa y Honda. Los guerreros que despidieron a los rehenes se alinearon a lo largo de las calles y lloraron. Su acción en el monte Komaki, una acción que había estremecido temporalmente a toda la nación, había terminado así.

Nobuo llegó a Okazaki el día catorce, hacia fines de año. Y se quedó allí hasta el veinticinco. Ieyasu no dijo una sola palabra desagradable. Durante diez días agasajó a aquel hombre afable cuyo destino era tan evidente, y luego le envió de nuevo a casa.

***

Llegaba su fin el undécimo año de la era Tensho. Los sentimientos de la gente con respecto al cambio de año eran muy numerosos. Entre las cosas que sentían agudamente figuraba la certidumbre de que el mundo había cambiado. Sólo había transcurrido un año y medio desde la muerte de Nobunaga, el décimo año de Tensho, y todo el mundo estaba sorprendido por la rapidez con que se habían producido unos cambios tan vastos.

La posición exaltada, la popularidad y la misión que antes pertenecieron a Nobunaga, se habían convertido velozmente en posesiones de Hideyoshi. La liberalidad del carácter de Hideyoshi estaba en consonancia con los tiempos y ayudaba a crear sutiles relaciones y avances en la sociedad y el gobierno.

Al observar las tendencias de la época, incluso Ieyasu no podía evitar reprenderse a sí mismo por la estupidez de remar contra corriente. De los hombres que se habían opuesto a la marcha de la fortuna, ninguno había escapado con vida desde tiempo inmemorial, como él sabía muy bien. En la base de su pensamiento estaba la regla cardinal de que el observador debe distinguir entre la pequeñez del hombre y la vastedad del tiempo, y en no ofrecer resistencia al hombre que se ha adueñado de la época. Así pues, a cada paso dejaba que Hideyoshi llevara la iniciativa.

En cualquier caso, el hombre que recibía al Año Nuevo en la cúspide de su prosperidad era Hideyoshi, que ahora contaba cuarenta y nueve años. A los cincuenta, al cabo de un año, estaría en el apogeo de su madurez.

El número de los invitados para celebrar el Año Nuevo era muchas veces superior al del año anterior y, vestidos con sus mejores galas, llenaron el castillo de Osaka, trayendo consigo la sensación de la primavera que estaba cercana.

Ieyasu, naturalmente, no acudió, como tampoco un pequeño número de señores provinciales, por consideración a él. Además, incluso ahora ciertas fuerzas censuraban a Hideyoshi y se apresuraban a hacer preparativos militares y reunir datos secretos. Esos hombres también se abstuvieron de atar sus caballos ante el portal del castillo de Osaka.

Hideyoshi observaba todo eso mientras seguía saludando a un invitado tras otro.

En el segundo mes del año, Nobuo acudió a visitarle desde Ise. Si se hubiera presentado en Año Nuevo con todos los demás señores provinciales, habría sido como si hiciera una visita de Año Nuevo a Hideyoshi, lo cual habría estado por debajo de su dignidad. O así era como él razonaba.

Nada era más fácil que satisfacer la presunción de Nobuo. Empleando la misma cortesía que cuando se arrodilló ante él en Yadagawara, Hideyoshi hizo gala de una perfecta sinceridad en su cordial bienvenida. Nobuo pensó que las palabras de Hideyoshi en Yadagawara no habían sido mentira. Cuando salieron a colación los rumores sobre Ieyasu. Nobuo criticó el carácter calculador de aquel hombre creyendo que eso agradaría a Hideyoshi, pero éste se limitó a asentir en silencio.

El segundo día del tercer mes, Nobuo regresó muy contento a Ise. Durante su estancia en Osaka había tenido noticia de que le habían investido con un título cortesano, gracias a los buenos oficios de Hideyoshi. Nobuo permaneció en Kyoto unos cinco días y recibió las felicitaciones de muchos visitantes. Le parecía que el sol no podría levantarse si no fuera por Hideyoshi.

El trasiego de señores provinciales que iban y venían de Osaka durante el Año Nuevo, y las actividades de Nobuo en particular, fueron comunicados con detalle a Hamamatsu. Sin embargo, Ieyasu no podía hacer más que observar desde el margen cómo Hideyoshi había apaciguado a Nobuo.

Epílogo

Entre la primavera y el otoño de aquel año, Hideyoshi envió barcos al sur y caballos al norte en sus campañas para dominar el país. El noveno mes regresó al castillo de Osaka y empezó a supervisar la administración interna y los asuntos exteriores del imperio.

De vez en cuando volvía la vista hacia las montañas que había escalado para llegar hasta allí, y en tales momentos no podía dejar de felicitarse por la primera mitad de su vida. El próximo año cumpliría cincuenta, la época en que un hombre reflexiona sobre su pasado y se ve obligado a pensar en su próximo paso.

Luego, como era humano y estaba sujeto a las pasiones carnales más que la mayoría de los hombres, era natural que por la noche reflexionara en esas pasiones que habían gobernado su vida en el pasado y seguían haciéndolo en el presente, y se preguntara adonde le conducirían en el futuro.

«Es el otoño de mi vida. No me quedan muchos meses de mi año cuarenta y nueve.»

Al comparar su vida con la ascensión de las montañas, tenía la sensación de estar mirando abajo, hacia las estribaciones, tras haber llegado casi a la cima.

Se cree que la cima es el objeto de la escalada. Pero su verdadero objeto, la alegría de vivir, no está en la misma cumbre, sino en las adversidades sufridas durante la escalada. Hay valles, riscos, arroyos, precipicios y resbaladeros, y al caminar por los senderos empinados, el escalador puede pensar en no ir más allá, o incluso en que morir sería mejor que seguir adelante. Pero reanuda su lucha con las dificultades que tiene ante sí, y cuando por fin es capaz de mirar atrás y ver lo que ha superado, descubre que ha experimentado realmente la alegría de vivir en todos los caminos de la vida.

¡Qué aburrida sería una vida carente de la confusión de numerosas digresiones o de luchas difíciles! ¡Qué pronto un hombre se cansaría de vivir si sólo caminara apaciblemente por un sendero llano! Al final, la vida de un hombre es una serie continua de penalidades y luchas, y el placer de vivir no reside en los breves espacios del descanso. Así Hideyoshi, que nació en la adversidad, llegó a la madurez cuando actuaba en medio de ella.

***

El décimo mes del año catorce de la era Tensho, Hideyoshi e Ieyasu se reunieron en el castillo de Osaka para celebrar una histórica conferencia de paz. Aunque no había sido derrotado en el campo de batalla, Ieyasu cedió de todos modos la victoria política a Hideyoshi. Dos años antes, Ieyasu había enviado a su hijo como rehén a Osaka, y entonces tomó por novia a la hermana de Hideyoshi. El paciente Ieyasu esperaría su oportunidad..., tal vez el pájaro aún cantaría para él.

Tras un gran banquete para celebrar la paz establecida con el más fuerte de sus rivales, Hideyoshi se retiró a los aposentos interiores del castillo, donde con sus servidores de más confianza celebró su victoria con numerosas tazas de sake. Horas después, Hideyoshi se levantó tambaleante y dio las buenas noches a sus acompañantes. Avanzó lentamente y dando traspiés por el corredor, un hombre bajo y de cara simiesca, rodeado por sus damas de compañía, casi oculto por las sedas pintorescas y susurrantes de sus kimonos de múltiples capas. La risa de las mujeres se oía a lo largo de los dorados pasillos mientras conducían al lecho a la diminuta figura del dirigente supremo de Japón.

***

En la docena de años de vida que le quedaban, Hideyoshi consolidó su dominio de la nación, acabando para siempre con el poder de los clanes de samurais. Su mecenazgo de las artes creó una opulencia y una belleza que pasarían a la posteridad como el Renacimiento japonés. El emperador le concedió un título tras otro, primero el de kampaku, luego el de taiko. Pero los sueños de Hideyoshi no terminaban en la orilla del mar. Sus ambiciones iban más allá, a las tierras en las que soñaba en su infancia, el reino de los emperadores Ming. Sin embargo, los ejércitos del taiko no lograrían conquistar esas tierras. El hombre que jamás dudó de que podría utilizar cada revés para sus propios fines, que podría persuadir a sus enemigos para que fuesen sus amigos, que incluso era capaz de lograr que el pájaro silencioso deseara cantar una canción elegida por él mismo... al final tuvo que ceder a una fuerza mayor y a un hombre más paciente, pero dejó un legado cuya brillantez se mantiene todavía como el recuerdo de una edad dorada.

Notas

[1]
Kammu Termo, nombre postumo de Yamabeshinno (736-805 d. de C), hombre de carácter independiente que, probablemente para sustraerse a la influencia de los monjes budistas, abandonó Nara y trasladó la capital imperial a Yamashiro. (N. del T.)
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[P1]
Publicada en cinco volúmenes en esta misma editorial.
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[P2]
En la novela que presentamos, resulta significativo cómo se recrean con todo lujo de detalles determinados rasgos del personaje (por ejemplo, la devoción por su madre) y, comparativamente, se obvian otros que podrían resultar reprobables (el abuso de la bebida o la promiscuidad).
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[P3]
Se puede entender fácilmente cómo se traduce el carácter marcial de la obra al ámbito moderno recordando la máxima del hombre de negocios japonés, según la cual los negocios deben ser planteados en los mismos términos que la guerra.
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EIJI YOSHIKAWA, (吉川 英治
Yoshikawa Eiji
, 11 de agosto de 1892—7 de septiembre de 1962) fue un novelista histórico japonés, probablemente uno de los mejores y más famosos autores del género. De entre sus más conocidas novelas, muchas son revisiones de obras anteriores. Fue influenciado principalmente por clásicos como
Heike Monogatari
,
Genji Monogatari
,
Outlaws of the Marsh
y
El Romance de los Tres Reinos
, muchos de los cuales fueron posteriormente narrados por él. Por ejemplo, Yoshikawa tomó el manuscrito del Taiko, de aproximadamente 15 volúmenes, para luego narrarlo en un lenguaje más sencillo y comprensible. Sus otros libros también tienen propósitos similares y, aunque muchas de sus novelas no son originales, creó una gran cantidad de obras y un renovado interés en la historia pasada. Fue premiado con el Cultural Order of Merit en 1960 (el mayor premio para un hombre de letras), el Order of the Sacred Treasure y el Mainichi Art Award justo antes de fallecer de cáncer en 1962. Es reconocido como uno de los mejores novelistas históricos de Japón e incluso del mundo en su totalidad.

BOOK: Taiko
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