Todos los cuentos de los hermanos Grimm (56 page)

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Authors: Jacob & Wilhelm Grimm

Tags: #Cuento, Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: Todos los cuentos de los hermanos Grimm
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Respondióle el niño:

—No os aflijáis por esto, padre; todo se arreglará. El negro no tiene ningún poder sobre mí.

El hijo pidió al señor cura le diese su bendición y, cuando sonó la hora, se encaminaron juntos al campo donde el muchachito, describiendo un círculo en el suelo, situóse en su interior con su padre.

Presentóse a poco el hombrecillo y dijo al viejo:

—¿Me has traído lo que prometiste?

El hombre no respondió, mientras el hijo preguntaba:

—¿Qué buscas tú aquí?

A lo que replicó el negro:

—Es con tu padre con quien hablo, no contigo.

Pero el muchacho replicó:

—Engañaste y sedujiste a mi padre; dame el contrato.

—No —respondió el enano—, yo no renuncio a mi derecho.

Tras una larga discusión convinieron, finalmente, en que el hijo, puesto que ya no pertenecía a su padre sino al diablo, embarcaría en un barquito anclado en un río que corría hacia el mar; el padre empujaría la embarcación hacia el centro de la corriente y abandonaría al niño a su merced.

Despidióse el niño de su padre y subió al barquichuelo, y su propio padre tuvo que impulsarlo con el pie. Volcó el barco, quedando con la quilla para arriba y la cubierta en el agua. El padre, creyendo que su hijo se había ahogado, regresó tristemente a su casa y lo lloró durante largo tiempo.

Pero el barquito no se había hundido, sino que siguió flotando suavemente con el mocito a bordo hasta que, al fin, quedó varado en una orilla desconocida.

Desembarcó el muchacho y, viendo un hermoso palacio, encaminóse a él sin vacilar. Pero al pasar la puerta vio que era un castillo encantado. Recorrió todas las salas, mas todas estaban desiertas excepto la última, donde había una serpiente enroscada.

La serpiente era, a su vez, una doncella encantada que al verlo dio señales de gran alegría y le dijo:

—¿Has llegado, libertador mío? Durante doce años te he estado esperando; este reino está hechizado y tú debes redimirlo.

—¿Y cómo puedo hacerlo? —preguntó él.

—Esta noche comparecerán doce hombres negros que llevan cadenas colgando, y te preguntarán el motivo de tu presencia aquí; tú debes mantenerte callado, sin responderles, dejando que hagan contigo lo que quieran. Te atormentarán, golpearán y pincharán; tú, aguanta, pero no hables; a las doce se marcharán. La segunda noche vendrán otros doce, y la tercera, veinticuatro, y te cortarán la cabeza; pero a las doce su poder se habrá terminado, y si para entonces tú has resistido y no has pronunciado una sola palabra, yo quedaré desencantada. Vendré con un frasco de agua de vida, te rociaré con ella y quedarás vivo y sano como antes.

—Te rescataré gustoso —respondió él.

Y todo sucedió tal y como se le había predicho. Los hombres negros no pudieron arrancarle una sola palabra, y la tercera noche la serpiente se transformó en una hermosa princesa que, provista del agua de vida, acudió a resucitarlo.

Luego, arrojándose a su cuello, lo besó y el júbilo y la alegría se esparcieron por todo el palacio. Casáronse, y el muchacho convirtióse en rey de la montaña de oro.

Al cabo de un tiempo de vida feliz, la reina dio a luz un hermoso niño. Cuando habían transcurrido ya ocho años, el joven se acordó de su padre y le entró el deseo de ir a verlo a su casa.

La Reina no quería dejarlo partir diciendo:

—Sé que será mi desgracia.

Pero él no la dejó en paz hasta haber conseguido su asentimiento. Al despedirlo, ella le dio un anillo mágico y le dijo:

—Llévate esta sortija y póntela en el dedo; con ella podrás trasladarte adonde quieras; únicamente has de prometerme que no la utilizarás para hacer que yo vaya a la casa de tu padre.

Prometióselo él y, poniéndose el anillo en el dedo, pidió encontrarse en las afueras de la ciudad donde su padre residía. En el mismo momento estuvo allí y se dispuso a entrar en la población; pero al llegar a la puerta, detuviéronle los centinelas por verle ataviado con vestidos extraños, aunque ricos y magníficos.

Subió entonces a la cima de un monte, en la que un pastor guardaba su rebaño; cambió con él sus ropas y, vistiendo la zamarra del pastor, pudo entrar en la ciudad sin ser molestado.

Presentóse en la casa de su padre y se dio a conocer; pero el hombre se negó a prestarle crédito diciéndole que, si bien en verdad que había tenido un hijo, había muerto muchos años atrás; con todo, como veía que se trataba de un pobre pastor le ofreció un plato de comida.

Entonces, el mozo dijo a sus padres:

—Es verdad que soy vuestro hijo. ¿No sabéis de alguna seña en mi cuerpo por la que pudierais reconocerme?

—Sí —respondió la madre—, nuestro hijo tenía un lunar el forma de frambuesa debajo del brazo derecho.

Apartóse él la camisa, y al ver el lunar en el sitio indicado dejaron ya de dudar de que tenían consigo a su hijo.

Contóle él entonces que era rey de la montaña de oro, que su esposa era una princesa y que tenían un hermoso hijito de siete años.

Dijo entonces la madre:

—¡Esto sí que no lo creo! ¡Vaya un rey, que se presenta vestido de pastor!

Irritado el hijo, sin acordarse de su promesa, dio la vuelta al anillo conjurando a su esposa y a su hijo a que compareciesen, y en el mismo momento se presentaron los dos; la Reina llorando y lamentándose y acusándolo de haber quebrantado su palabra y haberla hecho a ella desgraciada.

Respondióle él:

—Lo hice impremeditadamente y sin mala intención.

Y trató le disculparse y persuadirla. Ella simuló ceder a sus excusas, pero ya el rencor anidaba en su alma.

Condujo a su esposa a las afueras de la ciudad y le mostró el río en el que había sido lanzado el barquito; luego le dijo:

—Estoy cansado; siéntate, quiero dormir un poco sobre tu regazo.

Apoyó en él la cabeza, y la Reina lo estuvo acariciando hasta que se durmió. Quitóle entonces el anillo del dedo y, retirando el pie de debajo de él, descalzóse y dejó la chinela; luego cogió en brazos a su hijito y pidió volver a su reino.

Al despertar, el Rey encontróse completamente abandonado; su esposa e hijo habían desaparecido, así como el anillo de su dedo, no quedándole más que la chinela como prenda.

«A la casa de mis padres no puedo volver —pensó—; dirían que soy brujo; no tengo más solución que ponerme en camino y seguir hasta que llegue a mis dominios».

Partió pues, y al fin se encontró en una montaña donde había tres gigantes que disputaban acaloradamente porque no lograban ponerse de acuerdo sobre la manera de repartirse la herencia de su padre.

Al verlo pasar de largo, lo llamaron y, diciendo que los hombres pequeños eran de inteligencia avispada, lo invitaron a actuar de árbitro en el reparto.

La herencia se componía de una espada que, cuando uno la blandía y gritaba: «¡Todas las cabezas al suelo, menos la mía!», en un abrir y cerrar de ojos, decapitaba a todo bicho viviente; en segundo lugar, de una túnica que hacía invisible a quien la llevaba; y, en tercero, de un par de botas que llevaban en un instante, a quien se las ponía, al lugar que deseaba.

Dijo el Rey:

—Dadme los tres objetos, pues he de examinarlos para ver si se hallan en buen estado.

Alargáronle la túnica y, no bien se la hubo puesto, desapareció convertido en una mosca. Recuperando su figura propia, dijo:

—La túnica está bien; venga ahora la espada.

Pero los otros replicaron:

—¡Ah, no! No te la damos. Sólo con que dijeses: «¡Todas las cabezas al suelo, menos la mía!», quedaríamos decapitados, y sólo tú quedarías con vida.

No obstante, al fin se avinieron a entregársela a condición de que la probase en un árbol. Hízolo así, y la espada cortó el tronco a cercén como si fuese una paja. Quiso entonces examinar las botas, pero los gigantes se opusieron:

—No, no te las damos. Si, cuando las tengas puestas, te da por trasladarte a la cima de la montaña, nosotros nos quedaríamos sin nada.

—No —les dijo—, no lo haré.

Y le dejaron las botas. Ya en posesión de las tres piezas, y no pensando más que en su esposa y su hijo, díjose para sus adentros: «¡Ah, si pudiese encontrarme en la montaña de oro!» e, inmediatamente, desapareció de la vista de los tres gigantes, con lo cual quedó resuelto el pleito del reparto de la herencia.

Al llegar el Rey al palacio notó que había en él gran alborozo; sonaban violines y flautas, y la gente le dijo que la Reina se disponía a celebrar su boda con un segundo marido.

Encolerizado, exclamó:

—¡Pérfida! ¡Me ha engañado; me abandonó mientras dormía!

Y, poniéndose la túnica, penetró en el palacio sin ser visto de nadie.

Al entrar en la gran sala vio una enorme mesa servida con deliciosas viandas; los invitados comían y bebían entre risas y bromas, mientras la Reina, sentada en el lugar de honor en un trono real, aparecía magníficamente ataviada con la corona en la cabeza.

Él fue a colocarse detrás de su esposa sin que nadie lo viese y, cuando le pusieron en el plato un pedazo de carne, se lo quitó y se lo comió, y cuando le llenaron la copa de vino, cogióla también y se la bebió; y a pesar de que la servían una y otra vez, se quedaba siempre sin nada, pues platos y copas desaparecían instantáneamente.

Apenada y avergonzada levantóse y, retirándose a su aposento, se echó a llorar, pero él la siguió. Dijo entonces la mujer:

—¿Es que me domina el diablo, y jamás vendrá mi salvador?

Él, pegándole entonces en la cara, replicó:

—¿Acaso no vino tu salvador? ¡Está aquí, mujer falaz! ¿Merecía yo este trato?

Y, haciéndose visible, entró en la sala gritando:

—¡No hay boda; el rey legítimo ha regresado!

Los reyes, príncipes y consejeros allí reunidos empezaron a escarnecerlo y burlarse de él; pero el muchacho, sin gastar muchas palabras, gritó:

—¿Queréis marcharos o no?

Y, viendo que se aprestaban a sujetarlo y acometerle, desenvainando la espada dijo:

—¡Todas las cabezas al suelo, menos la mía!

Y todas las cabezas rodaron por tierra y entonces él, dueño de la situación, volvió a ser el rey de la montaña de oro.

El cuervo

E
RASE una vez una reina que tenía una hijita de poca edad, a la que había que llevar aún en brazos.

Un día la niña estaba muy impertinente, y su madre no lograba aquietarla de ningún modo hasta que, perdiendo la paciencia, al ver unos cuervos que volaban en torno al palacio, abrió la ventana y dijo:

—¡Ojalá te volvieses cuervo y echases a volar; por lo menos tendría paz!

Pronunciadas apenas estas palabras, la niña quedó transformada en cuervo y, desprendiéndose del brazo materno, huyó volando por la ventana.

Fue a parar a un bosque tenebroso, en el que permaneció largo tiempo, y sus padres perdieron todo rastro de ella.

Cierto día, un hombre que pasaba por el bosque percibió el graznido de un cuervo; al acercarse al lugar de donde procedía, oyó que decía el ave:

—Soy princesa de nacimiento y quedé encantada; pero tú puedes redimirme.

—¿Qué debo hacer? —preguntó él.

Y respondióle el cuervo:

—Sigue bosque adentro, hasta que encuentres una casa en la que vive una vieja. Te ofrecerá comida y bebida; pero no aceptes nada, pues por poco que comas o bebas quedarás sumido en un profundo sueño, y ya no te será posible rescatarme. En el jardín de detrás de la casa hay un gran montón de cortezas; aguárdame allí. Durante tres días seguidos vendré a las dos de la tarde, en un coche tirado, la primera vez, por cuatro caballos blancos; por cuatro rojos, la segunda, y por cuatro negros, la tercera; pero si en vez de estar despierto te hallas dormido, no me podrás desencantar.

Prometió el hombre cumplirlo todo al pie de la letra, mas el cuervo suspiró:

—¡Ay!, bien sé que no me redimirás, porque aceptarás algo de la vieja.

Repitióle el hombre su promesa de que no tocaría nada de comer ni de beber.

Al hallarse delante de la casa, salió la mujer a recibirlo.

—¡Pobre, y qué cansado pareces! Entra a reposar; comerás y beberás algo.

—No —respondióle el hombre—, no quiero tomar nada.

Pero ella insistió vivamente:

—Si no quieres comer, siquiera bebe un trago; una vez no cuenta.

Y el forastero, cediendo a la tentación, bebió un poco.

Por la tarde, hacia las dos, salió al jardín y, sentándose en el montón de corteza, se dispuso a aguardar la llegada del cuervo. Pero no pudiendo resistir él su cansancio, echóse un rato con la firme intención de no dormirse. Sin embargo, apenas se hubo tendido se le cerraron los ojos y se quedó tan profundamente dormido que nada en el mundo habría podido despertarlo.

A las dos se presentó el cuervo en su carroza tirada por cuatro caballos blancos; pero el ave venía triste diciendo:

—Estoy segura de que duerme.

Y, en efecto, cuando llegó al lugar de la cita violo tumbado en el suelo, dormido. Apeóse del coche, fue a él, y lo sacudió y llamó, pero en vano.

Al mediodía siguiente, la vieja fue de nuevo a ofrecerle comida y bebida. El hombre negóse a aceptar nada; no obstante, ante su insistencia, volvió a beber otro sorbo de la copa.

Poco antes de las dos dirigióse de nuevo al jardín, al lugar convenido, a esperar la llegada del cuervo; pero, de repente, le acometió una fatiga tan intensa que las piernas no lo sostenían; incapaz de dominarse, tendióse en el suelo y volvió a quedar dormido como un tronco.

Al pasar el cuervo en su carroza de cuatro caballos rojos, dijo tristemente:

—¡Seguro que duerme!

Y se acercó a él; pero tampoco hubo modo de despertarle.

Al tercer día le preguntó la vieja:

—¿Qué es eso? No comes ni bebes. ¿Acaso quieres morirte?

Pero él replicó:

—No quiero ni debo comer ni beber nada.

Ella dejó a su lado la fuente con la vianda y un vaso de vino y, cuando el olor le subió a la nariz, no pudiendo resistir bebió un buen trago.

A la hora fijada salió al jardín y, subiéndose al montón de corteza, quiso aguardar la venida de la princesa encantada. Pero sintiéndose más fatigado aún que la víspera, tumbóse y se quedó tan profundamente dormido como si fuera de piedra.

A las dos se presentó de nuevo el cuervo en su coche, arrastrado ahora por cuatro corceles negros; el carruaje era también negro. El ave, que venía de riguroso luto, exclamó:

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