—¿No me conoces, John? —preguntó la mujer.
Su hijo la cogió por los hombros y la acompañó fuera, llorando.
—No reconoce a ninguno de nosotros —dijo—. Espera hasta después de la operación, madre, para volver a verlo. No puedes hacer nada por él y verlo de este modo es demasiado penoso para ti.
El gran cirujano efectuó su reconocimiento. Tarzán tenía una fractura reciente en el cráneo que le presionaba el cerebro. Una operación aliviaría esta presión y tal vez devolviera la mente y la memoria al paciente. Valía la pena intentarlo.
Enfermeras y dos médicos de Nairobi, contratados el mismo día que habían llegado allí, siguieron a lady Greystoke y al médico de Londres y llegaron al otro día. La operación se efectuó a la mañana siguiente.
Lady Greystoke, Korak y Meriem esperaban, en una sala contigua, el veredicto del cirujano, para saber si la operación había sido un éxito o un fracaso. Permanecieron sentados en silencio mirando fijamente la puerta que daba al improvisado quirófano. Por fin ésta se abrió, después de lo que parecieron siglos, pero que en realidad quizá sólo había sido una hora. El cirujano entró en la habitación. Los ojos de los que aguardaban, suplicantes, le formulaban la pregunta que sus labios no se atrevían a expresar.
—Aún no puedo decir nada —dijo—, aparte de que la operación, como operación, ha ido bien. El resultado sólo el tiempo lo dirá. He dado órdenes de que nadie entre en su habitación, aparte de las enfermeras, durante diez días. Tienen instrucciones de no hablarle ni de dejarle hablar durante ese mismo período de tiempo; pero no querrá hablar, pues lo mantendré en estado semiinconsciente, con medicación, hasta que hayan transcurrido los diez días. Hasta entonces, lady Greystoke, sólo podemos esperar lo mejor; pero le aseguro que su esposo tiene muchas probabilidades de recuperarse por completo. Creo que puede contar con ello.
* * *
El hechicero puso la mano izquierda sobre el hombro del diablo del río; con la derecha sostenía un hierro al rojo vivo.
—Primero el ojo derecho —ordenó Obebe de nuevo.
De pronto los músculos de la espalda y hombros del prisionero se pusieron en acción bajo su morena piel. Por un instante dio la impresión de que ejercía una fuerza física terrible; después se oyó un chasquido en su espalda cuando las ataduras de sus muñecas se rompieron, y un instante después unos dedos de acero se clavaron en la muñeca derecha del hechicero. Unos ojos llenos de furia lo miraron fijamente. El hombre soltó el hierro candente, paralizados sus dedos por la presión ejercida en su muñeca, y lanzó un grito, pues veía la muerte en el encolerizado rostro del dios.
Obebe se puso en pie de un salto. Los guerreros avanzaron, pero no se acercaron tanto como para estar al alcance del diablo del río. Nunca habían estado seguros de la conveniencia de tentar a la providencia de la manera en que habían estado a punto de hacerlo Khamis y Obebe. ¡Éste era el resultado! La ira del diablo del río caería sobre todos ellos. Algunos retrocedieron, y ésta fue la señal para que los demás retrocedieran. En la mente de todos estaba el mismo pensamiento: «Si no participo, este diablo del río no se encolerizará conmigo». Entonces se volvieron y huyeron corriendo hacia sus chozas, tropezando con mujeres e hijos, que trataban de distanciarse de sus dueños y señores.
Obebe también se volvió para huir, y el diablo del río alzó en vilo a Khamis, lo sostuvo cogido por las dos manos muy por encima de su cabeza y echó a correr tras Obebe, el jefe. Este último se metió en su choza. Apenas había llegado al centro cuando se oyó un terrible estrépito en el ligero techo de paja, que cedió bajo un fuerte peso. Un cuerpo que descendió sobre el jefe lo llenó de terror. ¡El diablo del río había saltado al interior de su choza para destrozarlo! El instinto de autoconservación superó momentáneamente al miedo a lo sobrenatural, pues ahora estaba convencido de que Khamis tenía razón y la criatura que habían tenido prisionera durante tanto tiempo era en verdad el diablo del río. Obebe sacó el cuchillo y lo hundió de forma repetida en el cuerpo de la criatura que había caído sobre él, y cuando supo que su vida se había extinguido se levantó, arrastró el cuerpo y salió de su choza a la luz de la luna y las hogueras.
—¡Venid, pueblo mío! —gritó—. No tenéis nada que temer, pues yo, Obebe, vuestro jefe, he matado al diablo del río con mis propias manos.
Entonces miró la cosa que llevaba a rastras y ahogó un grito, y de pronto se sentó en el polvo de la calle de la aldea, pues el cuerpo que tenía a sus pies era el de Khamis, el hechicero.
La gente se acercó y cuando vio lo que había ocurrido no dijo nada; se limitó a contemplar la escena con horror. Obebe registró su choza y el terreno que la rodeaba. Se hizo acompañar por varios guerreros y con ellos fue a registrar la aldea. El extraño había partido. Se dirigió a las puertas de la aldea. Estaban cerradas; pero en el polvo se veían las huellas de unos pies desnudos; los pies desnudos de un hombre blanco. Entonces volvió a su cabaña, donde le aguardaba su asustado pueblo.
—Obebe tenía razón —dijo—. La criatura no era el diablo del río, sino Tarzán de los Monos, pues sólo él podría lanzar a Khamis tan alto por encima de su cabeza como para que atravesara el techo de una choza, y sólo él podría franquear las puertas de nuestra aldea sin ayuda alguna.
* * *
Llegó el décimo día. El gran cirujano aún estaba en el bungaló de Greystoke aguardando el resultado de la operación. El paciente salía poco a poco del sopor producido por la última dosis del fármaco que le había administrado durante la noche, pero recuperaba el conocimiento más lentamente de lo que el médico esperaba. Las largas horas transcurrían despacio; después, de la mañana llegó la tarde y después el atardecer, y aún no se tenían noticias de la habitación del enfermo.
Se hizo de noche. Se encendieron lámparas. La familia se hallaba congregada en la gran sala de estar. De pronto se abrió la puerta y apareció una enfermera. Detrás de ella se encontraba el paciente. En su rostro había una expresión de desconcierto, pero la enfermera se deshacía en sonrisas. Detrás iba el médico, ayudando al hombre, que estaba débil debido a la larga inactividad.
—Creo que lord Greystoke ahora se recuperará rápidamente —dijo—. Tendrá usted que contarle muchas cosas. Cuando ha vuelto en sí no sabía quién era; pero suele ocurrir en estos casos.
El paciente dio unos pasos en la habitación y miró alrededor con expresión de asombro.
—Ésta es su esposa, Greystoke —dijo con amabilidad el médico.
Lady Greystoke se levantó y cruzó la habitación hacia su esposo, con los brazos abiertos. Una sonrisa cruzó el rostro del inválido cuando se acercó a ella para abrazarla; pero de pronto alguien se interpuso entre ellos. Era Flora Hawkes.
—¡Dios mío, lady Greystoke! —exclamó—. No es su esposo. ¡Es Miranda, Esteban Miranda! No lo había visto desde que regresamos, ya que no he estado en ningún momento en la habitación del enfermo, pero he sospechado algo en cuanto ha entrado aquí, y cuando ha sonreído, lo he sabido con seguridad.
—¡Flora! —exclamó lady Greystoke—. ¿Estás segura? ¡No, no, tienes que estar equivocada! Dios no me ha devuelto a mi esposo sólo para volver a quitármelo. ¡John!, dime, ¿eres tú? Tú no me mentirías, ¿verdad?
Por unos instantes el hombre se quedó en silencio. Se balanceó hacia delante y hacia atrás, como debilitado. El médico se acercó y lo sostuvo.
—He estado muy enfermo —lijo—. Posiblemente he cambiado; pero soy lord Greystoke. No recuerdo a esta mujer —y señaló a Flora Hawkes.
—¡Miente! —exclamó la muchacha.
—Sí, miente —dijo una voz tranquila detrás de ellos, y todos se dieron la vuelta y vieron la figura de un gigante en el umbral de la puerta de cristal que daba al porche.
—¡John! —gritó lady Greystoke, y se precipitó hacia él—. ¿Cómo he podido equivocarme? Yo… —pero el resto de la frase se perdió cuando Tarzán de los Monos estrechó a su compañera entre sus brazos y le cubrió los labios de besos.
EDGAR RICE BURROUGHS (Chicago, 1 de septiembre de 1875 - Encino, California, 19 de marzo de 1950)
Cuando Edgar Rice Burroughs murió en 1950 dejó tras de sí una colección de algunas de las aventuras de ficción más notables de todos los tiempos. Su obra incluye novelas históricas junto a algunas de las experiencias más imaginativas jamás concebidas por la mente del hombre; desde la prehistoria hasta el futuro lejano; del núcleo de la Tierra a las estrellas más distantes en el universo.
El primero de los libros de Burroughs,
Tarzán de los Monos
, sorprendió como uno de los más vendidos del año. Desde entonces publicó un enorme cúmulo de historias de aventuras que su público esperaba con impaciencia. En el momento de su muerte en 1950, se habían publicado un total de cincuenta y nueve libros, la última,
Llana de Gathol
, en marzo de 1948. La lista podría haber sido más amplia si no hubiera sido por la escasez de papel durante la Segunda Guerra Mundial. Al morir tenía quince relatos inéditos sin finalizar.
La biografía de Edgar Rice Burroughs es la típica historia americana de éxito desde la pobreza a la riqueza. Hijo de una familia adinerada venida a menos, dejó la universidad y finalmente estuvo cinco años en la Academia Militar de Michigan donde se quedó como asistente instructor. Este iba a ser el primero de una larga lista de puestos de trabajo en el oeste (incluidos soldado en el 7.º de Caballería, arriero de ganado en Idaho, agente de policía del ferrocarril, etc.) que probó sin éxito hasta que finalmente descubrió su talento para la escritura.
Su suerte empezó a cambiar en 1911. Estaba trabajando revisando los anuncios que aparecían en las revistas
pulp
(muy populares en su época, dedicadas a la publicación de relatos por entregas) y pensó que por qué no probar y enviar sus propias historias. Su primer cuento se tituló
Dejah Thoris, Princesa de Marte
, lo publicó la revista
All-Story
y recibió $ 400 por ella. Como no quería que sus amigos supieran de su autoría, se publicó con el pseudónimo Norman Bean. Apareció en febrero con el titulo
Bajo las lunas de Marte
. El éxito que obtuvo le hizo ver que él era lo suficientemente bueno para usar su propio nombre y abandonó el pseudónimo.
Para su siguiente relato pasó mucho tiempo investigando sobre la historia de Inglaterra, a la que se acercó con una historia sobre la época de la Guerra de las Rosas, (
The Outlaw of Torne
), que fue rechazada de inmediato por su editor. Burroughs volvió a las historias de acción y se dedicó a una historia sobre la lucha entre la herencia y el medio ambiente a la que llamó
Tarzán de los Monos
. La historia inició su publicación en el número de octubre del
pulp All-Story
. Edgar recibió $700 por ella y entonces supo que estaba en el camino correcto. Renunció a su puesto de trabajo y dedicó todo su tiempo en la escritura. Comenzó a hacer tanto dinero que podía darse el lujo de llevar a su esposa y sus tres hijos a pasar el invierno en California.
Tarzán se convertiría en un gran éxito en los Estados Unidos y en todo el mundo, pero en esa época no resultó fácil de aceptar. El cuento era popular entre el público de las revistas
pulp
, pero ninguna de editorial estaba dispuesta a publicar el libro completo, ya que no lo encontraban de buen gusto y pensaban que a su público no le gustaría. Después de tratar de vender la idea a barios editores sin éxito, su éxito como folletín creó una demanda para su edición en forma de libro. En 1914 apostó por su publicación la editorial AC McClurg & Company, que la había rechazado previamente, y resultó ser uno de los libros más exitosos del año. A partir de ese momento fue seguido por varios libros más en rápida sucesión:
El regreso de Tarzán
en 1915,
Las fieras de Tarzán
en 1916;
Una princesa de Marte
, (la primera historia que había escrito) en 1917,
El hijo de Tarzán
en 1918., etc. Edgar Rice Borroughs se convirtió en el escritor más rico de su época. En el año 1931, decide crear su propia editorial e incrementar así sus ganancias, comenzando con
Tarzán el Invencible
.
Em 1941, Burroughs estaba de vacaciones en Hawai y fue testigo del bombardeo japonés de Pearl Harbor el 7 de diciembre. Durante los siguientes cuatro años realizaría una gira por las zonas de guerra del Pacífico con las Fuerzas Armadas como corresponsal de prensa para la Associated Press. En el último año de la guerra sufrió un par de ataques al corazón y tuvo que abandonar el frente, lo que le dejó el suficiente tiempo libre para volver a escribir durante este período volvió a su personaje favorito y escribió
Tarzán y la Legión extranjera
.
Después de la guerra, regresó a su país. Cuando murió, como consecuencia de sus problemas con el corazón, el 19 de marzo de 1950, todos los fans sabían que el maestro les había dejado dejado su huella en el recuerdo, pero también sabían que sus héroes, Tarzán, John Carter, Napier Carson, David Innes y muchos otros seguirían entreteniendo a las generaciones futuras de lectores.