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Authors: Mervyn Peake

Tags: #Fantástico

Titus Groan (36 page)

BOOK: Titus Groan
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De nuevo las observó con una mirada aduladora, primero a una y luego a la otra, esperando a que consintieran. Una tras otra asintieron gravemente, sentadas muy rígidas en las sillas.

Entretanto, el té y los bollos se enfriaban, pero los tres los habían olvidado.

Pirañavelo se incorporó y se instaló de espaldas al fuego de modo que pudiera observar a las dos hermanas a la vez.

—Sus graciosas señorías —comenzó—, he recibido información del más vivo interés. Información que concierne al desagradable tema que nos vemos obligados a tratar. Les ruego una total concentración; pero antes voy a hacerles una pregunta: ¿quién tiene un dominio indiscutible sobre Gormenghast? ¿Quién, teniendo esa autoridad, no la utiliza y permite que las grandes tradiciones del castillo de los Groan vayan a la deriva, olvidando que tiene hermanas de su misma sangre y linaje, y con derecho a que las homenajeen y…., ¿he de decirlo?…, sí, también a que las adulen? ¿Quién es este hombre?

—Gertrude —respondieron las hermanas.

—Vamos, vamos —continuó Pirañavelo enarcando las cejas—. ¿Quién ignora incluso a sus hermanas? ¿Quién es, sus señorías?

—Sepulcravo —dijo Cora.

—Sepulcravo —dijo Clarice.

Aunque no lo demostraban, estaban tan nerviosas y excitadas que habían perdido la poca circunspección que tuvieran alguna vez. Se tragaban enteras cada una de las palabras de Pirañavelo.

—Lord Sepulcravo —les dijo Pirañavelo, haciendo una pausa antes de proseguir—, si no fuera porque son sus hermanas, y de la Familia, ¿cómo me atrevería a hablar en estos términos del señor de Gormenghast? Pero mi deber es ser sincero. Lady Gertrude las ha arrinconado, pero ¿quién puede reparar este desaire? ¿Quién en definitiva sustenta el poder final, sino el hermano de ustedes? En mis esfuerzos por rehabilitarlas y conseguir que esta ala sur bulla de nuevo con criados, habrá que recordar que es el egoísta hermano de ustedes a quien hay que tener en cuenta.

—Es verdad, es un egoísta —dijo Clarice.

—Claro que sí —dijo Cora—. Totalmente egoísta. ¿Qué vamos a hacer? ¡Dínoslo! ¡Dínoslo!

—En toda contienda, tanto si es entre inteligencias como entre ejércitos —dijo Pirañavelo—, lo esencial es tomar la iniciativa y golpear fuerte.

—Sí —dijo Cora, que se había deslizado hasta el borde de la silla y se acariciaba las rodillas de heliotropo con rápidos y frenéticos movimientos, que Clarice emulaba.

—Hay que elegir
dónde
golpear —dijo Pirañavelo—, y es evidente que la más sagaz y primera medida consiste en golpear el punto más vulnerable del enemigo. Pero no hay que hacer las cosas a medias. O todo o nada.

—Todo o nada —repitió Clarice.

—Y ahora, queridas señorías, díganme cuál es la pasión del hermano de ustedes.

Las hermanas continuaron tocándose las rodillas.

—¿No es acaso la literatura? —preguntó Pirañavelo—. ¿No es un gran amante de los libros?

Las hermanas asintieron.

—Es muy listo —dijo Cora.

—Pero lo ha leído todo en los libros —dijo Clarice.

—Exactamente —Pirañavelo cogió en seguida el hilo—. Por lo tanto si perdiera sus libros se sentiría completamente derrotado. Si el centro de su vida fuera destruido, él no sería más que una cáscara vacía. Tal como yo lo veo, sus señorías, la biblioteca es el primer objetivo contra el que hemos de arremeter. Porque, señorías —añadió con pasión—, los derechos de ustedes han de ser reconocidos. Es un acto de justicia que clama al cielo. —Con aire dramático, dio un paso hacia lady Cora, y levantando la voz le dijo—: Lady Cora Groan, ¿no es usted del mismo parecer?

Cora, que seguía sentada en el extremo de la silla, excitada como estaba, se levantó y asintió tan violentamente que los cabellos se le desordenaron y confundieron.

Cuando le llegó el turno, Clarice siguió el ejemplo de Cora. Pirañavelo volvió a encender la pipa con una brasa y se apoyó unos instantes en la repisa de la chimenea, expulsando anillos de humo entre los labios delgados.

—Señorías, me han prestado una gran ayuda —dijo finalmente con la pipa en la boca y observando un anillo de humo que flotaba hacia el techo—. Estoy convencido, por el honor de ustedes, que están dispuestas a seguir ayudándome en mi lucha por liberarlas.

Por los movimientos de sus cuerpos erguidos comprendió que estaban de acuerdo.

—En ese caso, nuestro primer objetivo —explicó— será cómo vamos a deshacernos de los libros del hermano de ustedes y obligarlo a que asuma sus responsabilidades. ¿Cuál sería para ustedes el método más expeditivo si se trata de destruir toda una biblioteca? ¿Han visitado la biblioteca últimamente, señorías?

Sacudieron las cabezas.

—¿Cómo actuaría usted, lady Cora? ¿Qué método utilizaría para destruir cien mil libros?

Pirañavelo se quitó la pipa de la boca y la miró con mucha atención.

—Los quemaría —dijo Cora.

Eso era exactamente lo que Pirañavelo quería oír, pero sacudió la cabeza.

—Eso sería difícil. ¿Con qué podríamos quemarlos?

—Con fuego —dijo Clarice.

—Pero ¿y cómo encenderíamos el fuego, lady Clarice? —dijo Pirañavelo fingiendo perplejidad.

—Con paja —dijo Cora.

—Es una posibilidad —dijo Pirañavelo, acariciándose la barbilla—. Me pregunto si el plan sería suficientemente rápido. ¿Usted qué cree?

—¡Sí, sí! —exclamó Clarice—. ¡Es tan bonito ver arder la paja!

—¿Pero bastaría para prender fuego a los libros? —insistió Pirañavelo—. Se necesitaría mucha paja, y ¿sería lo suficientemente rápido?

—¿Qué prisa tenemos? —dijo Cora.

—Hay que actuar con rapidez —dijo Pirañavelo—, pues si no algún entrometido podría apagar las llamas.

—Me encantan los fuegos —dijo Clarice.

—Pero estaría mal quemar la biblioteca de Sepulcravo, ¿verdad que sí?

Pirañavelo había previsto que, tarde o temprano, una de las hermanas podría llegar a arrepentirse, y se había reservado una carta en la manga.

—Lady Cora —dijo—, hay momentos en que uno tiene que hacer cosas poco apetecibles. Cuando están en juego asuntos tan importantes, uno no puede manejar la situación con guantes de seda. No. Estamos escribiendo una página de la historia, y hemos de mantenernos firmes. ¿Recuerdan que dije antes que he recibido información? ¿Lo recuerdan? Pues bien, ahora les revelaré lo que ha llegado a mis oídos. No pierdan la calma: recuerden quiénes son. Yo me ocuparé de defender los intereses de ustedes, no teman, pero ahora siéntense, por favor, y escuchen.

»Ustedes me han dicho que no las tratan bien por eso y por lo otro, pero esperen a oír el último escándalo que se comenta por ahí abajo: «A
ellas
no las invitan», se oye en todos los corrillos, «A
ellas
no las invitan».

—¿Invitan a qué? —dijo Clarice.

—¿Invitan adónde? —dijo Cora.

—A la Gran Reunión que el hermano de ustedes ha convocado. En esa Gran Reunión se discutirán los detalles de la fiesta en honor dé Titus, el Nuevo Heredero de Gormenghast. Irán todas las gentes importantes, incluso los Prunescualo. Es la primera vez en muchos años que el conde se muestra tan mundano como para reunir a todos los miembros de su familia. Hay muchas cosas, se dice, de las que desea hablar, en relación con Titus, y pienso que esta Gran Reunión que se celebrará la semana próxima es de suma importancia. Nadie sabe con exactitud lo que lord Sepulcravo está planeando, pero parece ser que quiere que los preparativos de la fiesta del primer aniversario de su hijo empiecen enseguida.

»En cuanto a si las invitarán a la Fiesta, no podría asegurarlo, pero a juzgar por lo que he oído sobre cómo las han arrinconado y olvidado, como si fueran un par de zapatos viejos, me atrevería a decir que es muy improbable.

»Como verán —continuó Pirañavelo—, no he perdido el tiempo. He estado escuchando e informándome, y un día mis esfuerzos se verán justificados: cuando las vea, mis estimadas señorías, sentadas a los extremos de una mesa con distinguidos comensales, y cuando oiga el tintineo de copas y las ovaciones que despiertan cada uno de los comentarios de ustedes, entonces me felicitaré por haber tenido desde un principio imaginación y tenacidad para entregarme a la peligrosa tarea de rehabilitarlas como corresponde.

»¿Por qué no las han invitado a la fiesta? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué han de soportar el desdén y la mofa de la chusma de la cocina de Vulturno?

Pirañavelo calló un momento, y comprobó que había impresionado a las hermanas. Clarice se había ido a la silla de Cora, y las dos estaban sentadas allí muy juntas y erguidas.

—Cuando hace un rato me sugirieron ustedes con gran perspicacia que la solución a este inaguantable estado de cosas era la destrucción de esa molesta biblioteca, he comprendido que tenían razón, y que únicamente con una hazaña de este tipo podrían volver a levantar cabeza y borrar la mancha que las mancilla. La idea es genial. Les ruego, señorías, que actúen de acuerdo con el honor y el orgullo de ustedes. No son ustedes viejas, mis señorías, oh no, no son viejas. Pero, ¿son jóvenes? Me gustaría saber que los años que les quedan de vida estarán repletos de días encantadores y de noches románticas. ¿Será así realmente? ¿Daremos el primer paso para que se haga justicia? ¿Sí o no, mis queridas damas, sí o no?

Las hermanas se incorporaron juntas.

—Sí —dijeron—. Queremos recuperar el Poder.

—Queremos recuperar a nuestros criados, queremos recuperar la justicia, y queremos recuperarlo todo —dijo lentamente Cora con una voz inexpresiva en la que se tejía sin embargo el contrapunto de una extrema excitación.

—Y noches románticas —dijo Clarice—. Eso me encantaría. Sí, sí. ¡Que se queme! ¡Que se queme! —continuó en voz alta, como si le palpitara un motor en el pecho plano—. ¡Que se queme, se queme, se queme!

—¿Cuándo? —interrumpió Cora—. ¿Cuándo podremos quemarla?

Pirañavelo alzó una mano tranquilizadora. Pero ellas no le hicieron caso; se inclinaron hacia adelante tomadas de la mano y gritaron con aquellas horribles voces imperturbables: —¡Que se queme, se queme, se queme, se queme, se queme! —hasta que quedaron agotadas.

Pirañavelo pasó por esta prueba sin amedrentarse. Ahora comprendía mejor por qué se excluía a las dos mellizas de las actividades normales del castillo. Siempre había sabido que eran bobas, pero no que pudieran comportarse de esta manera.

Decidió cambiar de tono.

—¡Siéntense! —espetó—. Las dos. ¡Siéntense!

Las dos obedecieron al instante, y aunque les sorprendió el tono perentorio de la orden, Pirañavelo vio que ahora las tenía completamente dominadas; hubiera querido mostrar su autoridad y saborear por primera vez los siniestros deleites del poder, pero les habló amablemente, ya que por razones que sólo él conocía, lo más perentorio era quemar la biblioteca. Después de esto, ayudado por el temible poder que tendría sobre las hermanas, podría descansar un poco y disfrutar de una deliciosa dictadura en el ala sur.

—Señorías, dentro de seis días —dijo jugueteando con la cadena de oro—, en la víspera de la Gran Reunión a la que no han sido invitadas, la biblioteca estará desierta y entonces podrán quemarla hasta los cimientos. Yo prepararé la mecha y les explicaré más tarde todos los detalles. Pero cuando llegue la gran noche, y vean que hago la señal, ustedes prenderán fuego al combustible, y luego regresarán inmediatamente a esta habitación.

—¿No podremos ver cómo arde? —preguntó Cora.

—Eso —dijo Clarice—, ¿no podremos verlo?

—Desde el Árbol. ¿No querrán que las descubran?

—¡No! ¡No! ¡No!

—Pues lo verán desde el Árbol y así estarán seguras. Yo me quedaré en el bosque para comprobar que nada salga mal. ¿Me han comprendido?

—Sí —respondieron—. Sí, y entonces tendremos Poder, ¿no es cierto?

La ironía inconsciente de este comentario hizo que el labio de Pirañavelo se levantara un poco, pero se limitó a decir: —Sí, señorías, entonces tendrán Poder.

Acercándose a ellas, les besó las puntas de los dedos. Recogió de la mesa el bastón-espada, fue rápidamente hacia la puerta y saludó con una reverencia.

Antes de abrir, dijo: —Ningún otro lo sabrá, nunca. Sólo nosotros lo sabremos, ¿no es así?

—Sí —dijeron—, sólo nosotros.

—Volveré dentro de un día o dos —añadió Pirañavelo—, para ultimar los detalles. El honor de ustedes ha de quedar a salvo.

Sin decir buenas noches, abrió la puerta y desapareció en la oscuridad.

PREPARATIVOS PARA EL INCENDIO

PRETEXTANDO UNA EXCUSA u otra, Pirañavelo se ausentó de casa de los Prunescualo durante la mayor parte de los dos días siguientes. Aunque llevó a cabo muchas cosas durante este breve período, lo más importante fueron las tres cautelosas expediciones que hizo a la biblioteca. La mayor dificultad consistía en atravesar sin ser visto el espacio abierto que limitaba el bosque de coníferas. Una vez en el bosque y entre los pinos el peligro era menor. Comprendía que sería fatal que lo vieran en las proximidades de la biblioteca tan poco antes del incendio. En la primera visita de reconocimiento, después de aguardar en las sombras del ala sur y deslizarse rápidamente a través de los espesos jardines hasta los campos que bordeaban las coníferas, reunió toda la información que necesitaba. Tras una hora de paciente concentración, consiguió abrir el cerrojo de la puerta con un trozo de alambre y entró en la sala silenciosa a investigar la estructura del edificio. La biblioteca desierta tenía un aire remoto. Aunque de noche era tenebrosa y siniestra, no se notaba el vacío que la dominaba en las horas del día. Pirañavelo sentía el insistente silencio del lugar mientras iba de un lado a otro, mirando más de una vez por encima del hombro alto mientras tomaba nota de las posibilidades de conflagración.

Hizo un examen exhaustivo, y cuando por fin abandonó el edificio, conocía a fondo la naturaleza del problema. Necesitaría tiras de tela empapadas de petróleo, y ponerlas detrás de los libros y extenderlas así sin que se vieran de un extremo a otro de la sala. Después de dar la vuelta a la biblioteca, las haría subir por las escaleras hasta la galería. El mejor tiempo para colocar las tiras de tela retorcida (que no sería fácil conseguir sin despertar especulaciones) era las primeras horas de la mañana, cuando lord Sepulcravo ya estaba de vuelta en el castillo. En la segunda visita llegó a medianoche al bosque de pinos, tambaleándose bajo un enorme fardo de trapos y una lata de petróleo, y mientras esperaba a que lord Sepulcravo abandonara la biblioteca, se entretuvo allí unas cuantas horas anudando los diferentes trozos de tela que había robado hasta confeccionar una cuerda de no menos de cuarenta pies.

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