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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Thuvia, Doncella de Marte (3 page)

BOOK: Thuvia, Doncella de Marte
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Los ojos de este último se abrieron desmesuradamente y su actitud se volvió muy respetuosa. Condujo al extranjero a un asiento y se apresuró a pasar a una habitación interior con el brazalete en su mano. Un momento después reapareció y condujo al visitante a la presencia del ministro.

Ambos permanecieron encerrados largo tiempo, y cuando al fin el gigantesco criado salió del despacho interior, su expresión indicaba satisfacción, que se traducía en una siniestra sonrisa. Desde el Palacio de la Paz se trasladó inmediatamente al palacio del ministro dusariano.

Aquella noche dos veloces aparatos aéreos despegaron de la parte más alta del mismo palacio. Uno dirigió su rápida carrera hacia Helium; el otro…

Thuvia de Ptarth vagó por los jardines del palacio de su padre, lo que era su costumbre por la noche antes de retirarse. Se abrigaba con sus sedas y pieles, porque el aire de Marte es helado después que el sol se ha sumergido rápidamente bajo el borde occidental del planeta.

Los pensamientos de la joven vagaban desde sus pendientes nupcias, que la harían emperatriz de Kaol, a la persona del elegante joven heliumita que había puesto su corazón a los pies de ella el día anterior. Si lo que entristecía su expresión era lástima o pesar cuando miraba hacia la región Sur del cielo, en la que había visto desaparecer las luces del aparato aéreo del joven, la noche anterior, era difícil decirlo.

Así también es imposible conjeturar con alguna precisión lo que podían haber sido sus emociones cuando distinguió las luces de un aparato que se acercaba rápidamente por aquella misma dirección, como si viniese impulsado hacia su jardín por la intensidad misma de los pensamientos de la princesa.

Le vio describir círculos cada vez más bajos sobre el palacio, hasta que tuvo la seguridad de que se preparaba para aterrizar. En ese momento, los poderosos rayos de su reflector descendieron del aparato, cayeron sobre la pista por un momento, iluminando las figuras de los guardias ptarthianos, reflejándose en brillantes puntos de fuego sobre las piedras preciosas de sus imponentes uniformes.

Entonces el resplandeciente ojo se extendió progresivamente sobre las oscuras cúpulas y los delicados alminares descendiendo a los patios, a los parques y a los jardines, para detenerse al fin sobre el banco de piedra y en la joven, que se hallaba en pie al lado del mismo, con el rostro levantado hacia el cielo y en dirección de la nave aérea.

Sólo por un instante el reflector se detuvo sobre Thuvia de Ptarth; luego, se extinguió tan de repente como había aparecido. La nave aérea siguió pasando por encima de la cabeza de la joven para desaparecer al otro lado de un bosquecillo de elevados árboles que crecía dentro de las tierras que pertenecían al palacio y le rodeaban.

La muchacha permaneció por algún tiempo como se encontraba al desaparecer la nave aérea, excepto que su cabeza se dobló sobre su pecho y sus
ojos
miraron a la tierra, pensativos.

¿Quién sino Carthoris podía haber sido? Quiso encolerizarse porque él se hubiese retirado así después de haberla espiado; pero encontró difícil el enfadarse con el joven príncipe de Helium.

¿Qué loco capricho podía haberle inducido a faltar así a las leyes de la etiqueta internacional? Por cosas menos importantes grandes potencias se han declarado la guerra.

La princesa, como tal, estaba extrañada y enojada; pero ¿y la joven?

Y la guardia, ¿qué hacía la guardia? Evidentemente, también ella había quedado tan sorprendida por la conducta sin precedente del extranjero, que, en un primer momento, no había tomado determinación alguna; pero que se proponía no dejar pasar el hecho sin una sanción, fue pronto evidente por el ruido de los motores sobre la pista y por la prontitud con que se lanzaron al aire las naves de una patrulla que formaba una larga hilera.

Thuvia vio cómo la patrulla salía disparada en dirección Este. También lo observaron así otros ojos.

En las densas sombras del bosquecillo, en un ancho paseo bajo el follaje que lo cubría, un aparato aéreo estaba a doce pies de altura de la tierra. Desde su puente, unos ojos penetrantes observaban la luz, que se debilitaba en la lejanía, del reflector de la primera nave de la patrulla. Ninguna luz brillaba en el aparato, rodeado de sombras.

Sobre su puente reinaba el silencio sepulcral. Su tripulación, compuesta por media docena de guerreros rojos, observaba las luces de las naves de la patrulla, que disminuían con la distancia.

—Los espíritus de nuestros antepasados están con nosotros esta noche —dijo uno en voz baja.

—Ningún plan ha sido nunca mejor llevado a cabo —contestó otro.

—Hacen precisamente lo que el príncipe ha pronosticado.

El que había hablado primero se volvió hacia el hombre que se hallaba acurrucado delante de la rueda del timón.

—¡Ahora! —susurró.

No se dio otra orden. Todos los tripulantes habían sido, sin duda, bien aleccionados en todos los detalles de la operación de aquella noche. Silenciosamente, el negro casco de la embarcación se arrastró bajo los arcos catedralicios del oscuro y silencioso bosquecillo.

Thuvia de Ptarth, mirando atentamente hacia el Este, vio la negrísima mancha deslizarse sobre la oscuridad de los árboles, a medida que el aparato llegaba a colocarse sobre el ancho muro del jardín. Vio cómo el oscuro bulto se inclinaba suavemente, bajando hacia el césped color escarlata del jardín.

Comprendió que sus tripulantes no venían de aquella manera con intenciones amistosas. Sin embargo, no dio voces para alarmar a los guardias que se hallaban cerca, ni huyó hacia la seguridad que le ofrecía su palacio.

¿Por qué?

Puedo verla encoger sus bien formados hombros, en señal de respuesta, al evocar la universal y secular contestación.

¿Por qué?

Apenas el aparato había tocado tierra, cuando cuatro hombres saltaron desde su puente. Se dirigieron corriendo hacia la joven.

Aun entonces, no dio ésta ninguna señal de alarma, permaneciendo como si estuviese hipnotizada. ¿Estaría como quien espera a un deseado visitante?

No se movió hasta que ellos estuvieron completamente al lado de ella. Entonces la luna más próxima, levantándose por encima del follaje circundante, presentó su rostro, iluminándolo todo con la brillantez de sus rayos de plata. Thuvia de Ptarth no vio sino extranjeros, guerreros con el uniforme de Dusar. Ahora tuvo miedo; pero ¡demasiado tarde!

Antes que pudiese emitir un solo grito, rudas manos se apoderaron de ella. Una pesada banda de seda fue enrollada alrededor de su cabeza. Fue levantada en fuertes brazos y llevada a la cubierta de la nave aérea. Las hélices giraron repentinamente, el viento azotó su cuerpo y, desde muy arriba, oyó los gritos de alarma de la guardia.

Precipitándose hacia el Sur, otra nave aérea salió disparada con dirección a Helium. En su cabina, un hombre rojo, muy alto, se inclinaba sobre la suave suela de una sandalia vuelta hacia arriba. Con delicados instrumentos, medía la débil impronta de un pequeño objeto que aparecía grabado. Sobre una mesilla que había a su lado estaba el contorno de una llave, y allí anotaba los resultados de sus mediciones.

Una sonrisa se dibujaba en sus labios al contemplar su trabajo, y se volvió hacia quien aguardaba al lado opuesto de la mesa.

—El joven es un genio —observó—. Solamente un genio pudo haber ideado una cerradura tal como la que debe ser abierta con esto. Aquí tienes el bosquejo, Larok, y emplea libremente todo tu ingenio en reproducirlo en metal.

El artífice guerrero se inclinó.

—Nada hace el hombre —dijo— que el hombre no pueda destruir.

Luego salió de la cabina con el bosquejo. Cuando la aurora rompió sobre las altas torres que señalaban las ciudades gemelas de Helium —la torre color de escarlata de una de ellas y la amarilla de su hermana—, una nave aérea flotaba perezosamente asomando por el Norte.

Su casco ostentaba las insignias de uno de los nobles menores de una remota ciudad del imperio de Helium. Su lenta aproximación y la evidente confianza con la cual caminaba a través de la ciudad, no despertaron ninguna sospecha en los ánimos de la adormecida guardia. Habiendo acabado de hacer su ronda de servicio, los guardias pensaban poco más que en ser relevados.

La tranquilidad reinaba del uno al otro extremo de Helium. Inmóvil, enervadora paz. Helium no tenía enemigos. Nada había que temer.

Sin prisas, la patrulla aérea más próxima se desplazó perezosamente y se aproximó al extraño. A una distancia conveniente para hablar con facilidad, el oficial, desde su puente, saludó al aparato que llegaba.

El alegre ¡Kaor! y la plausible explicación de que el propietario venía desde muy lejos para pasar algunos días de placer en la alegre Helium ya fueron suficientes. La nave de la patrulla aérea se apartó, siguiendo de nuevo su camino. El extraño continuó hasta llegar a un aeropuerto público, donde descendió y se detuvo.

Casi al mismo tiempo, un guerrero entraba en su cabina.

—Está hecho, Vas Kor —dijo, entregando una pequeña llave de metal al corpulento noble que acababa de levantarse de su cama.

—¡Bien! —exclamó este último. Debéis de haber trabajado en ello durante toda la noche, Larok.

El guerrero asintió con la cabeza.

—Ahora, tráeme el uniforme heliumita que has hecho hace algunos días —ordenó Vas Kor.

Hecho esto, el guerrero ayudó a su amo a reemplazar el hermoso y enjoyado traje propio por los sencillos adornos inherentes de un guerrero ordinario de Helium y con las insignias de la misma casa que se veían sobre el casco de la nave aérea.

Vas Kor desayunó a bordo. Luego salió al muelle aéreo, entró en un ascensor y fue trasladado rápidamente a la calle que había debajo, donde pronto se vio envuelto por la multitud madrugadora de los obreros que caminaban apresuradamente a sus trabajos diarios.

Entre ellos, sus prendas guerreras no se destacaban más de lo que se destacan unos pantalones en Broadway. Todos los hombres marcianos son guerreros, con la única excepción de aquellos físicamente incapaces para las armas. El comerciante y su dependiente hacen ruido con sus armas, al mismo tiempo que atienden sus negocios. El escolar, al entrar en el mundo, como lo hace casi adulto, desde un cascarón blanco como la nieve, que ha acompasado su —desenvolvimiento durante cinco largos años, comprende tan poco la vida sin una espada a su costado, que sentiría el mismo malestar saliendo desarmado que sentiría un muchacho de la Tierra al caminar por la calle desnudo.

El destino de Vas Kor estaba en el Helium Mayor, que está situado a unos cien kilómetros al otro lado de la llanura que se extiende desde el Helium Menor. Había desembarcado en la última de estas ciudades porque la patrulla aérea es menos suspicaz y está menos alerta que la que vuela sobre la metrópoli mayor, donde está el palacio del jeddak.

Cuando caminaba con la multitud por la calle, construida a manera de parque, de la populosa ciudad, la vida de una ciudad marciana que se despierta se evidenciaba a su alrededor. Las casas, levantadas en alto, sobre sus esbeltas columnas de metal, para la noche, estaban descendiendo suavemente hacia la tierra. Entre las flores que cubrían el césped escarlata que rodea los edificios, los niños estaban jugando ya, y elegantes mujeres riendo y charlando con sus vecinos al recoger espléndidas flores para los floreros de sus casas.

El gracioso ¡kaor! del saludo barsomiano llegaba continuamente a los oídos del extranjero, a medida que los amigos y los vecinos reanudaban las tareas de un nuevo día.

El barrio en que había desembarcado era residencial: un barrio de mercaderes de la clase más próspera. Por todas partes se veían muestras de lujo y riqueza. En las azoteas de todas las casas aparecían esclavos llevando magníficas sedas y costosas pieles que ponían al sol y al aire. Mujeres ricamente enjoyadas reposaban lánguidamente, aun tan temprano, en los balcones ricamente ornamentados que precedían a sus dormitorios. Más entrado el día, se trasladarían a las terrazas, cuando los esclavos hubiesen preparado los divanes y colocado los doseles de seda para resguardarlas del sol.

Acordes de una música inspiradora brotaban agradablemente de las abiertas ventanas, porque los marcianos han resuelto el problema de apaciguar agradablemente los nervios con una rápida transición del sueño a la vigilia que resulta tan difícil para la mayor parte de la gente de la Tierra.

Por encima de su cabeza navegaban los estilizados y ligeros aparatos aéreos de pasajeros, desplazándose cada uno en su propio plano, entre los numerosos puertos destinados al tráfico interno de pasajeros. Las pistas de aterrizaje que se elevan a tanta altura que parecen tocar los cielos, están destinadas a las grandes líneas internacionales. Las naves de carga disponen de otros embarcaderos varios niveles más bajos, a unos cincuenta metros de la tierra, y ninguna nave se atreve a descender o elevarse de un plano a otro, excepto en algunas zonas restringidas donde el tráfico horizontal está prohibido.

A lo largo del corto césped que cubre el suelo de la avenida, multitud de aeronaves se movían en líneas continuas y en direcciones opuestas. La mayoría de ellas rozaban la superficie de la hierba y elevándose a veces con agilidad para sobrepasar a algún piloto que iba volando delante y a una altura inferior, o en las intersecciones, en las que los tráficos del norte y del sur tienen prioridad en su tránsito y los del este y el oeste deben elevarse por encima del mismo.

Desde los hangares privados instalados sobre muchos tejados, despegaban continuamente aparatos para unirse al tráfico. Alegres despedidas y mensajes de último momento se mezclaban con los ruidos de los motores y con los apagados rumores de la ciudad.

Sin embargo, con todo el rápido movimiento y la multitud de naves que se lanzaban en todas direcciones, la sensación predominante era la del agradable silencio y la facilidad del movimiento.

A los marcianos les disgusta el clamor áspero y discordante. Los únicos grandes ruidos que pueden soportar son los de la guerra, el chasquido de las armas, la colisión de dos poderosos destructores aéreos. Para ellos no hay música más dulce que ésta.

En la intersección de dos amplias avenidas, Vas Kor descendió desde el nivel de la calle al de las grandes aerostaciones de la ciudad. Aquí pagó en una pequeña ventanilla el importe del billete hasta su destino, con un par de monedas oscuras y ovaladas, de las características de Helium.

BOOK: Thuvia, Doncella de Marte
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