Read Toda la Historia del Mundo Online
Authors: Jean-Claude Barreau & Guillaume Bigot
Tags: #Historia
Así, el hombre de Neandertal desapareció hace veinte mil años sin que podamos entender el porqué. Sabemos que el
sapiens sapiens
y el
sapiens Neanderthalensis
han coexistido en los mismos territorios durante miles de años. ¿Se enzarzaron en una guerra? ¿Podían reproducirse entre ellos? Nada se sabe. Lo más probable es que nuestros antepasados mejor adaptados se hicieran con toda la caza, condenando a los demás a pasar hambre. Sea como fuere, todos los hombres que viven actualmente en la Tierra, por muy diferente que sea su aspecto, descienden de unos cuantos miles de
sapiens sapiens
africanos. La genética lo demuestra.
También sabemos que estos
sapiens
poblaron progresivamente la Tierra entera. Evidentemente, no es cuestión de concebir aquellas migraciones como los viajes de los descubrimientos del siglo XV.
Una tribu de cazadores necesita mucho terreno. Cuando hay demasiados guerreros jóvenes, un grupo se destaca de la tribu original y se desplaza unas decenas de kilómetros para encontrar un espacio de caza virgen, y así continuamente. Aquellos viajes se realizaban a un ritmo tan lento que, para cuando llegaron al confín de la Tierra, los descendientes de los migrantes habían olvidado el lugar de donde sus antepasados habían partido miles de años antes; sobre todo porque no dominaban la escritura y es sabido que la tradición oral no se remonta en el pasado más allá de cuatro generaciones.
De este modo, la conquista del planeta por parte de los hombres prehistóricos fue una conquista inconsciente. Pero podemos establecer ciertas etapas.
Hace treinta mil años, los seres humanos se encuentran en África, Europa y Asia, pero no en América. En las Américas no había hombres. Éstos llegaron allí hace veinte mil años, procedentes de Asia y pasando a pie por lo que hoy conocemos como el estrecho de Bering. Fue durante el último período glacial; el nivel del mar estaba más bajo.
Por lo tanto, los indios de América son asiáticos aun hoy, por sus rasgos físicos y por los lenguajes que hablan.
Después volvió a subir el nivel del mar, aislando a aquellos hombres del resto de la humanidad —¡que no se unió a ellos en su continente, y para su desgracia, hasta el siglo XVI de nuestra era!—. En la misma época, los aborígenes australianos llegaron a pie desde el continente antes de quedar aislados también ellos.
Progresivamente fueron diferenciándose los lenguajes. Seguramente, los primeros grupos africanos hablaban un idioma común. Con los milenios se instaló Babel; pero quedan huellas de aquel origen lingüístico común: «mamá», por ejemplo, es una palabra común a todas las lenguas del planeta —tal vez porque es la primera que los bebés pueden pronunciar.
Extendidos por toda la Tierra hace quince mil años, los
sapiens sapiens
que quedaban no eran muy numerosos. La caza necesita vastos espacios y depende de la abundancia o escasez de las presas, las cuales, a su vez, dependen de factores ecológicos o climáticos imprevisibles. Digamos que en aquella época, la humanidad prehistórica era, como hoy las ballenas, una especie amenazada, oscilando entre cien mil individuos en tiempos de hambruna y dos o tres millones en años de abundancia, sobre todo, si tenemos en cuenta que aquellos seres no sabían conservar la carne.
Es bastante fácil hacerse una idea de cómo era una tribu prehistórica porque la prehistoria ha durado mucho tiempo en muchos lugares. Los indios de América, en general todos los «primeros pueblos», eran hombres prehistóricos. El adjetivo «prehistórico» no implica ningún juicio de valor; es un adjetivo técnico que se aplica a los pueblos sin escritura.
La tribu india que se describe en la película
Bailan
do con lobos
, con sus guerreros, su Consejo de Ancianos, sus chamanes, nos parece que muestra bastante bien lo que podía ser el hombre prehistórico.
No era imbécil. Las tribus transmitían culturas elaboradas y coloristas, técnicas admirables (ya hemos señalado lo ingenioso de los iglús, los kayaks y los anoraks de los esquimales). Ya utilizaban el arco, las flechas y otros útiles. Un joven papú podía llamar por su nombre y distinguir centenares de plantas (algo que nosotros no somos capaces de hacer, excepto los botánicos del Museo de Historia Natural).
El hombre prehistórico accedió desde el principio al arte absoluto. ¿Hay alguna evolución entre el cuadro de un artista y las pinturas rupestres de Lascaux?
Sobre todo, el hombre prehistórico está muy próximo a nosotros. Tiene leyes, honor y una religión muy desarrollada: el animismo, la adoración de las fuerzas de la naturaleza.
«Dios respira en las plantas, sueña en los animales y se despierta en el hombre», dice un proverbio comanche.
La tribu es una sociedad compleja, en donde la educación desempeña una función fundamental. Cierto es que no hay escuelas, pero sí una transmisión por parte de los ancianos, ritos de pubertad, del paso a la edad adulta, de iniciación para los chicos y para las chicas, ritos que sobreviven hasta el día de hoy en muchas sociedades.
El hombre prehistórico está tan próximo a nosotros que si le viéramos en el metro no lo distinguiríamos.
Más próximo de lo que imaginamos. De hecho, desde la prehistoria ha habido inmensos avances científicos y técnicos, pero ninguno psicológico: el hombre es el mismo que el día en que surgió.
Por otra parte, los hombres todavía prehistóricos que, en el siglo XX, entraban en contacto con nuestro mundo moderno (probablemente, hoy ya no quedan en la Tierra tribus prehistóricas, pero las había en el siglo XX y entonces los «primeros contactos» fueron numerosos: papúes de Nueva Guinea, indios del Amazonas) apenas se sorprendían de nuestras sofisticadas técnicas.
En cualquier caso, si pensamos en ello, no hay una naturaleza diferente entre la invención del fuego y la de la bomba atómica, entre el tamtan e internet, entre la velocidad del corredor de la sabana y la del AVE.
Al contemplar a los pájaros, los hombres siempre han deseado volar, el mito de Ícaro da testimonio de ello.
Stanley Kubrick comprendió y describió muy bien esta idea en la primera escena de su obra maestra,
2001, Una odisea del espacio
. En esta escena se ve enfrentarse a los primates. Uno de ellos agarra un hueso que rodaba por el suelo y lo lanza al cielo en dirección hacia sus adversarios. El director transforma entonces, por medio de un fundido encadenado, ese hueso en un cohete interplanetario. Kubrick había comprendido a la perfección que lanzar una tibia o lanzar un cohete es el mismo gesto.
Así, la prehistoria no es un universo extraño. Las grandes cuestiones aún actuales ya se habían planteado entonces: la amenaza de la muerte, la necesidad de la ley, la belleza del arte, la importancia vital de la transmisión del saber.
P
ROBABLEMENTE
fue la presión del clima la que transformó a algunos primates en seres humanos. Esta misma presión es la que hizo que la historia sucediera a la prehistoria.
La última glaciación finalizó hace aproximadamente catorce mil años. Retrocedieron los glaciares, subió el nivel del mar, surgió el Sahara.
Los cinturones de desierto en la Tierra son característicos de los períodos interglaciares. Al mirar las fotos de los satélites, esos cinturones se ven a primer golpe de vista en nuestro Planeta azul. En el hemisferio norte se distinguen los desiertos americanos (que se nos han hecho familiares gracias a las películas del Oeste); luego, más allá del Atlántico, un gran desierto continental que empieza en Mauritania
y
acaba al norte de China. Se conoce con nombres diferentes —Sahara, en África; desierto Arábigo, en Oriente Próximo, desiertos de Irán y de la India occidental y desierto de Gobi—, pero es el mismo.
Este desierto va perdiendo dureza de oeste a este: muy rudo en Tanezruft, relativo en las estepas mongolas. Durante el transcurso del último período glaciar, los hombres cazaban en el Sahara, cubierto de hierba y surcado de ríos. Se sabe porque los cazadores dejaron pinturas rupestres ricas en vegetación y caza. La desertización los condenó a la hambruna.
Por fortuna había ríos que atravesaban el gran desierto continental por cuatro lugares. A estos ríos nunca les faltó el agua, puesto que bebían de fuentes que se encontraban más allá del desierto, en montañas bien regadas.
El más famoso de estos ríos es el Nilo, que nace de una fuente en Uganda, en el lago Victoria, y recibe afluentes de las alturas etíopes, regiones en las que llueve. Por lo tanto siempre conserva suficiente agua para cruzar el Sahara de norte a sur y desembocar en el Mediterráneo.
La segunda región por la que discurren ríos perennes es Mesopotamia. Aquí hay dos ríos, el Éufrates al oeste y el Tigris al este, que se unen para desembocar en el golfo Pérsico. Corren de norte a sur, siempre con agua porque proceden de las montañas ricas en agua del Kurdistán.
El tercer lugar es el desierto de la India, regado de norte a sur por el río Indo, que, junto a sus afluentes, nace en el Himalaya.
El último es la estepa china, salvada de la sequía por el río Amarillo, que llega desde las montañas para morir en el Pacífico.
Evidentemente, los cazadores prehistóricos fueron a refugiarse junto a estos ríos. Pero en sus orillas ya no podían vivir de la caza; no había suficiente espacio. Entonces inventaron la agricultura, una fantástica revolución que en términos cultos se conoce con el nombre de Neolítico («nueva edad de piedra»).
Cerca de los ríos crecían cereales silvestres. Los cazadores prehistóricos ya condimentaban sus menús con plantas. La genial idea fue seleccionar las mejores, sembrarlas y arrancar el resto. Al mismo tiempo, empezaron a domesticar ganado en lugar de cazarlo.
Las consecuencias de esta mutación técnica fueron formidables.
¿Por qué? Porque la agricultura permite, sobre idéntico territorio, alimentar a cien veces más hombres que la caza. Por ejemplo, el actual territorio francés puede mantener a trescientos mil cazadores como máximo y alimentar a treinta millones de campesinos.
De pronto, la humanidad, que durante los años de bonanza podía reunir como mucho a unos millones de individuos en el planeta, tras la revolución agrícola contó con unos centenares de millones de hombres, cifra que ya no variará hasta la Revolución industrial del siglo XIX, ¡ocho mil años más tarde!
La humanidad dejó de ser una especie amenazada para convertirse en una especie amenazante —también para el medio ambiente—. Puesto que se acaba de constatar que una gran parte de la contaminación es de origen agrícola: emisiones de metano por los cultivos y los arrozales, las roturaciones, etcétera.
Cierto es que todo esto no ha sucedido en un día (en Jericó, hacia el 8850 a.C, ya aparecen mercados agrícolas amurallados), pero sí bastante rápido, en virtud de la velocidad propia del hombre debida a la transmisión cultural. Fuera de estas cuatro regiones mencionadas seguía la vida prehistórica. Sin embargo, en estos cuatro lugares, la humanidad no cambió desde el punto de vista psicológico sino desde el de la organización. Una tribu prehistórica son doscientas personas —cazadores, mujeres, niños, chamanes, ancianos— en continuo desplazamiento; en Egipto pronto fueron millones de campesinos y un Estado.
El Estado nació por primera vez en Egipto debido al reparto de las aguas. Como en ese país no llueve prácticamente nunca, los cultivos dependen por completo del regadío. Los pobladores de la zona alta (de río arriba) teman tendencia a consumir toda el agua en detrimento de los de la zona baja (de río abajo). Ambos se enfrentaron por el agua y luego pensaron que sería preferible tener un rey, el faraón, que vigilara el reparto equitativo del agua.
El segundo factor es que los campesinos necesitan imperiosamente la paz.
El cazador prehistórico era guerrero. El campesino ya no tiene tiempo suficiente para la guerra. Utiliza el tiempo para sembrar, labrar y recolectar —trabaja durante toda la jornada—. No obstante, también necesita protección; si los nómadas o bandidos se comen su trigo o matan a su ganado, muere de hambre. De ahí la necesidad de un Estado que asegure el orden; más cuando, precisamente, la agricultura produce un excedente alimentario que permite alimentar a un rey y a los militares. El Estado grava ciertos impuestos, pero es un mal menor respecto al bandolerismo.
Estas consideraciones sobre el Egipto faraónico no son especulaciones del pasado; son muy actuales. Las hambrunas en el mundo actual están muy relacionadas con el desorden, el pillaje, con la desaparición de los estados —como sucede, por ejemplo, en África, devastada por guerras civiles—. Cuando vuelve el orden, el campesino se reencuentra en el camino de la recolección, pero para él, la anarquía es el horror.
El Estado es una fuerza armada especializada, pero también es una administración. Porque hay que ocuparse de la gestión de los excedentes, conservar el grano en los graneros en previsión de años malos (las épocas de las «vacas gordas» y de las «vacas flacas» que se relatan en la Biblia). Para gestionar ese grano, se impone la escritura; hay que llevar al día los libros. Por lo tanto, la revolución agrícola trae consigo la invención de la escritura.
Y en el momento en que nace la escritura, entramos en la Historia, puesto que ya nos podemos fiar no sólo de la arqueología, sino también de los libros del pasado.
La escritura es el criterio técnico que distingue la Historia de la prehistoria.
La escritura nace de un modo natural, de la multiplicación de pequeños dibujos estilizados que se llaman «ideogramas» (los jeroglíficos egipcios).
Estos ideogramas son de fácil concepción, pero exigen mucha memoria porque existen miles de ellos, de ahí el nacimiento de una casta de escribas.
De este modo, la escritura nació en Egipto, tres o cuatro mil años antes de Jesucristo, por lo tanto, hace cinco o seis mil años. En la actualidad, chinos y japoneses todavía conservan este tipo de escritura.
El Estado nace en Egipto porque allí la necesidad climática hace imperiosa su existencia, con el Nilo discurriendo por el medio del Sahara.
Ese Egipto independiente de la Antigüedad durará veinticinco siglos.
Se trata de una población muy numerosa, de siete a ocho millones de habitantes, gobernada por un Estado muy organizado. La historia del antiguo Egipto es fácil de entender: cuando el Estado es fuerte, hay abundancia; cuando el Estado se descompone, aparecen la anarquía y las invasiones: los beduinos del desierto, los hicsos llegados del este.