Tormenta de Espadas (17 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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Una mirada le bastó a Jon para saber que tanto el hombre de la barba blanca como el calvo eran guerreros.

«Esos dos son muchísimo más peligrosos que Casaca de Matraca.» Se preguntó cuál de ellos sería Mance Rayder.

Mientras yacía en el suelo y la vista se le nublaba,
notó el sabor de la sangre que la boca le llenaba.
Sus hermanos se arrodillaron y rezaron una oración,
y él sonrió, se echó a reír y entonó una canción:
«Hermanos, oh, hermanos, mis días aquí han terminado,
pues el dorniense la vida me ha quitado,
pero todo hombre muere tarde o temprano,
y a la mujer del dorniense yo ya he probado».

Cuando los últimos compases de «La mujer del dorniense» cesaron, el hombre calvo y sin orejas levantó la vista del mapa e hizo una mueca feroz a Casaca de Matraca e Ygritte, a ambos lados de Jon.

—¿Qué es eso? ¿Un cuervo?

—El bastardo negro que destripó a Orell —dijo Casaca de Matraca—. Y también hay un huargo.

—Debías matarlos a todos.

—Éste se pasó a nuestro bando —explicó Ygritte—. Mató personalmente a Qhorin Mediamano.

—¿Este crío? —Las noticias habían irritado al hombre sin orejas—. Mediamano era mío. ¿Tienes nombre, cuervo?

—Jon Nieve, Alteza. —Se preguntó si también debería hacer una genuflexión.

—¿Alteza? —El hombre sin orejas miró al obeso de la barba blanca—. Fíjate. Me toma por un rey.

El de la barba blanca soltó tal risotada que salpicó sus alrededores con trozos de gallina. Se limpió la grasa de la boca con el dorso de la manaza.

—Debe de estar ciego. ¿Cuándo se ha visto un rey sin orejas? ¡La corona le iría a parar al cuello! ¡Ja! —Hizo una mueca en dirección a Jon mientras se limpiaba los dedos en los calzones—. Cierra el pico, cuervo. Date la vuelta si quieres ver al que buscas.

Jon se volvió. El bardo se puso de pie.

—Soy Mance Rayder —dijo mientras dejaba el laúd a un lado—. Y tú eres el bastardo de Ned Stark, el Nieve de Invernalia.

Anonadado, Jon se quedó mudo un instante antes de recuperarse lo suficiente para responder.

—¿Y cómo... cómo lo sabéis?

—Te lo contaré luego —dijo Mance Rayder—. ¿Te ha gustado la canción, muchacho?

—Mucho. La conocía.

—Pero todo hombre muere tarde o temprano —repitió el Rey-más-allá-del-Muro como sin darle importancia—, y yo he probado a la mujer del dorniense. Dime, ¿es verdad lo que ha dicho mi Señor de los Huesos? ¿Has matado a mi viejo amigo, el Mediamano?

—Así es.

«Aunque fue más obra suya que mía.»

—La Torre Sombría no volverá a ser tan aterradora —dijo el rey con tristeza en la voz—. Qhorin era mi enemigo. Pero también fue una vez mi hermano. A ver... ¿tengo que darte las gracias por matarlo, Jon Nieve? ¿O maldecirte? —Miró a Jon con una sonrisa burlona.

El Rey-más-allá-del-Muro no tenía aspecto de rey, ni siquiera de salvaje. Era de mediana estatura, esbelto, de rasgos finos y ojos pardos, calculadores, con un largo cabello castaño que se había vuelto casi todo gris. No llevaba corona en la cabeza, ni aros de oro ciñéndole los brazos, ni joyas en la garganta, ni siquiera un destello de plata. Vestía de lana y cuero, y la única prenda de ropa que destacaba era la harapienta capa negra de lana con largos remiendos de seda roja desteñida.

—Deberíais darme las gracias por matar a vuestro enemigo —dijo Jon finalmente— y maldecirme por matar a vuestro amigo.

—¡Ja! —rugió el de la barba blanca—. ¡Buena respuesta!

—De acuerdo. —Mance Rayder hizo un gesto a Jon para que se aproximara—. Si te unes a nosotros, nos conocerás mejor. El hombre con el que me has confundido es Styr, Magnar de Thenn. «Magnar» significa «señor» en la antigua lengua. —El hombre sin orejas miró fríamente a Jon, mientras Mance se volvía hacia el de la barba blanca—. Éste, nuestro feroz devorador de gallinas, es mi leal Tormund. La mujer...

—Un momento —lo interrumpió Tormund poniéndose de pie—. Has mencionado el título de Styr, menciona el mío.

—Como quieras —dijo Mance Rayder, echándose a reír—. Jon Nieve, tienes ante ti a Tormund Matagigantes, el Gran Hablador, Soplador del Cuerno y Rompedor del Hielo. Y también Tormund Puño de Trueno, Marido de Osas, Rey del Aguamiel en el Salón Rojo, Portavoz ante los Dioses y Padre de Ejércitos.

—Ése sí soy yo —dijo Tormund—. Te saludo, Jon Nieve. Resulta que me gustan mucho los wargs, pero no los Stark.

—La mujer que ves junto al brasero —prosiguió Mance Rayder— es Dalla. —La mujer preñada sonrió con timidez—. Trátala como a cualquier otra reina. Lleva mi retoño. —Se volvió hacia los dos restantes—. Esta belleza es su hermana, Val. Y el joven Jarl, a su lado, es su última mascota.

—No soy la mascota de ningún hombre —dijo Jarl, sombrío y enfurecido.

—Y Val no es ningún hombre —gruñó el barbudo Tormund—. Ya deberías haberte dado cuenta, muchacho.

—Pues aquí nos tienes, Jon Nieve —dijo Mance Rayder—. El Rey-más-allá-del-Muro y su corte en pleno. Y ahora es tu turno de hablar. ¿De dónde has venido?

—De Invernalia —respondió—, pasando por el Castillo Negro.

—¿Y qué te trae al Agualechosa, tan lejos de los fuegos de tu hogar? —No aguardó la respuesta de Jon, sino que miró al instante a Casaca de Matraca—. ¿Cuántos eran?

—Cinco. Tres murieron, y aquí está éste. El otro escaló la ladera de una montaña, por la que ningún caballo podía seguirlo.

—¿Erais solamente cinco? —preguntó Rayder, volviendo a clavar los ojos en los de Jon—. ¿O hay otros de tus hermanos fisgoneando por los alrededores?

—Éramos cuatro y Mediamano. Qhorin valía por veinte hombres.

—Eso se decía —dijo el Rey-más-allá-del-Muro con una sonrisa—. Pero... ¿un chico del Castillo Negro con exploradores de la Torre Sombría? ¿Cómo es eso?

—El Lord Comandante me envió con Mediamano para entrenarme —contestó Jon, que tenía lista la mentira—, y por eso me llevó de exploración.

—Dices que de exploración... —intervino Styr el Magnar con el ceño fruncido—. ¿Para qué irían los cuervos de exploración más allá del Paso Aullante?

—Las aldeas estaban abandonadas —dijo Jon sin faltar a la verdad—. Era como si todo el pueblo libre hubiera desaparecido.

—Desaparecido, sí —dijo Mance Rayder—. Y no sólo el pueblo libre. ¿Quién os dijo dónde estábamos, Jon Nieve?

—Craster —bufó Tormund—, seguro, o yo soy una doncella inocente. Ya te lo dije, Mance, a ese bicho le sobra la cabeza.

—Tormund, intenta alguna vez pensar antes de hablar —dijo el rey mirando irritado al de la barba blanca—. Ya sé que fue Craster. Se lo he preguntado a Jon para saber si decía la verdad.

—Vaya —escupió Tormund—. He metido la pata. —Le hizo una mueca a Jon—. Fíjate, muchacho, por eso él es rey y yo no. A la hora de beber, de pelear y de cantar soy mejor que él, y mi miembro es tres veces más grande que el suyo, pero Mance es listo. Lo criaron como cuervo, ¿sabes?, y el cuervo es un pájaro que sabe muchos trucos.

—Voy a hablar a solas con el muchacho, mi Señor de los Huesos —dijo Mance Rayder a Casaca de Matraca—. Dejadnos solos.

—¿Qué, yo también? —dijo Tormund.

—Tú en particular —replicó Mance.

—No como en ningún salón donde no soy bienvenido. —Tormund se puso en pie—. Las gallinas y yo nos vamos. —Agarró otra ave del brasero y se la guardó en un bolsillo cosido en el forro de su capa—. Ja —dijo, y se marchó chupándose los dedos.

Todos los demás lo siguieron, menos Dalla, la mujer.

—Siéntate si lo deseas —dijo Rayder cuando los otros se marcharon—. ¿Tienes hambre? Tormund nos ha dejado por lo menos dos piezas.

—Me gustaría mucho comer algo, Alteza. Gracias.

—¿Alteza? —El rey sonrió—. No es un tratamiento que uno oiga con frecuencia de los labios del pueblo libre. Para casi todos, soy Mance. Mance con mayúsculas, para algunos. ¿Te apetece un cuerno de aguamiel?

—Con gusto.

El rey sirvió la bebida mientras Dalla cortaba las crujientes gallinas en mitades y les daba una a cada uno. Jon se quitó los guantes y comió con los dedos, arrancando los trocitos de carne de los huesos.

—Tormund está en lo cierto —dijo Mance Rayder mientras cogía un trozo de pan—. El cuervo negro es un pájaro listo, sí... pero yo ya era un cuervo cuando tú no tenías más edad que el bebé que hay en el vientre de Dalla, Jon Nieve. De manera que no intentes hacerte el listo conmigo.

—Como ordenéis, Alte... Mance.

—¡Altemance! —El rey se echó a reír—. Bueno, no suena mal. Antes te he dicho que te contaría cómo te reconocí. ¿Todavía no lo sabes?

Jon hizo un gesto de negación.

—¿Casaca de Matraca envió un aviso?

—¿Con un cuervo? No tenemos cuervos entrenados. No, yo conocía tu rostro. Lo había visto antes. Dos veces.

Al principio no le vio la lógica, pero Jon le dio unas cuantas vueltas en la cabeza y lo entendió.

—Cuando erais hermano de la Guardia...

—Muy bien. Sí, ésa fue la primera vez. Eras sólo un niño y yo vestía el negro, era uno entre la docena que escoltaba al anciano Lord Comandante Qorgyle cuando fue a ver a tu padre en Invernalia. Yo paseaba por la muralla que rodeaba el patio cuando me tropecé contigo y con tu hermano Robb. La noche anterior había nevado y vosotros habíais construido una gran montaña de nieve encima de la puerta y esperabais a que alguien pasara por debajo.

—Lo recuerdo —dijo Jon, con una risa de asombro. Un joven hermano de negro paseando por la muralla, sí—. Jurasteis no contárselo a nadie.

—Y mantuve mi palabra. Al menos, en esa ocasión.

—Dejamos caer la nieve encima de Tom el Gordo. Era el guardia más lento de mi padre. —Tom los había perseguido después hasta que los tres estuvieron tan rojos como las manzanas de otoño—. Pero habéis dicho que me visteis en dos ocasiones. ¿Cuál fue la segunda?

—Cuando el rey Robert fue a Invernalia para nombrar Mano a tu padre —respondió con celeridad el Rey-más-allá-del-Muro.

—No puede ser. —La incredulidad hizo que Jon abriera mucho los ojos.

—Pues sí. Cuando tu padre supo que el rey iba a visitarlo, mandó aviso a su hermano Benjen, en el Muro, para que acudiera al festín. Hay más comercio entre los hermanos de negro y el pueblo libre de lo que sospechas, y al poco tiempo la noticia llegó a mis oídos. Era una oportunidad demasiado buena y no me pude resistir. Tu tío no me conocía de vista, así que por su parte no tendría problemas, y no creí que tu padre fuera a acordarse de un joven cuervo con quien se había tropezado un instante años atrás. Quería ver al tal Robert con mis propios ojos, de rey a rey, y ponderar también a tu tío Benjen. En aquella ocasión era capitán de los exploradores y el verdugo de mi pueblo. Así que ensillé mi corcel más veloz y partí al galope.

—Pero el Muro... —objetó Jon.

—El Muro puede detener un ejército, pero no a un hombre solo. Cogí un laúd, una bolsa de plata, crucé el hielo cerca de Túmulo Largo, caminé unos cuantos kilómetros al sur del Nuevo Agasajo y compré un caballo. Así hice el camino más deprisa que Robert, que viajaba con una enorme casa con ruedas para que su reina estuviera cómoda. Cuando estaba al sur de Invernalia, a un día de distancia, me tropecé con él y seguí el camino en su cortejo. Los jinetes libres y los caballeros errantes se unen frecuentemente a los cortejos reales con la esperanza de poder servir al rey, y con el laúd conseguí que me aceptaran rápidamente. —Se echó a reír—. Conozco todas las canciones obscenas que se han compuesto al norte o al sur del Muro. Y aquí apareces tú. La noche en que tu padre festejó la llegada de Robert, yo estaba sentado en la parte trasera del salón, con los demás jinetes libres, oyendo cómo Orland de Antigua tocaba el arpa y cantaba historias de reyes muertos bajo el mar. Me convidaron a las viandas y al aguamiel de tu padre, eché un vistazo al Matarreyes y al Gnomo... y me fijé en los hijos de Lord Eddard y los cachorros de lobo que les corrían entre las piernas.

—Bael el Bardo —dijo Jon, recordando la historia que Ygritte le había contado en los Colmillos Helados la noche que había estado a punto de matarlo.

—Me hubiera encantado serlo. No negaré que las hazañas de Bael han inspirado mis aventuras... pero no recuerdo haber secuestrado a ninguna de tus hermanas. Bael escribía sus canciones y las vivía. Yo sólo canto las canciones que han compuesto hombres más ingeniosos que yo. ¿Más aguamiel?

—No —dijo Jon—. Si os hubieran descubierto, os habrían...

—Tu padre me hubiera cortado la cabeza. —El rey se encogió de hombros—. Aunque, como había comido de su mesa, estaba protegido por las leyes de la hospitalidad. Las leyes de hospitalidad son tan antiguas como los primeros hombres, tan sagradas como un árbol corazón. —Hizo un gesto hacia la tabla que tenían delante, las migas de pan y los huesos de pollo—. Aquí eres el huésped, no puedo hacerte daño... al menos esta noche. Así que cuéntame la verdad, Jon Nieve. ¿Eres un cuervo que ha cambiado de capa por miedo o hay otro motivo para que estés en mi tienda?

Con derechos de huésped o no, Jon Nieve sabía que en ese momento caminaba sobre hielo quebradizo. Un paso en falso y podía hundirse en un agua tan fría que el corazón le dejaría de latir.

«Sopesa cada palabra antes de decirla», se dijo a sí mismo. Bebió un largo trago de aguamiel para ganar tiempo. Dejó el cuerno sobre la mesa.

—Decidme por qué cambiasteis de capa —respondió— y os diré por qué he cambiado yo.

Mance Rayder sonrió, como Jon había esperado que lo hiciera. Al rey le encantaba hablar y más aún hablar de sí mismo.

—No dudo de que habrás oído relatos sobre mi deserción.

—Unos dicen que fue por una corona. Otros, que por una mujer. Y algunos cuentan que tenéis sangre de salvaje.

—La sangre de los salvajes es la sangre de los primeros hombres, la misma sangre que corre por las venas de los Stark. Y, en lo tocante a coronas, ¿tú ves alguna?

—Veo a una mujer —dijo Jon mirando a Dalla.

—Mi señora está libre de culpa. —Mance la cogió de la mano y la llevó hacia sí—. La conocí cuando volvía del castillo de tu padre. El Mediamano estaba hecho de roble, pero yo estoy hecho de carne y aprecio mucho los encantos de las mujeres... lo que me hace igual a tres cuartas partes de los miembros de la Guardia. Hay hombres que aún visten de negro y han tenido diez veces más mujeres que este pobre rey. Vuélvelo a intentar, Jon Nieve.

Jon lo consideró un instante.

—El Mediamano dijo que os apasionaba la música de los salvajes.

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