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—Lo siento, señor.

—Me alegro. El comandante de la unidad redujo la velocidad y suministró a los generadores de sus haces repulsores la energía suficiente para contrarrestar la gravedad de la luna. La referencia a los ala-Y, su baja velocidad y la naturaleza escasamente potente de sus sensores había sido oída en los campamentos rebeldes desde los primeros días de la lucha contra el Imperio. Los ala-B habían sido desarrollados para contrarrestar los defectos del ala-Y y sustituirlo en el servicio activo, pero la producción aún tenía que satisfacer la demanda, por lo que todavía había muchos ala-Y en servicio.

Su reputación de «cerdos perezosos» había llevado a que el campo de prácticas de tiro y bombardeo de Folor acabara siendo conocido como «el comedero de los cerdos». Originalmente el mando de la Alianza lo había llamado la «Trinchera» para conmemorar el recuerdo de los pilotos que murieron en el desfiladero artificial de la Estrella de la Muerte, pero los pilotos no veían que hubiese ninguna razón para insistir en tanta ceremonia. Los ala-Y practicaban sus trayectorias de bombardeo dentro de las curvas y los giros del desfiladero lunar, mientras que los pilotos de los cazas preferían los toneles, rizos y cambios de altitud exigidos por el cinturón de satélites que orbitaba la luna.

—Hoy quiero que todos hagáis un poco de trabajo básico en el campo de tiro. Hemos instalado blancos láser para proporcionaros un cierto número de desafíos de vuelo y puntería. Vuestra ejecución será puntuada tanto en lo referente a la precisión como a la velocidad, y si os dan perderéis puntos. Si sufrís un fallo de equipo, salid del campo y luego tendréis ocasión de volver a intentarlo en cuanto se haya solucionado el problema. No queremos perderos ni tampoco queremos perder el equipo, así que intentad no hacer ninguna estupidez. ¿Alguna pregunta?

La voz de Horn surgió del receptor del casco del comandante.

—Nuestros cañones láser están ajustados a doscientos cincuenta metros, señor, y como punto cero eso resulta un poco demasiado corto para misiones de ataque contra la superficie.

—Pues entonces supongo que tendrá que hacerlo muy bien y disparar muy deprisa, ¿verdad, señor Horn?

—Sí, señor.

Wedge sonrió.

—Bien, bien… Entonces quizá le gustaría ir el primero. El señor Qrygg será su compañero de ala.

—Sí, señor. —El entusiasmo que impregnaba la voz de Horn no tuvo nada que envidiar a la energía de la maniobra ejecutada por su ala-X—. Pasando a la modalidad de ataque de superficie.

—Buena suerte, señor Horn. —Wedge desactivó su unidad de comunicaciones—. Mynock, consigue un resumen de sensores del R2 de Horn y envíaselo al capitán Celchu en Tac-Tres. Va a recibir una serie de datos de Rebelde Nueve, capitán —añadió, sintonizando la frecuencia de Tac-Dos.

—Serán muy interesantes de ver. Se lo está tomando francamente en serio.

—Cierto, Tycho: ese chico se lo toma todo muy en serio. Quiere establecer una marca que los otros no puedan llegar a igualar. —Wedge asintió lentamente—. Me parece que hoy necesita recibir una lección distinta. Bien, esto es lo que vamos a hacer…

8

Corran salió del picado, empezó a deslizarse sobre la superficie de Folor, y dirigió el morro de su caza hacia el par de montañas que indicaban el inicio del comedero de los cerdos. Una hilera de luces rojas se encendía y se apagaba en una rápida secuencia de parpadeos, pareciendo enviar la luz de las llanuras a las cimas de las montañas grisáceas. Los bordes de incontables cráteres desfilaban a una velocidad vertiginosa por debajo de él.

—Nueve, ¿debería Diez derivar la potencia de los escudos hacia adelante?

—Negativo, Diez. Iguálalos. Probablemente, tendremos objetivos detrás. —Corran echó un vistazo a su pantalla de datos—. Silbador, ¿puedes reforzar mis sensores delanteros? Busca formaciones de fondo y marca todo lo que sea anómalo. Sí, sí, de acuerdo… Antes puedes ocuparte de tu conexión de comunicaciones, pero hazlo de todas maneras. Gracias.

Un par de segundos después, el androide astromecánico hizo lo que se le había pedido y la imagen de la pantalla de datos se volvió más nítida y precisa. Las montañas aparecieron en un verde más claro y los probables blancos —en este caso, las luces de las montañas— quedaron traducidos a círculos rojos que empezaban a parpadear en cuanto se disponía de un buen vector de tiro. Por experiencias pasadas, Corran sabía que Silbador convertiría los círculos en diamantes si éstos demostraban ser hostiles.

El caza entró en la «trinchera», y gigantescas paredes rocosas se alzaron a cada lado de Corran. A diferencia de lo que ocurría en los desfiladeros abiertos en la piedra por el incesante fluir del agua, los muros de aquel cañón eran lo suficientemente escarpados y llenos de ángulos para convertir a un caza en partículas de polvo. «Parece como si estuviera volando por entre un montón de dientes en vez de hacerlo entre piedra…».

Corran pasó por encima de un pequeño promontorio y después descendió hacia un valle en el que dos círculos rojos se convirtieron en diamantes. Sus cañones se desviaron hacia la izquierda e iluminaron el primer blanco mientras los haces láser del gandiano caían sobre el segundo.

—Buen disparo, Diez.

—Ooryl estaba demasiado impaciente. En el futuro Ooryl esperará el permiso para abrir fuego.

—Nada de eso. Dos blancos más. Ya los tengo. —Corran permitió que su caza se desviase hacia la derecha—. Recoge lo que a mí se me vaya cayendo.

—Entendido.

Corran tiró de la palanca de control y empezó a subir a fin de ocuparse del primer blanco, y acabó con él antes de que su láser pudiera descender lo suficiente para devolverle el fuego. Después inicio un viraje hacia la izquierda y volvió al centro del cañón, y luego terminó la maniobra con un rizo interior que lo hizo descender hacia el segundo diamante. El blanco consiguió acertarle una vez antes de que Corran lo eliminara, pero el disparo no atravesó los escudos del caza.

Corran volvió a ascender, elevó su caza sobre el estabilizador-S derecho y se deslizó por una esquina de la trinchera. Al subir un poco más para permitir que sus sensores pudieran examinar el valle más allá de una gran elevación del terreno, se encontró bajo el fuego láser de dos casamatas situadas a casi un kilómetro de distancia. Empujó la palanca de control hacia adelante e hizo descender al ala-X, y luego volvió a ascender hacia la elevación del terreno.

—Voy a ocuparme del de babor, y tú encárgate del de estribor.

El comunicador emitió un breve y estridente silbido para indicar que Ooryl había entendido la orden.

El ala-X pasó a toda velocidad por encima del risco, y enseguida empezó a sufrir el ataque del objetivo situado a la izquierda. Corran descendió por debajo del fuego, con la intención de repetir la veloz ascensión de antes cuando Silbador empezara a gimotear. Una luz de amenaza se encendió en la posición de popa.

—¡Escudos de popa a máxima potencia, Silbador!

Varios haces láser se deslizaron muy cerca del ala-X cuando Corran se desvió hacia la izquierda. Dejó caer el pie sobre el pedal derecho del timón de cola, dirigiendo la impulsión de tal manera que hiciese que la cola de su caza se inclinara hacia la derecha. Esa acción sirvió para sacarle de la trayectoria de fuego de los dos cañones, al mismo tiempo que le permitía mantener el morro dirigido hacia el blanco que pretendía atacar. Corran disparó cuatro ráfagas, acertando con la segunda y la tercera.

Luego hizo que el caza girase para presentar su quilla al muro de la montaña que había alojado el cañón que acababa de reducir al silencio, y después activó los generadores de haces de repulsión. Éstos crearon un campo que lo hizo salir despedido de la pared rocosa, impulsándolo de vuelta hacia el centro del desfiladero. Corran viró hacia estribor, desconectó los generadores de haces de repulsión y descendió para adquirir un poco de velocidad. Al hacerlo apareció por debajo de Ooryl, todavía con andanadas láser que pasaban junto a él.

Silbador cambió las tomas del desfiladero durante un momento y le mostró lo que había estado ocurriendo en aquella sección. La ladera inversa del promontorio ocultaba un emplazamiento artillero. Si Corran no hubiera descendido cuando fue atacado por primera vez, sus sensores quizá habrían conseguido detectar su situación.

«Hubiese subido y girado y lo habría eliminado, y luego habría terminado el giro para ocuparme del blanco del lado derecho. Ooryl habría podido liquidar el blanco de la izquierda, y entonces ya no hubiéramos tenido más problemas».

—Vuelve al panorama delantero, Silbador. —En cuanto vio el despliegue de blancos que se estaba aproximando, Corran redujo la velocidad para disponer de un poco más de tiempo que dedicar a cada objetivo—. Parece que vamos a estar muy ocupados.

Silbador replicó con un comentario electrónico bastante sarcástico referente a la elección de términos demasiado suaves.

Los objetivos se iban sucediendo a gran velocidad, y sus artilleros parecían volverse más precisos a medida que el ala-X se iba internando en la trinchera. Corran acarició su amuleto de la suerte durante un instante, y después se obligó a concentrarse. Analizó las localizaciones de los objetivos y empezó a planear ángulos de ataque. Describiendo giros y virajes, subiendo y bajando, se fue abriendo paso a través del recorrido de tiro. No consiguió darle a cada uno de los blancos contra los que disparó, pero fueron todavía menos los blancos que lograron acertarle.

Cuando llevaban recorridas dos terceras partes de la trayectoria, Corran y Ooryl se fueron aproximando a otro promontorio como el que había escondido una posición artillera en su ladera posterior.

—Quédate atrás, Diez. Deja que atraiga el fuego de cualquier cañón que pueda haber en la ladera de atrás, y así luego podrás aproximarte para acabar con ellos.

Un estridente chillido respondió a sus palabras. Corran rebasó el promontorio un poco prematuramente y lanzó una andanada contra los cañones de la izquierda. Describiendo un gran viraje hacia la derecha, escapó del fuego procedente de abajo.

—Mitad inferior de la ladera, Diez.

Sin esperar ninguna confirmación, Corran hizo que su ala-X virase y llenó de haces láser el blanco de estribor. El blanco de babor seguía disparando contra él, pero Corran pasó por debajo de su hilera de andanadas y siguió internándose por el desfiladero.

—Ooryl acabó con él, Nueve.

—Felicidades, Diez.

Después de dejar atrás la última curva, Corran vio que el desfiladero se estrechaba un poco antes de entrar en su parte más profunda. Encima de esa cañada cuatro blancos láser disponían de un campo de tiro perfecto para hacer pedazos a cualquier ala-X, pero no podían disparar hacia abajo a fin de batir la hendidura que se abría entre las rocas.

—Dame la anchura de esa cañada, Silbador.

El androide le informó con tonos francamente lúgubres de que el promedio de anchura era de 15 metros, con sólo 12,3 en el punto más angosto.

—Perfecto. Las paredes me cubrirán.

Detrás de él, y anticipándose a su acción, Ooryl ya había elevado su ala-X sobre el estabilizador-S de estribor. Corran sonrió y descendió hacia la cañada al mismo tiempo que se aseguraba de que sus alas se mantuviesen paralelas al suelo.

—Tienes que girar, Nueve.

—Negativo, Diez. Es lo suficientemente ancho: hay un metro de sobra a cada lado.

—Si bajas justo por el centro.

—Si no bajara por el centro, tendríais que ir a mi funeral.

Haciendo una profunda inspiración de aire, Corran se concentró en un punto imaginario situado a unos diez metros del morro de su caza. Mantuvo la mano delicadamente posada sobre la palanca de control y se dirigió hacia ese punto. Mantuvo el ala-X en el centro de la cañada, desviándose levemente hacia la izquierda y hacia la derecha a medida que secciones de la pared iban sobresaliendo de un lado o del otro.

El punto decisivo se fue aproximando. «Con calma, con calma…». Corran se desvió cosa de medio metro hacia babor, y de repente el tramo más estrecho se encontró detrás de él sin que se hubiera dejado ni una sola partícula de pintura en ninguno de sus lados. Las paredes desfilaban velozmente junto a él, con el negro y el gris confundiéndose. Corran se encontró pilotando su nave casi sin ningún esfuerzo. Sabía que hubiese podido recorrer la trayectoria a velocidad máxima sin tener absolutamente ningún problema.

«Casi parece como si hubiera kilómetros junto a cada estabilizador-S en vez de sólo uno o dos metros… —La línea de luminosidad que indicaba el final de la cañada se fue desplegando ante él—. Y ahora tengo objetivos».

El ala-X salió de la hendidura rocosa en un veloz ascenso y empezó a escupir fuego. Corran empezó por el blanco que se encontraba más abajo, acertándole de lleno con el primer disparo, y luego dirigió las andanadas hacia arriba y hacia estribor mediante un giro y una ascensión. Acabó con el segundo blanco, y después siguió girando hasta que su caza quedó invertido. Dos ráfagas meticulosamente controladas le permitieron eliminar al tercer puesto artillero y Ooryl, siguiendo la maniobra de Corran, se encargó del último.

Corran descendió, viró y pasó a toda velocidad junto a Ooryl cuando se dirigían hacia la salida de la hendidura. Tirando de la palanca de control, hizo que su ala-X quedara erguido sobre la cola y se alejó velozmente de Folor. Un largo rizo le permitió sustituir distancia por tiempo, y Corran pasó por encima del ala de Ooryl mientras los dos avanzaban hacia el punto en el que estaba orbitando el resto del escuadrón.

La voz del comandante Antilles llenó el casco de Corran.

—Una exhibición muy impresionante, señor Horn. Su puntuación es de tres mil doscientos cincuenta sobre los cinco mil puntos posibles. Lo ha hecho francamente bien.

Corran sonrió de oreja a oreja.

—¿Has oído eso, Silbador? El Jefe Rebelde ha quedado impresionado. —El joven corelliano activó su unidad de comunicaciones—. Gracias, señor.

—Ya puede poner rumbo hacia la base, señor Horn. Su participación en este ejercicio ha llegado a su fin. Considérese en libertad de hacer lo que le plazca durante el resto del día.

—Sí, señor. Rebelde Nueve vuelve a casa.

«Sí, podía considerarme en libertad… de ser humillado». Los músculos se tensaron junto a las comisuras de los labios de Corran mientras apretaba los dientes hasta hacerlos rechinar. Había aguardado en el hangar a que los otros volvieran a la base, con la esperanza de oír que su marca no había sido superada durante el resto del ejercicio. Sabía que estaba deseando recibir felicitaciones por lo maravillosamente bien que había volado, pero no de la forma egoísta en que lo hubiese hecho Bror Jace. Corran no quería reinar sobre los demás desde lo alto de una cima inalcanzable, y sólo deseaba saber que le tenían por un gran piloto.

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