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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Tengo ganas de ti (34 page)

BOOK: Tengo ganas de ti
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Estiro los brazos y levanto los hombros.

—Totalmente mía. —Sonrío—. Se me ha ocurrido de repente…

Hago crujir los dedos. Gin aún me tiene cogido por las solapas y me mira con aire dubitativo.

—¿Y no se lo has hecho ya a alguna otra?

—No, es sólo para ti. Si es por eso, ni siquiera en los sitios que he elegido he estado nunca con ninguna otra.

Me suelta de golpe, empujándome hacia atrás.

—¡Anda ya! ¡Ésa sí que es una mentira gorda! ¡Pum! —Hace explotar un falso globo hinchando los carrillos—. Pum. ¡Gilipollez! Ah, ah, Step ha dicho una gilipollez…

Y casi me suelta un discurso. La cojo al vuelo por las solapas y le doy la vuelta sobre sí misma antes de que se aleje demasiado. Da una media vuelta y acaba junto a mi cara. Su boca.

—De acuerdo, he dicho una gilipollez. Pero siempre he venido en grupo. Nunca solo como estoy ahora contigo…

—De acuerdo, mejor así. Así te puedo creer.

—Tienes que creerme.

Bajo la voz y me sorprendo hasta yo al oírla así ahogada, casi susurrada, en sus oídos, en su cuello, entre su pelo. La miro a los ojos y le sonrío sincero. Lo aprecia y me cree. Pero quiero rematarlo:

—Lo juro…

Y esta vez me desafía. Ella también sonríe y se relaja. Beso. Beso suave, beso lento, beso no impetuoso. Beso al Traminer, beso liviano, beso de lenguas en lucha, beso surf, beso en la ola, beso con mordisco, beso «querría seguir pero no podemos». Beso «no puedo más». Beso «hay gente»…

Cuarenta y dos

No me lo puedo creer. Yo, Gin, aquí, en via del Governo Vecchio, besándome en medio de la calle. Gente que pasa, gente que me mira, gente que se para, gente que me observa… Y yo en medio de la calle. Sin pensar, sin mirar, sin preocuparme. Ojos cerrados. Gente alrededor. Eso, pienso que podría haber un tipo mirándonos a cinco centímetros de nuestro beso. Abro un poco el ojo derecho. Nada, todo tranquilo. Vuelvo a cerrarlo. Quién sabe si al otro lado… Pero ¡a mí qué me importa! Step y yo. De eso estoy segura. Lo abrazo más fuerte y seguimos besándonos así, sin problemas, sin pensar. Después nos echamos a reír, quién sabe por qué. Tal vez porque ha movido un poco la mano y me ha tocado la cadera, resbalando hacia quién sabe dónde. Pero soy honesta. Yo ni siquiera lo había pensado. Sólo me han dado ganas de reírme y punto. Y lo mismo a él. ¡Y lo hemos hecho! Hemos estallado en una carcajada. Me he tocado con la mejilla derecha el hombro, sonriendo, apoyándome de lado, dejando pasar un escalofrío… O quizá un deseo.

—Vamos,
I Primi della Classe
nos espera.

—¿Y quién es, uno amigo tuyo empollón?

—¡Pero qué dices! Es un sitio donde sólo se come pasta.

—Ah, bueno, ¿y tú qué sabes? A lo mejor el cocinero es licenciado en Filosofía.

Intento resolver así esa broma mía. Con Step lo consigo. Quién sabe, quizá incluso esos dos hermanos, a pesar de todos sus éxitos, al oírla se habrían reído.

El propietario se presenta como un tal Alberto. Saluda, es amable, nos acomoda y nos recomienda un «tríptico»:
trofie
al pesto,
tortelloni
de calabacín y arroz con champán y gambas.

Nos miramos y asentimos con la cabeza, de acuerdo, está bien, sí. En resumen: «Oye, Alberto, ¿por qué no te marchas ya?»

—¿Y para beber?

Step pregunta si tienen un vino blanco, al menos eso creo. Pero no lo he entendido bien…
Farfallina
o algo parecido.

—Estupendo.

En cambio, Alberto, que sí lo ha entendido, se aleja.

Miro el local a mi alrededor. Arcos hechos de ladrillos antiguos, piedras que sobresalen de las paredes, blanco, marrón, rojo, y focos dirigidos al techo. Miro al suelo. Baldosas de barro cocido, perfectas y nuevas. Algo más allá, la cocina. Falsa antigüedad, hierro, trozos más oscuros, hierro colado o algo parecido, y dos puertas batientes tipo
saloon
mientras sale un chico con un plato caliente, humeante, y nadie le dispara. Es más, en una mesa hacen aspavientos, contentos de verlo. Quién sabe cuánto rato hace que estaban esperando.

—Aquí está vuestra Falanghina.

Alberto deja una botella de vino blanco sobre la mesa y la descorcha con facilidad.

Falanghina… No
farfallina
. Estoy fatal. Step la coge y sirve un poco en mi copa. Después espero que haga lo mismo con la suya y las levantamos para beber.

—Espera, brindemos.

Lo miro preocupada.

—A ver —sonrío—, ¿por qué brindamos?

—Por lo que tú quieras. Cada uno decide y luego brindamos juntos.

Me concentro un instante. Él me mira a los ojos. Después acerca su copa a la mía y la choca.

—Quizá sea el mismo deseo.

—Quizá un día nos lo contemos.

—Ya veremos. —Miro a Step intentando entender. Él me sonríe—. Se verá, se verá…

Y me lo bebo de un trago con la certeza de que antes o después ese deseo, al menos el mío, sí que se verá. Haremos el amor… ¡Auxilio!

Pero ¿qué digo? Dios mío. Me distraigo. Miro a mi alrededor. Qué distintas parecen las parejas que comen en otras mesas. Quién sabe por qué, pero siempre creemos ser los mejores. Al menos, en mi caso. Sí, Gin la presuntuosa. Aunque no podría estar nunca en la mesa con alguien sin dirigirle la palabra. Comer en silencio. ¿Qué sentido tiene eso? Como hacen esos dos… De vez en cuando, entre bocado y bocado, miran hacia afuera, hacia afuera de su vida, de sus pensamientos. En busca de otra cosa. Aburridos de lo que tienen al lado. ¡De esa misma vida que precisamente ellos han elegido! Miran de reojo a las otras mesas, a las otras personas, y siguen masticando en busca de curiosidad. ¿Te das cuenta?

—¡Ah!

—Pero ¿qué haces? ¿Por qué gritas? —Step me mira preocupado, pero yo me río—. ¿Estás loca?

—¡No, soy feliz! —Y grito otra vez mientras la tipa aburrida de la mesa de al lado ha dejado por un momento de masticar y me mira sorprendida, con curiosidad. Y yo, bueno, yo la saludo. Tomo un bocado de los platos recién llegados y me lo meto en la boca—. Hum, qué rico…

Giro el índice en la mejilla siempre mirando a la vecina aburrida, que sacude la cabeza si entender nada. Y pensar que el hombre, el que está delante de ella, ni siquiera se ha dado cuenta de nada. Step se ríe y me mira. Y sacude la cabeza. Y yo le sonrío.

—Oye, ¿no te saldrá muy cara la noche?

—A la cena invita mi hermano. En realidad es un poco tacaño, pero no tiene problemas de dinero.

—Caray, ¿y por qué lo hace?

—Pues a lo mejor para ayudarme a mí, al hermano menor, que tiene problemas con las chicas.

—¡Deja de decir chorradas! Sí, seguro que es por eso.

Y otra vez nos marchamos corriendo, de prisa, riendo. Después subimos al coche. No sé cómo encuentro otros dos euros en el bolsillo. Se los doy al marroquí, que quizá esperaba algo más. Pero luego lo piensa, se considera de todos modos satisfecho y ahora, ya como romano de adopción, me ayuda a hacer la maniobra.

—Venga, venga, doctor, todo en su sitio, se lo he guardado como si fuera una florecita.

No encuentra más respuesta que mi gesto de asentir con la cabeza. Sí, sí, de acuerdo, está bien así.

Música. 107.10. Tmc. Las palabras del
disc-jockey
dejan espacio a las notas de U2. Y Gin, obviamente, conoce la canción.

—«
And I miss you when you're not around, I'm getting ready to leave the ground
…»

—¡Te las sabes todas!

—No, sólo las que hablan de nosotros dos.

Avanzamos junto al Tíber. Después cruzamos el puente. Derecha, izquierda, piazza Cavour, via Crescenzo. Papillon. Mario, el propietario, nos saluda.

—Salud, ¿sois dos?

—Sí, pero dos especialistas, ¿eh?

Sonrío a Gin estrechándola contra mí. El tipo nos mira. Aprieta un poco los ojos. Estará pensando: «¿Lo conozco? ¿Quién es? ¿Es alguien importante?»

Pero no encuentra respuesta, entre otras cosas porque no la hay.

—Por favor, venid, os pondré aquí y así estaréis más cómodos.

—Gracias.

En la indecisión ha optado por que somos dos personas que hay que tratar bien. En definitiva, pasando de todo. Cruzamos una sala con una mesa grande llena de gente, en su mayor parte chicas, monas incluso. Rubias, morenas, pelirrojas, sonríen, se ríen, todas ellas maquilladas hablan en voz alta, pero comen educadas, picotean trozos de pizza recién hecha de un plato central. Algo más allá, los tenedores famélicos se abalanzan sobre algunas lonchas de jamón recién cortadas, rojas y finas, hijas de quién sabe qué cerdo.

—Cerdo…

—Ay, ¿qué pasa?

Gin acaba de pegarme un golpe certero en el costado.

—Me has pillado desprevenido.

—He visto cómo mirabas a ésa.

—Pero ¿qué dices? Estaba pensando en el jamón.

—Sí, encima. ¿Crees que soy idiota?

Mario finge que no oye nada. Nos acomoda en una mesa esquinera y nos deja en seguida.

—Sí, en el jamón… Ya sé yo en qué pensabas. Ésas deben de ser las bailarinas del Bagaglino. Celebran el estreno o algo parecido. Ese de allí con poco pelo es el director, y esas dos que están a su lado son las primeras bailarinas.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Da la casualidad de que de vez en cuando hago pruebas… El infiltrado en el mundo del espectáculo eres tú.

Una chica del grupo se levanta de la mesa, se dirige hacia el baño, pasa frente a nosotros, sonríe y después se vuelve perdiéndose en el fondo de la sala pero dejando un panorama perfecto, dos piernas musculosas y un trasero redondo aprisionado con algunas dificultades en una falda demasiado estrecha.

—¡Pero, mira cómo babeas! ¡Y tú que pensabas en el jamón, lástima!

—¿Lástima, qué?

—Te has jugado la noche.

—¿Cómo?

—Si tenías una mínima posibilidad conmigo, y mira que había
feeling
, la has perdido.

—¿Y por qué?

—Porque sí. Es más, te voy a dar un consejo: métete en el baño, sigue a ésa y, como mucho, conseguirás un revolcón o dos entradas para el Bagaglino.

—Y después vamos juntos.

—Ni muerta.

—¿No te gusta el Bagaglino?

—No me gustas tú.

—Muy bien.

—¿Qué quiere decir «muy bien»?

—Que tengo una posibilidad…

—¿Es decir?

—Que eres celosa y un poco tocapelotas, pero en definitiva…

—¿En definitiva?

—¡Te gusto!

Gin está a punto de marcharse cuando la detengo con la mano.

—Espera, pidamos al menos.

Mario ha aparecido detrás de ella.

—Bien, ¿qué hago que preparen?

—Hemos venido a probar esos riquísimos filetes, grandes y crudos. Hemos oído hablar de ellos.

—Perfecto.

Mario sonríe contento de ser famoso al menos por los filetes.

—Y tráiganos un buen cabernet.

—¿Va bien un Piccioni?

—A su gusto.

—Estupendo.

Y se siente aún más satisfecho por el hecho de que se pueda contar con él también para la elección del vino.

—Gin, vamos, no nos peleemos, ¿quieres cambiar de sitio? ¿Quieres sentarte aquí?

—¿Por qué?

—Así miras tú a las chicas, a las bailarinas.

—No, no. —Sonríe—. Me divierte que las mires tú; es más: me gusta.

—¿Te gusta?

—Claro, no hay pareja más abierta que ésta. Primero, porque no somos pareja, y segundo, porque después de ese panorama de tetas y culos estarás más sereno al oír un «no» de una simple mortal…

—Tercer dan en todo y para todo, ¿eh?

La chica que había ido al baño pasa otra vez por delante de nosotros para volver a su mesa.

Me vuelvo por instinto sin querer. Gin no esperaba otra cosa y la llama.

—Perdona.

—¿Sí?

—¿Puedes venir un instante?

La chica, sorprendida, asiente.

—Vamos, Gin, déjala. Pasemos al menos por una vez una noche tranquila.

—Pero ¿por qué te preocupas? Yo simplemente estoy trabajando para ti.

La chica se acerca a nuestra mesa amable y curiosa.

—Gracias… ¿Ves a este chico?, Stefano, Step, el mito para algunos…, quería tu número de teléfono pero no se atreve a pedírtelo.

La chica se queda sorprendida, con la boca abierta.

—La verdad…

Gin sonríe.

—No, no tienes que preocuparte por mí. Yo soy su prima.

—Ah.

Ahora parece más relajada. La tipa me mira, valora si es cuestión de dármelo o no y yo, quizá por primera vez en mi vida, me sonrojo.

—Pensaba que estabais discutiendo o que quizá era una broma…

—No, de ninguna manera.

Gin permanece firme en su afirmación.

—De acuerdo, has pensado demasiado. No importa. Qué mona, esa falda, ¿es de Ann Demeulemeester?

—¿De quién?

—No, ya me lo parecía. Talla cuarenta, cintura con trabillas, botones escondidos, un bolsillo…

—No, es de Uragan.

—¿Uragan?

—Sí, es una marca nueva de un amigo mío.

—Ah, entiendo, y tú eres una especie de imagen de la marca.

La chica sonríe alisándose la falda e intentando arreglarse un poco.

—Sí, digamos que sí.

Esfuerzo inútil. La falda permanece fija, simplemente pegada a sus caderas, no mostrando, por un pelo, las bragas.

—Bueno…

Intento tomar las riendas de la situación.

—Perdónanos, pero creo que te llaman desde la mesa.

La chica se vuelve. Efectivamente, se están marchando.

—Ah, sí, disculpad.

—Sí, adiós.

La tipa se aleja.

Nos quedamos así mirándola en sus majestuosos andares, y no se sabe por qué, se contonea más que antes.

—Felicidades.

—¿Por qué?

—Bueno, es la primera vez que una mujer consigue hacerme pasar vergüenza, y encima con otra.

—Bueno, me he esforzado. Pero si no ha querido darte su teléfono, imagínate el resto.

—Bueno, en todo caso podré jugar con este sentimiento de culpa…

—¿Por qué?

—No se cae todos los días un mito como el mío… Step no consigue el número de teléfono de una que viste Uragan. Eso no pasa todos los días.

—Por si te consuela, tenía las tetas operadas.

—No me he fijado. Estaba más fascinado por su culo natural. —Sonrío malicioso—. Sobre eso no tienes nada que decir, ¿verdad?

—Realmente tengo algunas dudas también sobre él. Siento que no vayas a tener nunca oportunidad de comprobarlo.

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