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»Lo que todos debemos recordar es esto: nada de cuanto pueda llegar a hacernos el comandante Antilles será peor que lo que el Imperio ya ha hecho en centenares de mundos. Destruyeron Alderaan. Destruyeron a los Jedi, y si pueden nos destruirán. Gracias a lo que hizo hoy, el comandante Antilles sabe que puede contar conmigo…, Y espero que vosotros también lo sepáis.

Erisi le tomó la mano izquierda y se la levantó por encima de la cabeza.

—Creo que Corran tiene razón. Quizá no haya sido el mejor piloto del ejercicio de simulación de hoy, pero probablemente es el que más ha aprendido.

Lujayne se levantó, fue hacia Corran y le abrazó.

—Como segunda peor piloto de hoy, te doy las gracias…, tanto por tu habilidad como por la sabiduría de que acabas de dar muestra.

Corran se ruborizó ligeramente, liberó su mano izquierda de la suave presa de los dedos de Erisi y retrocedió para salir del abrazo de Lujayne.

—Muchas gracias a todos, pero únicamente para que no penséis que siempre sé ver las situaciones con tanta claridad…, bueno, debo admitir que he mantenido una discusión con el comandante Antilles durante la que me hizo ver la mayoría de las cosas que acabo de mencionar.

—¿Gritos? ¿Puñetazos?

—No. Sólo hubo una conversación muy clara y concisa.

Shiel enseñó los dientes y Gavin se rió. Lujayne metió la mano en el bolsillo del muslo de su traje de vuelo y extrajo un puñado de monedas de forma bastante rara. Después se las alargó al twi'lek, quien las tomó y sonrió avariciosamente. Acarició un par de ellas con sus dedos terminados en afiladas garras, y luego alzó la mirada y se quedó tan inmóvil como si acabaran de sorprenderle con las manos manchadas de sangre.

Corran entrelazó las manos y permitió que reposaran sobre la hebilla de su cinturón.

—¿Y esos créditos son para…?

—Por haber ganado la apuesta. —Nawara se guardó las monedas en un bolsillo—. Dije que serías razonable. Rhysati le asestó un codazo.

—Optaste por lo de que sería razonable porque con esa apuesta obtenías las mejores probabilidades.

El twi'lek puso cara de sentirse bastante ofendido.

—Yo mantengo opiniones. No las apuesto.

Corran se echó a reír.

—¿Quién dijo que estaba dispuesto a desafiar al comandante Antilles en un duelo a muerte a bordo de un ala-X?

Erisi alzó la mano.

—Y además las probabilidades estaban bastante igualadas.

—Nawara ganó apostando por lo que había en mi cerebro, pero tú apostaste por lo que había en mi corazón. —Corran señaló la barra—. En honor de tu sagacidad, te invitare a tornar lo que más le apetezca a tu corazón.

Erisi volvió a cogerle la mano izquierda.

—¿Y si eso no tiene precio?

—Pues entonces te invitaré a tomar una copa y hablaremos de qué más se podría hacer para que te sintieras feliz.

Bror Jace se inclinó ante Erisi.

—Para conseguir que se sintiera feliz, deberías hacer que la empresa de su familia obtuviera todavía más beneficios de los que ya está obteniendo.

—Y conseguir eso significa que tendría que hacer algo para aumentar el uso del bacta, ¿verdad? —Corran extendió las manos en un gesto que pretendía abarcar a la totalidad del escuadrón—. Y dado que el Imperio compra bacta y que vamos a disparar contra sus pilotos, tengo la impresión de que no me resultará demasiado difícil.

10

El piloto de la lanzadera volvió la cabeza para mirar por encima del hombro izquierdo.

—Probablemente, querrá ponerse el arnés de seguridad, agente Loor. Vamos a salir del hiperespacio.

Kirtan empezó a luchar con las tiras del arnés y después se apresuró a alzar la cabeza, temiendo que su falta de coordinación traicionara el nerviosismo que sentía.

—Gracias, teniente, pero ya he viajado por esta ruta con anterioridad.

—Sí, señor —replicó untuosamente el piloto—, pero apuesto a que ésta es su primera visita al Centro Imperial.

Kirtan hubiese deseado emitir alguna réplica tan sarcástica que redujera al silencio al piloto, pero de repente se sintió invadido por una abrumadora sensación de desastre. Había dejado transcurrir dos semanas enteras antes de comunicar la muerte de Gil Bastra a sus superiores. Durante ese tiempo, Kirtan analizó frenéticamente todas las pistas que Bastra había ofrecido durante su interrogatorio e intentó expandirlas al máximo. Todas parecían ser callejones sin salida que no llevaban a ninguna parte, pero Kirtan sabía que si conseguía disponer del tiempo suficiente para averiguar su significado oculto, acabarían conduciéndole hasta Corran Horn.

En su informe había intentado poner el mayor énfasis posible en lo positivo, pero pocas horas después de haberlo enviado recibió la orden de presentarse en el Centro Imperial, anteriormente conocido como Coruscant. Se le ordenó que fuera a la capital imperial lo más rápidamente posible. Como si la suerte estuviera de su parte —una suerte en la que Kirtan no veía absolutamente nada de benigno—, el pasaje en una serie de naves fue organizado con las mínimas dificultades posibles. Esta última nave, una lanzadera prestada por el
Agresor
, le llevaba sin ningún esfuerzo hacia su perdición.

El muro de luz visible a través del ventanal se disolvió en un billón de puntos de luz cuando la nave salió del hiperespacio. El Centro Imperial, un mundo grisáceo cubierto de nubes y circundado por un anillo de plataformas defensivas Golan, parecía todavía más imponente y aterrador de lo que se había imaginado Kirtan. El agente de inteligencia había esperado encontrarse con que el mundo que llegó a convertirse en una gigantesca ciudad se hallaba tan muerto y helado como el Emperador que había gobernado desde él. En vez de eso, la presencia del hervidero de nubes iluminadas por la blancura de los relámpagos hacía que la verdadera naturaleza del planeta quedara tan envuelta y escondida como el futuro de Kirtan.

—Centro Imperial, aquí la lanzadera
Objurium
solicitando permiso para entrar en el Vector del Palacio.

—Transmita código de autorización, lanzadera
Objurium
.

—Transmitiendo. —El piloto se volvió nuevamente hacia Kirtan—. Esperemos que el código sea válido. Nos encontramos dentro del radio de alcance de las dos estaciones Golan más cercanas.

—Es absolutamente válido —dijo Kirtan, palideciendo un poco—. Quiero decir que…, bueno, es el código que me entregaron junto con mis órdenes.

Se dispuso a dar más explicaciones, pero vio que el piloto y el copiloto intercambiaban un rápido guiño y comprendió que le estaban tomando el pelo.

—No se preocupe, agente Loor, los días en que el Imperio hacía pedazos una de sus propias lanzaderas para matar a un agente del servicio de inteligencia pertenecen al pasado. Andamos escasos de naves y ya no podemos permitirnos ese lujo, y eso es lo que hace que me sienta un poco más seguro.

—¿Y cómo sabe que no he venido hasta aquí únicamente para observar su comportamiento e informar acerca de él, teniente? —replicó Kirtan, adoptando un tono de voz lo más seco y cortante posible.

—Usted no es el primer hombre al que he llevado hacia su muerte, agente Loor.

—Permiso concedido, lanzadera
Objurium
—graznó el comunicador—. Ponga rumbo hacia la baliza 784432.

—Entendido. Control.

El piloto introdujo el número de la baliza en el ordenador de navegación y después lanzó una mirada bastante sombría a su copiloto.

—¿Qué ocurre?

Kirtan intentó no balbucear la pregunta y empezó a prepararse para recibir alguna réplica burlona del piloto, pero ésta no llegó.

—Vamos hacia la Torre 78, nivel 443, hangar 32.

—¿Y?

Kirtan vio que la nuez de Adán del piloto subía y bajaba convulsivamente.

—La única ocasión en la que me asignaron ese vector fue cuando tuve el placer de transportar a lord Vader hasta la presencia del Emperador, señor. Fue después del desastre ocurrido en Yavin.

Kirtan sintió que un frío inexplicable se infiltraba en su cuerpo e iba ascendiendo lentamente a lo largo de su columna, helando una vértebra tras otra. «Me pregunto si lord Vader temía que sus acciones fueran castigadas tal como lo estoy temiendo yo… El Emperador quizá había pensado matarle, pero Vader redimió su vida trayendo noticias de la existencia de otro Jedi a su dueño y señor. —El puño de Kirtan cayó sobre su muslo derecho—. Si hubiera dispuesto de un poco más de tiempo, habría podido entregarles a mi preso…».

Kirtan vio surgir una serie de rayos de las nubes que se extendían delante de la lanzadera. Los relámpagos ascendieron hacia el espacio y se extendieron, iluminando tenuemente una zona hexagonal suspendida encima de las nubes.

—¿Qué es eso?

—El escudo defensivo. —El piloto pulsó un par de botones de su consola de control. Un modelo en miniatura del mundo se materializó entre el piloto y el pasajero, y luego dos esferas formadas por elementos hexagonales envolvieron al mundo. Las esferas empezaron a moverse en direcciones opuestas alrededor del mundo, girando constantemente y con los hexágonos de la capa superior cubriendo más área que los de la inferior—. Por razones obvias, el Centro Imperial cuenta con el sistema de escudos defensivos más sofisticado del Imperio. Una pequeña porción se desvanecerá para dejarnos pasar, y luego esa sección será reforzada detrás de nosotros al mismo tiempo que otra se abrirá más abajo.

—Nada puede entrar sin permiso.

El piloto asintió.

—Ni salir. Han sorprendido a más de un agente rebelde intentando salir mientras estaban entrando naves. Es una apuesta desesperada, pero casi nunca da resultado.

El copiloto extendió un brazo hacia la consola y pulsó un botón iluminado.

—Hemos pasado el primer escudo.

—Nuestra próxima abertura surgirá a dos grados al norte y cuatro al este.

—Curso fijado, señor.

—Ya no falta mucho para que lleguemos, agente Loor. Lo único que podría ir mal ahora es que una nube empezara a descargar e intentara alcanzar el escudo superior a través de nuestra abertura.

—¿Eso ocurre?

—A veces.

—¿Con frecuencia?

El piloto se encogió de hombros.

—La energía del escudo superior llega a través de aberturas en el escudo inferior. Eso tiende a ionizar un montón de átomos, haciendo que los relámpagos viajen mucho más deprisa por esas rutas. Pero al parecer, nuestro agujero no ha servido como conducto de energía recientemente, por lo que todo debería ir bien.

Las turbulencias envolvieron a la lanzadera mientras ésta atravesaba la capa de nubes. Kirtan tensó algunas de las tiras que lo sujetaban, y luego se agarró al respaldo del sillón del copiloto con la fuerza suficiente para que sus nudillos palidecieran. Hubiese querido culpar de su creciente sensación de náuseas a la forma en que se bamboleaba la lanzadera durante su descenso a través de la atmósfera, pero sabía que aquélla no era la única causa. «El mundo que hay debajo de esas nubes será lo último que veré antes de morir…».

La lanzadera acabó de atravesar el caparazón de vapores extendido alrededor del planeta, y el piloto le sonrió.

—Bienvenido al Centro Imperial, agente Loor.

A pesar de su miedo, Kirtan Loor se dedicó a contemplar el oscuro mundo que se extendía bajo ellos y se sintió abrumado por el panorama. Instantáneamente reconocible, el Palacio Imperial se alzaba como un volcán que se hubiera elevado a sí mismo a través del corazón de la metrópoli que dominaba todo un continente de Coruscant. Las torres lo festoneaban, como pinchos en una corona, y millares de luces destellaban como joyas incrustadas en un mosaico incandescente sobre su piel de piedra. Debajo de él, empequeñecida hasta la insignificancia, se encontraba la Colina del Senado. Sus diminutos edificios —erigidos como monumentos a la justicia y la gloria de la Antigua República— parecían hallarse paralizados por el temor a que el Palacio fuera a crecer y consumirlos.

Extendiéndose hacia fuera a partir de aquel punto central, brillantes luces de neón de todos los colores imaginables palpitaban como si fuesen nervios que transportaban información al palacio y lo sacaban de él. Kirtan siguió con la mirada un río de luz mientras éste pasaba del rojo y el verde al oro y el azul, extendiéndose desde el corazón del planeta hasta el horizonte. Cuando la nave descendió un poco más, Kirtan vio profundidades esparcidas dentro de las corrientes de claridad en las que se habían ido acumulando los edificios, conviniendo las calles en serpenteantes desfiladeros repletos de obstáculos. Sabía que la luz no podía llegar hasta el fondo de aquellos cañones, y su imaginación no tuvo ninguna dificultad para poblar aquellas negras hendiduras con criaturas pesadillescas y peligros letales.

«Pero el peligro letal al que me enfrento tiene su morada por encima de todo esto…». Kirtan se recostó en su asiento mientras la lanzadera describía un viraje y su morro se elevaba un poco. El piloto estabilizó la
Objurium
mientras accionaba un interruptor situado sobre su cabeza. Un cuadrado rojo apareció en el ventanal de la lanzadera y rodeó la cima de una de las torres del Palacio. Hileras de luces parpadeaban alrededor de una abertura demasiado pequeña para admitir la lanzadera aun suponiendo que ésta tuviese las alas replegadas.

—No podemos estar yendo hacia ahí. ¿Dónde descenderíamos?

—Parece pequeño porque todavía nos encontramos a tres kilómetros de distancia, agente Loor.

Kirtan se quedó boquiabierto mientras su cerebro intentaba imponer una perspectiva a todo lo que estaba viendo. Las calles de abajo, que había tomado por angostos callejones, tenían que ser del tamaño de grandes avenidas. Y las torres no eran esbeltos minaretes parecidos a agujas, sino gigantescos edificios diseñados para alojar a centenares o millares de personas en cada uno de sus niveles. En cuanto a las estructuras de la superficie, recubrían el planeta con un auténtico blindaje formado por capa tras capa de ferrocreto.

Kirtan se estremeció al comprender hasta qué profundidad debían de llegar los cubiles y madrigueras de aquel planeta, aunque dudaba de que nadie hubiera puesto los pies en el subsuelo de la Ciudad Imperial desde hacía siglos.

Que un mundo pudiera albergar tal cantidad de personas le había parecido imposible, pero aquello era Coruscant. Era el corazón de un imperio que podía alardear de millones de mundos conocidos. Si cada uno requería sólo un millar de personas para que se ocuparan de él y de sus problemas, entonces Coruscant tendría que servir de hogar a miles de millones de personas. Y para atender sus necesidades, miles de millones de personas más deberían residir en él, trabajando, construyendo y limpiando.

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