—¡Ahí están! Oh, no sé qué pasa pero siempre acaban al fondo.
Saca del bolsito unas llaves con una oveja negra.
—¡Es un regalo de Ele, la oveja Beee! Bonita, ¿verdad? Pero ten cuidado con la oveja Beee…
—¿Por qué?
—Da patadas a todos los lobos que se le acercan.
—Tranquila, prácticamente ya me la he comido…
—Imbécil… Bueno, gracias por el aperitivo, ha sido, ¿cómo decirlo?…, único. ¿Quieres que te lleve algo de comer cuando acabe con mis tíos?
—La historia interminable…, peor que la película. Oye, todo el mundo puede olvidarse el dinero, ¿no?
—Claro, pero lo raro es que siempre te ocurra todo a ti.
Y con esta bonita frase se aleja y sube al coche.
—Ve a ver al camarero. Te está esperando ¿recuerdas? No está bien eso de engañar a la gente.
Después arranca casi derrapando, conduciendo a su manera. Me dan ganas de gritar: «¡Eh, guapa! Aún me debes veinte euros de gasolina…», pero acabo por arrepentirme incluso de mi pensamiento.
—¡Ahí llega! ¡Gin!
Los saludo desde lejos. Qué extraño grupo todos juntos, qué alturas más descompensadas, qué ropas más distintas. Mi hermano, vaqueros y camiseta Nike; mi madre, un vestido oscuro de flores con un echarpe azul encima; mi padre, impecable con traje y corbata, y mi tío Ardisio, con una chaqueta naranja y una corbata negra con topos blancos. Es increíble dónde consigue encontrar cierta ropa. Los encargados de vestuario de televisión, Fellini incluido, enloquecerían al verlo. Con ese pelo, blanco y caprichoso, que enmarca esa cara divertida subrayada por unas gafitas redondas. Como el signo de exclamación después de la frase: ¡Qué tipo, mi tío!
—Hola.
Nos besamos con afecto, con amor, con ternura, y mamá, como de costumbre, me besa poniéndome la mano en la mejilla como para transmitir aún más amor a ese simple beso suyo, como si quisiera detenerlo por un instante más respecto al resto. Mi tío, en cambio, como de costumbre, exagera y mientras me besa me tira de la barbilla uniendo pulgar e índice, obligándome a sacudir la cabeza a derecha e izquierda.
—Aquí está mi princesita.
Después me suelta dejándome algo dolorida. Por fuerza tengo que pasarme la mano bajo la barbilla para calmarlo y el tío me pilla una mirada de ligero odio. Pero es un instante. Después le devuelvo la sonrisa. Mi tío es así.
—¿Y bien? —Nuestros encuentros siempre empiezan así—. ¿Quién ha elegido este sitio?
Levanto la mano tímidamente.
—Yo, tío…
Y quedo a la espera. Él me mira con una ceja levemente levantada, una expresión algo dubitativa y el labio tembloroso. Pasa algún instante de más y empiezo a preocuparme.
—Muy bien, es bonito, muy bien, hija mía. En serio. Tiempo atrás se comía en medio del arte…
Suspiro, uf… Ha salido bien, y aunque no soy «hija suya», quiero a mi tío. Esperaba que le gustara comer con nosotros en el Caffe dell' Arte que hay cerca de viale Bruno Buozzi.
El tío Ardisio empieza uno de sus relatos.
—Recuerdo cuando volaba sobre el campamento donde estaban mis soldados… —Su voz se vuelve más ronca, casi modulada por la presión de los recuerdos, rota a ratos por la fuerza de la nostalgia—. Y yo les gritaba una y otra vez: «Estudiad, leed.» Pero ellos estaban demasiado preocupados por la muerte. Después daba una vuelta con mi avión bimotor y volvía atrás para dar noticias y aterrizaba allí al lado, sobre la hierba. Pum, pum, llegaba traqueteando con ese avión que era un milagro de la
avación
…
Luke, que naturalmente se hace el puntilloso en los pocos momentos en que no debe serlo, dice:
—Aviación, tío, aviación con «i».
—¿Y yo qué he dicho?
Avación
, ¿no?
Luke sacude la cabeza y sonríe. Menos mal que esta vez renuncia.
A la mesa llega un camarero joven y arreglado con el pelo corto aunque no demasiado, con una mirada ingenua pero inteligente. Osaría decir que casi perfecto, si no fuera porque empuja un carrito con unas copas brillantes, como nuevas, y una botella ya metida en una cubitera llena de hielo. Es un Möet, excelente champán, y claro que lo es, faltaría más, vamos a pagarlo nosotros.
—Disculpe. Pero me temo que no es para nosotros. Nadie ha pedido…
Veo a mamá mirándome preocupada. El joven camarero interviene sonriendo.
—No, señora, esta botella la ofr…
—Gracias por lo de señora, pero no insista.
—Si es tan amable de dejarme acabar, la ofrece ese señor de allí.
El camarero, ahora más serio, señala unas mesas más alejadas, casi al fondo del restaurante. Enmarcado por los árboles que hay tras el ventanal a sus espaldas está él, Step. Se levanta de la mesa y, sonriendo, mueve la cabeza esbozando una inclinación. No me lo puedo creer, me ha seguido hasta aquí. Pues claro, quería ver adónde iba, ha querido descubrir si estaba realmente con mi familia. Éste es el pensamiento de Gin la vengativa, de Gin-Salvaje. ¡Gin no es así! Una parte de mí se rebela. Quizá sólo quería disculparse por lo del aperitivo, aunque en el fondo tú también has quedado fatal. Éste es el pensamiento de Gin la Sabia. Y algo, no sé muy bien por qué, hace que me caiga mejor Gin-Serena.
—Esta nota es para usted, señora.
El camarero me tiende una nota y eso me hace pensar aún más que mi elección es justa. La abro algo azorada, con los ojos de todos encima, papá, mamá, Luke y tío Ardisio. Antes de leer, me sonrojo. Qué palo. ¿Por qué ahora? Leo: «Es maravilloso mirarte desde lejos, pero desde cerca es mejor… ¿Quedamos esta noche? P. D.: No te preocupes, he encontrado un cajero automático y ya le he pagado al camarero nuestro aperitivo.»
Cierro la nota y sonrío, y casi me olvido de que tengo todos los ojos encima. Tío Ardisio, papá, mamá, Luke. Todos quieren saber qué hay escrito, a qué se ha debido esa botella y, naturalmente, el más inquieto, el que resiste menos que ninguno, es el propio tío Ardisio.
—¿Y bien, princesa?… ¿A qué debemos esta botella?
—Bueno. A ese chico lo he ayudado…, no era capaz, no sabía…, en resumen, se está preparando para un examen.
—Ardisio, ¿y a ti qué te importa? —Mamá me salva por los pelos—. ¡Tenemos un buen champán, bebamos y en paz! ¿No?
—Pues eso…
Miro a Step y le sonrío, él me ve de lejos; ha vuelto a sentarse. Pero ahora ¿qué hace? ¿Por qué no se marcha? Ha sido bonito, pero ya basta. Vete, Step. ¿ a qué esperas?
—Disculpe.
El camarero me mira sonriendo; aún no ha abierto la botella.
—¿Sí?
—Me ha dicho el señor que debería responderme.
—¿Qué?
—No lo sé, creo que a la nota.
Todos me miran otra vez, aún más atentos que antes.
—Dígale que sí. —Después los miro a todos.
—Quería saber si lo he inscrito para el examen.
Todos dan un suspiro de alivio. Naturalmente, excepto mamá, que me mira, pero evito su mirada. Acabo mirando al camarero otra vez, que saca otra nota.
—Entonces tengo que darle esto.
—¿Otra?
Todos se remueven en su silla.
—¿Esta vez nos dirás qué hay escrito?
—Pero ¿qué es esto?, ¿una caza del tesoro?
Naturalmente, me sonrojo de nuevo y la abro: «Entonces, a las ocho en tu casa. Te espero, no llegues tarde, no armes líos… P. D.: Trae dinero, nunca se sabe.»
Sonrío para mis adentros.
El camarero finalmente ha descorchado la botella y acaba de prisa de servir el champán en las copas para marcharse.
—Oiga, perdone…
—¿Sí?
Da una pequeña vuelta sobre sí mismo y me mira.
—Si le contestaba que no, ¿tenía otra nota?
El camarero sonríe y sacude la cabeza.
—No, en ese caso me ha dicho que debía llevarme la botella.
Raffaella se ha reunido con Babi en el salón.
—Hola, Babi, ¿qué ocurre?
—Nada, sólo quería enseñarte esto. Pero mamá, ¿qué tienes? Pareces acalorada… —Babi la mira preocupada—. ¿Os habéis peleado?
—No, todo lo contrario…
Raffaella la mira sonriendo. Pero Babi no se da por satisfecha y le enseña un periódico.
—Bueno, lo que te decía, ¿te gusta esto para la mesa? ¿No te parecen bonitos? ¿O prefieres estos otros que son más naturales? Espiga y grano, ¿bonito, no? Mejor éste, ¿verdad?
—¿Me dejas que lo piense esta noche?
—Vas a salir, ¿no?
—Sí, voy a casa de los Flavi.
—¡Mamá, tenemos que decidirnos, te lo estás tomando demasiado a la ligera!
—Mañana lo decidimos todo, Babi, ahora llego tarde.
Raffaella va al baño y empieza a maquillarse con rapidez. Precisamente en ese momento llega también Daniela.
—Mamá, tengo que hablar contigo.
—Llego tarde…
—¡Pero es importante!
—¡Mañana! ¡No hay nada que no pueda arreglarse mañana!
En ese instante pasa Claudio. Él también tiene prisa. Daniela intenta detenerlo de alguna manera.
—Hola, papá, ¿tienes un segundo? ¡Tengo que contarte una cosa, es muy importante!
—Tengo una cena con Farini. Ya se lo he dicho a tu madre. Perdona, pero es un asunto de negocios importantísimo y después tengo también una partida…
Claudio besa apresuradamente a Daniela. Raffaella lo alcanza en la puerta.
—Claudio, espérame, bajamos juntos.
Daniela se queda así, en medio del pasillo, viendo cómo sus padres se marchan. Después se acerca a la habitación de Babi, pero la puerta está cerrada. Daniela llama.
—Adelante, ¿quién es?
—Hola…, perdona, pero tengo que contarte una cosa. ¿Podemos hablar?
—Mira, voy a salir. Mamá se ha marchado y teníamos que decidir un montón de cosas importantes. Perdóname, pero no es el momento. Voy a casa de Smeralda, al menos ella me dirá algo. Si me necesitas, me encuentras en el móvil.
Y sale así también ella de escena. Daniela, que se ha quedado sola, se acerca al teléfono fijo y marca un número.
—Hola, Giuli…, ¿qué tal?… ¿Qué estás haciendo? Ah, bien…, oye, perdóname, pero ¿puedo pasar por tu casa? Tengo que contarte algo, sí, una cosa importante. Te lo prometo, sólo te robaré dos minutos. Sí, perdona, pero es que no sé qué hacer. Te lo juro, sí, hablamos durante los intermedios. De acuerdo, gracias.
Daniela cuelga, cierra de prisa la puerta de su casa y baja la escalera como una exhalación. Abre el portón y sale.
Precisamente en ese momento, desde detrás de un matorral:
—¡Dani! —Es Alfredo.
—Dios mío, qué susto me has dado… Madre mía, tengo el corazón a dos mil. Pero ¿qué pasa?, ¿por qué te escondes ahí?
—Perdóname, he visto salir a Babi hace un momento.
Daniela se da cuenta de que está pálido, delgado y nervioso.
—Pues… quería hablar un poco contigo, que eres su hermana.
Daniela lo mira. Dios mío, éste me soltará un rollo sobre Babi, seguro.
—No, Alfredo, perdóname, pero yo no sé nada… Tienes que hablar con ella.
—De acuerdo, perdona, tienes razón. ¿Y tú cómo estás?
—Bien, gracias…
Daniela lo mira mejor. Alfredo podría ser la persona adecuada con la que hablar. Es médico, es maduro, y quizá me diera un buen consejo.
—Oye, perdona si te he asustado.
—Oh, no te preocupes, ya pasó.
—En cambio, a mí no se me pasa. Sigo pensando en tu hermana y estoy fatal. Incluso tomo ansiolíticos.
—Lo siento.
Se quedan un momento en silencio. Después Daniela decide acabar con esa conversación imposible.
—Bueno, ahora perdóname, pero tengo que marcharme, me está esperando una amiga…
—De acuerdo, perdóname tú a mí.
Daniela se va corriendo a coger la Vespa del garaje. Espera llegar a casa de Giuli antes de que empiece la película. Después piensa en Alfredo. Pobrecillo, mira cómo está. Está claro que la pasión de Babi lo destruye todo. En este momento es un hombre acabado, inestable, paranoico. Y sobre su decisión, Daniela no tiene dudas: Alfredo es la última persona a la que podría haberle contado que está embarazada.
Cómodo y tranquilo, elegante como nunca, al menos eso creo. Me miro en el retrovisor y no me reconozco. El pelo aún húmedo de la ducha reciente, americana azul, camisa blanca y pantalones de lino beige con mocasines marrones oscuros, con costuras marcadas que, aunque no resaltan mucho, sí dan una imagen moderna. Cinturón ancho con hebilla gruesa, del mismo marrón que los zapatos. Ah, lo olvidaba, camisa abrochada hasta el penúltimo botón y el móvil en el bolsillo. Yo con el móvil, aún no me lo puedo creer. Siempre localizable, esté donde esté, nunca libre, ya que naturalmente suena siempre por arte de magia o por mala suerte. Joder, precisamente ahora. Lo abro, ¿a que Gin tiene algún problema? Si es así, no me importa, pasaré a recogerla por su casa; es más, subiré y la raptaré. Sigo frenético con mis pensamientos.
—¿Sí?
—Step, menos mal que contestas…
Es Paolo. Pero claro, ¿cómo no me he acordado?
—¿Qué pasa?
—Step, ha ocurrido algo terrible: me han robado el coche.
—Joder… Creía que les pasaba algo a papá y mamá…
—No, ellos están bien. He bajado y mi Audi A4 no estaba. Me cago en diez, pero ¿cómo se las han arreglado? No hay ni un cristal por el suelo, o sea, que no han roto la ventanilla. Además, el garaje estaba abierto y la cerradura sin forzar. ¿Cómo lo habrán hecho?
—Hoy en día los ladrones tienen técnicas perfectas, Pa. Además, las puertas con mando a distancia no las rompe nadie. Tienen un variador de frecuencia. Le dan vueltas hasta que la puerta se abre.
—Ah, ya, no lo había pensado. ¡Mierda!
Me gusta oír a mi hermano tan enfadado, me parece que está más vivo y, finalmente, hostia, se calienta. Aunque siempre por poca cosa, pero, claro, su coche… ¿Qué pasará?
—Y precisamente me lo han robado ahora… Me cago en la leche.
Eso, me cago en la leche. ¿Qué quiere decir «me cago en la leche»?
—La semana pasada pagué la última cuota del crédito. Podrían habérmelo robado antes, al menos me hubiera ahorrado ese dinero.
¡Bah, qué asco! Maldito calculador. Asesor financiero hasta la médula.
—De acuerdo, Pa, ¿y qué quieres hacer?
—No, yo esperaba…
—¿Que te lo hubiera robado yo?
—No, ¿bromeas? Entre otras cosas, porque las llaves y las copias están aquí.
—Ah, pero por un momento lo has pensado, ¿eh?